Por Hernán Andrés Kruse.-

Donald Trump aprovechó una conversación que mantuvo recientemente con Elon Musk para elogiar a Javier Milei. Dijo el candidato republicano que cuenta con muchas chances de suceder en la Casa Blanca al demócrata Joe Biden: “Está haciendo un gran trabajo” (en referencia a la política económica que está ejecutando el presidente libertario). “Él realmente recortó”. “La inflación está bajando. Tenían una inflación como de un 2000 %, fuera de lo normal”. “Es una lección para los Estados Unidos. Argentina solía ser uno de los países más prósperos del mundo en los años 30, 40, y debido a la mala política de gobierno, se arruinó el país” (fuente: Infobae, 13/8/024).

No deja de sorprender el “feeling” que existe entre el presidente argentino y Trump. En efecto, Milei es un libertario, un anarcocapitalista, un internacionalista y un enemigo acérrimo del comunismo. Trump también es un enemigo mortal del comunismo, pero ¿defiende las banderas del anarcocapitalismo? La respuesta es negativa. Buceando en Google me encontré con un esclarecedor ensayo de Alfredo Ramírez-Nardiz (Universidad Libre-Barranquilla-Colombia) titulado “Aproximación al pensamiento político de Trump: ¿es el presidente de Estados Unidos un populista?” (Revista Española de Ciencia Política-2020), en el que pone en evidencia el antiliberalismo de Trump. Para Ramírez-Nardiz el candidato presidencial republicano es lisa y llanamente un populista. ¿Qué tienen, entonces, en común Milei y Trump? La respuesta es clara y contundente: su animadversión por el comunismo.

Escribió el profesor de la Universidad Libre de Barranquilla:

IDEOLOGÍA DE DONALD TRUMP

“¿Cuáles son los distintos elementos de la ideología de Trump? Partiendo de sus promesas electorales, de sus declaraciones en la campaña electoral de 2016, así como de sus actuaciones durante su mandato, se pueden proponer los siguientes rasgos ideológicos de Trump”.

REACCIÓN

“La ideología de Trump es esencialmente reactiva; es decir, de oposición a otros movimientos y corrientes, generalmente considerados progresistas por cuanto consistían en la ampliación o reconocimiento de derechos de minorías (hispanos, negros, musulmanes, inmigrantes o refugiados) (…) La ideología de Trump es reactiva como reactiva se puede considerar también a la llamada derecha alternativa (alternative right o alt-right) estadounidense, con la que se suele identificar a Trump. Así, para Almansa, aunque Trump tiene un perfil propio frente a dicha derecha alternativa, forma con ella parte de un mismo fenómeno anti-establishment: el de quienes se consideran traicionados por un Partido Republicano demasiado cercano al Partido Demócrata y que ha asumido concepciones de la izquierda como el multiculturalismo, la aceptación de la creciente inmigración y la integración de los Estados Unidos en la economía globalizada.

Trump puede parecer un supremacista cultural, xenófobo, racista o machista; pero ninguno de estos rasgos será más que la manifestación del verdadero fondo de su pensamiento, que no es otro que la reacción a todo lo que en su conjunto se ha llamado ideología progresista. Ante una sociedad estadounidense cada vez menos blanca, anglosajona, protestante y masculina, y caracterizada, en cambio, por un mayor pluralismo cultural, religioso y racial, las declaraciones de Trump reflejan la nostalgia de las esencias de la América WASP (white, anglo-saxon, protestant) supuestamente perdidas.

Trump encaja en la corriente populista estadounidense que critica a las élites en nombre del pueblo, pero entendiendo a dicho pueblo como aquellos de herencia europea (Kazin). Las declaraciones y actuaciones en este sentido abundan; así, por ejemplo, son xenófobas frente a los extranjeros, en general, y los mexicanos, latinoamericanos y procedentes de países musulmanes más en particular. Como indica Qiu, desde y tras el tiroteo de San Bernardino, Trump pidió un «total y completo cierre a la entrada de musulmanes en EE. UU.».

También tienen connotaciones racistas, como cuando en un debate presidencial Trump mostró a la población afroamericana como propensa a la delincuencia al afirmar que «afroamericanos e hispanos viven en el infierno. Caminas calle abajo y te disparan». Y pueden calificarse de machistas bien por ver a las mujeres como objetos sexuales-a su propia hija le otorgó un 10 en una hipotética clasificación de belleza femenina-, bien por denigrarlas por su comportamiento o apariencia física, como hizo en las declaraciones del autobús de 2005 en las que afirmó que, debido a su fama, podía hacer lo que quisiera con una mujer, incluso cogerla por su sexo (La Vanguardia), o el incidente con la ex Miss Universo Alicia Machado, a la que llamó asquerosa en Twitter y, según ella, también Srta. Peggy, por la cerdita de The Muppet Show, o Srta. Limpiadora (Ayuso).

Este modo agresivo de expresarse se desarrolló especialmente durante la campaña electoral de 2016 y puede enmarcarse en la actitud general de Trump hacia todos sus adversarios, tanto rivales políticos-lo sufrieron especialmente Jeb Bush y Ted Cruz en los republicanos (Broomfield) o Hillary Clinton entre los demócratas (Woolf)-como cualquier sujeto, comunidad o país al que ubique como antagonista, a los que tiende a denigrar y ridiculizar.

En contraste, basta con observar su actitud frente al supremacismo blanco. Así, tras los incidentes de Charlottesville, en los que hubo marchas del Ku Klux Klan y contramarchas, con un incidente donde incluso un coche envistió contra una contramarcha causando la muerte de una persona, Trump equiparó a los supremacistas blancos (entre los cuales dijo que había mucha buena gente) con quienes protestaban contra ellos (Cilizza). Esto sugiere que el modelo de sociedad que encarna es una reacción frente a aquella otra sociedad plural que se abre camino en Estados Unidos: la reacción de los hombres blancos anglosajones que se consideran desplazados y maltratados por la globalización y las transformaciones que esta supone (Almansa).

Para Lowndes, la imagen del populista estadounidense es la de un hombre blanco agraviado, desplazado de la centralidad en la política, en el trabajo y en el hogar. No obstante, el apoyo a Trump no solo procede de los trabajadores objetivamente empobrecidos por la globalización, sino de aquellos que subjetivamente se sienten empobrecidos y olvidados por ella. Entre sus votantes caben muchos más que aquellos realmente perjudicados por la globalización: clases medias blancas y heterosexuales que sienten que mujeres y minorías raciales y sexuales obtienen más beneficios sociales que ellos (De la Torre)”.

PROTECCIONISMNO ECONÓMICO Y AISLACIONISMO

“Trump ha defendido la necesidad de renegociar o salir de los tratados internacionales de libre comercio que Estados Unidos ha suscrito, al considerar que los mismos les perjudican. No es tanto que Trump se oponga al libre comercio internacional en sí, sino que se opone a la forma en la que este se había desarrollado hasta su llegada a la presidencia. El NAFTA con Canadá y México ha sido objeto de sus críticas; por ejemplo, en la campaña electoral de 2016 anunciaba: «Voy a decirles a nuestros socios del NAFTA que pretendo renegociar inmediatamente los términos de ese acuerdo para conseguir un mejor trato para nuestros trabajadores. Y no quiero decir solo un poco mejor, quiero decir mucho mejor».

También ha criticado las políticas deslocalizadoras de las grandes empresas estadounidenses, así como la posición ventajosa que, en su opinión, tienen los productos alemanes o chinos en Estados Unidos, llegando a afirmar que «hay gente que desearía que no me refiriese a China como nuestro enemigo. Pero eso es exactamente lo que son». Desde estas consideraciones, ha promovido la salida de Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, de la UNESCO y ha manifestado su deseo de sacar a Estados Unidos del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático”.

UNILATERALISMO Y MILITARISMO

“Trump ha urgido a los países de la OTAN a asumir mayores gastos en defensa, sugiriendo la posibilidad de que Estados Unidos se inhiba si alguno de los miembros de la Alianza es atacado por un tercero (Raymond). Esto lo ha simultaneado con una política exterior agresiva, abierta siempre a la opción militar (incluso nuclear, frente a Siria, Irán o Corea del Norte) y muchas veces contradictoria, en la que se pasa de la amenaza y el insulto a la cordialidad y el halago. Así, por ejemplo, en relación con China se ha afirmado que Estados Unidos se retirará de Asia, para a continuación negarlo; o se critica a la nación asiática, para después manifestar admiración por su líder. Como ha argumentado Abad, el estilo negociador de Trump parte de establecer unas exigencias muy duras, creando un escenario de tensión, para después rebajarlas, aparentar dar concesiones y así conseguir los resultados favorables buscados desde el principio.

No se puede olvidar su propuesta estrella de construir un muro con México; así, desde el comienzo de la campaña electoral en 2016, prometió «construir un gran muro en la frontera sur» y «hacer que Méjico pague por ese muro» (Qiu). En conjunto, plantea una política exterior que abandona la visión de los Estados Unidos como fuerza hegemónica en el mundo, máximo defensor y beneficiario de la globalización, para asumir otra en la que Estados Unidos actúa como potencia imperial que interviene en el exterior exclusivamente movida por sus intereses particulares. No es tanto que Trump sea un aislacionista puro, aunque atribuya todos los problemas de EE. UU. a terceros países, sino que desea un enfoque de la política exterior estadounidense diferente al globalista y de tipo imperialista, que no busca el liderazgo, sino la dominación (Smith)”.

NEGACIONISMO E ANTIINTELECTUALISMO

“Trump se ha caracterizado por relativizar la objetividad y tratar de crear su propia concepción subjetiva de la realidad, con la pretensión de que sea igualmente respetable que la objetiva y procedente de los datos probados. Ello puede observarse en su relación frente a la comunidad científica al negar el cambio climático, con expresiones como «no soy un creyente en un calentamiento global hecho por el hombre». También en su relación frente a los medios de comunicación, al relativizar los hechos y poner en igualdad las noticias con los rumores, las teorías conspirativas o las mentiras. La expresión «hechos alternativos» ganó fama cuando la asesora presidencial Kellyanne Conway la utilizó para justificar unas palabras del portavoz presidencial que habían sido acusadas de ser falsas.

Trump no apela a la razón de los ciudadanos, sino a sus emociones (a menudo a las negativas, como el racismo y la xenofobia) en un intento de establecer con ellos una vinculación emocional impermeable a cualquier crítica argumentada. Apunta Lowndes que esta vinculación que Trump establece con los votantes se construye sobre identificaciones emocionales en las que Trump interrelaciona elementos sensibles para dichos votantes: la ansiedad que generan los temas raciales con la precariedad económica, la masculinidad, el abandono sufrido por las élites políticas, etc.

Una manifestación del antiintelectualismo de Trump es la consciente y constante voluntad de ser políticamente incorrecto, de enfrentarse a los usos cultos y civilizados recurriendo a expresiones groseras, vulgares y denigrantes para las minorías, en la concepción de que así se visibiliza el enfrentamiento con las élites y se produce la identificación con un supuesto hombre sencillo que se expresa y comporta de un modo normal (Almansa). El contraste en el modo de expresarse en las elecciones presidenciales de 2016 de Clinton (seria, inteligente, sensible) y de Trump (intimidatorio, grosero, despreciativo) muestra la diferencia entre el lenguaje atribuido a las élites y el políticamente incorrecto utilizado por los populistas (Moffitt)”.

PERSONALISMO, CAUDILLISMO, MESIANISMO, PATERNALISMO

“Frente al lema de Obama, Yes, we can («Sí, podemos»), que manifestaba su propuesta de un pacto social transversal para mejorar la sociedad estadounidense, Trump se caracterizó durante la campaña presidencial de 2016 por presentarse a sí mismo como el único individuo capaz de solucionar todos los problemas del país. Para ello, se identificó con el «hombre medio» americano, víctima de los poderosos, de los medios de comunicación y de las élites económicas, políticas e intelectuales, y se presentó como la única herramienta que tienen los maltratados hombres buenos para recuperar sus puestos de trabajo perdidos, su sociedad rota y su dignidad pisoteada. Así, afirmó: «Os lo daré todo. Soy el único. Yo solo puedo arreglarlo».

En la misma línea, en la Convención del Partido Republicano de 2016 declaró: «Estos son los hombres y mujeres olvidados de nuestro país. Gente que trabaja duro pero que ya no tiene una voz. Yo soy vuestra voz». Trump materializa de este modo el elemento más tradicionalmente populista: la lucha del pueblo y del hombre sencillo contra las élites que abusan de él. Con todo, para Lowndes Trump no es tanto un campeón de la clase trabajadora frente a las élites, como sí fue habitual en pasadas oleadas populistas en Estados Unidos, sino que el presidente se muestra sobre todo como una figura que confirma el estatus degradado de estas clases trabajadoras, y cuyos seguidores responden menos a llamados por su condición de trabajadores que a la rabia brutal contra las élites, los inmigrantes, los musulmanes o los negros, a quienes consideran causantes de su miseria.

En función de estas características y asumiendo la complejidad que proporciona un líder capaz de pasar en apenas unas pocas semanas de una opinión a la contraria-así ocurrió en el caso de Corea del Norte que, de recibir amenazas de destrucción, «fuego y furia como el mundo nunca ha visto», pasó a ser reconocida como interlocutor válido con el que mantener reuniones cordiales, puede afirmarse que la ideología de Donald Trump se resume en una sola palabra: reacción. Es una ideología reaccionaria, si por tal se entiende aquella que reacciona frente a otra previa y que trata de revertir gran parte, si no la totalidad, de las transformaciones políticas, económicas y sociales realizadas en la presidencia anterior.

Frente a los años de Obama, en los que se apostó por el internacionalismo, los derechos sociales o la lucha contra el cambio climático, la presidencia de Trump parece en ocasiones no tener más objeto que derrumbar todo lo hecho por su antecesor: oposición al Obamacare, salida del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático, ruptura del pacto nuclear con Irán, etc. No obstante, afirmar que Trump es el opuesto perfecto a Obama sería un enfoque excesivamente centrado en el personaje, en sus filias y fobias personales porque, más allá de las personas, la ideología que Trump encarna es la respuesta frente a aquella que Obama personificó.

Así, frente a una visión del mundo enmarcada en las dinámicas globalizadoras, aparece un movimiento reactivo que pretende cerrar todo lo que la globalización abre. Frente a un Obama que simboliza —incluso personalmente— el cosmopolitismo y el triunfo de las minorías, Trump defiende alzar muros, físicos, económicos y sociales, que detengan la apertura que la globalización implica. En sus propias palabras, «americanismo, no globalismo, será nuestro credo».

La ideología de Trump es la reacción. La negación de los cambios producidos en las últimas décadas, que han llevado a una mayor interconexión mundial a nivel internacional (tanto política, como económica) y a una mayor aceptación de la heterogeneidad (racial, sexual, religiosa) a nivel nacional. Es posible ubicar esta ideología reaccionaria en distintas opciones políticas a ambos lados del Atlántico: Trump en los EE. UU. o diversos partidos europeos que ya en Alemania (AfD), Francia (Frente Nacional) o Italia (Liga) abogan por revertir gran parte de las transformaciones generadas por la globalización en aspectos económicos (libre comercio), políticos y sociales (inmigración), retornando a un mundo previo a dichas transformaciones”.

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