Por Hernán Andrés Kruse.-

Como era de esperar, Javier Milei utilizó los minutos que le concedió la ONU para descerrajar su furia ideológica. El blanco elegido: la propia ONU. Dijo el presidente libertario (fuente: Román Lejtman, Infobae, 24/9/024: La ONU se convirtió en un “Leviatán de múltiples tentáculos que pretende decidir no sólo qué debe hacer cada Estado nación, sino también cómo deben vivir todos los ciudadanos del mundo”. “Hemos visto cómo una organización que nació para defender los derechos del hombre ha sido una de las principales propulsoras de la violación sistemática de la libertad, como por ejemplo con las cuarentenas a nivel global durante el año 2020, que deberían ser consideradas delitos de lesa humanidad”. “En esta misma casa, que dice defender los derechos humanos, han permitido el ingreso al Consejo de Derechos Humanos a dictaduras sangrientas como Cuba y Venezuela, sin el más mínimo reproche”. “Se han promovido políticas colectivistas que atentan contra el crecimiento económico, violentan los derechos de propiedad y entorpecen el proceso económico natural”. Como colofón, Milei sentenció: “A partir de este día, sepan que la República Argentina va a abandonar la posición de neutralidad histórica que nos caracterizó, y va a estar a la vanguardia de la lucha en defensa de la libertad”.

Por un lado, el presidente de la nación no hizo más que confirmar su fanatismo ideológico; por el otro, su decisión de alinearse de manera incondicional con la “república imperial” (Raymond Aron), tal como lo hizo su admirado Carlos Saúl Menem apenas asumió la presidencia en julio de 1989. Buceando en Google me encontré con un ensayo de Leandro Morgenfeld (Profesor de la UBA e Investigador del CONICET) titulado “El inicio de las relaciones carnales” (cap. 4 de “Bienvenido Mr. President. De Trump a Roosevelt: las visitas de presidentes estadounidenses a la Argentina (Bs. As.: Ed. Octubre)-IADE-Realidad Económica). Aconsejo su lectura ya que nos recuerda el pragmático giro copernicano en materia de política exterior del flamante presidente Menem, consciente del cambio radical que se había producido a nivel planetario con el derrumbe del Muro de Berlín. Por razones de espacio transcribiré una parte del paper.

LAS RELACIONES BILATERALES EN LA TRANSICIÓN HACIA LA PSGUERRA FRÍA

“(…) La profunda crisis económica que estalló hacia el final del gobierno de Alfonsín, con la devaluación del Austral, la hiperinflación y los saqueos, terminó de allanar el camino para el cambio en la orientación de la política exterior argentina en los años noventa. La modificación más significativa en el vínculo con la potencia del norte se produjo en 1989. La ahora indiscutida hegemonía estadounidense a nivel mundial posibilitó a la tríada (Estados Unidos-Europa-Japón) imponer una serie de políticas económicas y reformas estructurales a los países endeudados. En la década de 1990, casi todas las sociedades latinoamericanas sufrieron este embate neoliberal, que arrasó con históricas conquistas obreras, desmanteló buena parte de los aparatos estatales a través de las privatizaciones, y permitió a los capitales de Estados Unidos (aunque también a los de Europa) avanzar como nunca antes en la región.

En el continente, Washington impuso el NAFTA (sigla en inglés por la que se conoce al Tratado de Libre Comercio de América del Norte –TLCAN-), y preparó su proyecto más ambicioso: el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), una iniciativa que no había podido establecer un siglo atrás, entre otros motivos por la oposición argentina. En esta oportunidad, la Casa Rosada no fue un obstáculo. Si bien Menem accedió al poder a través de un frente, el FREJUPO, encabezado por el justicialismo, que proponía volver a las viejas banderas históricas del peronismo, el “salariazo” y la “revolución productiva”, no fueron sino meras consignas de campaña. Durante sus dos mandatos impuso una reforma estructural de la economía, profundizando la iniciada por Martínez de Hoz en 1976. Rápidamente abandonó su prédica industrialista y se mostró dispuesto a hacer los ajustes que el gran capital trasnacional requería. El ex gobernador riojano pasó a ser el alumno predilecto el FMI, el ejemplo a imitar por sus pares del Tercer Mundo.

Su política exterior se caracterizó por un alineamiento con Estados Unidos, aunque no exento de matices. El propio canciller Guido Di Tella, sucesor de Cavallo al frente del Palacio San Martín desde 1991, sintetizó el grado de profundización de las relaciones entre la Casa Rosada y la Casa Blanca al caracterizarlas de “carnales”, epíteto que se constituyó en un símbolo de la sujeción a los mandatos de Washington. La frase fue utilizada por Di Tella por primera vez en un encuentro con las máximas autoridades del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en Washington, para graficar el tipo de vínculo estrecho que la Argentina pretendía mantener con Estados Unidos: “No queremos tener relaciones platónicas: queremos tener relaciones carnales y abyectas”. Incluso tuve que explicarla, una vez, en el Departamento de Estado, durante el gobierno de Clinton: “Fue gracioso. Estábamos en el Departamento de Estado dando una conferencia de prensa con la secretaria de Estado Madeleine Albright. En un momento un periodista me pregunta por lo de las relaciones carnales y antes de que yo pudiera decir nada lo traducen al inglés. Cuando Albright lo escuchó en inglés dijo: “Aquí hay un error de traducción, no puede ser lo que estoy escuchando”. Entonces yo me acerqué y, por lo bajo, a un costado, le dije: “Madeleine, la traducción es correcta. Después te explico. Después le expliqué y ella se mató de risa”.

La reivindicó durante muchos años, pero luego reconoció que “La frase de las relaciones carnales fue una estupidez”. En 1990, la frase había aparecido en un reportaje realizado por Román Lejtman a Di Tella, cuando todavía era embajador en Washington: “Nosotros queremos pertenecer al Club de Occidente. Yo quiero tener una relación cordial con los Estados Unidos y no queremos un amor platónico. Nosotros queremos un amor carnal con Estados Unidos, nos interesa porque podemos sacar un beneficio”. A partir de la frase citada, el diario tituló la nota “Relaciones Carnales”. Esta decisión editorial llevó a que en adelante se popularizara así esa política externa. El vice canciller Andrés Cisneros, en entrevista para este libro, recuerda así el origen de la polémica frase: “En su discurso inaugural, Di Tella dijo que, para no repetir el seguidismo del panamericanismo de la Guerra Fría, con Estados Unidos teníamos que establecer “relaciones provechosas, con contenido, con carnalidad”, utilizando la palabra “carnalidad” como sinónimo de contenido, de carnadura… al día siguiente Página/12 y una oposición radical de muy pobres luces internacionales se apresuraron a utilizar “carnalidad” en su versión sexual y perjudicar con esa sucia maniobra a una política que se encontraban esencialmente imposibilitados de derrotar”.

En esos años de privatizaciones, apertura de la economía, convertibilidad, ataque contra derechos de los trabajadores y caída y concentración de la producción industrial, Menem no ahorró gestos hacia su socio del norte. Se enviaron naves a la guerra del Golfo (primera vez que el país se involucraba activamente en un conflicto bélico fuera de América), se desmanteló la estratégica iniciativa del misil Cóndor II y de diversos proyectos de industria aeroespacial y de defensa, se votó en la ONU muchas veces según dictaba el Departamento de Estado (por ejemplo, en contra de Cuba en la Comisión de Derechos Humanos), se concretó el retiro del Movimiento de Países No Alineados, se adhirió a los tratados de no proliferación nuclear, se produjo la primera visita de un presidente peronista a Estados Unidos y de un mandatario argentino a Israel, se firmaron múltiples convenios con Washington, y se consiguió la elección de Argentina como “aliado extra OTAN”.

El giro en el vínculo con Estados Unidos tuvo distintas interpretaciones: “La política exterior argentina respecto de los Estados Unidos constituyó uno de los pilares del giro copernicano hacia el ‘tren del progreso’. Luego popularizadas como ‘relaciones carnales’, el contenido fundamental de dicha política consistió en seguir los postulados del realismo periférico y disminuir al mínimo las posibilidades de trazar políticas que contradijeran los intereses del actor dominante (Colombo). Roberto Russell y Juan Tokatlian definen al modelo de política exterior respecto de Estados Unidos como de acoplamiento. Dicho esquema se caracteriza, entre otras variables, por el plegamiento a los intereses estratégicos vitales de Estados Unidos, particularmente en cuestiones sensibles vinculadas a la seguridad global y por una participación de modo distante en la integración económica regional. Roberto Miranda, por su parte, afirma que Menem optó por enhebrar una alianza de poder con Estados Unidos, atento a los postulados de Escudé por los cuales la inserción internacional de un país periférico solo podía optimizarse en términos de alianzas. Para José Paradiso, en cambio, la sobreactuación argentina terminó dando lugar a una ‘subordinación autoimpuesta” (Frenkel).

En el mencionado reportaje realizado para este libro, así interpreta Cisneros el giro en la relación con Washington: “Con Estados Unidos la cooperación tendría que ser más difícil que con los países sudamericanos. Sus intereses no eran semejantes a los nuestros, su tamaño planetario los convertía en inalcanzables y veníamos de más de cien años de relaciones de mutua desconfianza, cuando no de abierta hostilidad. Planificando para la primera década, el primer paso debía ser el de descartar enfrentamientos, procurar no caer en la agenda negativa del Leviatán e ir lentamente encontrando áreas de cooperación recíproca que permitiera construir relaciones más provechosas. Ese fue el sentido de la visita de Bush: empezar de nuevo eliminando rispideces que no fueran necesarias para defender a los intereses nacionales. Pero la desconfianza recíproca subsistía”.

Quienes defienden esa política exterior, indicando que se hizo lo que había que hacer, cuestionan que se la califique como alineamiento automático, y enumeran ejemplos en los que el voto de Argentina no coincidió con el de Estados Unidos en la ONU. Por ejemplo, en la Comisión de Derechos Humanos: por un tema de intereses comerciales, Argentina no votó contra Irán; tampoco contra China, ni coincidió con Estados Unidos en cuanto a los territorios ocupados por Israel. A nuestro juicio, enumerar estas disidencias menores no alcanza para evitar hablar de una política exterior subordinada a los intereses del gigante del norte. Claro que también había fluidos vínculos económicos con diversas potencias europeas, que competían con los capitales estadounidenses para controlar las empresas de servicios públicos que pasaban a manos privadas. No es menor tener en cuenta que Europa, a través de España, fue uno de los principales inversores extranjeros en Argentina en la década de 1990, lo cual matiza la idea de que la inserción económica internacional, por ese entonces, respondía exclusivamente a los intereses de Washington.

Como parte de un proyecto hegemónico histórico, y en el marco de la disputa comercial con otras potencias, Estados Unidos aprovechó su clara superioridad para plantear un proyecto ambicioso: el ALCA, que pretendía extender el Tratado de Libre Comercio de América del Norte hasta Ushuaia. Justamente, como se verá más adelante, ese fue uno de los principales temas abordados en la visita de Bush de 1990. A pesar de haber sido uno de los artífices de la oposición a una unión aduanera continental, un siglo antes, Argentina, durante el menemismo, no planteó demasiados obstáculos a la concreción de esta iniciativa. El mandatario argentino era el alumno ejemplar de Washington, y quería seguir siéndolo. Menem construyó una fluida relación con Bush y Clinton, invitándolos repetidas veces a visitar el país, por entonces un modelo para el FMI. Del nacionalismo reformista peronista que reivindicaba la Tercera Posición se mutó, casi sin escalas, al realismo periférico, justificado por el pragmatismo (Escudé). Se pasó a analizar la autonomía en política exterior en términos de costos económicos. Los países débiles, se decía, deben asumir su condición y no confrontar (innecesariamente) con las potencias. Lo inteligente para Argentina era alinearse con Estados Unidos. Eso daba seguridad jurídica, impulsaba la radicación de capitales y el flujo de créditos, claves para sostener la convertibilidad.

Apenas dos meses y medio después de asumir anticipadamente la presidencia, Menem tuvo su primera reunión con Bush, en la capital estadounidense, tras la asistencia en New York a la asamblea de Naciones Unidas: “El primero de dichos encuentros se realizó entre el 25 y el 29 de septiembre de 1989 en Washington. De esta manera Menem se constituyó en el primer presidente peronista que visitó Estados Unidos. La agenda fue muy compleja e incluyó temas como: búsqueda de apoyo norteamericano en las negociaciones de la Argentina con el Club de París, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional; el aprovisionamiento de equipos militares argentinos a terceros países; la venta del avión IA 63 Pampa; la cuestión de la energía nuclear; la ratificación de TLATELOLCO, la desactivación del Cóndor II; la situación política en Panamá y Centroamérica; Colombia y el narcotráfico; la normalización de relaciones con Gran Bretaña; la crisis de Oriente Medio y el terrorismo” (Busso). El 27 de septiembre de 1989, dos meses antes de la simbólica caída del Muro de Berlín, Menem sería el primer presidente peronista en pisar el Salón Oval de la Casa Blanca”.

LA PARTICIPACIÓN ARGENTINA EN LA GUERRA DEL GOLFO

“Justo antes de la histórica visita de Bush al país, Menem resolvió enviar una señal inequívoca a Washington. Argentina enviaría tropas al Golfo, si lo solicitaba el Consejo de Seguridad de la ONU: “Así como las medidas de apertura económica y reforma del Estado adoptadas desde julio de 1989 fueron la manifestación interna del ingreso al patrón de “relaciones especiales” con Estados Unidos, la participación argentina en la Guerra del Golfo a partir de septiembre de 1990 constituyó la primera medida trascendente que demostró la adopción de dicho patrón en el ámbito de la política exterior. Fiel a su perfil occidentalista pero no automático, el gobierno argentino se mostró inicialmente renuente a la alternativa de un envío inmediato de tropas a la zona en conflicto hasta que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas así lo requiriese” (Corigliano).

La decisión inicial, luego revertida, de no enviar tropas, se relacionaba con la esperada oposición que plantearían las bancadas de la UCR y el PJ en el Congreso. Basta recordar las protestas que se habían suscitado en 1965, durante el gobierno de Illia, ante la votación favorable a la creación de una Fuerza Interamericana de Paz y la posibilidad del envío de tropas a Santo Domingo. Se dedica aquí un parágrafo especial a esta temática ya que marca un parteaguas en la historia de la política exterior argentina y explica por qué la visita de Bush cobró un significado tan especial: “La discusión respecto del envío de tropas al Golfo es sumamente significativa porque abrió un debate profundo sobre la inserción internacional argentina y su vinculación con las reformas económicas. En especial, evidenció los diagnósticos del sistema internacional que los dirigentes políticos argentinos elaboraron, o a los que adscribieron, y desde donde partieron para adoptar una posición respecto a la intervención del país en ese conflicto bélico” (Míguez).

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