Por Hernán Andrés Kruse.-

En los últimos días el presidente de la nación lanzó, a través de un video, una infame comparación del kirchnerismo con un virus al que titula “Ku-Ku 12”. En él se observan a figuras políticas y del ambiente artístico con la fisonomía de zombies. Las más resonantes son la ex presidenta de la nación, Cristina Kirchner, el ex presidente Alberto Fernández, el ex candidato presidencial por el Frente de Todos, Sergio Massa, Fito Páez y Florencia Peña. El mensaje es claro y contundente: el kirchnerismo es un virus que arrasó con la Argentina que edificaron los Sarmiento, Roca, etc. Es, por ende, una enfermedad letal, como el cáncer de colon. En consecuencia, no queda más remedio que exterminarlo si se pretende curar al país.

La consideración del oponente como un virus apocalíptico destruye todo atisbo de convivencia civilizada. Para Javier Milei la Argentina está gravemente enferma y esa enfermedad se llama kirchnerismo. En consecuencia, se le deben aplicar todos los remedios que sean eficaces para vencer a semejante patología. El mensaje es extremadamente peligroso porque nuestra ajetreada y dramática historia demostró que semejante concepción política y filosófica produjo un daño cuyas consecuencias aún padecemos.

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Analía Dilma Rizzi (Profesora de Historia-UBA) titulado “Enemigo al acecho. La construcción del contradestinatario en el discurso de los presidentes militares (1930-1982)”. Nos recuerda el relato del que se valieron los sucesivos presidentes militares entre 1930 y 1982 para legitimar su política de orden. Si bien el presidente Milei, a diferencia de Uriburu, Onganía y compañía, fue elegido por el pueblo, el video en cuestión hubiera sido aplaudido a rabiar por los mandatarios castrenses.

DESDE LAS SOMBRAS

“El tópico de la salvación/defensa de la nación/la patria/el país, recurrente en los discursos de los presidentes militares, construye la imagen de la Argentina amenazada, siempre en peligro de ser destruida por un enemigo que prefiere las sombras a la luz. De manera que, ante el peligro que este enemigo representa, la única opción es emprender una lucha que expresa la oposición entre el bien y el mal. Con el objeto de analizar la construcción del enemigo, realizamos el cuadro de las oposiciones a los “conceptos esencialistas” de nación, patria, país, república y pueblo. Al hacerlo, constatamos una abrumadora prevalencia de denominaciones con un alto grado de ambigüedad semántica, que producen el efecto de designar como adversarios a múltiples y variados actores sociales y de reforzar el imaginario de un enemigo capaz de escudarse en la oscuridad de sus procedimientos. Sólo en dos de los regímenes de facto encontramos alusiones directas a los gobiernos derrocados por el golpe de estado en cuestión. En cambio, en todos los casos, aunque de manera muy limitada, hallamos referencias explícitas a ideologías políticas o a partidos políticos y como tópico particular, la puesta bajo sospecha de la política y los políticos.

Si bien todos y cada uno de los gobiernos de facto se presentan ante la sociedad como la solución a los “males del pasado reciente”, sólo dos de ellos -justamente aquellos que derrocaron a los presidentes con más consenso popular- aluden directamente al gobierno depuesto. Coinciden en la caracterización centrada, por un lado, en la denominación de dictadura o tiranía y por otro, en el carácter corrupto de los gobernantes y sus partidarios, sobre los que caen epítetos como secuaces, delincuentes, explotadores, saqueadores y hasta, en el caso del peronismo, de nueva oligarquía/nuevos ricos. La diferencia que cabe notar es que -aunque no es la selección léxica más frecuente-Uriburu nombra a Yrigoyen y a Alvear, mientras que los golpistas de 1955, producen el borramiento de los nombres propios del peronismo.

El enemigo queda, así, despojado de su identidad para ser objeto de una serie de denominaciones que sólo lo nombran desde el lugar de sus atributos negativos. Esta operación de despojamiento de la identidad que convertía al enemigo en una suerte de fantasma portador de la mayor de las amenazas sobre la sociedad, se acentuaría en los gobiernos militares posteriores hasta alcanzar su grado máximo en la discursividad del Proceso. Por otra parte, advertimos escasas ocurrencias de los nombres de ideologías o partidos políticos. Esto, indudablemente, no implica que no se los viera como enemigos, sino que se tendía a englobarlos dentro de las categorías que designan de manera indefinida a todos aquellos que alteran el orden.

Precisamente, el tema del orden se constituye en eje vertebrador de la discursividad de los regímenes de facto y, a partir de la disyunción orden-desorden, se define la enunciación de ese otro par dicotómico: el de la oposición amigo-enemigo. El enemigo se ubica, en consecuencia, en el polo del desorden, por lo tanto, se erige en la encarnación del mal absoluto. De Uriburu en adelante, el enemigo es portador de ciertas marcas distintivas que, más allá de los contextos cambiantes y de las resemantizaciones y agregados terminológicos que se producen en la “larga duración” del golpismo argentino, se mantienen como regularidades.

En primer término el enemigo, en tanto representación del mal, se define desde metáforas de la oscuridad y de la suciedad. Este enemigo, agente del mal, sólo sabe de conspiraciones, de intenciones malévolas, confunde a través de palabras engañosas y de rumores, miente y se infiltra. Esa manera de actuar dice algo más sobre el enemigo: es cobarde. Así lo podemos ver en los siguientes ejemplos:

“… hombres que se solidarizan en forma ostensible o vergonzante con el régimen depuesto, al ver fracasada toda tentativa de contrarrevolución, desatan su despecho, ya que perdieron las esperanzas de retornar al gobierno, difundiendo rumores malévolos contra el país y contra su crédito en el extranjero. Esa gente, revolcándose cobarde en la impotencia, cual si fuera aliada del anarquismo comunista, busca minar al Ejército y la solidaridad de los oficiales a base de la mentira” (Uriburu-7/7/31).

“Ciertos políticos desalojados de las posiciones públicas usan toda clase de recursos en vanos intentos de desprestigiar la obra de la revolución. El infundio, el rumor intencionado, la desconfianza suspicaz, son elementos de su diaria campaña. Con ello sólo engañan a los timoratos o sorprenden a los ingenuos. Realizan su obra perturbadora en el interior y sorprenden bajo el amparo del asilo, en países extranjeros. Juegan indecorosamente con el prestigio del país, realizando desde las naciones donde se han radicado, con abuso de la hospitalidad que se les otorga y como medio de postergar las sanciones punitivas que merecen, la mascarada de la conspiración en aras de un ilusorio retorno al poder que no supieron honrar.” (Farrell-4/6/44).

“Existen, y hay probadas constancias, enemigos emboscados en todos los sectores de la vida nacional, dedicados a crear y a apoyar conflictos cualesquiera que ellos sean. Así se pretende alterar y perturbar la línea trazada por la Revolución, en el aspecto inmediato y someter hombres y al mismo país cuando llegue la oportunidad a una ideología que nos es extraña (…) Agitando banderas de pacifismo y de beneficio social usan las trompetas del engaño y la mentira, captando hombres honestos dueños de una vida de trabajo noble y responsables de una familia constituida. ¡Abran los ojos los argentinos porque los enemigos, con su arte insuperable, se infiltran ante la primera vacilación y en cualquier actividad!” (Aramburu-8/9/56)

“Gozábamos hasta hace pocos días, de un clima de tranquilidad y trabajo, que era excepcional en un mundo desgarrado por la anarquía y la violencia. El gobierno mismo no compartía entonces el optimismo de muchos argentinos, que creían haber hallado por fin una solución ideal para progresar en paz y libertad. Conocíamos a nuestro adversario. Desde el primer día de la revolución, empezaron con su prédica disolvente. Sembraron pesimismo e incertidumbre. Criticaron siempre sin aportar nunca una solución concreta. Se escudaron en el anonimato del rumor, la versión falsa y la noticia instrumentada; en la conjetura maliciosa y en el comentario suspicaz.” (Onganía-7/7/69).

“La subversión sirve a una causa esclavista y a una concepción que aniquila los derechos humanos. Una concepción nihilista, sin Dios, sin libertad, sin dignidad humana y sin lealtad. Una concepción donde rigen los antivalores de la traición, la ruptura de los vínculos familiares, el crimen sacrílego, la crueldad y el engaño sistemático. Las fuerzas armadas ya han infligido golpes decisivos a ese enemigo solapado, demostrando su aptitud combativa, su eficacia operacional y, por sobre todo, su coraje. Pero la lucha se dará en todos los campos, además del estrictamente militar. No se permitirá la acción disolvente y antinacional en la cultura, en los medios de comunicación, en la economía, en la política o en el gremialismo. Los emboscados tendrán que salir de sus cubiles. Ningún crimen, ninguna traición, ninguna afrenta, quedarán impunes.” (Videla-7/7/76)

Tal como este último fragmento nos permite reconocerlo, se produce una deshumanización del enemigo al asimilarlo con animales que se esconden en sus cubiles/refugios. Además, desde las sombras, agazapado, solapado en sus acciones, el enemigo porta el estigma de la enfermedad, inocula sus virus al cuerpo social. El organicismo impregna el discurso. Los enemigos son gusanos de pobredumbre, elementos nocivos, fermentos despreciables y regresivos, extremismos malsanos, un cáncer que hay que extirpar, un virus totalitario, un flagelo. Y como sucede con las enfermedades, el ataque de esos enemigos deja secuelas en la sociedad.

Entre las denominaciones más frecuentes y cargada de una gran indefinición, se encuentra en todos los casos la de extremismo/extremistas para referirse al enemigo. Para Uriburu, la expresión del extremismo son el anarquismo y el comunismo pero su acción se vuelve aún más peligrosa porque forman alianza, asociándose con el radicalismo y bandoleros (sic) para conspirar contra el gobierno. De manera que podemos decir que la actitud defensiva y paranoica se manifiesta desde el primer golpe de estado. En ese mismo sentido, Farrell al referirse a las prédicas ajenas al sentimiento argentino en su discurso del 4 de junio de 1945 dice: “Todos los extremismos conducen al caos y provocan la división suicida de las sociedades”

Aquí aparece otro elemento común a todos los discursos que analizamos: atribuirle al enemigo la intención de disolver a la nación o, desde una connotación de mayor afectividad, a la patria. Es decir, que el enemigo-no importa cómo se lo describa-es siempre enemigo de la patria, por ende, de los valores esenciales de la argentinidad. Se construye, así, una idea de alteridad, según la cual el mal viene de afuera, no forma parte del modo de ser argentino. El enemigo es siempre un invasor, alguien que expresa ideas extrañas/ajenas/foráneas, aunque haya nacido en la Argentina. Por lo tanto, la dicotomía adentro-afuera atraviesa el discurso al punto de colocar el bien en relación con la argentinidad y sus valores y el mal en franco parentesco con los antivalores de lo antiargentino.

Este adversario que opera clandestinamente para llevar adelante sus propósitos criminales halla en las universidades uno de sus lugares predilectos para sembrar sus ideas y generar el conflicto. Todos los presidentes militares dedican párrafos al tema de las universidades como lugares del peligro para la patria/nación. Como consecuencia, los jóvenes estudiantes se tornan ora en enemigos, en tanto adscriben a las doctrinas extrañas a la nacionalidad, ora en víctimas inocentes de la prédica disolvente, encarnada en muchos casos por los mismos docentes, que pasan a ser sospechosos o directamente, cómplices de esas ideas:

“La enseñanza universitaria, desde algunos años atrás, ha sido profundamente perturbada por la influencia de sistemas políticos y sociales opuestos a los que informan nuestra civilización y nuestras instituciones y notoriamente contrarios a los fundamentos racionales que han determinado la creación y sostenimiento de las universidades del país” (Uriburu-6/9/31).

“La perturbación, el descreimiento público y una suerte de irresponsabilidad colectiva, prolongaban tal estado de cosas en los claustros universitarios, ambientándolos de inquietudes disolventes e inorgánicas. El laboratorio y el aula habían perdido su digna jerarquía y su prestancia tradicional. Al estudio reposado e investigador sucedía la exposición verbalista y doctrinaria, sin contenido científico, destinada más a perturbar anarquizando que a cultivar enseñando. (…) La política activa no debe penetrar más allá de las puertas de la Universidad. Nada debe interrumpir el sereno ambiente en que se plasma el futuro de la Nación…” (Farrell-4/6/44).

“La educación es uno de los problemas esenciales porque en ella está involucrada la formación de nuestra juventud y el futuro de la patria; en el texto de las leyes buscaré la solución en el jerárquico llamado a los hombres de elevada cultura, con la experiencia y la reciedumbre espiritual indispensable para darnos la solución de un problema que a todos preocupó siempre y que ha sido bastardeado por el gobierno depuesto en el intento de convertir escuelas y universidades en instrumentos de su propaganda política, de su demagogia y de su afán de corromper conciencias para disponer de instrumentos dóciles” (Lonardi-23/9/55).

“El país requiere de la comunidad universitaria que extirpe definitivamente de su seno a quienes utilizan el derecho de estudiar, privilegio del que no gozan otros, para crear condiciones de desorden y de destrucción” (Onganía-7/7/69).

“En lo que hace a la educación, el gobierno de las fuerzas armadas debió, ante todo, pacificar y reorganizar las universidades, penosamente afectadas por el accionar ideológico de la subversión y hacer frente, al mismo tiempo, al estado de desatención en que se encontraban la enseñanza primaria y secundaria y el personal docente que la imparte” (Videla-26/3/81).

Más allá de estas constantes que señalamos para todos los discursos de los presidentes militares, importa encontrar las rupturas y las nuevas emergencias de acuerdo con el contexto en que se sitúa cada uno de los procesos de facto. En primer lugar debemos subrayar, que si bien están ya presentes en la construcción de la figura del enemigo las ideas de disolución de la patria y el organicismo, en el discurso de Uriburu no se halla el término subversión, de larga historia en los regímenes militares posteriores. En su discursividad predomina la enunciación de un contradestinatario sedicioso, es decir, capaz de levantarse contra el orden establecido, en este caso, el del gobierno militar. Por eso el enemigo es, además, un perturbador, en tanto pone en peligro los logros de una “Revolución” que se impuso en su intención de salvar a la república. En tanto Uriburu define a su gobierno como poseedor de consenso popular, los enemigos son sectarios, selección léxica que implica colocarlos en el lugar de una minoría que persigue fines propios, en contra del bien general.

La definición del enemigo como perturbador y sectario se repite en el golpe del 43, pero, además, los presidentes del período introducen un término de fuerte connotación negativa, destinado a perdurar en el lenguaje de los regímenes de facto posteriores: el de subversión. Así como este término comparte con sedición el sentido de la alteración de un orden, su sentido se extiende más allá, hacia una dimensión que supera lo político para colocarse en el campo de lo moral. Subvertir no es solamente alterar el orden político establecido, sino, y ante todo, perturbar, trastornar, negar, y aún más, emprender acciones contra los valores morales de la sociedad. Si para Uriburu la cuestión del enemigo se centraba en una disputa por el orden político que se consideraba válido para el pueblo argentino, los golpes de estado posteriores agregan y, a la vez, instalan en lugar principal una lucha por la salvación de los valores trascendentes del pueblo argentino o los de un orden más amplio aún, el de la civilización occidental y cristiana”.

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