Por Claudio Valdez.-

La necesidad imperiosa de un mejor porvenir aconseja acabar con las revoluciones y promover “evoluciones”. No se requiere siquiera ninguna contrarrevolución ni tampoco elaboradas reformas, desde que “el mundo fue y será lo que siempre fue”. Escudriñando la Historia aparecen las respuestas como experiencia conocida y si bien la historia no se repite, las acciones sociales se replican mediante otros actores.

Revolución, contrarrevolución, reformismo o restauración son apenas “construcciones mentales” que la realidad se encarga de no convalidar, demostrando al final que las “utopías” son apenas eso (ilusiones). Los hombres, sin importarles demasiado “ningún fundamento”, solo quieren vivir del mejor modo posible. Las religiones pueden atestiguar respecto a este primario instinto y por ello resultan transgredidos con “culposa irresponsabilidad” sus sagrados mandamientos.

De similar modo sucede en la política: dirigentes y dirigidos son los causantes de las fallidas promesas, deslealtades, abusos e incumplimientos de los proyectos pactados. Las excusas siempre estriban en: “no es posible en este momento”, “no se lograron los apoyos necesarios”, “no hay otra manera”, “nos encontramos con situaciones peores que las esperadas” y hasta terminan cargándose culpas a la “insuficiente voluntad para la solidaridad”.

No es curioso ver que quienes creen disponer de posibilidad para lograr cargos electorales siempre moderan sus discursos, considerando con cuidado “la realidad” y tratando de limitar opiniones extremas; en tanto quienes buscan arrastrar multitudes, aún sin ninguna posibilidad, se presentan como “activistas” del furioso cambio (grandes revolucionarios de “la palabra”).

En verdad es que, para la realidad vivencial, ni revolución, ni contrarrevolución, ni siquiera reformismo han logrado superar los “vicios sociales”, sino más bien difundirlos de otra forma y por otros actores. En vista de estos fracasos “valdría la pena” reconsiderar muchas de las “costumbres, tradiciones y valores” que hicieron posible la vida eficiente de nuestros mayores: libertad, igualdad y fraternidad fueron sus guías en el camino por la búsqueda del bien común.

Rescatando sus logros, sin complejas teorías ni enrevesadas prácticas; con esfuerzo en el trabajo, la producción, honestidad en la administración y sin tolerancia para “conductas contraculturales”, está visto que supieron orientarse hacia un futuro mejor. Vivieron procurando “continuado progreso” y formaron a sus hijos con adecuada educación y superadores niveles de instrucción.

Sabido es que como toda “conquista lograda” debió ser “asegurada”, pero las generaciones que les sucedieron “dudaron y descuidaron” ese legado cultural. Pervertidas visiones del mundo, estimadas como “innovadoras”, dañaron el orden y progreso en curso. Sus consecuencias son hoy manifiestas en casi todos los ámbitos sociales e invitan a repensar que, aunque la voluntad humana quiera disponer de cualquier modo su vida, “la naturaleza de las cosas no perdona y siempre se cobra los excesos”.

Costumbres perniciosas (vicios) dañan la salud, el bienestar individual e impactan en el bien común, haciendo imposible el destino de dicha y prosperidad que la propaganda política siempre se empeña en prometer. Al respecto, en tiempos electorales, importa que “candidatos” tanto como “votantes” consideren con realismo que “Los hombres inteligentes y esclarecidos se van más allá, los ignorantes se quedan más acá” (Confucio. siglo VI a.C).

El “justo medio”, en La Argentina pone en evidencia que continúan sobrando aventureros “políticos de profesión” y siguen en falta estadistas. ¡También “ley natural” inexorable!

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