Por Hernán Andrés Kruse.-
“Me impresiona la facilidad con la que volvimos a caer en la misma trampa del 2001. Apenas veinte años después, que según El Mudo no deberían ser nada. Pero lo que más me impresiona es que no haya una reacción proporcional a lo que ocurre ante nuestra vista. Porque esta vez no existe ya la excusa del ’76. No podemos decir que no sabíamos nada, que no nos dimos cuenta. La sociedad argentina está aceptando sufrir cosas que no debería sufrir y bancando que sus personas más queridas padezcan indignidades, carencias, agresiones totalmente inmerecidas. Esta vez la violencia está a la vista, la percibimos y experimentamos en tiempo real. ¿Y todo, para qué? Ni el argentino más ingenuo cree que la vida cotidiana vaya a mejorar, ni siquiera modestamente, a consecuencia de este ajuste criminal. La cosa está tan fula que ya sintió el chicotazo de la memoria sobre el lomo y recordó que nunca puso la mano en el fuego sin quemarse. Y así como lo sabe el ex ingenuo lo sabemos todos, a esta altura de la soirée. Esto no puede terminar bien. Esto no va a terminar bien.
Y yo que quería creer que en los ’70 la sociedad fue cómplice del genocidio porque no sabía, nomás.
Ahora sabemos. Ahora es inocultable.
En este contexto, pasividad es complicidad.
Expertos en bombear al equipo propio, con o sin dinero
Llevo cuatro décadas tratando de convencerme de que nuestro pueblo es una maravilla. Segurísimo de que abundan las pruebas en esa dirección. Más allá de la excelencia de nuestros artistas y futbolistas, que puede ser reducida a periplos individuales, ¿no contamos con la deslumbrante historia de las Madres y las Abuelas, única en el mundo, todavía a la espera de un Homero o una Homera que haga justicia a su épica victoria sobre la muerte? ¿No salimos a la calle como hormigas cada vez que quemaron las papas: cuando se levantaron los milicos en Semana Santa, cuando Cavallo confiscó los ahorros y de la Rúa decretó Estado de Sitio, cuando desaparecieron a Santiago, cuando la Corte trató de beneficiar a los genocidas con el 2×1? ¿No hemos desbordado las calles cuando había algo que celebrar o alguien que merecía el homenaje de todas y todos: en el Bicentenario, cuando perdimos a Néstor, cuando nos dejó el Diego?
Pero esta apatía me desconcierta y me angustia. Porque hoy en día las papas están chamuscadas, sin que nada se mueva ni se aparte de su carril habitual. Somos como esos caballos que vivieron atados a una noria, y que aún sueltos no saben hacer otra cosa que andar en círculos. ¿Qué más tiene que pasar para que el pueblo reaccione, cuántas vidas más deben perderse o malograrse? (La caja de resonancia mundial no ayuda, eso está claro. En trágico espejo, así como el mundo toleró a Hitler demasiado tiempo, con la excusa de que ignoraba lo que ocurría en los campos de concentración, ahora se condona lo que ocurre en Gaza a pesar de que no puede ser más flagrante, de que Israel desarrolla su propio genocidio a cielo abierto.)
¿Y si estuve equivocado todo este tiempo? ¿Y si no somos la sociedad maravillosa en la que yo quería creer, esa víctima del engaño dictatorial que, tan pronto descubrió la masacre que se había cometido y ocultado, reclamó la vuelta de la democracia y la defendió cada vez que hizo falta? Dado que en la situación actual no podemos apelar al atenuante de engaño alguno, ¿no apunta la evidencia hacia una condena segura, por haber sido siempre una sociedad de mierda, hipócrita y egoísta, profundamente cagona, en la que a nadie se respeta y prestigia más que a los hijos de puta?
Ya sé que estoy caminando sobre el hielo delgado de una generalización. Ninguna sociedad es una realidad unívoca. En todo caso, se parece a la resultante física de las fuerzas ejercidas, o reprimidas, de tantos millones de ciudadanos como acredite el censo. Cada persona tira para su lado, y de la sumatoria de esos empeños, combinada con la resistencia escasa y hasta la inacción de otros tantos, termina surgiendo una dirección común. Las elecciones son una puesta en práctica de esa dinámica, los más determinan el destino de los menos. Pero aunque las votaciones se vuelvan binarias, la sociedad seguirá albergando, y alentando, la infinita variedad de la experiencia humana. En esta olla de campaña nuestra hay de todo. Cuarenta y siete millones de argentinos suponen cuarenta y siete millones de opiniones. Siendo así de contradictorios, ¿tendría algún sustento la pretensión de decir que somos maravillosos, o bien una mierda?
No hay forma de arribar a una conclusión inapelable. Pero eso no inhabilita la pregunta. En una situación tan acuciante, urge revisar los preconceptos, cuestionarse lo que hasta ahora dábamos por bueno o sancionado. Ejemplo: el rollo que yo tengo con la generación de mis padres no dejó de crecer con el tiempo. Hoy pienso que su aquiescencia ante el régimen militar no tuvo que ver sólo con el miedo y con la ignorancia de su accionar más violento. El laboratorio cívico-eclesiástico-militar les zampó una cucharada de jarabe de esos que, como los de antes, prometía curarlo todo, y ellos se la bancaron sin decir ni mu porque, aunque tenía gusto a mierda, prometía efectos colaterales benéficos, como la puesta en caja a la negrada y el retorno a un statu quo parecido al que existió hasta el ’45 o después del ’55 —¡la venganza clasista era signo de buena salud!
En su mayoría, la parte actuante de la sociedad argentina del momento aceptó el retorno de los militares y volteó la cara para otro lado, de modo de ver apenas lo que le convenía ver y hacerse la boluda ante el resto, mientras el régimen llevaba a fruición los deseos más oscuros de nuestras clases más desahogadas. Por eso no hubo resistencia verdadera, durante aquellos años. Porque los que cultivaron el arte de la resistencia —los peronistas del ’55 en adelante— formaban el grueso del lote de los masacrados de los ’70, y a partir del ’76 las clases medias y altas optaron por cultivar, más bien, el arte del aquí no ha pasado nada.
Los únicos que reclamaron justicia fueron los organismos de derechos humanos y las Madres y Abuelas. Y cuando la CONADEP y el Juicio a las Juntas destaparon la olla y las atrocidades quedaron a la vista, no quedó otra que sobreactuar indignación. Los milicos se convirtieron en leprosos y todo el mundo los condenó diciendo mirá lo que hicieron, los hijos de puta, disimulando que hasta ese momento esos hijos de puta habían sido sus hijos de puta, sus instrumentos designados. En consecuencia, ¿fue la democracia algo que la sociedad argentina de los ’80 se ganó, que obtuvo en justa lid? Ni en pedo. Fue un regalo inmerecido que le cayó en el regazo, a consecuencia de la implosión del régimen, del desastre de Malvinas y de la difusión de los detalles respecto de la orgía de violencia que perpetraron los milicos — una desmesura criminal que tornaba imposible cualquier justificación.
A medida que se digería la experiencia de la dictadura, una parte sustancial de la sociedad comenzó a militar la defensa de la democracia, a menudo con una enjundia de la que muchos dirigentes, y hasta Presidentes, parecían carecer. Se convirtió en la religión laica que predicaban nuestras sacerdotisas, las Madres y las Abuelas. Pero claro, cuando los gobiernos democráticos empezaron a exhibir sus propias limitaciones —económicas, casi siempre—, esa fe comenzó a flaquear. Y lo que había comenzado flojo pero se consolidó durante los juicios y la explosión de la cultura en libertad (una libertad que distaba de ser total, pero que de todos modos fue alentadora, en términos comparativos), volvió a revelarse tan chirle, tibio y mezquino como lo había sido entre el ’76 y el ’83.
Quizás no haya existido una expresión más acabada del costado más frívolo y sorete de la sociedad argentina que el menemismo, ese pacto fáustico que sustituyó al de los ’70 con los milicos. La prosperidad con fecha de vencimiento que supuso la convertibilidad era algo que cierta clase media valoraba por encima de todo: Vos habilitá dólares, Ca’litos, nosotros no hacemos olas cuando indultes a los milicos, y todos amigos. Parte de la sociedad argentina había aprendido de la infausta experiencia, y evolucionado, pero otra parte seguía siendo tan canalla como siempre.
Por eso mismo habría que decir que tampoco nos merecimos a Néstor. Su consagración fue algo que ocurrió a consecuencia de la combinatoria de un momento histórico y de su genio político. Kirchner se coló en la Rosada a través de un tragaluz —porque un 22% de los votos no califica como ventana, siquiera— y a partir de allí se dedicó a construir el poder del que carecía, jugando paredes con el sector de la sociedad que había padecido y por eso no olvidaba la experiencia de los últimos 20 años. Néstor tomaba medidas virtuosas en materia de justicia política y social, y gran parte del pueblo acompañaba. Win-win. El comienzo de lo más parecido a Argentina Año Verde que conseguimos vivir. Hasta que los poderosos reaccionaron del marasmo en que Kirchner los sumió, desde que nos había tomado a todos por sorpresa, y comenzaron a orquestar la demolición.
Con el diario de ayer, parece cantado que tenían que proceder como procedieron. No podían ir contra la realidad del bienestar y la estabilidad que consiguieron los Kirchner, ni contra la clase de logros que caracterizaron sus gestiones e inflamaron el nacionalismo bien entendido de los que amábamos este país: artísticos, educacionales, económicos, científicos (¡los satélites!), las leyes que nos pusieron a la vanguardia de América Latina en materia de ampliación de derechos. Por eso apelaron a la ficción: el descrédito, las acusaciones sin sustento, la crítica a lo Conde Chikoff respecto de los modos. En este sentido, el hecho de que parte de aquellos que fueron beneficiados por los Kirchner hayan privilegiado su tirria artificial a su bienestar palpable, prueba que todavía estamos lejos de ser una sociedad maravillosa. Existe entre nosotros gente que goza más de sus prejuicios (de su sadismo social, digamos) que de una situación económica desahogada; y que por eso prefiere el descenso a la B en lugar de bancar al DT que le cae mal pero gana títulos. ¿Absurdo? Sin duda. ¿Verdadero? Lamentablemente. ¿Qué clase de sociedad puede ser una en la que abundan tipos que, como Milei, son capaces de bombear a su propio equipo con tal de no dar el brazo a torcer?
Mal que nos pese, una destinada a perder.
La felicidad no es un premio de la lotería
A esta altura del razonamiento mi GPS mental pide recalcular, así que trataré de ser más preciso. Existe una parte sustancial de la sociedad argentina que es maravillosa. Gente simple, solidaria y empática, que no aspira a mucho más que a pasarla decorosamente bien y cuya imagen de sí misma no depende de hundir a otro sector para sentirse más de lo que es. Puesto de otro modo: gente con conciencia de clase, de recursos modestos que sin embargo le permiten vivir con dignidad. ¿Creo en esto? Sí, creo. Es lo que me sugiere la experiencia acumulada en este país y lo que sigo percibiendo, en la medida en que conservo los ojos bien abiertos y no tengo el menor deseo de auto-engañarme.
Del mismo modo existe otra parte sustancial de la sociedad argentina que de maravillosa no tiene nada. Gente retorcida y envidiosa, a la que nada le alcanza. Tan insegura, que necesita hundir a otros para sentirse más. Puesto de otro modo: gente que carece de conciencia de clase, que siempre quiso ser lo que no es y se contenta con mantener una fachada de prosperidad aunque su cuenta bancaria llore sangre. (En su autobiografía, el Indio lo grafica de este modo: gente que es capaz de comer salchichas todo el mes, con tal de garpar la cuota del auto que sugiere que es dueña de un status que le queda grande.) ¿Creo en esto? Sí, creo. Es lo que me sugiere la experiencia acumulada y lo que sigo percibiendo.
Y además, por supuesto, existe en medio de ambas caracterizaciones una infinita gradación de grises. ¿Cuánta gente conocemos que se tiene por progresista pero en la práctica vota contra los intereses populares, o que se muestra remisa a la política pero vota a quienes garantizan un bienestar generalizado?
Esta dinámica de cinchada se verifica al menos desde el ’45. Pero hay momentos históricos en los cuales la tensión entre sectores se vuelve extrema y ya no existe yin / yang, equilibrio relativo entre opuestos, sino tan sólo violencia. Tiempos en los cuales uno de los competidores —siempre el mismo, ay— deja de tirar de la soga y pretende zanjar la cuestión a balazos. Por eso creo que sería importante asumir lo siguiente: así como la dictadura del ’76 no fue una más entre las dictaduras, el de Milei no es uno más entre los gobiernos entreguistas de las últimas décadas. El régimen de los ’70 se soño como Solución Final al peronismo / populismo de izquierda, y por eso puso en práctica un plan eugenésico que diezmase la resistencia al poder de los Estados Unidos y la complicidad virreinal de los poderosos locales. Ante esa tierra arrasada, debía resultar sencillo arrear al pueblo de regreso al corral de la servidumbre / mansedumbre en que había existido hasta el ’45.
El régimen Milei convenció a sus actuales socios —muchos de ellos, de membresía condicionada a resultados inmediatos, y por ende provisoria— de que obtendría lo que la dictadura no logró, haciendo gala de una violencia igualmente desmedida, pero apuntada en otra dirección. En lugar de la literalidad de practicar la violencia mediante los objetos diseñados a tal efecto —palos, armas de fuego, bombas—, Milei y sus ejecutores están demoliendo el funcionamiento del país, y en consecuencia nuestra forma de vida, a través de la violencia económica. Por eso bombardean todos los medios de subsistencia a su alcance: industrias, pymes, empleo público, comercios, la producción artística, las editoriales, mientras desactivan a quienes deberían ser los primeros en defendernos —gobernadores, líderes sindicales—, corrompiéndolos con monedas. Una vez que, dependiendo de los sueldos más bajos del mundo y con puestos de trabajo escasísimos, nos veamos reducidos a condiciones de mera subsistencia, ¿de qué tiempo y energía dispondremos para dedicar a la resistencia, si lo que está en juego a diario es la posibilidad de comer o no?
Lo más diabólico de todo esto es que Milei anunció estas intenciones a los cuatro vientos. Cuando dijo a los gritos, en plena reunión de gabinete: «Los voy a dejar sin guita, los voy a fundir a todos», no estaba refiriéndose tan sólo a los gobernadores. Hablaba del grueso de los argentinos, a quienes no nos quedará otra, cuando estemos fundidos, que doblar el lomo y trabajar por el mango que nos tiren, en la esperanza de que al cabo de décadas nuestras deudas se achiquen y podamos legarle a nuestros hijos algo que se parezca más a un futuro que una soga con nudo corredizo. En una sociedad que parece haber naturalizado que no existe más dios que el dinero, aquel que carece de guita es un réprobo, un indigno que no merece otro destino que el de vivir engrillado.
De las múltiples causas que confluyeron en la elección de un gobierno que avisó que venía a hacerte mierda y está cumpliendo, quiero mencionar dos. Una es estructural, algo que no podemos cambiar: las redes sociales desmovilizan. Por supuesto que también informan y alertan, que alientan ciertas discusiones. Pero en lo que hace a los modos de vida contemporáneos, convencen a sus usuarios de que participar activamente en las redes equivale a participar activamente en la vida pública. Y no es así. RT no suple marcha, TikTok no equivale a corte de calle, hilo de tweets no es sinónimo de responsabilidad ciudadana. Pero el común de la gente no lo entiende. Se convenció de que cliqueando mucho cumplía con su deber, que así completaba su cuota de buenas acciones del día. Lamento decepcionarlos. Al vivir en las redes no hacemos mucho más que alimentar la nube, trabajar para ella, lanzar efímeros globitos de helio digital mientras la realidad se nos caga de risa, perfectamente impune.
La otra es una anomalía social que, a mi juicio, no puede durar mucho. Hasta Macri, el sector social que respondía al deseo de no regalarle a los negros ninguna moneda de la que pudiesen disfrutar ellos —sector que incluía desde Magnetto hasta el más precario de nuestros clasemedieros—, respondía a una lógica que uno podía no compartir, pero resistía el análisis científico. Menos guita para la negrada, más para mí. Y así solía ser, en casi todos los gobiernos neoliberales. Las clases populares eran esquilmadas y algún manguito extra derramaba sobre la clase media, chocha además porque se le permitía importar espejitos de colores.
Pero con Milei esa lógica ya no aplica. La clase media también está siendo desangrada, al punto de que en miles de casos ya no puede reivindicarse como tal ni siquiera en la fachada, y que en algunos otros está siendo expulsada del paraíso del consumo para empezar a habitar una nueva Edad de Piedra. Mucha de esa gente bancó este proceso y lo banca todavía en los hechos, desde que soporta la paliza sin protestar. Pronto no le quedará más opción que aceptar que, de prolongarse el régimen con Milei o sin él, su único destino será la miseria o el delito. Entre esa gente, que se volvió adicta al odio y al prejuicio y dejó que esa adicción le cagara la vida, quizás existan quienes reaccionen y acepten tratarse, meterse en algún programa estilo doce pasos que le permita reconocerse nuevamente en el espejo democrático. De ser así, algunos de estos miembros de O. A. (Odiadores Anónimos) podrían sumar su número a la parte maravillosa de nuestra sociedad y restársela a la parte de mierda.
En las circunstancias actuales, ¿merecemos que este régimen implosione a cuenta de las aberraciones en que incurre —estamos a cinco minutos de que la economía argentina se convierta en un nicho más de la Chacarita— y que nos descubramos a una elección anticipada de un gobierno más amable? Nos vendría bien, sin dudas. Pero no sería por mérito nuestro, como no lo fue la democracia en el ’83 ni Néstor en el 2003.
Por eso mismo, si no queremos que dentro de veinte años vuelva a ocurrir otra calamidad, deberíamos ganarnos el premio de la felicidad en vez de seguir confiando en la lotería. Y para eso habría que asumir claramente nuestra responsabilidad como argentinos, como ciudadanos, como humanos. Y resistir a conciencia, diariamente y por todos los medios pacíficos al alcance, a este gobierno que, a pesar de su legitimidad de origen, demuestra a diario lo que es: un régimen anti-argentino, anti-democrático y anti-pueblo. En esto estoy de acuerdo con la Susan Sontag que decía: «La probabilidad de que tus actos de resistencia no logren detener la injusticia no te exime de actuar en defensa sincera y reflexiva de los mejores intereses de tu comunidad». Y si lo que se preguntan es: ¿cómo?, me remitiré a una cita de otra escritora que admiro, Ursula K. Le Guin: «La resistencia y el cambio comienzan a menudo en el arte, y más a menudo aún en nuestro arte, el arte de las palabras».
Es un buen lugar por dónde empezar, ¿o no? Las palabras. Empecemos a decir las palabras que llevamos calentando en el buche desde hace meses.
La primera debería ser un verbo, porque los verbos indican acción. Y ese verbo debería ser, sin duda alguna: resistir”.
(*) Marcelo Figueras: “El verbo y la carne”, El Cohete a la Luna, 21/7/024.
11/08/2024 a las 8:07 AM
Anatomía de un escándalo
Mónica Gutierrez
Infobae
10 de Agosto, 2024
La dimensión de un escándalo se mide en sus detalles, en una sucesión de evidencias que van apareciendo a fuerza de indagar en razones y situaciones en busca de una revelación.
Cómo en la serie británica en la que un político de alto rango, James Whitehouse, es llevado a juicio, tras haber sido denunciado de violación por una de sus subordinadas, el escándalo que arrastra al ex Presidente empieza a develar detalles íntimos, personalísimos de los involucrados y sus entornos. Esto recién comienza.
En “Anatomía de un escándalo”, la atrapante historia basada en una novela de Sara Vaughan, el curso del juicio oral al que es sometido el personaje central, interpela sobre cuestiones tan sensibles como el poder, el privilegio, la verdad, la justicia y la percepción pública.
La moralidad de las personas expuestas en posiciones de poder es escrutada en su profundidad y obliga a una sociedad a reconocerse en sus bajezas y defecciones. También en lo que se está dispuesto a tolerar o se prefiere ignorar.
La causa de los seguros, que tramita por ante el juez Julián Ercolini y que investiga un caso de tráfico de influencias y corrupción, precipita un efecto dominó de consecuencias aún insondables.
El teléfono de María Cantero, histórica y privadisima secretaria del ex Presidente empieza a escupir data que da cuenta de nuevos y aberrantes hechos que se vivían en la opaca intimidad de Olivos.
“Todo tiene que ver con todo”, diría Cristina Fernández de Kirchner.
Casi todos los testimonios recogidos entre aquellos que tenían acceso a la residencia presidencial dan cuenta de un clima de creciente toxicidad. Una pareja mal avenida, quizá ficticia, malos modos y creciente violencia. Mucho malestar emocional, recriminaciones y maltrato.
La primera dama dama, aislada, recluida en la casa de huéspedes, ninguneada hasta la humillación y privada de servicios básicos de cuidado para ponerla a resguardo de la mirada ajena. Siempre celosamente controlada.
Alguien que supo estar en el círculo más próximo de Alberto Fernández admite que fue muy “desprolijo” desde el vamos. Se refería a su compulsiva actividad social, tanto analógica como digital por fuera de sus funciones de Presidente.
La constatación de las “desprolijidades” albertistas, que eran “vox populi” en los corrillos de la arena política emergen en modo video este jueves de terror cuando se hace pública una escena registrada por el mismísimo presidente beboteando bajo los efectos del alcohol a una conocida panelista mediática en su despacho de la Casa Rosada.
El video es más extenso de lo que se emitió en las pantallas del prime-time. Alguién le pegó un prudente hachazo. Se aguardan nuevas entregas.
El esposo de una íntima amiga de Fabiola Yañez, un hombre de la política, asegura que el accidental hallazgo de esta imágen por parte de la primera dama marcó el principio del fin.
Cristina Fernández de Kirchner no pareció ser ajena a los deslices de su elegido. La vocación de videasta del jefe de Estado parecía irritar a CFK, quien en 2022, en pleno acto político y desde su púlpito dijo: “Cualquiera puede leer mi celular. No sé si todos pueden decir lo mismo”. Sabía de qué hablaba.
Las imágenes del cachondeo presidencial que llegaron a la tele fueron grabadas por la mismísima Yañez desde un teléfono en desuso que el padre de su hijo descartó sin tomar ningún recaudo para proteger su privacidad ni la de su eventual acompañante.
Si el descuido de Alberto Fernández tiene que ver con la sensación de impunidad que suele afectar a los poderosos o es un mero acto de torpeza es a esta altura irrelevante. Hoy el último presidente kirchnerista enfrenta una denuncia por violencia de género. Un hecho que no registra precedentes en la historia de nuestro país y puede que de ningún otro.
“Alberto, poné orden donde tengas que poner orden, no te pongas nervioso y metele para adelante”, le aconsejó tras conocerse la foto del cumpleaños de Fabiola en plena pandemia.
Fue en agosto del 2021.
“Cuando uno es Presidente de una fuerza nacional y popular, los errores, las equivocaciones, las transgresiones inclusive a normas que uno puede tener se magnifican y exacerban para irritar e indignar”.
El escándalo del momento no tiene que ver con un error ni con una transgresión. A Alberto Fernández se le acusa de un delito muy aberrante tipificado en nuestro Código Penal.
CFK emitió un posteo en X recién en el mediodía del viernes. Fustiga a Alberto Fernández diciendo que no fue un buen Presidente, despega de su criatura, dice que mostrar la fotos es revictimización y se auto dedica una parrafada alegando haber sido objeto de violencia física y verbal.
Cuando la diatriba anti casta empezaba a perder potencia, Alberto Fernández hace una invalorable ofrenda en el altar mileísta, otorgando nueva y vigorosa vida a la narrativa del libertario.
Las escandalosas revelaciones dejaron a la clase política en estado de perplejidad. El kirchnerismo reaccionó desmadrado y el resto del peronismo paralizado y en shock. La oposición deambula sin saber cómo canalizar el estupor.
“Lo de Alberto Fernández es la explicación más contundente de porqué MIlei gobierna hoy la Argentina…Cristina Kirchner es la responsable”, aportó Miguel Angel Pichetto.
“Estamos todos en shock”, dijo Axel Kicillof. El gobernador de la provincia de Buenos Aires, quien no fue especialmente explicito a la hora de condenar a Fernando Espinoza, el intendente de La Matanza imputado en un caso de abuso sexual y quién rehuyó expresarse sobre la situación de Venezuela, tiene dificultades para enfrentar tanta adversidad.
11/08/2024 a las 8:09 AM
Golpes y más golpes
Luis Bruschtein
Página/12
10/8/024
La denuncia contra el expresidente Alberto Fernández y la detención del hijo de un desaparecido, por el crimen de su madre, son presentados para indisponer a la sociedad hacia las políticas de derechos humanos y de protección a la mujer. Por el contrario demuestran la necesidad de fortalecer y profundizar esos valores porque han sido situaciones creadas por el patriarcado y el terrorismo de Estado.
Son escenarios que están en desarrollo. Cada quien puede creerle a cada uno de los protagonistas. La apariencia de paradoja está en que Alberto Fernández, que está denunciado como golpeador, fue promotor del Ministerio de la Mujer como herramienta institucional contra la discriminación y la violencia de género.
Esa falsa paradoja no solamente no desmerece la existencia del Ministerio, sino que subraya la necesidad de que exista. Los que han usado la denuncia de Fabiola Yáñez para caranchear en forma politiquera, al mismo tiempo son los que eliminaron el Ministerio de la Mujer y los que han rechazado la figura del femicidio como agravante en la justicia. En este caso, el castigo al golpeador no termina con esa práctica. Se requieren políticas que creen conciencia y formas de salvaguarda en un proceso que llevará tiempo para romper esa matriz de discriminación y explotación.
La paradoja es falsa porque la discriminación de género, el patriarcado, es una rémora que está en el entramado cultural de sociedades machistas desde su raíz. El machismo y la violencia de género atraviesan a todos los partidos políticos, de izquierda, de centro y de derecha. No importa en este caso si Alberto Fernández fue mal o buen presidente o si es peronista, radical o macrista. En todo caso, para el peronismo, y más en el kirchnerismo, el machismo y la violencia de género son aún más graves porque hay un debate sobre lo que significa y nadie se puede hacer el desentendido.
El asesinato de Susana Montoya y la detención de su hijo, Fernando Albareda, hijo de desaparecidos y activista de derechos humanos, llenó de dolor, congoja y confusión. La investigación aún está en marcha. Pero sea cual sea el resultado, se trata de una desgracia producto del terrorismo de Estado. De la misma forma que la denuncia contra Alberto Fernández, la tragedia cordobesa se revela como una explosión de horrores que dejó el paso del ex general Luciano Benjamín Menéndez por la provincia.
La historia de los protagonistas es desgarradora por la ferocidad que se abatió sobre sus vidas con el terrorismo de Estado. El país entero, nadie, ninguno, salió indemne. Más de 40 años de políticas de Memoria, Verdad y Justicia no alcanzaron para limpiar los efectos de un genocidio, para superar las lacras psicológicas del exterminio masivo de compatriotas, de la aplicación masiva del secuestro, la desaparición y la tortura como prácticas naturalizadas por una dictadura sangrienta.
Produce cansancio y saturación que se reconozca estas problemáticas solamente cuando conviene, por oportunismo político. Los políticos y los partidos son reflejo de la sociedad que los generó, con defectos agrandados, en algunos casos, por el influjo pernicioso de la cercanía con el poder. Pero está en los partidos la responsabilidad de cambiar esas lacras culturales. De no minimizar actitudes discriminatorias o los discursos y las formas autoritarias a partir de reconocer que no es un discurso de oportunidad, para la gilada, sino que son valores que fortalecen el basamento de una sociedad más respirable de la que tenemos.
Parece una broma que en esta semana, con el país conmocionado por estas historias, en el Congreso, los legisladores estén movilizados por el inminente debate sobre la visita de un grupo de ellos a genocidas condenados por violaciones a los derechos humanos. La política puesta al servicio del horror que todavía infecta a sectores de la sociedad por los efectos del terrorismo de Estado. “No aflojen, conserven la memoria” fue el mensaje del Papa Francisco que llegó cuando la Cámara de Diputados no podía reunir quorum para crearla comisión que debe investigar a los que se reunieron con los genocidas y conspiraban para liberarlos.
En un país que produce y exporta alimentos pero en el que la quinta parte de sus habitantes pasa hambre y está por debajo de la línea de indigencia, esa discusión ya tendría que haber sido saldada. Pero está latente y brota siempre en los mismos contextos.
Cuando las mayorías son sometidas a la pobreza y el sacrificio, cuando se les confisca el 17 por ciento de sus salarios y jubilaciones, se los despoja de sus derechos laborales y aumenta el precio de los alimentos, los remedios y el transporte, reaparecen, hermanados con estas políticas, los discursos de reivindicación de la dictadura. Resurgen los que aplican estas políticas y en muchos casos son apellidos y políticas que se repiten, disfrazadas de palabras como “el cambio” o “lo nuevo”, “yo nunca hice política”.
El otro decreto que espera en las gateras del Congreso es la modificación de la AFI y la asignación de cien millones de dólares para su funcionamiento. La maquinaria aceita sus engranajes. La gran paradoja es que lo hace bajo el discurso de la libertad, como cuando las dictaduras suprimían la democracia con la excusa de defenderla. Ahora se trata de libertad para el mercado, garrotazos para los demás.
La sociedad se acerca a una encrucijada en la que descubrirá que no hay nada nuevo en el sacrificio que se le exigió. Con este gobierno, lo que se perdió no se recupera. Pero no es la misma sociedad de las décadas anteriores y el comportamiento no es tan predecible. Hay señales, como la marcha del miércoles desde San Cayetano o la misma fila para acceder a la iglesia.
También circuló una encuesta esta semana, entre jóvenes de menos de 24 años en el área del AMBA, Conurbano y CABA y que publicó Pagina/12. Es un dato para tener en cuenta. Y es importante si se recuerda que el 70 por ciento del voto menor de 24 años se inclinó por Javier Milei en las elecciones presidenciales. En su mayoría fue un voto de expectativa, no de alineamiento ideológico. En esa zona blanda del voto libertario, el 80 por ciento califica de mala la situación y apenas el 30 por ciento de los jóvenes encuestados tiene imagen positiva del Presidente.
El descontento se extendió entre quienes lo votaron, aunque ese proceso todavía no llegó a la protesta. Pero es una sociedad distinta, el descontento tomó forma, pero no apareció la alternativa. La oposición no conectó con el desencantado. Tiene sus propios problemas, porque antes el desencanto fue con ella, que se confirma con hechos como el de Alberto Fernández. Ese empate en el rechazo frena el surgimiento de la alternativa que convenza.
No sería tan difícil convencer que no hay curro de los derechos humanos, ni curro en la solidaridad con los que menos tienen, ni degeneración sexual en las políticas de género. Basta la intención, discreta, casi mínima, de vivir en un país donde se respeten los derechos de las personas en forma humana y civilizada, donde la mujer no esté discriminada ni temerosa de sufrir violencia o donde no se vea a los pobres como un enemigo.
11/08/2024 a las 11:55 AM
Los argentinos son conjunto de gente que habita en una Patria que se avergüenza de reconocer y soporta la «sociedad equivocada en que nos acostumbramos a vivir».