Por Hernán Andrés Kruse.-
Si hay algo que caracteriza al presidente Javier Milei es su propensión a valerse del insulto, del agravio, para atacar a quien no piensa como él. “Burro” es el sustantivo de que se vale para tal objetivo. Nadie que se atreva a disentir con su pensamiento queda a salvo. Ni siquiera los economistas de su palo, como Roberto Cachanosky, un acérrimo defensor de la Escuela Austríaca de Economía. Ni siquiera, aunque cueste creerlo, Lord Keynes, uno de los economistas liberales más relevantes del siglo XX.
Todo el mundo es coincidente: estamos gobernados por un fanático, por un intolerante, por un fundamentalista anarcocapitalista. Sin embargo, la cuestión no es tan simple. Buceando en Google me encontré con un ensayo de José Luis López de Lizaga (Universidad de Zaragoza-España), titulado “Cinismo político: Un nuevo estilo discursivo en las democracias liberales” (Revista Internacional del Pensamiento Político-2021). En dicho escrito el autor analiza el cinismo político. ¿De qué está hablando López de Lizaga? De un estilo discursivo cuyo objetivo es la defensa en la arena pública de posiciones políticas carentes de fundamentación o el sostenimiento de afirmaciones falsas o inaceptables (Keynes es un burro).
El autor parte del liberalismo político enarbolado por John Rawls en su libro titulado, precisamente, “Liberalismo político” y recala en la teoría agonística de la democracia de Chantal Mouffe. Su propósito es poner en evidencia el daño que el cinismo le está provocando al liberalismo político, un daño mucho más deletéreo que la teoría agonística. Para sustentar su punto de vista, López de Lizaga se apoya en los escritos de Peter Sloterdijk, un filósofo alemán formado en la Escuela de Frankfurt. Según López de Lizaga “la expansión del cinismo en la esfera pública implica un cuestionamiento del liberalismo político mucho más serio que el planteado por las teorías agonísticas, y debe entenderse como una degradación del debate público con consecuencias inquietantes, puesto que el cinismo suele aliarse con actitudes fascistas”. Cabe formular, entonces, esta inquietante pregunta: ¿es Javier Milei un exponente del cinismo político? La lectura del escrito nos convence de que, lamentablemente, lo es. En consecuencia, la democracia liberal corre serio peligro.
Escribió el autor (por razones de espacio transcribiré las partes sobre el liberalismo político de Rawls y el pensamiento de Sloterdijk) lo siguiente. Como siempre, saque el lector sus propias conclusiones.
LIBERALISMO POLÍTICO
“En el tránsito de la sociedad del Antiguo Régimen a la sociedad moderna, la defensa de la libertad de opinión y de expresión no fue solo un arma favorable a los intereses políticos y económicos de la burguesía en ascenso, sino que también tenía una justificación epistémica. La Ilustración concibió la libre confrontación de ideas en la esfera pública como un medio para alcanzar cooperativamente la verdad acerca del mundo y la justicia en los conflictos de intereses, puesto que solo el intercambio de argumentos sin censuras permite cribar las opiniones fundadas de las que no lo están, y solo la defensa de todos los intereses sin exclusiones permite alcanzar acuerdos aceptables por todas las partes en conflicto. Esta confianza en el poder de los argumentos no era ingenua, y no en vano el moderado reformismo de muchos ilustrados dio paso a posiciones netamente revolucionarias tan pronto como quedó de manifiesto que, en las luchas políticas del siglo XVIII, la parte contraria –es decir, los partidarios del Antiguo Régimen– no estaba dispuesta a atender a razones, y que por tanto el triunfo de la verdad o la realización de la justicia necesitarían recurrir a medios menos pacíficos y menos elegantes que eso que Jürgen Habermas ha llamado muchas veces la “coacción sin coacciones del mejor argumento”.
Pero para el liberalismo político heredero de la Ilustración, la violencia revolucionaria es un mal que las circunstancias a veces hacen necesario, pero que no desmiente las bondades de la deliberación racional. Ésta sigue siendo la mejor forma de dirimir las diferencias de opinión y los conflictos de intereses, y debe prevalecer siempre que las condiciones sociales lo permitan. Por eso la libertad de expresión y el libre intercambio de argumentos tuvieron importantes valedores también después de la Revolución. Como señala Carl Schmitt, el liberalismo y el parlamentarismo de los siglos XIX y XX se asentó en esta confianza en la discusión libre en los parlamentos, la prensa y la esfera pública como medio para “engendrar una legislación y una política verdaderas y correctas”.
Pero ¿significa esto que para la Ilustración y el liberalismo es inconcebible el disenso, o que toda deliberación en la que las partes argumentan de buena fe –es decir: con el objetivo de establecer en común la opinión más verdadera o la interacción más justa– debe concluir indefectiblemente en una, y solo una, posición compartida por todos? Es frecuente interpretar de este modo la concepción de la deliberación que caracteriza al liberalismo político o a la teoría de la democracia deliberativa, pero esta interpretación se ve desmentida por la extensa teoría del disenso político que ha desarrollado un autor liberal tan destacado como John Rawls. De hecho, la cuestión del disenso es el tema principal de El liberalismo político (1993), obra en la que Rawls –como él mismo señala en la Introducción– se proponía revisar un supuesto implícito de su Teoría de la justicia (1971), a saber: el supuesto de que todos los ciudadanos de una democracia liberal compartirán una misma concepción del mundo, una misma orientación ética y unos mismos valores fundamentales.
En su libro de 1993, Rawls revisa este supuesto para dar cuenta del fenómeno del “pluralismo razonable”, es decir: del hecho de que en las sociedades democráticas conviven concepciones del mundo y orientaciones éticas –o “doctrinas comprehensivas”, por decirlo en la terminología rawlsiana– totalmente distintas, y a menudo incompatibles. Es verdad que a Rawls le interesa sobre todo investigar cómo puede establecerse una base común para la controversia política entre doctrinas comprehensivas diferentes; y es verdad, por tanto, que su teoría se orienta más a analizar las condiciones del consenso que a celebrar o promover el disenso (que es lo que harán, como veremos más adelante, los partidarios de una teoría agonística de la democracia).
Pero no menos cierto es que el liberalismo político rawlsiano, lejos de ignorar o minimizar el desacuerdo que caracteriza a las sociedades democráticas, más bien lo toma como punto de partida. Ahora bien, ¿qué clase de disenso es este que caracteriza a estas sociedades? Comencemos por aclarar por qué difieren, según Rawls, nuestras doctrinas comprehensivas, y sobre todo: por qué el disenso persiste aunque intentemos ponernos de acuerdo en torno a ellas. Esto, señala Rawls, es una característica que distingue a las doctrinas comprehensivas de las teorías científicas, o al menos de aquellas teorías pertenecientes a las ciencias más serias o más duras, que se reconocen precisamente porque tienden a superar el disenso.
Las controversias científicas se dirimen (no siempre inmediatamente, pero sí a largo plazo) mediante el logro de un consenso en torno a la teoría provisionalmente mejor fundada, mientras que las controversias morales, sociales y políticas no siempre se resuelven ni conducen a consensos, por mucho que prolonguemos la deliberación. Podría pensarse que esta persistencia del disenso se debe, en general, a una carencia generalizada de racionalidad, pero Rawls rechaza expresamente esta explicación. Nadie negará que nuestros puntos de vista a veces difieren porque reflejan “estrechos intereses” o porque la gente es –como dice Rawls sin hacer demasiadas concesiones a la political correctness– “por lo común irracional y no demasiado lista”. Pero estas fuentes irracionales de desacuerdo no son las únicas, ni las más importantes: “Es irrealista –o, peor aún, provoca suspicacia y hostilidad mutuas– el supuesto de que todas nuestras diferencias están arraigadas en la ignorancia y la perversión, si no en rivalidades de poder, estatus o ventaja económica”.
Rawls propone, pues, una explicación diferente de la persistencia del disenso ético y político. Las diferencias de criterio en sociedades complejas y culturalmente heterogéneas no son irracionales (es decir: no son consecuencia de la ignorancia, la mala voluntad o la falta de inteligencia de alguna o de todas las partes en conflicto), sino que se derivan del simple hecho de que el libre ejercicio de nuestra capacidad de razonar conduce muchas veces a resultados diferentes. Precisamente por eso son también diferencias ineliminables. Rawls acuña el tecnicismo de “cargas del juicio” para referirse a las fuentes no irracionales de desacuerdo, y en El liberalismo político menciona algunas de ellas, aunque sin pretender analizarlas exhaustivamente.
Diferimos, en primer lugar, (1) por las dudas que quedan casi siempre tras examinar las evidencias disponibles sobre cualquier cuestión controvertida. E incluso cuando disponemos de datos indudables. Diferimos (2) acerca de la relevancia que concedemos a unos o a otros. Diferimos también (3) por la vaguedad y los “límites imprecisos” de nuestros conceptos “morales y políticos”. Pero sobre todo, diferimos (4) porque escogemos orientaciones éticas y políticas articuladas en torno a valores y cosmovisiones diversos.
Aunque Rawls no se detiene a analizar casos concretos, no es difícil imaginar ejemplos de controversias actuales que se originan precisamente en estas cargas del juicio que hemos mencionado. ¿Aumentan o no los casos controvertidos de eutanasia allí donde se despenaliza esta práctica? ¿Importa o no el momento exacto en que el embrión desarrolla un sistema nervioso para saber hasta cuándo es lícita la manipulación de embriones? ¿La libertad política consiste sobre todo en la libertad negativa frente al Estado, o más bien en la libertad positiva del ciudadano que participa democráticamente en el Estado? ¿Preferimos la libertad de mercado o la justicia social? ¿Preferimos una ética de la autonomía individual o una ética que subordina la individualidad a la tradición, la religión o la comunidad? Etc., etc.
Lo más cómodo sería que estas controversias no existieran y que nuestras democracias se asentaran en una compacta homogeneidad cultural; o que, en caso de existir, pudieran despejarse fácilmente acallando a la parte contraria mediante alguna prueba contundente de su ignorancia o de su mala voluntad. Pero nada de eso es posible casi nunca, y más bien tenemos que aceptar la convivencia en condiciones de desacuerdo ineliminable. Rawls resume el asunto de este modo: las “cargas del juicio” (esto es, las fuentes no irracionales de disenso político) tienen como consecuencia que la mayor parte de nuestras controversias no conduzcan a soluciones unánimes “ni siquiera después de una discusión libre”. Y dado que el pluralismo ideológico de las sociedades democráticas no solo es inevitable, sino que además es razonable y totalmente legítimo, la pregunta a la que pretende dar respuesta la teoría política rawlsiana es la siguiente: cómo es posible (y eventualmente cómo podemos hacer posible) la estabilidad de las sociedades democráticas en las que coexisten doctrinas éticas y políticas heterogéneas, incluso enfrentadas.
Rawls lo plantea en estos términos: El problema del liberalismo político es: ¿cómo es posible que pueda persistir en el tiempo una sociedad estable y justa de ciudadanos libres e iguales que andan divididos por doctrinas religiosas, filosóficas y morales razonables pero incompatibles? Dicho de otro modo: ¿cómo es posible que doctrinas comprehensivas profundamente enfrentadas, pero razonables, puedan convivir y abrazar de consuno la concepción política de un régimen constitucional? ¿Cuál es la estructura y cuál el contenido de una concepción política que pueda atraerse el concurso de un consenso entrecruzado de este tipo?
La respuesta que Rawls propone para estas preguntas está centrada en su conocido concepto de razón pública, es decir: en la identificación de un conjunto de principios políticos que deben compartir todos los ciudadanos, sean cuales sean sus respectivas doctrinas comprehensivas, y en cuyos términos deben articular sus posiciones “cuando se comprometan en defensa de una determinada política en el foro público”. El contenido de la razón pública puede especificarse de distintas formas, y por eso los textos de Rawls son bastante imprecisos cuando se trata de concretar esos principios. Pero como mínimo, parece claro que una argumentación política basada en la razón pública de una democracia liberal debe (1) reconocer la libertad y la igualdad de todos los ciudadanos (incluidos todos aquellos que no comparten nuestras doctrinas comprehensivas), y debe (2) basarse en el supuesto de que la sociedad es un “esquema equitativo de cooperación”, es decir: un orden en el que la interacción debe considerarse legítima por todos los participantes, y no simplemente un orden fijado autoritariamente, por ejemplo “mediante valores religiosos o aristocráticos”. A esto podemos añadir –y Rawls también lo hace–que la razón pública de las democracias liberales incluye (3) los principios normativos recogidos en la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 y plasmados luego en las Constituciones democráticas.
Así, y volviendo a nuestros ejemplos anteriores: opinemos lo que opinemos sobre cuestiones controvertidas como la eutanasia, la investigación con embriones, la relación de la libertad de mercado con la justicia social, o el valor de la autonomía individual frente a la autoridad de la tradición o la religión, en tanto que ciudadanos de una sociedad democrática culturalmente fragmentada y heterogénea solo tenemos derecho a defender nuestras posiciones en relación con cualquiera de estos asuntos reconociendo a otros la libertad de pensar de manera distinta de la nuestra, argumentando frente a ellos nuestros puntos de vista, y empleando para ello únicamente el entramado de principios políticos compartidos por todos que constituyen la razón pública de la sociedad a la que pertenecemos.
Todo lo anterior tiene una importante consecuencia para nuestro tema: nos permite comprender dónde termina el desacuerdo “razonable” e identificar al principal antagonista del liberalismo político. En su estilo a veces descuidado y sorprendentemente impreciso, Rawls habla constantemente de “pluralismo razonable” y de “doctrinas comprehensivas razonables”, pero si leemos con atención observaremos que en la teoría rawlsiana lo razonable (o irrazonable) no son tanto las doctrinas cuanto las personas que las profesan y las defienden públicamente, es decir: los ciudadanos. Y esta matización (que el propio Rawls descuida) es importante. Irrazonables no son las doctrinas, sino sus partidarios, cuando no mantienen hacia sus propias convicciones la elemental prudencia falibilista que se precisa para aceptar que existen otros puntos de vista además de los suyos y otros argumentos que quizás no conocen o no comparten, pero que no por eso pueden considerar rotundamente falsos. Irrazonables son, por encima de todo, quienes se muestran dispuestos a imponer a otros su propia doctrina comprehensiva, sea ésta cual sea, simplemente porque están convencidos de que es la única doctrina verdadera.
Vale la pena citar con alguna extensión lo que Rawls escribe sobre esto: Puesto que hay muchas doctrinas que se consideran razonables, quienes insisten, a la hora de enfrentarse a cuestiones políticas fundamentales, en lo que ellos consideran verdadero y los demás no, aparecen a los ojos de los demás como si insistieran en imponer sus propias creencias cuando disponen del poder político para hacerlo. Ni que decir tiene que quienes insisten en sus creencias insisten también en que solo ellas son verdaderas: imponen sus creencias porque, dicen, sus creencias son verdaderas, no porque sean suyas. Pero se trata de una pretensión que todos podrían tener; es, además, una pretensión que nadie está en condiciones de justificar ante el común de los ciudadanos. Así pues, cuando exponemos tales pretensiones, los demás, que son razonables, tienen que considerarnos como irrazonables. Y en efecto lo somos, si lo que deseamos es usar el poder estatal, el poder dimanante de la colectividad de ciudadanos iguales, para impedir al resto la afirmación de sus no irrazonables concepciones.
Vemos, pues, que para el liberalismo político el irrazonable es sobre todo el dogmático, el fanático, el autoritario, y lo de menos es la doctrina que profese. Irrazonables son quienes imponen sus creencias porque afirman que sus creencias son verdaderas, no porque sean suyas, y quienes por tanto suscribirían la inquietante sentencia del obispo Bossuet que también cita Rawls: “tengo derecho a perseguirle a usted porque yo llevo razón y usted se equivoca”. Cuando se abre paso este fanatismo, el liberalismo político está acabado. Por eso las democracias liberales, y la teoría de Rawls con ellas, ahuyentan esta amenaza proscribiendo las doctrinas irrazonables, que de todas formas se delatan y excluyen a sí mismas por el hecho de que no pueden articularse en los términos de la razón pública –puesto que nadie puede invocar un derecho fundamental a negarle a otro sus derechos fundamentales, empezando por el derecho a disentir–, y por ello quedan justamente excluidas del espacio público”.
20/08/2024 a las 7:39 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Ricardo Aronskind
El Cohete a la Luna
18/8/024
UN MILLÓN DE NIÑOS
El 12 de agosto, UNICEF Argentina lanzó la campaña “El hambre no tiene final feliz”, basada en un estudio sobre el crecimiento y estado actual de la pobreza y la indigencia que muestra que “un millón de niñas y niños se van a la cama sin cenar en el país”.
El número es apabullante, porque cuantifica una de las injusticias más grandes que se pueden concebir —la miseria infantil, en donde el mérito o demérito no existen— y porque ocurre en un país ampliamente excedentario en la producción de alimentos.
¿Cómo puede ocurrir? ¿Cuáles son las condiciones políticas, económicas y sociales para que esto suceda? ¿Qué le pasa a la dirigencia de la Argentina en todos sus ámbitos? ¿Qué le pasa a la sociedad que observa y tolera esta catástrofe?
Dado que no se trata de un proceso natural —una plaga, un terremoto, una inundación masiva—, la carencia masiva de alimentos suficientes para porciones importantes de la población deriva de la organización económica que viene teniendo el país y de las prioridades que están implícitas en las políticas públicas que se vienen implementando en los distintos gobiernos.
Si bien los 12 años kirchneristas mostraron importantes avances en la reducción de la miseria extrema, llevándola a números mínimos, los límites de sus políticas se vieron reflejados en cuanto a la eliminación de la pobreza, que si bien se redujo con relación a la catástrofe recibida, terminó en una cifra equivalente al 29% de la población.
El macrismo quebró la tendencia positiva a reducir la pobreza y volvió a promover los mecanismos causantes del empobrecimiento, que ya habían sido registrados durante la hiperinflación alfonsinista y durante el híper-liberalismo menemista.
El reciente gobierno del Frente de Todos no fue capaz de mover el amperímetro. Es cierto que fue agobiado por pandemias, guerras internacionales y sequías, pero también por la evidente vocación albertista de no malquistarse con los poderes fácticos, entre los cuales figuran los monopolios alimenticios que fabrican para el mercado interno y los grandes exportadores de carnes y granos que luchan por la libertad de ganar más plata a costa de la vida de la gente.
El mileísmo es una nueva etapa del ataque al nivel de vida de las mayorías.
Todas las medidas que se toman terminan dañando la capacidad de consumo popular y, en el caso de los pobres, la posibilidad de alimentarse. Este ataque se hace con la aprobación entusiasta del poder económico, de los principales medios de comunicación, del aparato judicial indiferente a la ley y a la Justicia y con el acompañamiento político del macrismo, el radicalismo y el pichettismo.
Nunca como hoy es tan claro que el sistema político considera ciudadanos a los incluidos en los segmentos más acaudalados, los ABC1 y C2, que constituyen un 22% de la población. El resto de los habitantes del país somos cartón pintado y no formamos parte de los factores que se evalúan en las grandes decisiones.
Es evidente que sólo cuando los ABC1 y C2 protestan, se enojan o se indignan por algún motivo que a ellos les importa, el sistema político reacciona y es capaz de enmendar alguna medida que se ha tomado. De lo contrario, el personal político gobernante no se inmuta frente a los padeceres ni considera relevantes los sentimientos y realidades de las otras franjas económicas que componen la sociedad argentina.
Volverán a tomarlas en cuenta, seguramente, con discursos más amplios, más sensibles y empáticos, en tiempos electorales.
Pero el sistema político realmente existente que hoy nos gobierna sólo toma en consideración a un sector muy restringido de la sociedad.
Lo que queda como interrogante es quién logrará representar a ese millón de niños, a sus familias y a ese mundo de severas penurias, olvidado por la política argentina.
Quién será capaz de poner a ese millón de niños en el centro de la atención pública —lo que significaría ser capaz de revertir toneladas y toneladas de desinformación y estupidez que se vierten cotidianamente en la cabeza de las mayorías—.
Quién logrará perforar el muro de silencio y banalidad que ha permitido poner en el centro de los discursos públicos “la libertad de mercados” y la libertad de los ricos para enriquecerse más de la forma que sea, o los espectáculos cargados de morbo y amarillismo que hoy permiten enturbiar aún más la comprensión pública del proceso de demolición que hoy se está ejecutando contra la Nación argentina.
La tarea no es sencilla, requiere elaboración colectiva, humildad, organización. Y poder dar cuenta de debates que el campo popular tiene aún pendientes.
Telenovelas y realities para todos y todas
Los sucesos políticos de estas semanas se inscriben en las mismas lógicas de fondo que han marcado los últimos 20 años de la supuesta democracia argentina.
Tanto el episodio multimedios “Alberto Fernández”, como la comparecencia de Cristina como testigo en el juicio por el intento de asesinato a su persona cuando era Vicepresidenta del país, son una ilustración extraordinaria de quién ejerce realmente el poder, y quiénes son los verdaderos responsables de que el grueso de la población argentina la esté pasando tan mal con este gobierno.
Desde las páginas de El Cohete no escatimamos críticas a la inconsistencia, falta de personalidad y de iniciativa política eficaz de la gestión de Alberto Fernández. Terminó siendo un gobierno conservador, que no pudo revertir tendencias neoliberales en marcha en la economía y la sociedad. A pesar de ese conservadorismo, no alcanzó a satisfacer las aspiraciones de los sectores del capital concentrado, que siempre quieren más.
En estas semanas se agregó a su figura la acusación de haber sido violento y maltratador con su pareja, Fabiola Yáñez. La derecha gobernante y la mediática —que es una síntesis de voceros y aduladores de Milei y Macri— han pretendido hacerse un festín con las acusaciones contra Fernández. Como los medios son parte del amplio partido político de la derecha, la operación publicitaria en curso intenta dar por acabado al peronismo, al kirchnerismo y al feminismo en un mismo acto.
Los “periodistas independientes” están embarcados en una campaña de exageración y demonización de Alberto Fernández que por supuesto no apunta a él, que se estaba desvaneciendo de la escena política local. Cuesta pensar que es el super villano de la Argentina, considerando a todos los actores y a todos los pecados realmente existentes y conocidos públicamente.
Por supuesto que los hechos relatados merecen el repudio y la condena social, pero aquí estamos frente a otra cosa: publicidad política contra las políticas públicas de protección a las mujeres, contra el espacio político peronista y kirchnerista. Como confirmaría el episodio “Alberto”, todos los de “su” campo son corruptos, ladrones, violentos y machistas. Aunque a la derecha esos valores sólo le importen si con eso pueden generar daño político a las fuerzas políticas que les pueden hacer frente.
De existir prensa realmente independiente y justicia realmente independiente, tendríamos oportunidad de producir un verdadero saneamiento político y moral, que abarque a todo el mundo, sin excepciones. No es el caso.
Se trata, pura y simplemente, de usar un episodio deplorable, llevarlo al paroxismo, para generar y atornillar en las mentes sentimientos de rechazo y sospecha hacia todo lo que en nombre de lo popular se oponga a los factores de poder o represente cambios sociales igualitarios.
Ahora pusieron a toda la sociedad a hablar sobre la violencia de género. No para sacar grandes lecciones que nos hagan mejores a todxs, sino para fortalecer el proyecto reaccionario que hoy tiñe la política nacional. Así como en su momento el show “los bolsos de López” fue pasión de masas y sirvió para demonizar al kirchnerismo y debilitarlo, a pesar de que los bolsos provenían precisamente del campo autodenominado “republicano”, hoy el show “Alberto violento y machista” sirve para que la derecha desarrolle el odio social contra sus enemigos.
¡Que viva la antidemocracia!
Es repugnante el ninguneo comunicacional y la grosera desidia judicial a la que está sometida la causa por el intento de asesinato de Cristina Fernández. Es evidente que hay una decisión —de la cual la jueza Capuchetti es sólo una pieza— de lograr la impunidad de los que planificaron y financiaron la operación que tenía que desembocar en la muerte de una potente líder popular.
Repasar las vicisitudes del intento de magnicidio llevarían muchas más páginas de las que disponemos. Pero podemos decir que estamos en presencia de una planificación “de manual” sobre cómo inducir un crimen político, pasando por sucesivas etapas de demonización y deshumanización de la persona en la opinión pública, usando en forma sistemática los medios de comunicación de masas, agitando y creando mediante propaganda constante un clima de odio irracional en sectores de la población, promoviendo acciones públicas violentas de grupos más selectos que acostumbren al público a la salvajada, en un crescendo que desemboca finalmente en la acción específica para asesinar a la persona señalada. Tales acciones —todas esas acciones— no pueden ser fruto de personas sueltas. Hay muchos recursos materiales, profesionales y organizativos detrás de un objetivo político de semejante magnitud.
Matar a Cristina era sembrar el terror en la política argentina, crear un clima de conmoción que superaría lo que Alberto Fernández podía resistir, mandar un mensaje eterno a todo dirigente medianamente reformista en nuestro país y tratar de fragmentar la fuerza política que había protagonizado —con autonomía— un ciclo de claro mejoramiento de las condiciones de vida de las mayorías.
Y aquí es donde el hecho trasciende la idea del asesinato físico de una persona.
La intención del acto criminal era, en realidad, política, mucho más allá de lo que pudiera elucubrar su ejecutante.
Lo que se busca desde 2008 es hacer desaparecer a todo el espacio kirchnerista, en el cual la derecha local y diversas embajadas han visto el mal encarnado.
En el período 2003-2015 se presenció un despliegue de la democracia en un sentido social que no estaba en los planes de la clase dominante local, que había saboreado las mieles del proyecto neocolonial del menemismo. En el tiempo de Néstor y Cristina Kirchner también se desplegó una red de solidaridad política latinoamericana que tampoco estaba en los planes de quienes consideran a nuestra región su “patio trasero”.
Vale la pena recordar que esa nueva síntesis política, no sólo recogía aspectos del peronismo transformador, sino también de la democratización radical, de la tradición liberal republicana —como muy bien ha demostrado el politólogo Eduardo Rinesi en sus textos—, del nacionalismo no fascista, de los nuevos movimientos sociales y culturales del siglo XXI y de fracciones de la tradición progresista y de izquierda.
El kirchnerismo desde el gobierno supo tener la suficiente fuerza como para evitar que el resto del peronismo se entregara definitivamente al modelo neoliberal, como ya había ocurrido en los ‘90. Con su impacto a nivel social y federal, el kirchnerismo impedía construir ese modelo político neoliberal con una centro-derecha y centro “izquierda” neoliberales ambas, tan caro a los nostálgicos de los años ‘90 y del modelo chileno.
Pero el fenómeno político se negaba a diluirse luego de la derrota de 2015 y seguía pesando en la escena nacional, a pesar de su debilitamiento relativo. Era imperioso destruir al kirchnerismo, no sólo por sus méritos, sino también para que dejara de ser un obstáculo.
¿Obstáculo a tener una República verdaderamente democrática libre de corrupción y de demagogia? No.
Obstáculo para la concreción de este proyecto desastroso que hoy gobierna el país, gestionado por gente que no duda en entregar la soberanía nacional, destruir todos los logros materiales y culturales del desarrollo nacional y agredir masivamente a la población en las cuestiones más básicas.
Lo decía Patricia Bullrich en su campaña electoral: “Conmigo se termina el kirchnerismo”. ¿Qué quería decir eso? ¿Cómo se termina de un día para el otro con una fuerza política democrática y popular? ¿A qué se va a apelar para que se “evapore” de un día para otro un vasto campo político?
Lo cierto es que por decir ese tipo de barbaridades, Bullrich derrotó al “tibio” Rodríguez Larreta, quien a su vez se mostraba dispuesto a “hablar con todos los sectores, menos con el kirchnerismo”: toda una fuerza política que destilaba puro odio de clase sublimado detrás de apelaciones republicanas. Esas PASO reflejaron, sin duda, la alienación y el envilecimiento de parte de un público supuestamente moderado, que no casualmente desembocó en el voto al extremista autoritario de Milei.
Es que el anti kirchnerismo fue también la vía de introducción en vastos sectores sociales, de contenidos de derecha, ampliamente hostiles a lo nacional, a lo estatal, a lo público, a lo colectivo, a lo comunitario. Queda claro, luego de la experiencia de estos ocho meses de gobierno libertario-autoritario, que todas las declaraciones de fe republicanas que esa derecha permanentemente indignada profirió contra con el “populismo” no eran más que farsas útiles para dotar de palabras venerables la cháchara antikirchnerista.
Éxito mediático, fracaso económico
La derecha sabe cómo manipular y conducir a la población.
Ha estudiado mucho mejor que los espacios populares y progresistas las complejidades de la subjetividad de las masas, y no duda en instrumentarlas para sus propios fines políticos. Así, logra hacer de un atentado institucionalmente gravísimo un hecho irrelevante y de la lamentable vida privada de un dirigente en extinción, un hecho que llena de morbo la cotidianeidad de las masas.
Por debajo, continúa la búsqueda de una estabilización económica imposible porque ningún tema estructural está resuelto. Varios frentes financieros, cambiarios y productivos muy sensibles están atados con alambre. Y además hay un horizonte cercano de sufrimiento social oscuro y amenazante.
Lo que está en juego en este momento es si una minoría económica —sin proyecto nacional— puede domesticar por completo a la sociedad argentina y transformarla en un país zombi —sin control sobre sí mismo, sin soberanía—, con una sociedad atomizada en individuos mirando su propio ombligo, sin otro principio ni otro horizonte que ser una pieza ciega en el juego de una globalización enclenque conducida por “Occidente”.
Milei es por ahora fuerte, porque todavía perdura un efecto de albertización en el arco potencialmente opositor.
El show “Alberto” nos da la oportunidad de reflexionar sobre la calidad de las dirigencias populares y también sobre la solidez y convicción de las militancias.
¿O es que el ánimo del campo nacional y popular va a ser conducido por unos cuantos mercenarios televisivos?
¿O es que las convicciones en materia de justicia e igualdad dependen de shocks de propaganda y emociones profesionalmente suministrados por los medios del capital?
¿O es que la sensibilidad frente a los problemas sociales reales se suspende para escuchar el último WhatsApp filtrado por jueces de derecha, para que lo difundan medios de derecha, para que sirvan de cortina de humo de los destrozos del gobierno de derecha?
Un millón de niños víctimas de este sistema perverso merecen otra templanza y otra respuesta.
20/08/2024 a las 7:42 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Milei y su obsesión contra el periodismo
Joaquín Morales Solá
Fuente: La Nación
(*) Notiar.com.ar
18/8/024
Hiperbólico y autorreferencial, como siempre, Javier Milei cree que él también se hizo cargo de la sepultura del periodismo. Siglos de periodismo han llegado a su fin, según el Presidente, quien le abre las puertas de esa manera al monopolio de las redes sociales, sobre todo de X, su preferida. El liberalismo del jefe del Estado no llega al extremo de aceptar la vigencia de la primera de las libertades (la de prensa, porque sin ella no podrían existir las otras libertades) ni su modernidad está en condiciones de rechazar una discusión medieval, como es el debate por la libertad de expresión.
Si el periodismo tal como se lo conoce (gráfico, televisivo o radial) ya dejó de existir, ¿para qué Milei dedica tanto tiempo a denostarlo? ¿Para qué una parte de su servicio de inteligencia provee información a los que insultan y agreden al periodismo? ¿Para qué el Gobierno dispone de fondos públicos para pagar a operadores de redes sociales y a youtubers? ¿Se están usando en eso los 100.000 millones de pesos adicionales que le transfirieron a la SIDE? ¿Pruebas? En uno de sus últimos discursos, Milei comenzó diciendo que el periodismo no debería “buscar fantasmas” para explicar los insultos que recibe. Son expresiones espontáneas, entonces. Inmediatamente después, señaló que “las redes sociales lo hacen orgánicamente”. ¿La campaña contra el periodismo es, entonces, orgánica o espontánea? La última afirmación presidencial señala que es orgánica; es decir, que tiene una planificación y una financiación que van más allá de los deseos personales de los tuiteros y del propio jefe del Estado. En los últimos tiempos, además, las conferencias de prensa en la Casa de Gobierno (sobre todo las del vocero, Manuel Adorni) se llenaron de jóvenes que supuestamente pertenecen a universidades, pero que son fanáticos seguidores del líder y se dedican a agredir periodistas más que a preguntar. A esas conferencias suele asistir el periodista español Javier García Negre, que en España perdió su trabajo en el diario El Mundo por publicar información falsa. Es un seguidor empedernido de Milei que también agrede al periodismo argentino. Pero ¿quién le paga a García Negre sus viajes a la Argentina? ¿Viene gratis a apoyar a Milei y a vapulear a los periodistas locales? Improbable.
La sorpresa del periodismo existe porque se esperaba que el acceso al poder de Milei dejaría atrás dos décadas en las que el kirchnerismo ofendió, difamó y maltrató a los periodistas y a los medios periodísticos. Resulta, sin embargo, que ingresó a la Casa de Gobierno alguien que usa casi los mismos argumentos del kirchnerismo para destratar al periodismo. Y que, como el kirchnerismo, tiene una inexplicable obsesión contra la prensa. Milei elogia las redes sociales. ¿Quién no? Sirven claramente para ampliar el ejercicio de la libertad de expresión, pero también para que muchos personajes anónimos, que nunca dan la cara, escondan sus agravios y sus embustes. El Presidente retuitea a varios de ellos. Un líder auténticamente liberal debería rescatar el trabajo de investigación de la prensa, que desnudó la corrupción kirchnerista y que llevó a juicio a muchos funcionarios de aquella época. Forzosamente imperfecto, el periodismo es autor de algunos errores –cómo no–, pero también de muchos aciertos. Las síntesis son necesariamente arbitrarias, pero debe recordarse la investigación del periodista Hugo Alconada Mon, entre muchas más, que develó en LA NACION la maniobra de defraudación al Estado de parte del empresario kirchnerista Cristóbal López y de su socio Fabián de Souza. Ambos se dedicaron durante un tiempo a vender naftas, que tienen una muy alta carga impositiva. Los empresarios son, en tales casos, agentes de retención del Estado y deben entregar en el acto el dinero que perciben como impuestos. López y De Souza no lo hicieron. Con ese dinero compraron, en cambio, empresas y medios de comunicación. A su vez, el periodista Diego Cabot es el autor de la monumental investigación, también publicada en LA NACION, sobre el caso de los cuadernos, que involucró a casi toda la nomenklatura del kirchnerismo y a varios importantes empresarios. Ese caso está esperando el juicio oral y público desde hace casi cuatro años, y parece destinado a ser siempre una eventualidad. Jorge Lanata y Nicolás Wiñazki hicieron pública la ruta del dinero K y mostraron en televisión las imágenes de Federico Elaskar contando los dólares que lavaba Lázaro Báez, el empresario de la construcción construido por el kirchnerismo. Las investigaciones de Wiñazki, periodista de Clarín, fueron esenciales también para revelar el caso Ciccone, que terminó con un exvicepresidente, Amado Boudou, preso por corrupción. La foto de la fiesta de Olivos en plena pandemia fue una primicia de LN+, y significó un antes y un después para el gobierno de Alberto Fernández. Un periodista prematuramente muerto, Pepe Eliaschev, alertó al país con su primicia sobre la firma del acuerdo con Irán por parte del gobierno de Cristina Kirchner. Otro periodista de investigación, Daniel Santoro, fue tan molesto para el kirchnerismo que terminó procesado por una causa falsa; la Justicia lo desprocesó en instancias más imparciales. El periodismo no está muerto ni viejo ni pasó de moda.
Nadie recuerda la voz de Milei en tiempos de Cristina Kirchner; durante esos largos años, él trabajaba como economista jefe de Corporación América, casa matriz de Aeropuertos Argentina, propiedad del empresario Eduardo Eurnekian y del Estado, que es un socio minoritario pero decisivo. Esta empresa opera 35 aeropuertos del país y, por su naturaleza, tiene una relación cercana y frecuente con el Estado, porque depende de sus regulaciones siempre cambiantes. Milei fue también asesor de Daniel Scioli cuando este era candidato presidencial en 2015, pero antes lo había sido de Provincia Seguros, el grupo asegurador del Banco Provincia, entonces en manos de Scioli. Más recientemente, solo se recuerda una fuerte crítica de Milei a Alberto Fernández por la hermética cuarentena que dispuso durante la pandemia del coronavirus. Los periodistas éramos los que denunciábamos el sospechoso trasiego con las vacunas. La prensa se enfrentó al entonces presidente cuando denunció penalmente a un grupo de jueces por un viaje privado a Lago Escondido, que se conoció por una filtración ilegal de mensajes telefónicos, o cuando comunicó un ingrato 1º de enero que les iniciaría juicio político a los jueces de la Corte Suprema. En los años del cristinismo, la periodista Magdalena Ruiz Guiñazú y quien esto escribe llevamos ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en Washington, la denuncia contra la persecución del kirchnerismo; esa denuncia la firmaron también los periodistas Pepe Eliaschev, Nelson Castro, Alfredo Leuco, Luis Majul y Mariano Obarrio. La exposición ante la CIDH, que es un organismo independiente de la OEA, denunció la campaña oficial de difamación contra periodistas que incluyó juicios públicos en la Plaza de Mayo; fotos escupidas de periodistas; acoso constante a medios periodísticos; el pedido de prisión para dos importantes editores por una causa armada, y la difusión de otras informaciones falsas sobre periodistas. Gran parte de ese trabajo sucio lo hizo el entonces mandamás de los servicios de información (SIDE), Antonio “Jaime” Stiuso, y se distribuía a través de los medios oficialistas propiedad del empresario Sergio Szpolski. Stiuso y Szpolski trabajaron juntos luego en una fábrica de panes, propiedad del exempresario de medios. Confesión de parte. Según la información actual, y frecuente en varios medios periodísticos, Stiuso volvió a tener poder en la SIDE, aunque no figura, todavía, con un cargo formal.
Esa participación activa de los servicios de inteligencia en la política contra el periodismo explica que se difundan videos editados de hace mucho tiempo. Dos casos recientes de los ataques presidenciales incluyeron hasta a la conductora de televisión Juana Viale, por un video de hace varios años, y al periodista Diego Leuco, a quien Milei acusó de no haber denunciado a Alberto Fernández cuando tenía 10 años. Aceptémoslo: la persecución mileísta es también estrafalaria.
Ahora bien, ¿quién rebusca en los archivos para encontrar videos viejos? Es el método que inauguró Cristina Kirchner desde la SIDE. La lista de supuestos cómplices de Alberto Fernández que difundió el tuitero El Trumpista (en verdad, es el uruguayo Luciano Cabrera), y que Milei retuiteó en señal de acuerdo, es la mejor prueba de que el Presidente no vivió la realidad argentina de los últimos 20 años. Y es el ejemplo perfecto de que su campaña contra el periodismo carece de verdad y está destinada, como todos los que intiman con el populismo, a enfrentar a la sociedad con sus instituciones.
No hay alusiones públicas de Milei a los diarios, canales y radios con claras simpatías kirchneristas. Solo ataca a la prensa independiente, tal vez porque supone que esta debe apoyarlo. Las coincidencias con varias de sus políticas son obvias. Citemos algunas de esas políticas: su lucha contra el déficit fiscal, su decisión de bajar la inflación (lo que está logrando) o su política exterior que sacó al país de las alianzas exóticas del kirchnerismo. Otra cosa es lo que el Presidente hace personalmente en el exterior. Pero ningún periodismo serio será nunca ciegamente simpatizante de un gobierno. Perdería su razón de ser. Llama la atención, en medio de semejante antipatía constante hacia el periodismo, el silencio de parte de los políticos que pertenecieron a lo que fue Juntos por el Cambio (con la sola excepción de Elisa Carrió). ¿Miedo? ¿Especulación? Solo basta comparar la cerrada defensa del periodismo que hacía Patricia Bullrich cuando reinaba el kirchnerismo y el silencio que la envuelve ahora. Los principios de antes ya no existen; fueron desplazados por la ocasión y la ventaja.
20/08/2024 a las 7:45 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Se acercan los tiempos de las definiciones
Edgardo Mocca
El Destape
18/8/024
Una “consultora de opinión pública” (para el caso no importa su nombre) sostiene que hay un cambio de tendencia en la opinión pública argentina. Sostiene esos dichos afirmando que en sus números la oposición subió 0,4 por ciento su expectativa de voto y el oficialismo disminuyó su expectativa en proporciones muy parecidas. El diario La Nación rubrica la información diciendo que el “cambio de tendencia” obedece al caso de Alberto Fernández y a la controversia en relación a las elecciones venezolanas. La creatividad de los opinólogos es impresionante.
Sobre todo si se aclara que los “cambios espectaculares” permanecen dentro del riesgo de error de las encuestas. Qué fácil es hablar de política, ¿no? Hablando de encuestas, quien esto escribe participó entre quienes prepararon, a principios de diciembre de 2001, una que evaluaba la opinión sobre la gestión de De la Rúa: entre los resultados de la encuesta iba a aparecer el apoyo ampliamente mayoritario de la opinión pública argentina hacia el plan de convertibilidad… no hace falta recordar lo que ocurrió en los días inmediatamente siguientes a la consulta. Estalló la convertibilidad y cayó rápidamente el gobierno. Las encuestas miden, de modo circunstancial y episódica los caóticamente cambiantes humores de las personas. Nada más y nada menos.
Entre nosotros hemos llegado a una situación en que la suerte de un gobierno caótico e irresponsable vive pendiente del humor de los individuos medidos bajo estrictas normas aritméticas y sociológicas que son sistemáticamente arrastradas por distintas corrientes en una u otra dirección. Durante unos meses previos a la elección, las apuestas de las consultoras concentran toda la atención. Después del resultado se retiran de la escena dejando un tendal de profecías incumplidas. Por eso el esfuerzo de la política actual debería concentrarse -acaso de modo excluyente- no en medir las respuestas de la gente al colapso económico en el que ha entrado el país sino en preparar los caminos posibles para enfrentar una hipotética pero no descartable crisis económico-social y política de insospechables dimensiones. Si todo sigue como hasta ahora “mejor”, pero convendría tomar recaudos políticos e institucionales para el caso de que no sea así.
Acostumbrados como estamos a vivir los hechos y los cambios de la escena política nacional y regional como si fueran hechos inconexos entre sí y secundarios respecto de las necesidades inmediatas, estamos atravesando un recodo particularmente interesante en lo que hace a las definiciones del lugar de Argentina en el mundo. Por un lado, la diplomacia de Milei procura acentuar los términos de “nuevo comienzo”: su “fundamento” no es nuevo ni particularmente interesante: lo reduce todo a un “relato histórico” (por llamarlo de alguna manera) según el cual Argentina tiene que tomar un rumbo de grandeza histórica que habría sido abandonado desde la emergencia del populismo yrigoyenista-peronista. El cuento no es nuevo: viene del golpe de Uriburu de 1930, del de 1955, del de 1966, del de 1976… Un enorme texto de recopilación documental de la historia política argentina al respecto fue el publicado al final del gobierno de Cristina bajo la coordinación de Ricardo Forster. Allí aparece la rotunda continuidad del golpismo antidemocrático en la historia argentina, ¿será un capítulo terminado?
La actual escena política de poder presenta algunos rasgos muy particulares. El gobierno está curiosamente sostenido en una especie de resignación colectiva: el retroceso social y nacional de la Argentina es un hecho fácilmente reconocible para cualquier observador que no haya sido previamente intoxicado por el relato -primero mesiánico y ahora burdamente neoliberal- que sigue hablando de una milagrosa recuperación nacional que estaría en marcha, aunque de modo invisible para las personas comunes. Es un experimento que tiene como principal recurso la creencia de la gente, que es un recurso en general escaso y muy frecuentemente fugaz, como hemos experimentado muchas veces. El problema es hoy cuáles son los recaudos democráticos con que contaremos los argentinos y argentinas a la hora del derrumbe. Y el tema es muy serio, porque parece estar esperándonos otro 2001. Y entonces aparece la (equivocada) pregunta: ¿quién será el garante de un pacto de convivencia democrático que venga a enfrentar las amenazas de crisis terminal a nuestro régimen democrático? No hay garantes posibles de un hecho histórico que aún no se ha producido.
Claro que esas preguntas retóricas no tienen respuestas “adivinatorias”. Pero tienen un valor político y no esencialmente formal ni institucional. La cuestión argentina hoy es “régimen constitucional” o “régimen de excepción”. Y la resolución acertada de ese dilema es vital para el campo nacional-popular. El régimen constitucional implica conflicto político institucionalizado, respeto por la diversidad, renuncia al uso de la violencia para dirimirlo. El modo Bullrich-Milei para dar cuenta del conflicto social tiene el sello de los tiempos inmediatamente posteriores al golpe de la “libertadora” contra el peronismo. Podría incluso decirse que es el sello de los sectores más gorilas del golpe contra Perón. Es decir, el sello de las armas, de la represión y de la muerte.
Es posible que la primera incógnita que tenga que develar la política argentina sea el de la subsistencia de la república. En concreto, libertad política, elecciones libres, ceses de las persecuciones y las proscripciones. Será muy interesante saber cómo se colocaría frente a este cruce de caminos el espacio que intenta ocupar el lugar del “centrismo”. La perspectiva de esta nota rechaza de modo absoluto la lectura que considera inevitable la mutua destrucción de los adversarios y la inutilidad del intento de generar alianzas amplias. Es necesario, según este punto de vista recuperar la perspectiva política de Lula. Que consiste en la centralidad de contar con una visión estratégica del mundo, encontrar nuestro lugar en esa escena y vincular a esa política estratégica la elección de nuestros aliados internacionales y las políticas a encarar.
Los últimos resultados electorales consagraron el triunfo de un fenómeno muy particular de la vida política argentina, con fuertes componentes de una tendencia mundial a la aparición de nuevas y viejas anti utopías: la apelación al antagonismo contra un monstruo imaginario (como todos en política), en este caso la política, ha llevado al actual gobierno a una situación paradójica: “no se puede confiar en la política, pero entonces cómo se hace política”. Los tiempos propios de la gravísima crisis económica argentina tenderán a ponerle su color al inevitable conflicto. Pero conviene saber que ninguna “premisa objetiva” podrá suplantar a la reconstrucción política de las fuerzas que enfrentan la ofensiva antinacional. Una reconstrucción que deberá ser respetuosa de los tiempos, de las proporciones y de las formas. Pero no puede desconocer las profundas causas estructurales y políticas de la crisis argentina.
20/08/2024 a las 7:47 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Nadie explica a Milei como Alberto y Cristina
Eduardo van der Kooy
Fuente: Clarín
(*) Notiar.com.ar
18/8/024
El escándalo del ex presidente por violencia de género es devastador para el pero-kirchnerismo. No queda bandera del relato en pie. El líder libertario agradece a las Fuerzas del Cielo.
Santiago Bausili, el titular del Banco Central, le había dicho a Luis Caputo, el ministro de Economía, que la inflación de julio perforaría el piso del 4%. No sucedió. Se clavó en ese dígito. Resultó, de todas formas, la más baja desde enero del 2022. El trazo que le sirve a la narrativa de Javier Milei para demostrar que el rumbo sería el correcto y retener así las expectativas sociales de una mayoría.
Esa fidelidad con oscilaciones permanece, aunque también empiezan a tallar las consecuencias de la profunda recesión. El consumo de julio, según la consultora Scentia, se desplomó un 16% respecto de igual mes de 2023. No hay fuera de ese paisaje nada inherente al Gobierno que alcance a explicar el conformismo popular y la centralidad indiscutida del líder libertario. Ninguna comparación con el pasado calzaría. Carlos Menem deambuló más de un año hasta que ancló en la convertibilidad. Atravesó ese desierto arropado por el peronismo nacional. Néstor Kirchner nació con poco poder (22% de los votos) pero fundó una nueva vertiente peronista que lo acompañó al compás de una economía que supo pilotear en un contexto interno y externo favorable que heredó después de la crisis del 2001. Milei casi no tiene partido, posee una representación parlamentaria de indigencia y recibió del kirchnerismo una nación quebrada. Sin embargo, se pavonea en la cima de la política.
Tal realidad continúa siendo motivo de indagaciones. Javier Balsa, miembro del CONICET y de las Universidades de La Plata y Quilmes, publicó su libro “Por qué ganó Milei”. Un compilado de quince encuestas de entre 5 mil y 7 mil casos nacionales realizadas desde principios de 2021 hasta fines de 2023. Entre infinidad de conclusiones subraya una. “El votante de Milei era totalmente desesperanzado. Pensaba que a la Argentina le iría mal. El votante de Massa (Sergio) era más esperanzado”, explica. Aclara: “Cuando preguntábamos como iba a estar el país dentro de 4 años si ganaba su candidato la mayoría de los votantes de Milei afirmaban que mucho mejor. En cambio, el votante de Massa pensaba que iba a estar igual o peor”. La diferencia entre uno y otro fue la capacidad de construir esperanza.
El antropólogo Pablo Semán editó su segundo libro sobre el fenómeno libertario (una compilación) llamado “El ascenso de Milei”. Habla del nuevo perfilamiento que tuvieron las demandas sociales y la irrupción de los segmentos juveniles. Afinca su argumentación en las promesas cumplidas por Milei. “La desaceleración inflacionaria para sus votantes es una promesa cumplida. No es el fin de la inflación”. Repara en otro aspecto controversial: “El Presidente dijo voy a hacer un ajuste y la vamos a pasar mal. Es lo que está ocurriendo. Es otra promesa cumplida. A mi juicio le genera rédito a Milei”, señala. De inmediato pone el dedo en la llaga: “La inflación moduló mucho la demanda política. El peronismo desestimó el problema. Incluso hoy diría que los dirigentes peronistas parecen no entender cuan grave es ese tema”, asegura.
Existe otra secuencia que, naturalmente, no forma parte del análisis de aquellos autores y colabora con el fortalecimiento de la escena política de este tiempo. Es el fracaso y la degradación integral consumada por el gobierno de Alberto y Cristina Fernández. En la desesperanza social incidió además la mala experiencia de Mauricio Macri. Hay una diferencia cualitativa: el macrismo perdió el control de la economía, pero resguardó algunos valores éticos e institucionales.
El escándalo desatado por la denuncia de violencia de género que la ex primera dama, Fabiola Yáñez, formuló contra Alberto ha revelado ante la sociedad las miserias ocultas entre las paredes del poder. Una verdadera bomba de profundidad que colocó en jaque a todo el peronismo. De tal dimensión resulta la onda expansiva que parece relegar a un segundo plano el origen de todo el descubrimiento: un sistema de negocios financieros a través de la contratación de seguros estatales que, al parecer, digitaba el ex presidente. Quizás ese fenómeno pueda ser atribuido a la propia historia kirchnerista: la corrupción ha sido inherente a su existencia desde el 2003.
Probablemente por esa razón aquel escándalo entre Fabiola y Alberto ha cruzado las fronteras como no lo hacen ya los episodios delictivos de la política que suceden en la Argentina. Una cosa es una mala relación de pareja, frecuente en cualquier cumbre del poder y en el llano. Otra muy distinta las revelaciones de maltrato aberrante que realizó la ex primera dama. En Uruguay, Luis Lacalle Pou, el presidente, se separó hace un año de su esposa. El anuncio fue formulado mediante un comunicado del Palacio de Gobierno. Nunca más se conoció nada anómalo en la vida del mandatario ni en la de su ex mujer, Lorena Ponce de León.
El gobierno español del socialista Pedro Sánchez también se sintió incomodado por la gresca argentina. Alberto había terciado varias veces en favor del premier a raíz del desencuentro ideológico y personal que mantiene con Milei. Fabiola, por otra parte, está residiendo con su hijo en Madrid. La ministra de Igualdad, Ana Redondo, se solidarizó con la ex primera dama de nuestro país. La alcaldesa de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, del Partido Popular, habría hecho un ofrecimiento de ayuda laboral a Fabiola. La política en estado dislocado.
Las acusaciones de Fabiola fueron escalando desde que el conflicto tomó estado público a raíz de la filtración de un chat del teléfono de María Cantero, la secretaria histórica del ex presidente. No fue, en principio, por una denuncia de la víctima. Del maltrato, los golpes y el “terrorismo psicológico” saltó a un supuesto secuestro virtual en la residencia de Olivos.
En el desarrollo del relato, entre muchos, existirían dos puntos en los cuales valdría la pena detenerse. La fiesta de Olivos en plena pandemia, por el cumpleaños de Fabiola, habría significado una profundización del conflicto de pareja. La ex primera dama afirma que contó, como mínimo, con la autorización de Alberto. El ex presidente osciló desde entonces en responsabilizarla con cariño (“Mi querida Fabiola”) hasta asumir su propia carga.
La otra cuestión apunta a quienes no le habrían brindado ayuda cuando la solicitó. Bajo la lupa colocó a la ex titular del Ministerio de la Mujer, Diversidad y Genero, Ayelén Mazzina. Fabiola y la ex funcionaria coinciden en haber compartido un viaje a Brasil y una cena protocolar posterior. La víctima asegura haberle contado todo su padecer. La ex ministra dijo que eso jamás ocurrió. Presentó un descargo judicial. Tarea para la investigación.
El dictamen del fiscal Ramiro González y la imputación contra Alberto podrían estar demostrando, en principio, que el relato de Fabiola ha resultado creíble. Precisó que son nueve los hechos destinados a ser esclarecidos. El punto de partida fue fijado en 2016 luego del compromiso de la pareja. Cuando, asegura la ex primera dama, fue forzada a realizar un aborto. La fecha tiene importancia: es anterior al traslado de ambos a la residencia de Olivos. Valdría para mantener la causa en Comodoro Py, a cargo de Julián Ercolini, y evitar su traslado a la Justicia Federal de San Isidro, como pretende Alberto.
González resultó cuidadoso con la citación de los testigos. Prefirió por ahora no imputarlos para que puedan contar todo lo que saben. Cualquier declaración testimonial se hace bajo juramento. El imputado, en cambio, no está obligado a declarar en su contra. Una persona clave es Cantero. Esposa del bróker Héctor Martínez Sosa, socio de Alberto y amigo del intendente de la residencia de Olivos, Daniel Rodríguez, que vive en una de sus propiedades. Aquella mujer sabe mucho del negocio de los seguros. Casi tanto como de los sufrimientos de Fabiola. Otro testigo crucial sería el médico de la Unidad Presidencial, Francisco Saavedra, que habría atendido a la primera dama después de una de las golpizas.
A priori, el fiscal González determinó que todos los actos denunciados representan delitos de lesiones leves y graves, empeoradas por el vínculo y por la violencia de género. Resta la declaración de Alberto. Aunque la configuración de los hechos podría representar para el acusado hasta una prisión de 10 años.
El ex presidente terminó de concretar su fuga definitiva de la política. Renunció a la presidencia del PJ, donde había tomado licencia. Entregó la tapita de una gaseosa. Hay quienes afirman que a ese sillón raleado aspiraría a ir Eduardo De Pedro. El ex ministro del Interior estuvo junto a una legión de fieles durante la declaración testimonial de Cristina en Comodoro Py por el intento de magnicidio del que fue víctima en 2022. Sobresalió una ausencia: la de Fernando Espinoza, intendente de La Matanza. Procesado por abuso sexual. Le pidieron expresamente que no fuera.
La presencia de Cristina no concitó el fervor de otros tiempos. Sólo un poco de movilización del conurbano. El ecosistema pero-kirchnerista está demudado por el escándalo de Alberto. También la líder pareció aflorar menos encendida que en otras ocasiones. Hizo una referencia indirecta al ex presidente. Se emparentó con Milei al declararse no feminista. Dijo haber sido también víctima de violencia simbólica.
Cristina criticó la investigación por el intento de magnicidio. Denunció que no se hizo nada para descubrir a los autores intelectuales y a los financistas. La ex presidenta había dicho muchas veces que debía rastrearse, en ese sentido, a Rosana Caputo, la hermana de “Toto” Caputo, el ministro de Milei.
El abogado de Brenda Uliarte, una de las acusadas, la interrogó justamente sobre esa cuestión. Cristina salió del paso con una generalidad.
Conoce que, en determinadas circunstancias, resulta muy peligroso jugar.
20/08/2024 a las 5:22 PM
SON TANTAS LAS ESTUPIDECES QUE ESCRIBIO KRUSE, QUE AHORA EL ESCRIBE Y SE CONTESTA A SI MISMO.
ESO LOGRO POR OBSECADO Y CABEZA HUECA.