Por Hernán Andrés Kruse.-

“Para Trump: «La globalización ha hecho muy rica a la élite financiera, pero ha dejado a millones de nuestros trabajadores sin nada salvo pobreza y dolor de corazón». La ideología de Trump puede causar estupor en gran parte del público conocedor de los datos objetivos acerca de los progresos que el mundo está haciendo en el periodo histórico al que genéricamente se llama globalización, pero conecta bien con otra parte del público al que se suele considerar perjudicado por la globalización: clases medias y bajas que temen por su futuro económico y clases medias y altas sin miedos económicos, pero si culturales y sociales. En el primer caso, personas con bajo nivel de estudios, desempleadas o con empleos mal retribuidos, a los que les preocupan sus ingresos y los de sus hijos ante la llegada de inmigrantes y que sienten debilitarse sus derechos sociales bajo la presión de una economía globalizada. En el segundo, personas que creen perder la hegemonía del grupo social, racial, sexual o religioso del que forman parte, o desvanecerse el modelo de sociedad en el que creen, y a los que sienten amenazados por extranjeros, minorías, feminismo, etc. (…).

Para Mead, puede que la elección presidencial de Trump fuera una sorpresa, pero el movimiento que le condujo a la victoria no es nuevo, sino que hunde sus raíces en la historia estadounidense, siendo sus seguidores los herederos de aquellos que apoyaron al presidente Jackson, personas que no solo sienten descontento económico y que rechazan una dirección tecnócrata y elitista del Estado, sino que ven los cambios que sufre su país (como el vuelco demográfico a una sociedad menos blanca y más multiétnica) como una declaración de guerra.

Mead atribuye a Trump haber percibido en la sociedad estadounidense el auge del populismo nacionalista jacksoniano, esto es, del sentimiento de la América jacksoniana de estar bajo sitio, con sus valores atacados y su futuro amenazado tanto por las élites cosmopolitas (de ambos grandes partidos) como por los inmigrantes y otras minorías que, en conjunto, se han apoderado del gobierno y están transformando la esencia de los EE. UU. Por tanto, situar a Trump como un nuevo hito en la evolución del populismo histórico estadounidense puede resultar apropiado en el sentido de considerarlo como alguien que se presenta como un campeón de las clases populares, y en especial de la América WASP, frente a los denunciados atropellos de las élites, pero sin perder de vista que su emergencia, teniendo antecedentes típicamente estadounidenses, obedece igualmente a razones específicamente contemporáneas derivadas de la globalización y sus efectos. Resulta significativo, en el contexto de este choque entre clases populares y élites, que haya figuras como la ex secretaria de Estado Albright que consideren a Trump como el presidente de los tiempos modernos cuyas afirmaciones y acciones están más en desacuerdo con los ideales democráticos”.

PROPUESTA DE CARACTERÍSTICAS DEL POPULISMO

EL LÍDER CARISMÁTICO

“El populismo se apoya en la legitimidad carismática del líder (Mudde). Establece una fuerte relación entre el pueblo y el líder al que, excediendo sus funciones constitucionales concretas como jefe de Estado o de Gobierno, concibe como voz del pueblo-«no soy yo, soy el pueblo», dirá Chávez-(De la Torre), y personificación del mismo (Mudde y Rovira) y lo caracteriza como un caudillo, un salvador o un mesías. El líder suele asumir un rol hipermasculinizado, machista, fuerte, resolutivo, viril y confrontador (De la Torre), como si de un macho alfa de carácter tribal se tratara. No es por ello sorprendente que el líder populista casi siempre sea un hombre, rara vez una mujer.

La identificación que se produce entre el líder y el pueblo lleva a que las manifestaciones del líder se consideren la voluntad del pueblo. Por ello, cualquier opinión divergente-bien proceda de la oposición, de otra institución política o de la prensa-se asumirá como contraria al pueblo y malintencionada. Dice Erdogan: «Nosotros somos el pueblo. ¿Quién eres tú?» (Müller). Al darse esta identificación entre líder y pueblo, cualquier ejercicio de control sobre el líder, particularmente de la oposición parlamentaria, queda anulado a efectos prácticos.

El líder es para el populismo el eje en torno al que se unifican en una única voluntad todas las demandas y sensibilidades del pueblo. Laclau se refiere a este proceso como la emergencia del líder: «El populismo emerge, asociando entre sí estas tres dimensiones: la equivalencia entre las demandas insatisfechas, la cristalización de todas ellas en torno de ciertos símbolos comunes y la emergencia de un líder cuya palabra encarna este proces».

EL PUEBLO COMO UNIDAD

“Se crea la ilusión de concebir al pueblo como una unidad sin divisiones, ni fragmentaciones (Müller). No hay distintas sensibilidades ni intereses, sino un único pueblo que, en función de la idéntica racionalidad de todos sus miembros, no puede más que constituirse en una voluntad única que por necesidad debe ser buena, debe tener la razón y de la cual el líder se erige como intérprete necesario. La virtud del pueblo, frente a la maldad de la oligarquía, es uno de los pilares del populismo y puede rastrearse en los primeros partidos que recibieron la denominación de populistas, como el People´s Party de finales del xix en los EE. UU. (Rivero). La visión unitaria del pueblo, en realidad, no es otra cosa que una apariencia generada por una fracción que pretende que el todo se identifique con ella para servirse así de su legitimidad (Laclau). El populismo afirma que sobre el pueblo se ciernen amenazas internas y externas que tratan de aprovecharse de él, perjudicarlo o incluso destruirlo. Frente a estas amenazas, el populismo y su líder se ofrecen como medio de protección.

El pueblo acostumbra a ser identificado con unos elementos determinados (dependiendo del país: idioma, raza, religión, cultura, etc.) que llevan a que todos aquellos que no los cumplan sean, en la práctica, expulsados o no aceptados en él. Este es el caso de los extranjeros, inmigrantes o refugiados, que buscando integrarse en la comunidad receptora son tenidos como extraños, como enemigos del pueblo, como no pueblo. En palabras de Trump, «la cosa más importante es la unificación del pueblo porque el otro pueblo no vale nada» (Müller, De la Torre). Se fomenta una oposición en la que el líder dirige al pueblo contra el no pueblo (Krauze) y en la que se generan rupturas entre los grupos sociales, distinguiendo a unos como virtuosos y a otros como corruptos (Bonikowski y Gidron)”.

LA APELACIÓN AL PUEBLO

“La relación entre el líder y el pueblo se materializa en la recurrente solicitud que el primero hace al segundo para que se pronuncie. Indica De la Torre que Chávez, Correa y Morales «gobernaron a través de campañas y de elecciones permanentes […]. Los venezolanos votaron en dieciséis elecciones entre 1999 y 2012, los bolivianos en nueve entre 2005 y 2016 y los ecuatorianos en once entre 2006 y 2013». La apelación al pueblo se hace generalmente mediante la tergiversación de los instrumentos de la democracia participativa, particularmente las preguntas directas a la ciudadanía como referendos (Ivarsflaten) y plebiscitos, para legitimar el poder del líder frente al de las restantes instituciones del Estado. Estos instrumentos participativos, especialmente en los ámbitos municipales, no se utilizan para mejorar la democracia, sino para establecer relaciones clientelares en las que los ciudadanos autónomos acaban convertidos en masas agradecidas (De la Torre).

Dado que el populismo implica una crítica radical de la democracia representativa, a la que ve como materialización de la división entre élites y pueblo-representantes y representados-(Rivero), se apela al poder constituyente materializado en el pueblo y a su capacidad de refundar la sociedad, si bien con el fin último de concentrar el poder en el Ejecutivo (De la Torre), permitiendo al líder superar los límites y controles que impone la representación. Como para el populismo los representantes forman una élite corrupta, la única manera que concibe de tener una verdadera democracia es enajenar el poder de las élites y devolvérselo al pueblo, el cual, a su vez, se lo transmitirá al líder, quien materializará la voluntad popular. Por ello, el populismo, si bien afirma no tener otro objeto que darle el poder al pueblo, no hace más que servirse instrumentalmente de él para fortalecer al líder.

Renegar de las instituciones representativas, apelar al pueblo reunido en la plaza pública y apoderarse de la legitimidad de él emanada para ofrecérsela por aclamación al líder no es un descubrimiento contemporáneo y puede ser rastreado, entre otros, en el fascismo o el nacionalsocialismo durante el periodo de entreguerras. Conocida es la crítica de Sartori al recurso a referendos y plebiscitos, que, indica, multiplica los problemas y es una puerta abierta al demagogo que pone en peligro la democracia”.

EL ENEMIGO

“El populismo dota de un poder extraordinario al líder para que pueda salvar al pueblo del enemigo. El enemigo del pueblo (Weyland) puede ser interno o externo, concreto o difuso. Las élites políticas y económicas fueron el enemigo habitual para los populismos de finales del siglo xix y principios del siglo xx (Mudde y Rovira) y siguen siendo el enemigo más recurrente del populismo en la mayoría de los análisis actuales (Rivero). Enemigo pueden ser también los inmigrantes, refugiados y extranjeros, un país determinado o, incluso, el capitalismo internacional. El enemigo puede ser cualquiera, pero ha de haber un enemigo con el que no es posible negociar, solo cabe luchar y solo el líder capitaneando al pueblo puede imponerse a él. La existencia de un enemigo es crucial para el populismo porque una ruptura populista solo se produce cuando ha tenido lugar una dicotomización del espacio social en la que los ciudadanos se ven a sí mismos como miembros de dos campos enfrentados (Laclau)”.

EL RECHAZO AL ACUERDO

“Dado que el pueblo es una unidad, fuera de él solo puede habitar el enemigo. Esta es «la lógica schmittiana del populismo» (De la Torre). Con el enemigo no es posible pactar. No cabe concebir la política como un proceso de cesiones y transacciones, sino como una lucha en la que solo puede llegarse a la victoria o a la derrota; donde uno ha de imponerse al otro, establecer su hegemonía y materializar sus objetivos. El populismo rechaza las instituciones representativas, instrumento para el acuerdo entre rivales, al verlas como herramienta de las élites para hurtar el poder al pueblo (Bonikowski y Gidron). Ejemplo de este modo de concebir la política es la forma en la que, en el marco del debate político estadounidense, se ha denunciado que Trump negocia, comparándola con un secuestro con rehenes en el que el secuestrador es Trump, aquel que debe pagar el rescate la otra parte y los rehenes cualquiera que esté bajo el poder del presidente. Así, en la negociación con el Congreso sobre los inmigrantes se acusó a Trump de usar como rehenes a las familias que al cruzar la frontera son separadas (Chait)”.

EL IDEAL

“El populismo trata de volver a un pasado glorioso o alcanzar un futuro utópico. No cabe conformarse con reformas sociales parciales ni es aceptable realizar los cambios que la sociedad requiere de un modo progresivo. Hay que echar abajo la podrida sociedad actual y, desde cero, construir una nueva sociedad que carezca de todo defecto. El populismo gusta de presentarse «como subversivo del estado de cosas existente y también como el punto de partida de una reconstrucción más o menos radical de un nuevo orden» (Laclau). Las fuerzas populistas, tanto antes de alcanzar el poder como una vez alcanzado, acostumbran a defender la necesidad de refundar la sociedad realizando una nueva constitución que dé comienzo a una diferente etapa nacional, lo que puede desembocar no en textos de consenso, sino en textos partisanos que busquen perpetuar al líder y al movimiento populista en el poder (Müller). Señala Popper, y quepa aplicarlo al populismo, que uno de los rasgos que diferencia a la sociedad abierta de la cerrada es la concepción holística que tiene la segunda (a la que identifica con el totalitarismo) de las transformaciones sociales, a las que no ve como un proceso gradual, sino como un cambio brusco”.

LA EMOCIÓN

“El populismo no apela a la razón, sino a la emoción. No se dirige al cerebro de los votantes, sino a su corazón. Es habitual representar al votante populista como aquel que responde a estímulos más emocionales que racionales, pero no debe ignorarse a Müller cuando critica la relación necesaria entre los estados psicológicos dominantes de los votantes y su opción política, pues generalizar que todos los votantes del populismo son perdedores de la globalización que sienten más que razonan sería como decir que todos los votantes socialdemócratas son trabajadores envidiosos de los ricos. El populismo no ofrece tanto argumentos racionales, como consignas maximalistas. No duda en recurrir a las pasiones, alentando en no pocas ocasiones los más bajos instintos de los ciudadanos. Se argumenta, por ejemplo, que desde que Trump llegó al poder, el tribalismo, la división de la sociedad estadounidense en grupos de carácter racial, cultural o incluso lingüístico, vive un momento de auge (Felton).

Se habla de los hechos alternativos, que acostumbran a ser la versión subjetiva y generalmente falsa que de los hechos (objetivos) tienen sujetos particulares. Se relativiza la verdad, se ponen en duda las afirmaciones científicamente probadas y se deslegitima a los intelectuales a los que se acusa de engañar al pueblo y estar al servicio de poderes económicos o políticos interesados. Esta deslegitimación de los intelectuales parece encajar con la idea de que el votante populista tiene escasa formación y por ello desconfía de los que sí la tienen. Así, en el referéndum británico sobre la permanencia en la UE se comprobó que gran parte de los votantes pro brexit o no tenían cualificaciones o tenían un escaso nivel educacional: quince de las veinte áreas con menor nivel de formación del Reino Unido votaron a favor del brexit, mientras que las veinte más formadas votaron por continuar en la UE (Goodwin y Heath)”.

LA OPOSICIÓN A LA LIMITACIÓN AL PODER

“Dado que el líder habla en nombre del pueblo, no cabe limitar el poder del líder, pues hacerlo supondría limitar el poder del pueblo. El populismo erosiona los controles que existen para limitar el poder ejecutivo, tanto los ejercidos por los otros poderes del Estado como los que pueda hacer la prensa o las organizaciones de la sociedad civil. El populismo no es pluralista (Müller), concentra el poder y tiene tendencia al autoritarismo (De la Torre). Suele llevar a que la democracia desaparezca o quede desfigurada, si bien no súbitamente, como en un golpe de Estado militar, sino progresivamente, como un lento estrangulamiento (De la Torre).

El antagonismo entre liberalismo-como ideología que busca la limitación del poder-y populismo se sintetiza en el diferente grado de limitación del poder del líder: en el primero el líder no es más que un representante de la ciudadanía que ocupa un cargo limitado constitucionalmente en sus facultades y en el tiempo; en el segundo, el líder, como encarnación del pueblo, tiende a exceder todo límite constitucional llegando a situarse por encima de todo límite constitucional. No es extraño en el populismo demandar sucesivas reformas constitucionales que adapten el texto constitucional a la cada vez mayor ambición de poder material y temporal del líder. Sin embargo, como indica Popper, la virtud crucial de la democracia es contener y equilibrar el poder. De ahí el imposible maridaje entre populismo y democracia liberal”.

EL RECHAZO AL LIBRECAMBIO

“El populismo crea nuevas fronteras y las fortalece allí donde ya existen, y ello mientras afirma proteger con ello al pueblo. Por ello, el librecambio, al permitir que el capital y, en menor medida, los trabajadores extranjeros puedan moverse con libertad, penetrar en el país y romper la unidad del pueblo es visto como un riesgo que debe ser controlado y, si es posible, extirpado. De ahí que el populismo opte por renegociar los tratados de libre comercio o salirse de ellos; opte por el proteccionismo e imponga aranceles, provocando subidas de precios que perjudican a los consumidores-los aranceles impuestos por Trump encarecieron el precio de las lavadoras una media de cien dólares (Zilber)-; se oponga al movimiento internacional de las empresas y de los trabajadores, y defienda una cierta autarquía en la economía nacional. Especialmente es hostil con los inmigrantes, a los que acusa de robar los trabajos de los nacionales o perjudicarles bajando los sueldos y los derechos sociales: la web de la Casa Blanca, bajo el epígrafe «Inmigración», relaciona su limitación con la protección de los trabajadores americanos (White House), y la Liga en Italia utiliza publicidad electoral con lemas como «Stop Invasione» en referencia a la alegada invasión de inmigrantes (Leganord)”.

NACIONALISMO

“El populismo plantea una concepción unitaria del pueblo y una idealización del pasado que le lleva a interpretar la historia de un modo interesado; además, su identificación habitual del enemigo con lo extranjero hace que el populismo sea normalmente nacionalista. Busca recuperar la soberanía supuesta o efectivamente perdida, ya sea rompiendo los acuerdos internacionales y aislando al país, ya tratando de independizar regiones de un Estado al aplicar a una menor escala territorial los mismos principios. En esta clave de recuperación de soberanía cabe entender algunas de las promesas electorales del partido Vox para las elecciones de 2019, o lemas electorales como Take back control («recuperar el control»), que usaron los defensores del brexit (Goodwin y Heath).

Los lemas electorales de Trump, America first («América primero») y Make America great again («Hacer América grande de nuevo»), resumen un nacionalismo que cree que el mundo exterior le agrede. Lemas que han sido relacionados con los usados por los grupos antisemitas y nazis estadounidenses de los años treinta y cuarenta (Calamur). Este nacionalismo suele concretarse en el deseo de fortalecer las fronteras frente a la denunciada invasión de extranjeros, no siendo extraño que el fortalecimiento fronterizo se materialice en la propuesta de construir muros. El más famoso es el muro con México propuesto por Trump, pero en Europa no son pocos los partidos que defienden esta misma respuesta a la inmigración. En España, en la propuesta electoral de su programa electoral de 2019 Vox propone construir sendos muros infranqueables en Ceuta y Melilla”.

(*) Alfredo Ramírez-Nardiz (Universidad Libre-Barranquilla-Colombia): “Aproximación al pensamiento político de Trump: ¿es el presidente de Estados Unidos un populista?” (Revista Española de Ciencia Política-2020).

Share