Por José Luis Milia.-

La “justicia” argentina, ayudada por una pandemia ha sentado un nuevo precedente: la generosa aplicación del asesinato paralegal sin habeas corpus y sin necesidad de utilizar la “ley de fugas”.

En estos 120 días de cautiverio que los argentinos llevamos cumplidos como consecuencia de la ignorancia y estupidez de un vicario presidencial, los personeros de la venganza han encontrado la manera de acelerar su cometido, la muerte de los presos políticos remanentes, el asesinato de aquellos a los que aún las enfermedades etarias y las condiciones precarias de los penales donde cumplen sus “condenas” no los han enviado a la tumba.

Esta presunta pandemia es una duda en sí misma, solo sabíamos con seguridad -desde el inicio de la misma- dos cosas, la primera que ser anciano es pertenecer a un grupo de altísimo riesgo, la segunda que la mejor manera de que el virus se propagara es en lugares donde el hacinamiento favorecería la infestación.

Sabido esto, las “autoridades”, argentinas, tanto nacionales como provinciales se pusieron a la tarea de alivianar la carga de las cárceles donde la vida de los presos comunes -chorros, violadores y asesinos- corría peligro. ¿Eran un grupo de riesgo?, dentro de los cánones sanitarios que este gobierno de “científicos” maneja, la respuesta es no, todos los liberados tenían menos de 45 años, porque en Argentina, cualquier preso accede, cumplidos los setenta años a “prisión domiciliaria”. Bueno, esto no es tan general, para acceder a ella, deben demostrar que están presos por delitos comunes, si están presos por defender a la Patria y a su pueblo, lo que se espera de ellos es que se mueran en la cárcel.

La verdad de los lugares donde son hacinados los presos políticos- Campo de Mayo, Ezeiza y otros lugares de la República- es que no solo los jueces no trataron de bajar la cantidad de presos, sino que, aprovechando la cuarentena, muchos de ellos “devolvieron” a los penales a presos políticos que habían logrado esta condición, generalmente acompañados de la broma infame de que estarían mejor cuidados en los penales que en su casa.

Hoy, esa bomba esperada ha reventado, sin saber si hay más para estallar, ya que, por ejemplo, en Campo de Mayo, donde ya ha habido veintiocho infectados no se testeó a todos los presos por falta de presupuesto para ver si hay asintomáticos o no.

Una catástrofe mundial ha habilitado a los jueces argentinos a cambiar su oficio, ahora son verdugos tan funcionales a la venganza como los gobiernos del rencor y del resentimiento que hemos votado desde 1983 a hoy.

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