Por Hernán Andrés Kruse.-

Javier Milei ganó el ballotage del año pasado proclamando a viva voz su devoción por la libertad. Sin embargo, una vez en el poder demostró que lejos está de ser un genuino liberal. ¿Por qué? Por una contundente razón: su incapacidad para respetar a quien piensa de otra manera, para quien osa cuestionarlo. El presidente es un anarcapitalista en lo económico pero es un autoritario en lo político y filosófico. Por un lado, cree que su pensamiento es una verdad revelada y, por el otro, que instituciones centrales del liberalismo político, como el Congreso, son innecesarias.

El presidente es, por ende, un claro ejemplo de lo que se ha dado en llamar el “liberalismo autoritario”, de un liberalismo que en los hechos implica la fornicación del liberalismo como filosofía de vida. Buceando en Google me encontré con un ensayo de Leandro Matías Saidel (Facultad de Trabajo Social de la Universidad Nacional de Entre Ríos) titulado “El neoliberalismo autoritario y el auge de las nuevas derechas” (Repositorio Institucional Conicet Digital-2021). Brinda una clara explicación del tema (por razones de espacio me limitaré a transcribir una parte del paper).

INTRODUCCION

“En los últimos años, especialmente después de la crisis financiera global de 2007 y la respuesta que distintos Estados occidentales tuvieron frente a la misma —desde el salvataje a los bancos, los desahucios, los programas de ajuste estructural para los Estados endeudados, la represión de las protestas y el endurecimiento del workfare y el debtfare—, diversos teóricos han señalado la emergencia de un neoliberalismo autoritario (Bruff; Tansel; Ryan) o punitivo (Davies). Para algunos, esto representa una nueva etapa en el capitalismo neoliberal, que puede ser claramente diferenciada de su período hegemónico (Davies), caracterizado por un intento de construir consensos en torno a la legitimidad y necesidad de las políticas neoliberales (Davies; Bruff; Tansel). Incluso, la radicalización de la crisis con los mismos remedios neoliberales que la habían generado —como las respuestas de austeridad desarrolladas sobre todo por la Troika en Europa o los ciclos de endeudamiento y ajuste en América Latina—, ha sido el caldo de cultivo de lo que varios autores han denominado como “fascismo neoliberal” (Giroux; Fassin), “neofascismo” (Lazzarato; Sztulwark; Cavallero y Gago; Guamán et al), “postfascismo” (Traverso) o “autoritarismo libertario” (Brown).

Este momento autoritario del neoliberalismo encontraría su culmen en la consagración electoral de Trump y Bolsonaro como representantes más destacados de la derecha radical populista (Antón-Mellón y Hernández-Carr; Mudde; Acha). Cabe reconocer así dos fenómenos concomitantes que deben ser analizados en su singularidad y en su relación recíproca. Por un lado, el devenir autoritario del neoliberalismo y, por otro, el auge de una nueva derecha radical capaz de ganar elecciones y ejercer el poder político, desplazando así el eje de la política actual hacia coordenadas cada vez más reaccionarias. En lo que refiere al primer aspecto, sin desconocer algunas diferencias empíricas entre distintas etapas y geografías del neoliberalismo, no quisiéramos exagerar las discontinuidades entre un neoliberalismo supuestamente consensual, democrático, globalista, abierto, multicultural, plural y progresista y este nuevo neoliberalismo reaccionario (Fraser & Sunkara), pues daría lugar a una periodización predominantemente eurocéntrica (Ryan) o atlántica.

En efecto, plantear la existencia de un autoritarismo neoliberal como una novedad absoluta equivaldría a desconocer, al menos, sus violentos orígenes políticos en las dictaduras genocidas del cono sur, en los programas de ajuste estructural impuestos mediante el chantaje de la deuda a países de América Latina y África, en los shocks privatizadores de los países ex socialistas (Klein), no solo de Europa sino también de Asia y en el “populismo autoritario” (Hall) de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, los cuales, según el propio Davies, han sido las figuras centrales de la etapa combativa del neoliberalismo (Davies). Incluso supondría olvidar las raíces imperialistas de los dispositivos de poder financieros, biopolíticos y disciplinarios que tuvieron sus orígenes en la dominación de los pueblos colonizados (Alliez y Lazzarato; Lazzarato; Mbembe) y la realidad persistente de la acumulación por desposesión (Harvey).

Por lo que respecta al auge de nuevas derechas, diferenciaremos, en el campo de la ultraderecha (Mudde; Acha), a la extrema derecha, con poca relevancia a nivel electoral, de la derecha radical, que es la que mejor ha sabido capitalizar el descontento popular en diversos países frente a la crisis generada por el propio neoliberalismo autoritario e incluso frente a experiencias de izquierda que han sido derrotadas, como la llamada “marea rosa” latinoamericana o la coalición de Syriza en Grecia. En ese marco, distinguiremos entre derechas radicales nacional-liberales o neoliberales autoritarios, que rechazan a las instituciones globales por considerarlas un estorbo de burocracias socializantes para el desarrollo del capitalismo nacional, y una derecha social-identitaria, crítica de las políticas de austeridad recomendadas por la governance neoliberal, y que promete una defensa de los derechos sociales de los trabajadores nacionales y de los valores tradicionales, excluyendo a los inmigrantes.

Ahora bien, si aceptamos que el capitalismo financiero sigue siendo el modo de acumulación predilecto y que la razón neoliberal establece las normas que rigen nuestras conductas, deberemos insistir en la distinción entre las políticas de estas nuevas derechas, signadas por una defensa de las jerarquías de raza, clase, género y nación, y el autoritarismo y la violencia inherentes a la propia racionalidad neoliberal. Esta busca transformar a los seres humanos en agentes económicos en permanente competencia. Sin embargo, a diferencia de cuanto afirman ciertas teorías del capital humano, el homo oeconomicus nunca puede ser del todo desantropologizado, en la medida en que se mantienen jerarquías raciales, nacionales y sexuales entre quienes pueden ser empleados y quienes deben descartarse y entre quienes pueden autogobernarse y quienes deben ser gobernados (Cornelissen; Elyachar; Salzinger). En lo que sigue, buscaremos profundizar en estas distinciones analíticas para comprender no solo las continuidades y rupturas al interior del capitalismo neoliberal sino también de qué manera caracterizar a las nuevas derechas”.

NEOLIBERALISMO Y AUTORITARISMO

“Si bien el concepto de neoliberalismo autoritario comienza a circular en las ciencias sociales en especial a partir de la crisis global del 2007, también sirve para marcar una continuidad profunda con las raíces mismas del proyecto neoliberal y con su materialización política. Por supuesto, el neoliberalismo podría ser interrogado como una simple teoría de la economía, o como una teoría económica de la sociedad y la política que entiende defender la libertad del ser humano a partir de garantizar la competencia en el mercado y evitar la intromisión del Estado en la planificación económica o la redistribución de la riqueza.

La pregunta que surge inmediatamente es: si en teoría el (neo)liberalismo tiene como objetivo último producir espacios de libertad para la toma de decisiones, ¿cómo es posible que se vuelva cada vez más autoritario? ¿Esa libertad es en su materialidad la misma para todos? ¿Es lo mismo ser un trabajador asalariado que uno precarizado, migrante, racializado, feminizado, etc.? Teniendo en cuenta estas tensiones entre lo formal y lo material hay quienes, parodiando la vieja tensión entre las egregias teorías socialistas y sus decepcionantes materializaciones históricas, han marcado una diferencia entre neoliberalismo realmente existente y las utopías del libre mercado. Más allá de que el neoliberalismo nunca se planteó en dichos términos, con esa separación la teoría parece quedar inmaculada, puesto que nunca fue realmente puesta en práctica. Así, las ideas no se ven contaminadas por la violencia que supuso la implementación de las políticas neoliberales y el fracaso de sus predicciones en cuanto al crecimiento económico y el bienestar colectivo.

En el extremo opuesto se sitúan quienes hacen de la realidad un simple reflejo de las ideas. En ese marco, quienes defienden el ideario neoliberal sostienen que la idea comunista es la que está en la base de los crímenes de los totalitarismos socialistas del siglo XX y que la búsqueda de la igualdad, la justicia social o incluso la planificación económica lleva siempre al totalitarismo. Mutatis mutandis, quienes se oponen al capitalismo neoliberal podrán decir que toda forma de sociedad basada en la competencia y en el individualismo propietario llevarán necesariamente a un darwinismo social y a una ruptura del lazo social que será colmada por una violencia cada vez mayor.

Estas simplificaciones pueden evitarse considerando conjuntamente al neoliberalismo como “colectivo de pensamiento” y los procesos de neoliberalización, puesto que, si por un lado, los teóricos neoliberales se opusieron a los regímenes totalitarios de la década de 1930, sus teóricos promovieron una visión elitista y antidemocrática de la sociedad y bendijeron, más tarde, regímenes autoritarios y genocidas como las dictaduras de Chile, Brasil y Argentina. En ese marco, cuando hablamos de neoliberalismo autoritario tenemos presentes las propias reflexiones, preferencias e intervenciones de quienes se pensaban a sí mismos como defensores de la libertad —principalmente económica— frente al socialismo, el keynesianismo y el estado de bienestar y que, para ello, no dudaban en poner límites a la soberanía popular.

Este es el caso de los ordoliberales como Walter Eucken, Wilhelm Röpke, y Alexander Rüstow, que abogaban por un Estado fuerte que garantizara el funcionamiento del mercado y que, hacia el final de la república de Weimar, estaban de acuerdo con la crítica del pluralismo democrático realizada por Carl Schmitt. Para Rüstow, el Estado fuerte debía permanecer aislado de la dinámica erosiva de la democracia de masas. En los años sucesivos, estos autores van a defender la concepción de un Estado autoritario y jerárquico en oposición al totalitarismo/ colectivismo. En un sentido similar, el austriaco Friedrich Hayek distinguía a la democracia, como método de producción de leyes, del liberalismo, como una doctrina sobre lo que la ley debería ser. Así, el liberalismo se opone al totalitarismo y la democracia al autoritarismo.

Así como la democracia puede conducir al totalitarismo, pueden existir regímenes autoritarios e incluso dictatoriales que sean liberales. “El liberalismo […] se preocupa principalmente de la limitación del poder coactivo de todos los gobiernos, sean democráticos o no, mientras el demócrata dogmático sólo reconoce un límite al gobierno: la opinión mayoritaria. La diferencia entre los dos ideales aparece más claramente si consideramos sus oponentes. A la democracia se opone el gobierno autoritario; al liberalismo se opone el totalitarismo. Ninguno de los dos sistemas excluye necesariamente al opuesto. Una democracia puede muy bien esgrimir poderes totalitarios, y es concebible que un gobierno autoritario actúe sobre la base de principios liberales” (Hayek). Por lo demás, Hayek señala la incompatibilidad entre una democracia ilimitada y el funcionamiento del mercado. Por eso se debe garantizar que el proceso político sea manejado por élites con visiones neoliberales con mínima posibilidad de control popular y elección democrática. Esto debería incluir medidas constitucionales que eviten resultados socialdemócratas en el plano impositivo y la extensión de la democracia al ámbito económico.

Un espíritu similar, aunque mucho menos enfocado en el aspecto institucional, encontramos en Milton y Rose Friedman, quienes sostienen que se deben limitar los impuestos y el gasto, prohibir las políticas keynesianas, constitucionalizar el monetarismo, y prohibir medidas regulatorias que desafíen los flujos económicos internacionales. En ese sentido, la economía política neoliberal es impensable sin su objetivo de destronar a la política. Tanto Hayek como Friedman y James Buchanan reafirmaron estas convicciones cuando prestaron apoyo a dictaduras liberales como la de Pinochet, que representó un experimento crucial para el neoliberalismo global. De hecho, Friedman también estaba fascinado con la performance económica de Hong Kong, un Estado no democrático que tuvo un gran éxito económico debido, según el autor, a no involucrar políticas redistributivas como lo hacían Inglaterra, Estados Unidos o Israel.

Otro tema donde pensadores neoliberales claves muestran una concepción autoritaria refiere al racismo y la inmigración. En cuanto a lo primero, dichos intelectuales se oponían a la descolonización ya que consideraban, en base a presupuestos racializados, que las poblaciones subdesarrolladas del tercer mundo carecían de la madurez necesaria para autogobernarse. Por ejemplo, en los sesenta, Röpke defiende el Apartheid al sostener que los “negros de Sudáfrica no son solo personas de una raza completamente diferente, sino que al mismo tiempo pertenecen a un tipo y nivel de civilización completamente diferente”. Para el alemán, estos dos factores, raza y subdesarrollo, estaban íntimamente conectados.

Por lo que respecta a la inmigración, en 1950 Röpke defiende el derecho de los países a controlar los flujos migratorios, no solo en función de sus necesidades económicas, sino también de su raza y cultura. En una afirmación que podría ser suscrita por las ultraderechas actuales, señalaba que las naciones tienen un derecho esencial a salvaguardar a sus poblaciones de inmigrantes “que pueden amenazarlas por sus cualidades… o incluso por su cantidad”. La inmigración de trabajadores debe ser controlada cualitativamente para cuidar el patrimonio espiritual y biológico, la tradición política, el carácter etnolingüístico y la estructura social del país.

Como vemos, el propio pensamiento neoliberal contiene elementos autoritarios y antidemocráticos, ya que una parte de sus defensores consideran que las jerarquías raciales, culturales, de clase, etc. son inamovibles y que para poder instaurar el libre mercado es necesario un gobierno de expertos que se oponga a los caprichos de las mayorías, lo cual hace preferible una dictadura liberal a una democracia iliberal. Como señala Biebricher, el vínculo entre neoliberalismo y autoritarismo surge en gran medida de los propios presupuestos teóricos del neoliberalismo, donde las condiciones de la democracia realmente existente se describen de modo tal que “[…] no hay forma de concebir la transición hacia un estado de cosas más neoliberal, a menos que sea a través de actores extraordinarios y condiciones excepcionales […] Para decirlo de otra manera, el pensamiento neoliberal inadvertidamente llega a anhelar actores políticos autoritarios que se pintan a sí mismos como destructores del status quo establecido. Solo ellos pueden cortar el nudo gordiano de la democracia de masas y disolver los triángulos de hierro que encadenan cualquier tipo de dinámica transformacional para mejor”.

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