Por Luis Tonelli.-

Todos, propios y ajenos, subestimaron la situación. Pero lo cierto es que el cristinismo le dejó al Gobierno de Mauricio Macri una bomba de tiempo, similar a la que el Menemismo le legó al Gobierno de la Alianza.

La única diferencia es que la bomba de la Convertibilidad encerraba un código inviolable para que no pudiera ser desarmada: la única manera de reactivar el crecimiento en la Argentina era aumentando su competitividad a través del tipo de cambio. O sea, había que devaluar, pero la convertibilidad no lo permitía y no había forma de salir de ella sin que volaran todos los contratos por los aires.

La devaluación de Brasil, el principal socio comercial de la Argentina, había vuelto a su economía insustentable, pero tanto el gobierno de Fernando de la Rúa como el de Bill Clinton, así como la cúpula de los organismos internacionales apostaban a una explosión en el precio de las commodities. Ella resolvería el estrangulamiento de la balanza comercial y apuntalaría las alicaídas reservas. Cosa que sucedió, pero recién en el 2003. En el medio, George Bush Jr. decidió que “los plomeros y los carpinteros estadounidenses” no debían prestarle más a los argentinos” en palabras de su secretario del Tesoro, y el país se hundió en el infierno de la crisis.

Retrospectivamente, uno puede ver en esa decisión un enorme error estratégico del Presidente estadounidense, que pocos años la sufriría in his face en la Cumbre de las Américas, cuando el populismo rampante sentado sobre el precio del petróleo y de la soja, lo maltrato en público. Por cierto, no fue la única calamidad que Bush Jr y sus Neo Cons le dejaron al mundo: la guerra permanente en Medio Oriente, el increíble acercamiento entre rivales históricos como China y Rusia, y la Gran Crisis del 2008 de la cual, todavía, no se ha recuperado el mundo. Y no se sabe si se va a recuperar alguna vez.

Volviendo a lo que sucede hoy por estos lares, es evidente que la economía no tiene hoy el corset inviolable de acero de la Convertibilidad, y Alfonso Prat Gay demostró expertise en desarmar tanto el cepo cambiario y el cepo del endeudamiento. Sin embargo, la gran restricción que hoy pesa sobre la economía es “cultural”: CFK dejó la economía sobrecalentada, con una inflación espiralándose, y con la producción estancada. Pero con altísimos niveles de consumo, que se han erigido como una vara de comparación con la macrieconomía.

Como se dijo en la entrega de la semana pasada, es una bendición que no haya estallado una crisis en la Argentina, pero lo cierto es que eso, por un lado, le quita margen de maniobra a Macri y, por el otro, no da conciencia del agotamiento del modelo.

Ayuda, obviamente, a que se sepa que los chorros impresentables en el gobierno anterior no solo intentaron una reforma agraria de hecho (al comprar cuanta estancia patagónica pudieron) sino que también pretendieron hacer de un convento del segundo cordón conurbano una sucursal del Banco Ambrosiano con atención overnight.

Pero la gran cuestión es como hacer que la economía vuelva a crecer cuando el kirchnerismo le metió anabólicos por todos lados para llegar con todos los restaurantes llenos y los lugares de vacaciones reventando al traspaso del poder. No hubo crisis, solo hartazgo con el estilo de gobierno K, que se trasladaba al manejo de la economía. De allí que la clase media sacara la conclusión que sin la corrupción kirchnerista todos y todas iban a estar mejor, lo cual es una estupidez de aquellas, pero que fue clave en el triunfo de Cambiemos.

Macri, hoy, disfruta de una versión de lo que el gran Albert Hishman llamaba el “efecto túnel”. La opinión pública apoya al principio si, en una economía estancada, algunos comienzan a mejorar. Es como cuando uno está en un embotellamiento, y la fila de al lado comienza a moverse, y así uno piensa, “en un rato me toca a mí”. En su versión macrista, el Gobierno ha logrado convencer que está sacando la nieve que obstruye el túnel, y que cuando termine, todo mejorará. Esa nieve es el peso del Estado que agobia a la productividad de la economía.

Pero en realidad, los argentinos somos como los esquimales: vivimos de la nieve. El Gobierno se ha dado cuenta que tiene que hacer una transición corta que le permita encarar una transición larga. El principal objetivo es que vuelva a ponerse en marcha el crecimiento: y la única manera de hacerlo es al viejo estilo: a través del gasto público (obras, jubilados y pobres, que funcionan como cajeros automáticos con piernas, ya que lo que se les da, los gastan inmediatamente) aunque recuperando la racionalidad extraviada por los subsidios y el choreo kirchnerista.

Y luego de recuperar el crecimiento, y ganar las elecciones, si darle maquina a una transformación estructural mayor, donde aumente la productividad y en todo caso, se atraigan las inversiones necesarias para consolidar un nuevo patrón de crecimiento. Pero, por ahora, hay que salir del estancamiento, cosa que no es, como se pensó, ningún picnic. (7 Miradas, editada por Luis Pico Estrada)

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