Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del domingo 25 de agosto La Nación publicó un artículo de Fernando Laborda cuyo título es harto inquietante: “Milei, tras los pasos de Bukele”. Como bien señala Laborda, el flagelo de la inseguridad le permitió a Nayib Bukele acceder a la presidencia en 2019 venciendo cómodamente a los dos partidos políticos tradicionales salvadoreños (Arena y el FMLN). Al comienzo de su gestión debió lidiar con un problema complejo: su escasa representación parlamentaria, lo que lo obligaba a negociar con los legisladores de los partidos tradicionales. Sin embargo, Bukele decidió apretar a fondo el pie en el acelerador. Su implacable lucha contra el crimen organizado le permitió alcanzar en las elecciones presidenciales de enero de 2024 el 85% del apoyo popular. Ese porcentaje puso en evidencia su enorme capacidad para acumular poder.

Según Laborda, Milei quiere emular a Bukele. El libertario está convencido de que si logra derrotar a la inflación logrará obtener un resonante triunfo en las legislativas de 2025, lo que aumentaría geométricamente sus chances de conseguir la reelección emulando a su par salvadoreño. Emerge en toda su magnitud la personalidad autocrática de Milei. Su sueño es acumular todo el poder posible para no verse obligado a negociar con la oposición, algo que detesta de manera visceral, y permanecer en el poder todo el tiempo posible. De esa forma quedaría instaurada en el país una autocracia disfrazada de democracia.

Buceando en Google me encontré con un esclarecedor ensayo de María de Guadalupe Salmorán Villar (Profesora e Investigadora en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM) titulado “Democracia y los rostros de la autocracia” (2019). Apoyándose en la obra de Michelangelo Bovero (profesor de Filosofía Política en la Universidad de Turín), la profesora Salmorán Villar considera que “El trabajo de Bovero nos previene contra las apariencias, las simulaciones, las democracias de fachada o, dicho en otras palabras, las versiones, más o menos veladas, de su contrario o, aún mejor, de sus contrarios. En el trabajo de Michelangelo encontramos diversas figuras autocráticas. Realizar una sistematización de todas ellas sería imposible en este espacio. Sin embargo, en las siguientes páginas presento, en síntesis extrema, algunos de los “rostros de la autocracia” más recurrentes en la obra boveriana, construidas sobre la misma base, pero distinguibles entre sí en grado y por diferentes razones: kakistocracia, “autocracia electiva”, “democracias aparentes” y pleonocracia. Cada una de esas categorías resultan instrumentos idóneos para resistir a las interpretaciones reduccionistas y distorsionadas de la democracia, tan de moda y exitosas (al menos así parece) en nuestros días”. Con el paso del tiempo quedará confirmado, lamentablemente, el carácter autocrático del gobierno de Javier Milei.

DEMOCRACIA IDEAL Y DEMOCRACIA REAL

“La teoría democrática de Michelangelo Bovero no sería inteligible sin la concepción dualista del mundo que la presupone. Como el mismo Bovero lo señala, de entre todas las dicotomías del pensamiento bobbiano, la más característica es aquella que contrapone los “ideales” a la “bruta materia”. Bovero edifica su teoría a partir de dicho binomio, el de la contraposición entre democracia ideal y democracia real. La idea fundamental es esta: sin la (re)construcción del primer término de la comparación, el modelo ideal de democracia, es imposible tener un discurso claro y coherente sobre el estado actual de los regímenes democráticos o, mejor dicho, sobre aquellos regímenes que estamos acostumbrados a llamar democracias.

Sin embargo, a diferencia de su maestro, Bovero ha centrado la atención, no tanto del choque o adaptación entre ideales y realidad, como de las tendencias degenerativas presentes en las democracias efectivamente vigentes. Desde hace más de dos décadas, Michelangelo se ha ocupado en identificar aquel tipo de instituciones, comportamientos y prácticas que pueden alterar el “juego democrático”, volviéndolo cada vez menos democrático, o, incluso, no democrático.

Las tendencias autocráticas que pueden vaciar de sentido el proceso decisional democrático responderían a múltiples causas: históricas, culturales, sociales, económicas y políticas. Algunas son exógenas y otras endógenas a esta forma de gobierno. Entre las primeras podríamos mencionar la persistencia de la guerra a nivel global y de los fundamentalismos religiosos, el aumento de las desigualdades socioeconómicas en el mundo, los múltiples efectos de la globalización económica, que traería consigo nuevas formas de exclusión política y marginación social (piénsese en las migraciones masivas en curso) y abonaría a la sustracción de la toma de decisiones políticas a sedes que escapan al escrutinio público. Entre las segundas, las más significativas serían: la verticalización del ejercicio del poder político mediante el “reforzamiento” del Ejecutivo, la personalización del enfrentamiento político y en la gestión del poder, la manipulación de las reglas electorales para crear mayorías artificiales y la búsqueda de consenso popular con técnicas plebiscitarias que buscan escapar a las instancias de “intermediación” democráticas, en primer lugar, los partidos y parlamentos.

Es imposible ignorar la interconexión que puede mediar entre todos esos procesos; Bovero se ha ocupado de esta cuestión cuando reflexiona sobre las nuevas formas de colusión o confusión de poderes sociales-político, económico e ideológico-, y la que se presenta en el plano político-institucional-entre los órganos que ejercen el poder soberano-. Precisamente, la conjunción de ambos procesos daría lugar al advenimiento de la kakistocracia, para decirlo con un neologismo inventado por el mismo Bovero, que significa literalmente el “gobierno de los peores”. Un vocablo con una evidente carga valorativa que busca nombrar un fenómeno complejo: la convergencia entre la plebe ignorante, la oligarquía de tipo plutocrático y la tiranía dictatorial.

Podríamos encontrar correspondencias en la actualidad en las (viejas y nuevas) formas de clientelismos (o de crear y mantener “siervos contentos”), de (neo) patrimonialismo (pensemos en la subordinación del poder político a las fuerzas económicas y financieras) y las grandes concentraciones (o monopolios) de los medios de información y de persuasión, en alianza con aquellas inclinaciones a dar más poder a los titulares de los ejecutivos en detrimento de los parlamentos. Sin embargo-como hemos visto-, los desafíos al modelo democrático no sólo vienen desde fuera. Incluso, desde el punto de vista político, la democracia parece ser un ideal sitiado. No tanto (al menos no hasta ahora) por la proliferación de posiciones abiertamente antidemocráticas o versiones “alternativas” al modelo democrático.

Hoy en día prácticamente ningún Estado o posición política resisten a la atractiva tentación de asumirse como democráticos. Lo alarmante son aquellas pulsiones reformistas que, desde malas o buenas intenciones, buscan secundar y legitimar las tendencias degeneradoras de las democracias contemporáneas, incluidas aquellas que intentan “salvar” a la democracia misma de sus múltiples manifestaciones críticas”.

DEMOCRACIA Y AUTOCRACIA

“Siguiendo la corriente de pensamiento que va de Kelsen a Bobbio, Bovero adopta un modelo binario de las formas de gobierno, que contrapone la democracia a su forma opuesta, la autocracia. La metáfora que usa Michelangelo para explicar la naturaleza específica de la democracia es la de un “juego ascendente”-semejante a la de una “escalada en relevos” o la de una pirámide a gradas-. La democracia se distinguiría del resto de las formas de gobierno porque el proceso de decisión política comienza “desde abajo” con la participación de los ciudadanos, y es articulado en diferentes fases contiguas, expresadas por los verbos “elegir”, “representar”, “deliberar” y “decidir”. Cada una de estas acciones “típicas” hacen posible que el “juego democrático” cumpla con la función que le es propia: producir decisiones colectivas con el máximo consenso y con el mínimo de imposición.

Por el contrario, de acuerdo con Kelsen, la autocracia se identificaría con un “proceso descendente” del ejercicio del poder político: “el inicio está en el vértice, está en el poder del autócrata que se impone, y que a través de un sistema de encargos desde lo alto procede hasta la base, es decir, hasta el nivel de los súbditos que están privados de cualquier poder y derecho”. Desde esta perspectiva, debería quedar claro que aquel régimen político en el que las decisiones caen “desde lo alto” sobre las cabezas de los individuos, mediante un procedimiento no iniciado ni controlado por los mismos, y en el que una parte de ellos (por reducida que sea) queda directa o indirectamente excluida del proceso decisional, es una no-democracia, es decir, una autocracia”.

LAS “UNIVERSALES PROCEDIMENTALES”

“El distanciamiento entre los regímenes políticos vigentes en el mundo con el modelo democrático es explicado por Bovero a partir de una concepción formal o procedimental de la democracia. El filósofo turinés asume las seis “universales procedimentales” formuladas por Norberto Bobbio como el criterio de democraticidad; esto es, como parámetro (simple, pero eficaz) para juzgar si un determinado régimen político de la realidad merece ser identificado como democrático: si las “reglas del juego democrático” encuentran “aplicación efectiva en la vida política de una colectividad, entonces esa colectividad podrá reconocerse y asumirse como democracia”. Por el contrario, aquel régimen político que no observe ninguna de esas “reglas” no podrá ser considerado con ese carácter.

El elenco de las “universales procedimentales”, dictadas por Bobbio en su conferencia de Bogotá en 1987, son las siguientes: 1) Todos los ciudadanos que hayan alcanzado la mayoría de edad, sin distinción de raza, de religión, de condición económica, de sexo deben gozar de derechos políticos; es decir, cada uno debe gozar del derecho de expresar la propia opinión o de elegir a quien la exprese por él. 2) El voto de todos los ciudadanos debe tener el mismo peso. 3) Todos aquellos que gocen de derechos políticos deben ser libres de poder votar según su propia opinión, formada, en lo posible, libremente, es decir, en una libre competencia entre grupos políticos organizados en concurrencia entre sí. 4) Deben ser libres también en el sentido de que deben ser puestos en condiciones de elegir entre soluciones diversas; es decir, entre partidos que tengan programas diversos y alternativos. 5) Sea para las elecciones, sea para las decisiones colectivas, debe valer la regla de la mayoría numérica, en el sentido de que se considere electo el candidato o se considere válida la decisión que obtiene el mayor número de votos. 6) Ninguna decisión tomada por mayoría debe limitar los derechos de la minoría, particularmente el derecho de devenir a su vez mayoría en igualdad de condiciones.

La falta de cumplimiento de (alguna de) las “reglas del juego democrático” no son para Bovero “expresiones normales” o “realizaciones imperfectas” de la democracia en su versión representativa. El alejamiento entre la enunciación y la correcta aplicación de las “universales procedimentales” —entendidas como las condiciones mínimas de la democracia— siempre llevaría a un régimen político (en menor o mayor grado) hacia su degeneración; esto es, en dirección a convertirse en un régimen autocrático. Esta sería la tendencia que están llevando-según Bovero-las democracias en el mundo, incluso de aquellas (consideradas por largo tiempo como) “consolidadas” o “avanzadas”. Sin embargo-nos dice Michelangelo-, el problema no es fijar cuantitativamente el número de reglas que deben ser efectivamente respetadas para reconocer a un régimen como democrático, sino en la manera en que las mismas son aplicadas o adoptadas en los sistemas políticos concretos que llamamos democracias.

Para entender este matiz es fundamental una precisión. El contenido de las “universales procedimentales” coincide con un conjunto de preceptos que establecen quién y cómo (o el método a través del cual) se deben tomar las decisiones políticas en un régimen democrático, y en ese sentido tienen la calidad de reglas. Pero ello no implica que las “universales procedimentales” dejen de revestir el carácter de principios; esto es, de prescripciones normativas que buscan orientar el proceso de toma de decisiones colectivas. Por esta razón, las “universales procedimentales”-señala Bobbio-son de fácil enunciación, pero de difícil aplicación. En primer lugar, porque tienen una carga axiológica innegable; tales reglas darían expresión a los dos valores últimos-o los sustantivos en la teoría boveriana-que identifican a la democracia como forma de gobierno: la igualdad (el derecho a poder contribuir en la formación de las decisiones colectivas) y la libertad (entendida como autonomía; la capacidad y oportunidad de darse leyes a sí mismo) políticas. Segundo, porque al admitir diferentes interpretaciones pueden traducirse en normas, mecanismos e instituciones más o menos compatibles con el ideal democrático”.

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