Por Hernán Andrés Kruse.-

LAS CONDICIONES DEL DIÁLOGO DEMOCRÁTICO

“En el ámbito del discurso político la anulación del diálogo significa anular la acción de las personas en los espacios públicos. Según Kohn, Arendt se adelantó a Habermas en cuanto a proponer un “modelo comunicativo” porque ella fue “una de las primeras filósofas en sostener el indisoluble vínculo entre discursos abiertos y plurales y la acción política verdaderamente libre como fundamento último de una democracia deliberativa y participativa, en la que dialogar es un modo intrínseco de ejercer la autonomía del juicio” (Kohn). En este sentido, una de las condiciones más importantes para que la participación ciudadana sea efectiva es que el diálogo debe llevarse a cabo “sin que sea necesario introducir un elemento de contricción con el fin de conseguir un consenso” (Kohn). Con eso, se descarta cualquier tipo de imposición o totalitarismos sea de derecha o de izquierda.

Por otra parte, Fairclough (2000) ha sugerido provisionalmente algunas características del diálogo democrático que, aunque él mismo califica como utópicas, conviene resaltar: accesibilidad a todos, con iguales derechos para hablar y deber de escuchar; sensibilidad a la diferencia, el derecho a hacerlas públicas y la obligación de que sean escuchadas y reconocidas; espacio para el desacuerdo, el disenso y la polémica; espacio para que surjan nuevas posiciones, identidades, relaciones, alianzas y conocimiento; y habla que conduzca a la acción.

El uso del lenguaje ofensivo en la esfera pública despierta preocupación porque el diálogo democrático es afectado hasta el punto de que los sistemas de gobierno, ya vulnerables históricamente en América Latina, se desgastan más y corren el peligro de convertirse en gobiernos autoritarios o dictaduras, como ha sido advertido por investigadores venezolanos de diferentes disciplinas. Fairclough manifiesta su preocupación por el debilitamiento del diálogo en la esfera pública y señala como, en opinión de muchos (Habermas; Arendt; Benhabib), se hace cada vez más imperante “reconstruir la democracia” tal vez a escala internacional. Para ello, una condición importante es fortalecer el diálogo en la esfera pública y en la sociedad civil porque, como él mismo lo plantea: “(…) el problema y la crisis de la esfera pública es sustancialmente un problema y una crisis del discurso, un problema y una crisis del diálogo: un asunto que tiene que ver con la ausencia de espacios para el diálogo democrático y en tipos de diálogo en los que las personas puedan hablar juntas de preocupaciones comunes sobre cosas de interés social y político, fuera de las estructuras del estado (y del mercado), y de manera que puedan influir en la formulación e implementación de políticas” (mi traducción, Fairclough).

Por lo tanto, es importante estudiar el diálogo político, tal como se da entre los actores responsables de gobernar, cuando han sido escogidos democráticamente y cuando imponen estilos personales y adoptan actitudes mesiánicas en la que sus palabras quedan grabadas en la memoria de la gente. Los gobiernos latinoamericanos muestran una marcada tendencia personalista (Bolívar), y es por eso que vale la pena fijarse en los estilos empleados por quienes llevan la máxima responsabilidad en el diálogo, especialmente los presidentes, en sus relaciones con aliados y opositores, porque “el fundamento último de la democracia y del Estado de derecho está dado por las condiciones de diálogo en el mundo actual” (Hoyos Vásquez).

LOS INSULTOS EN EL DISCURSO

“El insulto desde un punto de vista pragmático es un acto de habla que depende en gran medida de su valor perlocutivo (Jucker y Taatvitsainen), vale decir, del efecto que produzcan en el o los interlocutores las palabras pronunciadas por el hablante. Por lo tanto, la evaluación de quien lo recibe y de quienes observan el intercambio es fundamental para determinar si se trata de una palabra que ofende o no y el grado de la ofensa. No obstante, como lo reconocen Jucker y Taatvitsainen, el análisis de los efectos perlocutivos no es tarea sencilla visto que lo que puede ser insultante para un interlocutor puede no serlo para otro o también se puede insultar sin intención. Este fenómeno es particularmente cierto en el discurso político donde, debido a la filiación política, actos intrínsicamente descorteses pueden ser ofensivos para un grupo pero no para otro.

Como una forma de solucionar el problema, Jucker y Taatvitsainen se apoyan en la teoría de actos de habla y recomiendan distinguir entre la fuerza ilocutiva y perlocutiva del insulto. Esto quiere decir que el acto primario del insulto puede denominarse “ataque”, “asalto”, “comentario desdeñoso o despreciativo” y otros, mientras que el efecto perlocutivo puede definirse como “ofensa”, “afrenta”, “sentimientos heridos”, “atentado”. Según estos mismos autores, las condiciones pragmáticas de un insulto pueden reducirse a tres elementos: primero se predica algo sobre el blanco del ataque y se usan palabras que lo caracterizan; segundo, lo que se predica es percibido (evaluado) como inapropiado y degradante por el blanco; tercero, el target interpreta la predicación como un acto que tiene la intención de amenazar o degradar su imagen. Los dos primeros componentes son criterios obligatorios, pero no el tercero porque así se da cabida al insulto inintencionado. El problema con el análisis de este tipo es que el foco se concentra en interacciones diádicas, que dejan fuera las evaluaciones de los observadores y de los distintos grupos que evalúan el intercambio.

Los insultos políticos, al igual que otros actos de habla en la esfera política son diferentes a los insultos en la literatura o en la vida familiar porque, por tratarse de un discurso público, la intervención de los medios es muy importante. De hecho forman parte crucial en el marco comunicacional de la política (Charaudeau). Desde el análisis del discurso, es importante estudiar más bien los actos discursivos porque “los actos de discurso son actos de habla incrustados en una situación comunicativa concreta” (Haverkate) y pueden ocurrir en pares adyacentes o en secuencias mayores. En el caso del insulto, considerado entre las formas prototípicas de descortesía porque “perjudican intrínsicamente al interlocutor” (Haverkate), se hace necesario o deseable un acto de disculpa para reparar la falta. Esto convierte entonces el acto discursivo en un fenómeno complejo porque, en el discurso político, la disculpa puede interpretarse como acto de debilidad. No obstante, la disculpa, como acto genérico, lleva consigo una carga moral y cultural y es visto como un componente esencial para mantener la armonía social porque tiene que ver con la conciencia y la aceptación de responsabilidad moral por la conducta ofensiva (Harris). Esto, a su vez, influye en la imagen que se desea proyectar y defender.

La pragmática y los estudios de la (des)cortesía han hecho avances importantes sobre la imagen como una necesidad humana básica (Goffman), a pesar de las críticas a Brown y Levinson. En los nuevos desarrollos, existe cada vez más el acuerdo de que, para estudiar la cortesía es necesario tomar en cuenta la evaluación de los participantes (Watts; Eelen; Mills; Bolívar), pero todavía son pocos los intentos por describir cómo funciona el proceso en la dinámica social. El concepto de imagen en los estudios de cortesía se ha enriquecido al incluir la imagen social y cultural (Spencer-Oatey; Bravo y Briz). El desarrollo de los estudios interculturales, en la visión de Spencer-Oatey, ha extendido el alcance al manejo de las relaciones (rapport management) que involucra dos componentes, el manejo de la imagen y el manejo de los derechos sociales (sociality rights).

A su vez, la noción de face incluye una imagen de calidad, asociada fundamentalmente a la autoestima personal, y una imagen de identidad que tiene que ver con las identidades sociales o roles, asociada a nuestro sentido de valor social público. El manejo de los derechos sociales da cabida a los derechos de igualdad, vale decir, el derecho a ser tratado con consideración “so that we are treated fairly: that we are not duly imposed upon, that we are not unfairly ordered about, and that we are no taken advantage of and exploited”; y a los derechos de asociación, que equivale a nuestro derecho a asociarnos con otros y a mantener esas relaciones (Spencer-Oatey). Queda como un reto proyectar este enfoque al estudio de los cambios en la dinámica social y política.

Para compensar deficiencias y críticas al modelo de cortesía de Brown y Levinson y a las teorías centrales, en el mundo hispano han surgido avances novedosos. Bravo ha propuesto las categorías de autonomía y afiliación, donde las necesidades de individuo y grupo coinciden. Estas categorías son “en principio vacías” y permiten la construcción de “hipótesis socioculturales” (Bravo). En el análisis de la conversación, Briz ha dado atención a la evaluación en el discurso y ha hecho la diferencia entre cortesía “codificada” y cortesía “interpretada”. Ha distinguido entre dos estadios de la evaluación: un primer estadio “antes de hablar”, “mental” y un segundo estadio “social” en la interacción. Briz propone filtros que pueden servir de criterios iniciales: la solidaridad, el fin interpersonal, los ideomas (la imagen comprometida) la problematicidad temática y la aceptación, todas ellas en un dinamismo jerárquico cambiante. Aunque son categorías sugerentes desde el punto de vista social y cultural, que ya han sido extendidas a la descortesía (Bernal), está por verse como se aplicarían a los espacios públicos y al discurso político.

El debate en el campo de los estudios del discurso de la cortesía sigue, provoca interesantes reflexiones (Granato), y sirve de apoyo teórico general para la interpretación de las relaciones personales en variados contextos. En el plano de las relaciones internacionales, lo que nos interesa escudriñar aquí es de qué manera los insultos contribuyen a los procesos de legitimación en la interacción política, especialmente porque, como plantean Martín Rojo y van Dijk los actos de legitimación se presentan como respuesta a críticas explícitas o acusaciones”.

CONCLUSIONES

“Del estudio se desprenden algunas consideraciones que vale la pena destacar. En primer lugar, que los insultos definitivamente interrumpen el diálogo entre naciones, como se ha visto en el caso de Venezuela y México quienes durante casi dos años se remitieron a sus relaciones económicas, sin embajadores. En segundo lugar, que la causa de la ofensa puede interpretarse en dos planos diferentes: como agresión en el plano moral, porque uno de los agraviados (en el caso de Chávez) considera un atrevimiento retar una propuesta ideológica que, desde su punto de vista, es justa y legítima por su sola fuerza moral; y como agresión al diálogo democrático, porque el otro agraviado (Fox y México) interpreta la ofensa como un daño a la imagen de las instituciones democráticas y al patrimonio cultural. También se desprenden implicaciones para el análisis de los insultos políticos, especialmente cuando se emplea el lenguaje ofensivo con fines estratégicos, como ocurre en el caso del gobierno de Venezuela.

Desde una perspectiva pragmática, se hacen visibles las condiciones para que el insulto tenga un efecto táctico. Primero, es pronunciado en un espacio público, ante una audiencia amplia. Mientras los ataques de Fox son realizados a través de declaraciones a la prensa, Chávez hace uso estratégico de los grandes espacios para pronunciar sus insultos, un estadio, un teatro, el programa Aló Presidente. Segundo, las palabras pronunciadas son reconocidas oficialmente como insultantes; debe haber una persona o institución cuya imagen es afectada y degradada, y debe haber personas que reconozcan eso explícitamente. Los insultos de Chávez fueron reconocidos como tales oficialmente por el gobierno mexicano en el plano pragmático e institucional. Tercero, el insulto que daña la imagen nacional de otro país requiere una disculpa oficial emanada del gobierno o su representante. México reclamó el daño a su imagen de pueblo justo y democrático y pide explicaciones como nación.

Otro aspecto que debe resaltarse es el rol de iniciadores en el diálogo. Aunque el gobierno venezolano defendió el argumento de que Fox inició el ataque porque criticó a Chávez, el iniciador en el evento y en el discurso fue Chávez al colocar primero sobre el tapete el rechazo y la descalificación del ALCA. En el discurso, esto se comprueba porque el ALCA fue el tópico inicial y tema dominante en los macro-intercambios, y el principal motivo del conflicto. No hay dudas de que la discusión sobre quién comenzó primero la dominación y la explotación de los pueblos de América es una tarea muy relevante para la reflexión y la toma de posiciones políticas, pero es necesario destacar que en el discurso, donde se construyen y destruyen realidades con la palabra, es posible identificar las iniciaciones porque las mismas personas que construyen el discurso proporcionan evidencia de ello con sus palabras y acciones.

Lo que este estudio ratifica es que toda transformación o cambio es posible en gran parte gracias a la palabra que, en el diálogo democrático, debe ser respetuosa del otro, de su imagen personal, política y cultural. La lucha por el poder pasa por el discurso y los modelos políticos, dominantes o no, se construyen con la palabra. La palabra afecta las imágenes de autoestima personal, política y social de los líderes quienes, como en el caso de Venezuela y México, tienen que resolver democráticamente sus grandes contradicciones en la búsqueda de la justicia, especialmente la de luchar contra la dependencia siendo dependientes, y la de ser países petroleros ricos con muchos pobres”.

(*) Adriana Bolívar (Universidad Central de Venezuela): “Cachorro del imperio” versus “Cachorro de Fidel”: Los insultos en la política latinoamericana” (Discurso y Sociedad-2008).

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