Por Hernán Andrés Kruse.-

El presidente de la nación asistió el viernes 23 de agosto a la conmemoración del centésimo cuadragésimo aniversario de la Bolsa de Comercio de Rosario. Los dos canales de la ciudad transmitieron en vivo su discurso. Una vez más quedó dramáticamente en evidencia su megalomanía. El primer mandatario se cree dueño de la verdad absoluta, fundamentalmente en el área económica. Lo que él piensa en materia económica no se discute. Y quien se atreve a cuestionarlo no duda en humillarlo públicamente. Para Milei sólo existe un pensamiento válido, verdadero, el suyo. Es por ello que es un apologista del pensamiento único surgido luego del derrumbe del Muro de Berlín y de la implosión de la URSS, un fiel seguidor del pensamiento de Francis Fukuyama, quien acuñó la expresión “el fin de la historia” para legitimar el surgimiento de Estados Unidos como la única potencia planetaria luego del desmoronamiento del comunismo.

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Fernando M. Pérez Herranz (Departamento de Humanidades Contemporáneas- Universidad de Alicante) titulado “Del fin de la historia al pensamiento único”. Es un magnífico análisis del surgimiento del neoliberalismo como justificación doctrinaria del nuevo orden mundial emergente como consecuencia de los hechos mencionados precedentemente.

LA RESISTIBLE/IRRESISTIBLE ASCENSIÓN DE LA GLOBALIZACIÓN

“Ante todo, en lo que concierne al mundo económico-político-cultural envolvente, es necesario preguntarse: ¿Es inevitable este camino emprendido por el capitalismo liberal individualista? ¿Es una mera escaramuza o tiene todas las de ganar? Y en lo que concierne al sujeto creador: ¿Habrá de someterse libremente a los nuevos señores del mercado? ¿No habrá resistencias? Si damos valores positivos (1) y negativos (0) a cada una de esas posiciones, obtenemos cuatro posibles respuestas: (0,0).

El triunfo del capitalismo liberal individual es inevitable, un destino absoluto y toda resistencia subjetiva es inútil; a lo sumo, retrasaría el triunfo del liberalismo y la consumación de los tiempos. La antinomia es, por tanto, real. Es la posición que defienden el Pensamiento Único y los entusiastas de la telecomunicación, Negroponte, Perry Barlow…

Es inevitable o como mínimo irreversible, pero hemos de tratar de democratizar, de humanizar esa nueva sociedad. La antinomia es real, pero puede corregirse suavizando los dos términos. Es la posición armonista que defiende Echeverría.

No es inevitable, pero no hay capacidad de resistencia, pues no sólo es la globalización la responsable de esta situación. La sociedad se está transformando y se hace más compleja, rompiendo muchos moldes tradicionales: la ruptura del equilibrio generacional y de las familias nucleares; la complejidad de la división del trabajo; el papel de la mujer; los empleos irregulares; el paro; la flexibilidad laboral… Todo ello debilita y desgarra las respuestas tradicionales organizadas alrededor de los partidos políticos, de los sindicatos… La antinomia es aparente, pero se vive como si fuera real. Es la posición derrotista, realista, de muchos políticos de izquierda.

Ni es inevitable ni se puede aceptar. Hay que resistir, buscar otras formas de desarrollo social y económico. La antinomia es aparente. Es la posición que defiende Ramonet y el círculo vinculado a Le Monde Diplomatique. También Chomsky, Dieterich y Castells…

Desde una perspectiva filosófica todas estas posiciones dan lugar a muchas preguntas de difícil respuesta: ¿Por qué el Capitalismo ha de interesarse por la Comunicación (cultura) cuando es un sistema basado en el beneficio y la explotación? ¿Cómo es posible democratizar y humanizar la sociedad informacional (tercer entorno de Echeverría)? ¿Por qué este entorno habría de admitir la democratización? ¿La falta de resistencia se debe a una característica esencial del hombre deslumbrado ante la tecnología? ¿Es posible la acción social y la política transformadora?…”

EL FIN DE LA HISTORIA

“El capitalismo triunfante (mercado global frente a mercado nacional; empresas por encima del Estado; privilegio de la comunicación respecto de la energía) está provisto de su propia filosofía de la historia, formulada cuasi-oficialmente por F. Fukuyama. La historia de la humanidad se caracteriza por la lucha (¿drama? ¿negaciones?) entre distintos sistemas político-jurídico-económico-sociales y uno de ellos ha resultado vencedor, aunque no por superioridad ideológica, sino por el uso de la violencia o de estrategias económicas. El liberalismo ha triunfado sobre el absolutismo, el comunismo, el fascismo y el tercermundismo: El Absolutismo quedó destruido por la Revolución Francesa; el Fascismo desapareció por la fuerza de las armas en la IIª Guerra de las Mundiales; y, ahora, el Comunismo ha sido eliminado en el campo económico dentro de su apartado de la Redistribución de Bienes: el consumo, que ha resuelto de una vez por todas el problema del enfrentamiento de las clases sociales, no sólo en el mundo occidental, sino también en la Unión Soviética y en China.

Bajo la hipótesis de que los fundamentalismos y los nacionalismos no tienen la fuerza suficiente para generar contradicciones (los unos apenas si tienen fuerza en Occidente; los otros se paralizan al conseguir sus demandas), la universalización política (democracia) y económica (mercado común) es un hecho (Pérez Herranz). Este triunfo no es meramente pasajero, sino esencial, puesto que conduce a un Estado homogéneo y universal. El tiempo que nos aguarda no será ya el de los héroes sino el de los tristes, el de los melancólicos, el de los decadentes; no será el tiempo de las utopías, sino el de las técnicas. El “final de la historia” no significa el final de los acontecimientos humanos, sino el fin de la evolución del pensamiento humano sobre estos principios.

Para rebatir la tesis de Fukuyama habría que demostrar no que el futuro encierra grandes y trascendentales acontecimientos, sino que éstos estarían movidos por una idea sistemática de justicia política y social, alternativa “real” al socialismo fracasado. La tesis de Fukuyama afirma que todas las formas histórico-políticas han sido accidentes y su eliminación, aunque costosa, ha dado lugar a una sociedad esencial y definitivamente estable: la sociedad posthistórica. El fin de la historia sería la culminación de una tendencia histórica y los individuos, tras haber ensayado diversas situaciones, habrían acabado por encontrar un estado de cristalización o de estabilización definitiva, que puede calificarse como término del proceso constituyente del fin de la historia. Una tendencia que es objetiva (lógica), aunque el hombre pueda intervenir para alcanzarlo; esta tendencia conduce a una última forma irreversible –forma final del equilibrio–, que se ha de aplicar no ya a sociedades particulares, sino a la misma Humanidad Universal, pues los hombres, conociendo el fin, desean ajustarse a él, porque lo consideran deseable o ineluctable.

Mas, ¿cuál es el criterio de racionalidad que utiliza Fukuyama para establecer ese fin constitutivo? No es un criterio universal, sino especial, tomado de la política (en el mismo sentido que lo hacían los teóricos clásicos del ciclo histórico-político, desde Platón a Lenin): la forma de Estado. Por eso no se refiere tanto a una historia universal, cuanto a una historia política: la forma democrática, que se funda en las tesis metafísicas del reconocimiento mutuo. A lo que parece apuntar Fukuyama, más que a un “fin de la historia” absoluto, es al fin de las historias particulares, disgregadas: desde la Unión Soviética o China, hasta los papúes o los bororo. Y si Fukuyama deja abierta una puerta y reconoce que pueden continuar historias especiales, siempre habrán de quedar enmarcadas en la historia universal de los estados democrático-liberales.

La tesis de Fukuyama no requiere, desde luego, ni la intervención, ni la intencionalidad del sujeto histórico. El fin de la historia es un hecho empírico, la consecuencia de una serie de luchas (guerras), que han conducido a la desaparición del nazismo (la guerra caliente) y del comunismo (la guerra fría). El camino hacia ese fin es un camino lógico, objetivo y los procesos subjetivos quedan subordinados a un orden supra-individual que conduce al término final de modo ortogenético (como ocurre con la salida de una masa de gente de un teatro en llamas: un comportamiento que se adecua a un gas en un recipiente).

Fukuyama reconoce, en cualquier caso, que esos procesos no están exentos de dificultades, “ni que se fueran a desarrollar sin la intervención activa de gobiernos o individuos”. Podríamos decir que es un proceso evolutivo antes de alcanzar un estadio en el que ya no se puede evolucionar más y en el que se fijan las especies en su morfología natural, de acuerdo con uno de los modelos, el modelo triunfante, aquél que ha logrado ser el vencedor, mas no por accidente o casualidad sino por adecuarse a la verdad del Estado de Derecho, que es el estado democrático:

Nuestra conciencia democrático-igualitaria es en cierto modo una adquisición permanente; es tan parte de nuestra naturaleza fundamental como lo son nuestra necesidad de dormir o nuestro miedo a la muerte. Fukuyama apela a un sujeto ya constituido, a un sujeto que, después de haber pasado por diversos avatares y situaciones, pero siempre en el terreno de los accidentes –feudalismo, fascismo, comunismo…–, ha llegado a estabilizarse en el estado democrático. Es decir, que el resultado del uso de la fuerza habría llegado felizmente a coincidir con la legitimidad impuesta por la naturaleza democrática y liberal humana. Al fin, Historia y Naturaleza se habrían identificado”.

LA INSTITUCIONALIZACIÓN DEL PENSAMIENTO ÚNICO

“El Pensamiento Único va mucho más lejos del fin de la historia: el fin constitutivo se transmuta ahora en fin consumativo. El fin de los tiempos se ha cumplido y el referente o sujeto histórico se ha consumado. La historia es una dimensión esencial y no accidental del sujeto histórico, y el fin de la historia es el acabamiento de la humanidad. El Estado, que todavía para Fukuyama tiene la misión del acoplamiento a esta nueva situación, deja de ser un sujeto de la historia constituyente. El Estado, con el que se había constituido el fin de la historia, habría de dar paso a un estado homogéneo, democrático y universal (caricatura de La paz perpetua de Kant), la realización plena de un reino del amor a través del Internet y del consumo. No es necesario salir del hombre actual, que ha alcanzado el fin de la historia: las políticas de Margaret Thatcher o Ronald Reagan, la caída del muro de Berlín o la guerra del Golfo han precipitado a la sociedad hacia lo que tiene que ser. Y quienes no quieran participar de este éxito, peor para ellos: se les marginará, como en otras ocasiones se marginó al pecador.

Consumo y comunicación son los signos de la verdad esencial del mercado libre y la libre circulación de capitales. Si el estado natural del hombre es el que se ha alcanzado tras una larga marcha y una buena “remoción de obstáculos” –absolutismo, fascismo, socialismo y comunismo–, sólo hace falta acabar con las voces disonantes que aún quedan, gentes fanáticas, malvadas o ignorantes. Una sociedad universal sin Estado y un Único Pensamiento. Finis coronat opus: el mérito de un negocio se manifiesta cuando está concluido. La historia se ha consumado, pero no comporta la muerte de la filosofía. Sólo que ésta ya no es polémica –pensar es pensar contra alguien–, sino una filosofía única: el Pensamiento Único, que se organiza como una institución académica, aunque fuera de la Universidad.

El Pensamiento Único tiene sus teóricos: Milton Friedmann y sus Chigago Boys en EE.UU. y Friedrich August von Hayek en Inglaterra, que teorizaron sobre el monetarismo y la libre circulación de capitales. El Estado sólo tiene la misión de guardar el orden. Es ésta una teoría con diferentes registros: el liberalismo ortodoxo de J. Buchanam y la escuela de Virginia; el liberalismo radical de R. Nozick; el liberalismo deontológico de R. Dworkin; y hasta el liberalismo social de J. Rawls Tiene su tradición crítica contra la que oponerse: desde El capital de Marx a El hombre unidimensionalde H. Marcuse. De su enemigo secular, el comunismo, ha fagocitado planes –el internacionalismo– y programas –el economicismo–. La Internacional de los privilegiados económicamente –financieros y afines–, agrupados en pos de sus intereses (frente al proletariado, que nunca se unió, porque nunca tuvo intereses, sólo necesidades).

Tiene sus organizadores y colaboradores en las grandes organizaciones bancarias –Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional (FMI), Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE)…– que no tienen por objetivo restablecer las condiciones que supongan un crecimiento económico para los países endeudados, sino para conseguir que la deuda sea pagada y salvar así el sistema crediticio internacional y los intereses a largo plazo. Tiene su Academia y sus Congresos en donde defienden sus fines u objetivos en relación con quienes los proponen: el Foro Económico de Davos, donde se reúnen desde el año 1970 los principales jefes de Estado, los banqueros, los financieros… En Seattle, en Praga… Desde los acuerdos de Brenton Woods (pueblo de las montañas de Wisconsin donde se reunieron las potencias victoriosas de la Segunda Guerra Mundial en julio de 1944) el dólar sirve de referencia a las transacciones internacionales. Poseen sus medios de exposición en los periódicos económicos y políticos –Financial Times, Wall Street Journal, The Economist, Les Echos, Frankfurter Allgemeine Zeitung, agencia Reuters–.

Y tiene su mensaje –“la bondad natural del liberalismo”– que no expone ni deductiva ni justificativamente, sino mediante la repetición. El mensaje no se argumenta, sino que se repite las veces que sea necesario, como si este liberalismo fuese un destino universal e inevitable, una fatalidad. Se repite continuamente que esta o aquella industria se ha vuelto obsoleta; que el desempleo es inevitable y beneficioso, etc. El corto plazo prevalece sobre el medio y el largo; el futuro ya no existe y todo es presente: el fin consumativo de la historia. Los planes que se diseñan en esos congresos por un grupo privilegiado, una parte mínima de la humanidad, afectan a todo el mundo, porque han decidido que no hay otra alternativa.

El Pensamiento Único tiene, además, unos programas (es decir, unos fines respecto de los contenidos) que se racionalizan (se coordinan) como un sistema científico, un sistema formal: Axiomas y postulados. El primer axioma establece el marco: “El fundamento de la sociedad es la economía”. El segundo se utiliza como criterio de realidad: “El objetivo de los individuos es la Ganancia, el Beneficio”. El Mercado es el postulado que permite cerrar el sistema y el mercado financiero su modelo. El Mercado administra todas las facetas humanas, todas sus actividades, no sólo las económicas, sino también las sociales, las culturales, las amorosas, las derivadas del ocio…

Reglas de inferencia. Las reglas del sistema se constituyen por antítesis: a) Desregularización de la rigidez del mercado de trabajo. b) Liberalización del mercado, que es quien estabiliza la oferta y la demanda. c) Privatización de lo socializado, que siempre es perjudicial o innecesario.

Definiciones. Las definiciones que se incorporan al sistema son de conceptos que se articulan alrededor de la competencia: competitividad, librecambio sin límites, división internacional del trabajo, prioridad de los balances, flexibilidad laboral…

Modos del sistema. Los modos de operar en el sistema olvidan los modelos clásicos del primer liberalismo: la física newtoniana o la química orgánica. Sus modelos cientificistas proceden de las ciencias del azar, de la probabilidad y de la estadística… Las clasificaciones se hacen a partir de la teoría de juegos, la lógica difusa, la teoría del caos… Pero los modelos y las clasificaciones sólo sirven de coartada y referencia al cientifismo que la técnica utilizada exige de justificación; no van más allá de un lavado de imagen. ¿Por qué? Porque la Razón suprema es la Economía y la racionalidad interpretada por los jóvenes ejecutivos utiliza como parámetros de sus funciones, los rumores, las brujerías y la psicología de andar por casa. Se mueven capitales en manos de individuos cuya fragilidad intelectual es obvia.

Sujeto operatorio del sistema. El primer capitalismo había puesto la figura del empresario como el fundamental sujeto operatorio (su finis operis) de este sistema. Un empresario trabajador y emprendedor, que arriesga su vida y hacienda por la producción. No parece que hoy sea éste el verdadero sujeto que opera en el sistema. Más bien es el jugador aventajado que sin arriesgar lo mínimo se hace con fortunas de la noche a la mañana. Un sujeto que actúa en una “economía-casino”, con sus “magos de las finanzas”, etc. Las riquezas ya no se crean a partir de bienes materiales sino de especulaciones abstractas sin vínculo alguno con las inversiones productivas. (Véase la película Wall Street en la que el broker sin escrúpulos destruye una compañía aérea, comprando sociedades anónimas a crédito y luego vendiéndolas divididas en partes libres de los trabajadores excedentarios).

La economía se reduce a juegos de casino, a apuestas, ni siquiera a transacciones financieras simbólicas (pero valoradas de acuerdo a activos reales). Se juega al supuesto: por ejemplo, se juega con los riesgos asumidos por los contratos a medio o largo plazo, los cuales no han sido firmados todavía; acuerdos sobre valores virtuales, aún no creados, pero ya garantizados, los cuales suscitan, a su vez, otros contratos, etc. Negocios imaginarios, especulaciones artificiales basadas en nada exterior, sólo en sí mismos: un mercado ilusorio, basado en simulacros (Forrester) (1997). La sobrevaloración de Wall Street se calcula entre el 30% y el 40%.

Y luego está el sosías de este sujeto: el hombre individual corriente y moliente transformado en homo oeconomicus; individuos racionales autónomos, egoístas que sólo piensan en la maximación de los beneficios desde sí mismos. Son hombres y mujeres sin niñez, sin vejez, sin enfermedades, sin afectos… si acaso juegan al Monopoly. Se despreciará a todo aquel que no se parezca a un corredor de bolsa londinense: todo el mundo ha de ser un individuo calculador y astuto, ya sea un humilde fraile franciscano, un arrogante ganadero masai o un astuto cazador esquimal”.

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