Por Hernán Andrés Kruse.-

Hace poco el presidente de la nación habló ante la “crème de la crème” del empresariado vernáculo. En un momento de su exposición, Milei no dudó en tildar a quienes se oponen a su plan económico de “hijos de remil putas”, provocando inmediatamente una cerrada ovación de la platea. Resulta por demás evidente que el insulto es una de las herramientas preferidas por el presidente de la nación para afianzar su táctica de confrontación con el enemigo, de profundizar todo lo que se pueda la grieta que nos carcome desde hace demasiado tiempo.

Para Javier Milei el diálogo, el escuchar a quien piensa diferente, la tolerancia, son signos inequívocos de debilidad política. Además, demuestran claramente su desprecio por la democracia liberal, apoyada, precisamente, en aquellos valores que el libertario detesta: respeto, tolerancia, dignidad, decoro. A esta altura de los acontecimientos resulta harto evidente que estamos gobernados por un megalómano, un autócrata soberbio y prepotente, que se cree tocado por las fuerzas del cielo para señalar un punto de inflexión histórica, tanto en el plano nacional como en el internacional.

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Adriana Bolívar (Universidad Central de Venezuela) titulado “Cachorro del imperio” versus “Cachorro de Fidel”: Los insultos en la política latinoamericana” (Discurso y Sociedad-2008). La autora se apoya en lo que aconteció en la Argentina en noviembre de 2004 para explicar el rol relevante que juega el insulto en el agitado mundo de la política. En la ciudad de Mar del Plata tuvo lugar la IV Cumbre de las Américas, con la presencia de Jefes de Estado de América Latina y del presidente de Estados Unidos George W. Bush, quien presentó una propuesta para impulsar el Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA). Mientras Bush hacía semejante anuncio, en el Estado Mundialista Hugo Chávez, acompañado por Evo Morales y Diego Maradona, anunciaba la Alternativa Bolivariana para los Pueblos (ALBA).

“Después de la celebración de ambos eventos, por desacuerdos y críticas”, escribe Adriana Bolívar, “el presidente Hugo Chávez de Venezuela calificó como “cachorro del imperio” al Presidente Vicente Fox de México, lo que llevó a que algunos medios mexicanos respondieran al Presidente Chávez con la expresión “cachorro de Fidel”. Estas expresiones pusieron en evidencia las divisiones políticas en el continente y los problemas que surgen en las relaciones entre los países latinoamericanos debido a la necesidad de mantener tratados comerciales con Estados Unidos, así como a los intentos por cambiar el rumbo de la economía en la región para luchar contra la dependencia y favorecer la integración latinoamericana”.

A continuación la autora analiza el daño que el insulto ocasiona a la democracia liberal.

LOS INSULTOS EN LA POLARIZACIÓN POLÍTICA

“El estudio de los insultos en el diálogo político cobra mayor valor en la polarización política porque los bandos opuestos tratan de legitimarse, especialmente a través de la estrategia de “nosotros” versus “ellos” (van Dijk), con lo que se definen a sí mismos y a sus adversarios en la lucha por el poder. Los procesos de legitimación y deslegitimación, así como de oposición, protesta, resistencia, coerción, ocultamiento (Chilton y Schäffner) pasan a ser foco de atención de los analistas críticos. Martín Rojo y van Dijk sostienen que, para que un discurso sea legítimo, existen ciertas condiciones: sus fuentes (hablantes o instituciones) deben ser legítimas; su representación de los eventos debe ser o parecer verdadera y confiable (decir la verdad y tener credibilidad), y su discurso debe ser apropiado socialmente o “políticamente correcto”.

Igualmente, sostienen que, en el caso de los líderes que buscan legitimarse a sí mismos, es posible distinguir al menos tres modos interrelacionados de autolegitimación: el monopolio de la legitimidad social, el monopolio de la verdad y el monopolio del discurso. Aplicado esto a las pugnas entre los gobernantes, resalta entonces la importancia de un uso “apropiado” del lenguaje, vale decir, uno que respete las normas de lo que cada grupo considera aceptable, apropiado, considerado o cortés, asumiendo que cada cultura sabe dónde están los límites (Watts).

De acuerdo con Illie, los insultos en la política parlamentaria tienen tres grandes funciones: a) sacar ventaja silenciando, avergonzando o humillando a los adversarios políticos que tienen una ideología diferente; b) retar la autoridad y el papel institucional de los adversarios políticos, y c) revertir el equilibrio del poder político y fortalecer la cohesión de grupo. Los parlamentarios conocen los límites o se los hacen saber. En un contexto más amplio, las funciones de los insultos apuntan a la desestabilización del equilibrio comunicacional y político, con el fin de obtener posiciones ventajosas, fortalecer alianzas entre países e imponer ideologías”.

LOS INSULTOS COMO ESTRATEGIA EN LA DEMOCRACIA

“En el contexto venezolano el discurso político se ha caracterizado en los últimos años por un uso de los insultos y de una retórica amenazante que ha servido como estrategia política junto con la violencia (Madriz). Estudiosos venezolanos de diversas disciplinas han llamado la atención sobre los efectos dañinos de la polarización para la vida en democracia, la formación ciudadana y la paz (Barrera Linares; Lozada; Erlich; Bolívar,). El intercambio de insultos en la esfera pública venezolana ha tenido como actor principal al presidente Hugo Chávez y a diversos sectores de la oposición desde que inició su mandato en 1999. El presidente Vicente Fox, en México, ha sido criticado por sus exabruptos y desaciertos en la política exterior que lo ha llevado a enemistarse con países como Cuba y Brasil, pero sus “dislates” no han tenido un alcance mayor. Sin embargo, Hugo Chávez ha logrado la atención internacional por sus insultos a George Bush y a todos los que se asocien con él.

El mundo global gira en torno al logro y mantenimiento de hegemonías que polarizan a la sociedad. El mundo bipolar que representaba Estados Unidos y la Unión Soviética se ha convertido, a partir del desmantelamiento de la Unión Soviética, en un mundo unipolar bajo el liderazgo mundial de los Estados Unidos. Esta es la hegemonía a la que se ha opuesto Hugo Chávez desde que fue elegido democráticamente como presidente en 1999. En estas circunstancias, el factor económico se torna clave para el diálogo porque, junto con la discusión ideológica, va tejido el problema de la dependencia económica y de las alianzas entre los países de América Latina con Estados Unidos y de los tratados que puedan establecer entre ellos, especialmente para aprovechar mejor el principal recurso energético del mundo, el petróleo.

Venezuela y México son dos de los principales países productores de petróleo en América y ambos surten a los Estados Unidos. Por eso, las Cumbres, o reuniones de presidentes se han hecho cada vez más importantes para el diálogo internacional y se convierten en espacios clave para el debate, la negociación, y el fortalecimiento (o no) del diálogo democrático. Las alianzas y amistades entre los países cobran entonces un valor importante en el diálogo democrático, porque se comparten o rechazan estilos de gobernar y las prácticas discursivas con las que se busca el apoyo”.

LOS EFECTOS DE LOS INSULTOS EN EL ESPACIO PÚBLICO

“Los insultos políticos tienen efectos al menos en tres dimensiones importantes: la cognitiva, la social y la discursiva. Desde la perspectiva cognitiva, Ilie ha llamado la atención sobre el papel de los que inician los intercambios en escenarios institucionales: Al proferir insultos públicamente en un escenario institucional, los iniciadores tienen la intención de llegar a un audiencia más amplia y así provocar en los interlocutores una especie de reacción en cadena contra el blanco del insulto, oyentes y escuchas(…) los que inician los insultos también tratan de afectar los procesos de comprensión de una audiencia más amplia y cambiar sus actitudes y creencias de acuerdo con posiciones ideológicas particulares”. De esta manera, se crean los espacios cognitivos para interpretar los significados y se construyen modelos para interpretar el discurso ideológico (van Dijk).

Desde una perspectiva social, los insultos son parte del juego político, y hay un límite acordado por los participantes (por ejemplo en el caso de los parlamentos británico y español), pero cuando no se respetan los límites existen graves consecuencias para el diálogo democrático, como ya se ha observado en Venezuela. Diversas investigaciones muestran que los insultos políticos se profieren en mayor cantidad en situaciones de conflicto en variadas redes semánticas (Lozada) y que siguen secuencias temáticas que se encadenan a lo largo del tiempo mitigándose y agravándose en la dinámica política (Bolívar).

En este proceso, se estigmatiza a grupos sociales; se naturalizan y se aceptan en la conversación cotidiana palabras que se originaron como insultos; se celebra el discurso escatológico y la violencia; se profundiza la polarización (nosotros-ellos); la conversación cotidiana se carga de agresividad y, por ende, de mayor desconsideración por las personas. Se interrumpe y se destruye el diálogo. Desde una perspectiva discursiva, se incorporan en el repertorio lingüístico de las personas palabras y expresiones que se fijan en su memoria como marcas de una lucha social que los divide. Quedan las huellas del sexismo, del clasismo, del racismo y de otros ismos dañinos para el diálogo.

Resultados de investigaciones sobre el efecto de los insultos en jóvenes universitarios (hombres y mujeres) después de momentos de alta conflictividad en Venezuela han mostrado que el vocabulario insultante aumenta y, a medida que pasa el tiempo, los insultos se naturalizan en nombres y formas de trato, para la oposición “escuálidos”, “golpistas”, “oligarcas”, “fascistas”, y para seguidores del gobierno “asesinos”, “ladrones”, “comunistas”. Además, se refuerzan patrones de recordación discriminatorios de género, raza grupo social y capacidad intelectual (Bolívar)”.

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