Por Hernán Andrés Kruse.-

EL CONCEPTO DE NEOLIBERALISMO AUTORITARIO

“Uno de los primeros teóricos que puso en circulación dicha noción fue Ian Bruff. Basándose en las nociones de estatismo autoritario esbozada por Nicos Poulantzas en los setenta y de populismo autoritario utilizada por Stuart Hall para caracterizar las políticas de Thatcher, Bruff vislumbraba la emergencia de un neoliberalismo autoritario, que tiene sus raíces “en la reconfiguración del Estado en una entidad menos democrática a través de cambios constitucionales y legales que buscan aislarlo del conflicto social y político”. Después de la crisis de 2007-2008, y ante la ausencia de propuestas alternativas por parte de la centroizquierda, las políticas de austeridad permanente, que ya habían mostrado sus efectos devastadores en América Latina y África, se impusieron sin dificultad en Europa, incluso en un momento en el que el neoliberalismo estaba fuertemente desacreditado intelectualmente. En ese sentido, Bruff sostiene que las políticas posteriores a la crisis, con sus cambios en la legalidad y la penalidad, ya no buscan construir una hegemonía y que, en ese marco, no son aptas para ganarse el consenso de los gobernados.

Los cambios legales y constitucionales buscan reformar la finalidad del Estado y las instituciones asociadas en nombre de la necesidad económica, apelando a las circunstancias materiales como motivo para la incapacidad del Estado de revertir procesos como la desigualdad económica y la dislocación y para recalibrar el tipo de actividades que son apropiadas para su involucramiento. En efecto, una vez impuesta la idea de que “no hay alternativa”, los grupos dominantes ya no buscan neutralizar la resistencia a través de concesiones, sino que favorecen la exclusión de los grupos sociales subordinados, mediante cambios en la legalidad que neutralizan los alcances de las instituciones democráticas y mediante prácticas que buscan marginalizar, disciplinar y controlar a los grupos sociales disidentes. En ese marco cabe situar la centralización del poder en el ejecutivo a expensas de la participación popular, la represión de las fuerzas opositoras, la reestructuración de los mecanismos redistributivos del Estado y el traslado a los hogares de los costos de la crisis.

Como vemos, la noción de neoliberalismo autoritario, al igual que la de neoliberalismo punitivo elaborada por Davies, no remite necesariamente a una forma política particular sino a una serie de prácticas de ejercicio del poder político de varios gobiernos a nivel mundial desde mucho antes de la llegada al poder de líderes como Trump o Bolsonaro. De hecho, Bruff encuentra antecedentes del neoliberalismo autoritario en la Inglaterra de los setenta, donde emerge una narrativa de la crisis de una derecha radical populista que opone el pueblo a los sindicatos y la nación a la clase.

En ese marco, “los ataques retóricos sostenidos contra la “cultura de la dependencia del bienestar” y el “estado sobrecargado”, combinados con los llamamientos a una mayor autosuficiencia y valores familiares, resonaron en partes de la población que de otro modo saldrían perdiendo bajo un gobierno de Thatcher. […] Esta construcción de un sentido común “moral” populista hizo posible que Thatcher pareciera estar con el pueblo y en contra del estado y sus intrusiones/fallas, a pesar de que los movimientos contra el bienestar y el trabajo organizado inevitablemente conducirían a la reorganización del poder de clase según líneas considerablemente más desiguales, que beneficiarían a una minoría de “la gente”.

Si bien la retórica thatcheriana es antiestatista, se necesita un estado fuerte para la reforma moral, económica, política y punitiva que implica su apelación a los valores tradicionales y al pánico moral. Esto se evidenció en un discurso de ley y orden que demandaba “más vigilancia policial, sentencias más duras, mejor disciplina familiar” —todos los cuales forman aun parte del mantra de una “nueva” derecha—. La noción de populismo autoritario remite así a “un cambio desde arriba hacia el autoritarismo, impulsado, aprovechado y hasta cierto punto legitimado por una marejada populista [desde] abajo” (Hall, 1985; Bruff, 2013).

Ahora bien, si ya en los setenta los chivos expiatorios eran los sindicatos y el Estado de bienestar, con la crisis del 2007 la intensificación del neoliberalismo va de la mano de un traslado de la culpa de las instituciones financieras a los individuos y a los Estados, por permitir los excesos del sector financiero, lo cual implicaba que ellos deberían soportar la carga de reencauzar al capitalismo. Por ejemplo, se acusó a los programas de bienestar de encarnar “los mismos valores moralmente cuestionables que el Estado permitió desarrollar en el sector financiero”, y para eliminar dicho “veneno” se aplicaron “cambios y desarrollos altamente regresivos: caídas sostenidas del ingreso real; ataques a las pensiones del sector público, los sindicatos y los trabajadores; recortes drásticos en el gasto social; y el desmantelamiento acelerado del núcleo ‘no comercial’ de los servicios públicos, todo como parte del ‘necesario’ acto general de limpieza” (Bruff).

Estas narrativas moralizantes han estado acompañadas por el impulso a subordinar el Estado a reglas constitucionales y legales que son consideradas necesarias para alcanzar la prosperidad y que vuelven obligatorias medidas de política neoliberal como la austeridad fiscal lograda mediante recortes en la provisión de bienes públicos. Esta lógica es tan válida para Europa, como para Estados Unidos o Brasil, especialmente con el gobierno de Temer, quien, luego de dar un golpe de Estado parlamentario contra Dilma Rousseff, logró reformar la constitución para congelar por veinte años el gasto público, y luego con Bolsonaro, que dejó la economía en manos de Paulo Guedes y que, enfrentado a la pandemia de covid-19, a la cual minimizó por poner en riesgo a la economía, llamó en noviembre de 2020 a “dejar de ser un país de maricones”.

En el mismo sentido, en 2011 España constitucionaliza la austeridad y la prioridad presupuestaria al pago de deuda, a pesar de que su ratio de deuda no era tan elevada, y al año siguiente sucede lo mismo con Italia y Austria. En el caso europeo, esto se vuelve más enfático con las sanciones automáticas a los miembros que no cumplan con las metas fiscales y el alineamiento de las políticas impositivas y fiscales supervisadas por la Troika, con escasa o nula participación democrática de la ciudadanía concernida. Por supuesto, el caso más emblemático es el griego, donde varios gobiernos se vieron obligados a renunciar por no poder cumplir con las medidas impuestas por la Troika, llegando a su punto cúlmine con el referéndum llamado por el gobierno de Syriza que no tuvo efecto alguno sobre la decisión de los burócratas europeos”.

EL AUTORITARIMSO Y ANTIDEMOCRATISMO INHERENTES A LA RACIONALIDAD NEOLIBERAL

“Después de realizar una de las genealogías más exhaustivas de la racionalidad gubernamental neoliberal, Pierre Dardot y Christian Laval analizan el neoliberalismo actual, estudiando las características del homo oeconomicus neoliberal y las modalidades disciplinarias y violentas con las cuales se produce. Además de mostrar que la racionalidad neoliberal fue desde sus comienzos antidemocrática, en el último lustro han observado que el neoliberalismo actual horada al propio estado de derecho. Sin embargo, los autores resaltan que este carácter autoritario del neoliberalismo no debe ser confundido con el auge de la nueva derecha, que en todo caso es una deriva habilitada por aquel. En efecto, en estos últimos años los autores observan un tránsito desde un neoliberalismo asociado a la apertura, el progreso, las libertades y el estado de derecho a otro donde imperan el nacionalismo, la xenofobia, el cierre de fronteras, el soberanismo, el securitarismo y el ataque a los derechos humanos.

Lo fundamental para ellos es que las tendencias autoritarias, xenófobas, nacionalistas, misóginas, que vemos en líderes como Trump, Bolsonaro, Salvini y otros no se oponen al neoliberalismo como sistema de poder. “Al contrario, reducen los impuestos a los más ricos, recortan las ayudas sociales y aceleran las desregulaciones, particularmente en materia financiera o ecológica. Estos gobiernos autoritarios, de los que forma parte cada vez más la extrema derecha, asumen en realidad el carácter absolutista e hiperautoritario del neoliberalismo” (Dardot y Laval).

En ese sentido, lo novedoso es que el antidemocratismo que hemos comentado más arriba hoy se plasma en un cuestionamiento cada vez más explícito a la democracia liberal y en la deriva autoritaria del propio neoliberalismo, independientemente de si se trata de gobiernos de extrema derecha, conservadores o socialdemócratas. Para Dardot y Laval, el neoliberalismo actual, en tanto sistema de poder que gobierna nuestras vidas, segrega una forma política que combina autoritarismo antidemocrático, nacionalismo económico y racionalidad capitalista ampliada. Dicha situación deriva de una crisis de la democracia liberal-social producida tras cuatro décadas de neoliberalización que llevaron a los perdedores del orden de la competencia a refugiarse en una extrema derecha que ha sabido hacerse eco de ese resentimiento.

Aprovechando dicha situación y la crisis de la democracia liberal-social que ha provocado y sigue agravando, el nuevo neoliberalismo radicaliza la guerra contra la población y el dominio del capital sobre la sociedad. Da lugar así a una síntesis novedosa de nacionalismo económico, liberalización económico-financiera y política proempresarial, que se apoya en un nuevo estado de legalidad. Este consiste en un refuerzo de los mecanismos securitarios y de control basados en el paradigma de la guerra contrainsurgente que es aplicado sobre la propia ciudadanía, lo que —sobre todo a partir de la guerra contra la delincuencia, las drogas y el terrorismo— pone en tela de juicio aspectos centrales del Estado de derecho.

Si bien es cierto que líderes como Emmanuel Macron, Angela Merkel y Justin Trudeau siguen defendiendo al menos verbalmente los derechos humanos, la división de poderes, la tolerancia y la igualdad frente a la ley que la derecha radical cuestiona abiertamente, el propio Macron, que se pretende defensor de la democracia liberal y de la república frente al Rassemblement National, no ha dudado en implementar un “bonapartismo empresarial”, fuertemente represivo y centralizador del poder. En ese sentido, la guerra económica y policial emprendida por el neoliberalismo contra la democracia liberal-social no se produce en el marco de un estado de excepción permanente sino que empieza a formar parte de la nueva legalidad, vaciando a la democracia y al estado de derecho desde adentro.

Es a partir de dicho vaciamiento y del descontento generado por las crisis recurrentes y sus soluciones neoliberales-y la ausencia de una alternativa de izquierda (Bruff, 2013)-que cobra fuerza una derecha radical, que no duda en apelar al odio al inmigrante, al pobre, a las mujeres, a los transgénero, etc. como un modo de movilizar al electorado y de imponer su visión de la sociedad”.

(*) Leandro Matías Saidel (Facultad de Trabajo Social de la Universidad Nacional de Entre Ríos):“El neoliberalismo autoritario y el auge de las nuevas derechas” (Repositorio Institucional Conicet Digital-2021).

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