Por Hernán Andrés Kruse.-

En la tarde del miércoles 9 de octubre se escribió una de las páginas más tristes de la historia parlamentaria de los últimos años. Con el fundamental apoyo de los diputados que responden al ex presidente Mauricio Macri, el presidente de la nación consiguió blindar su veto a la ley de financiamiento universitario. El oficialismo logró una relevante victoria política de cara al futuro inmediato y mediato, de cara fundamentalmente a las cruciales elecciones de medio término del año próximo. Los 84 votos del orden conservador a favor del veto le asestaron a la educación universitaria pública un golpe durísimo, similar a los que les propinaba Carlos Monzón a sus adversarios en el ring. En la tarde del miércoles 9 de octubre el orden conservador no hizo más que profundizar la decadencia de la educación pública.

Que la educación en nuestro país está en decadencia es un hecho, dramático por cierto, incontrastable. Los docentes de todos los niveles perciben salarios paupérrimos, un buen número de alumnos asisten a los establecimientos educativos mal alimentados, los paros se suceden sin solución de continuidad (con justa razón, obviamente). El resultado no puede ser más catastrófico: un buen número de egresados del colegio secundario (también me animaría a afirmar del nivel universitario) tiene serias dificultades para escribir correctamente y extraer la idea central de un texto. En buen romance; no saben leer y escribir, lo que significa que son analfabetos funcionales.

La solución de esta tragedia demandará muchísimo tiempo. Pero un buen punto de arranque sería, a mi entender, rememorar el pensamiento de aquellos intelectuales que se interesaron por la educación. Uno de ellos es, qué duda cabe, John Dewey. He aquí su biografía: “John Dewey nació (1859) en Burlington, Estado de Vermont, en cuya Universidad estatal conoció el pensamiento evolucionista y el positivismo comtiano. En 1884 se doctoró en Filosofía, en la Universidad de John Hopkins de Baltimore, donde fue iniciado en el neoidealismo hegeliano, versando su tesis sobre la psicología de Kant. Ejerció su profesorado en varias universidades norteamericanas. En primer lugar, enseñó en la Universidad de Michigan (1884-1894); tras una breve estancia en la Universidad de Minnesota, pasó a la de Chicago (1894-1904), en la que organizó, junto con su esposa Alice Chipman, una escuela experimental, para someter a prueba sus teorías pedagógicas. Finalmente, la Columbia University de New York se benefició de su docencia desde 1905 hasta 1929, fecha de su jubilación; fueron los años más intensos bibliográficamente. Viajó, dando conferencias, por diversos países europeos, por Japón, China y Rusia. Como psicólogo fue uno de los principales representantes del Funcionalismo norteamericano; como filósofo fue pragmatista; y como teórico de la educación creó el movimiento del «Progresismo». Falleció en 1952” (Paciano Fermoso Estébanez: “Bibliografía sobre John Dewey: Filosofía de la Educación” (Universidad Autónoma de Barcelona).

En 1897 Dewey publicó un ensayo titulado “Mi credo pedagógico” (Psicología Educativa-Profesor Félix Temporetti-Carrera de Psicología-UNSAM- Rosario), en el que expone su filosofía educativa. Invito al lector a que se sumerja en su contenido. No saldrá defraudado.

ARTÍCULO 1: LO QUE ES LA EDUCACIÓN

“Creo que:

Toda educación procede por la participación del individuo en la conciencia social de la raza. Este proceso comienza inconscientemente casi desde el nacimiento, y está continuamente formando las capacidades del individuo, saturando su conciencia, formando sus hábitos, educando sus ideas y despertando sus sentimientos y emociones. Mediante esta educación inconsciente, el individuo llega gradualmente a participar en los recursos intelectuales y morales que la humanidad ha logrado acumular. Aquél se convierte así en un heredero del capital formado por la civilización. La educación más formal y técnica del mundo no puede alejarse con seguridad de este proceso natural. Únicamente puede organizarlo o diferenciarlo en alguna dirección particular.

La única educación verdadera se realiza estimulando la capacidad del niño por las exigencias de las situaciones sociales en que se halla. Mediante estas exigencias es estimulado a actuar como miembro de una unidad, a emerger de su estrechez originaria de acción y de sentimiento y a considerarse él mismo desde el punto de vista del bienestar del grupo al que pertenece. Mediante las reacciones de los demás a sus propias actividades llega a conocer lo que éstas significan en términos sociales. El valor que ellas tienen se refleja en él. Por ejemplo, mediante las reacciones a los balbuceos instintivos del niño, éste llega a conocer lo que esos balbuceos significan; éstos se transforman en lenguaje articulado, y así el niño es introducido en la riqueza acumulada de ideas y emociones que se hallan concentradas en el lenguaje.

Este proceso educativo tiene dos aspectos: uno psicológico y otro social, y ninguno de ellos puede subordinarse al otro o descuidarse sin producir malas consecuencias. De estos dos aspectos, el psicológico es el básico. Los instintos y capacidades del niño proporcionan el material y constituyen el punto de partida para toda educación. Excepto cuando los esfuerzos del educador se relacionan con alguna actividad que el niño realiza por propia iniciativa, independiente del educador, la educación queda reducida a una presión ejercida desde afuera. Ésta puede, ciertamente, dar algunos resultados externos, pero no puede llamarse verdaderamente educativa. Sin un conocimiento de la estructura psicológica y de las actividades del individuo, el proceso educativo será por tanto azaroso y arbitrario. Si acierta a coincidir con la actividad del niño puede llegar a un resultado; si no, se producirá una fricción, desintegración o detención de la naturaleza del niño.

El conocimiento de las condiciones sociales, del estado actual de la civilización, es necesario para poder interpretar adecuadamente las capacidades del niño. El niño tiene sus propios instintos y tendencias; pero no sabe lo que significan hasta que podamos traducírselos en sus equivalentes sociales. Tenemos también que poderlos proyectar en el futuro para comprender su resultado y su finalidad. En el ejemplo antes usado, la capacidad para ver en los balbuceos del niño la promesa y la potencia de una futura interrelación y conversación es lo que permite tratar debidamente ese instinto. Los aspectos psicológico y social están relacionados orgánicamente, y la educación no puede ser considerada como un compromiso entre ambos o como una superposición del uno sobre el otro.

Se nos dice que la definición psicológica de la educación es estéril y formal; que nos da solamente la idea de un desarrollo de todas las capacidades mentales sin proporcionarnos ideas del uso a que han de destinarse esas capacidades. Por otra parte, se aduce que la definición social de la educación, considerándola como la adaptación a la civilización, hace de ella un proceso forzado y externo, que tiene por resultado la subordinación de la libertad del individuo a un estado social y político preconcebido. Cada una de estas objeciones es verdadera cuando se presenta cada uno de los aspectos separados del otro. Para saber lo que realmente es una capacidad debemos conocer cuál es su finalidad, uso o función, y esto no podemos saberlo sino en el caso de concebir al individuo como ser activo en las relaciones sociales. Pero, por otra parte, la única adecuación posible que podemos dar al niño, en las condiciones existentes, es la que surja de ponerle en plena posesión de todas sus capacidades.

Con el advenimiento de la democracia y de las condiciones industriales modernas es imposible predecir de un modo definitivo lo que será la civilización dentro de veinte años. Por tanto, es imposible preparar al niño para una serie precisa de condiciones. Prepararle para la vida ulterior significa prepararle de suerte que tenga el pleno y rápido uso de todas sus capacidades; que sus ojos, oídos y manos puedan ser instrumentos prontos al mandato, que su juicio pueda ser capaz de aprehender las condiciones en las que ha de trabajar, y que sus fuerzas de ejecución sean preparadas para actuar económica y eficientemente. Es imposible alcanzar esta especie de adecuación si no es teniendo constantemente en cuenta las capacidades, gustos e intereses propios del individuo, es decir, si no se traduce la educación continuamente en términos psicológicos.

En suma, creo que el individuo que ha de ser educado es un individuo social y que la sociedad es una unión orgánica de individuos. Si eliminamos del niño el factor social nos quedamos sólo con una abstracción; si eliminamos de la sociedad el factor individual nos quedamos sólo con una masa inerte y muerta. La educación, por tanto, debe comenzar con un conocimiento psicológico de las capacidades, intereses y hábitos del niño. Ha de ser controlada en cada punto con referencia a las mismas consideraciones. Esos poderes, intereses y hábitos han de ser constantemente interpretados: debemos saber lo que significan. Han de ser traducidos a sus equivalentes sociales, a lo que son capaces en el sentido del servicio social”.

ARTÍCULO 2: LO QUE ES LA ESCUELA

“Creo que:

La escuela es, primariamente, una institución social. Siendo la educación un proceso social, la escuela es simplemente aquella forma de vida en comunidad en la que se han concentrado todos los medios más eficaces para llevar al niño a participar en los recursos heredados de la raza y a utilizar sus propias capacidades para fines sociales. La educación es, pues, un proceso de vida y no una preparación para la vida ulterior. La escuela debe representar la vida presente, una vida tan real y vital para el niño como la que vive en el hogar, en la vecindad o en el campo de juego. La educación que no se realiza mediante formas de vida, formas que sean dignas de ser vividas por sí mismas, es siempre un pobre sustituto de la realidad auténtica y tiende a la parálisis y a la muerte.

La escuela, como institución, ha de simplificar la vida social existente; ha de reducirla a una forma embrionaria. La vida actual es tan compleja que el niño no puede ser puesto en contacto con ella sin experimentar o distracción; aquél es abrumado por la multiplicidad de actividades que surgen, de tal suerte que pierde su propio poder de reaccionar ordenadamente, o es tan estimulado por esas diversas actividades que sus capacidades son puestas prematuramente en juego y llega así o a especializarse o a desintegrarse indebidamente. Como tal vida social simplificada, la vida escolar ha de surgir gradualmente de la vida doméstica, y ha de asumir y continuar las actividades con las que el niño está ya familiarizado en su hogar. La escuela ha de ofrecer al niño estas actividades y reproducirlas de modo que el niño aprenda gradualmente su sentido y sea capaz de desempeñar su papel con relación a ellas.

Esto es una necesidad psicológica porque es el único medio de asegurar la continuidad en el desarrollo del niño, el único medio de proporcionar un fondo de pasadas experiencias a las nuevas ideas dadas en la escuela. Ello es también una necesidad social porque el hogar es la forma de vida social en la que el niño se ha criado y en relación con la cual ha recibido su educación moral. Es asunto de la escuela profundizar y ampliar su sentido de los valores concentrados en su vida de hogar. Gran parte de la educación actual fracasa porque olvida este principio fundamental de la escuela como una forma de vida en comunidad. Aquélla concibe a la escuela como un lugar donde se han de dar ciertas informaciones, donde se han de aprender ciertas lecciones o donde se han de formar ciertos hábitos. Todo esto se concibe como teniendo valor en un remoto futuro; el niño ha de hacer estas cosas por causa de otras que ha de hacer; así son una mera preparación. Como resultado, no llegan a ser parte de la experiencia vital del niño y no son verdaderamente educativas.

La educación moral ha de centrarse sobre esta concepción de la escuela como un modo de vida social, y la mejor y más profunda preparación moral es precisamente la que se adquiere entrando en las debidas relaciones con los demás, formando una unidad de trabajo y pensamiento. Los actuales sistemas educativos, en cuanto destruyen o descuidan esa unidad, hacen difícil o imposible adquirir una auténtica y sistemática educación moral. El niño debe ser estimulado y controlado en su trabajo mediante la vida de comunidad. En las condiciones actuales, una parte excesiva de los estímulos y del control procede del maestro, por haber sido descuidada la idea de la escuela como una forma de vida social.

El lugar y el trabajo del maestro en la escuela han de ser interpretados sobre la misma base. El maestro no está en la escuela para imponer ciertas ideas o para formar ciertos hábitos en el niño, sino que está allí como un miembro de la comunidad para seleccionar las influencias que han de afectar al niño y para ayudar a responder adecuadamente a esas influencias. La disciplina de la escuela ha de proceder de la vida de la escuela como una totalidad y no directamente en determinar, sobre la base de una más vasta experiencia y de un saber más maduro, cómo la disciplina de la vida ha de llegar al niño. Todos los problemas referentes a la graduación y promoción del niño han de determinarse con referencia a la misma medida (standard). Los exámenes sólo pueden aceptarse en cuanto comprueban la aptitud del niño para la vida social y revelan el lugar en que pueden prestar mejores servicios y en que puede recibir mejor ayuda”.

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