Por Luis Orea Campos.-

Varios periodistas, politólogos y analistas de renombre que informan y opinan sobre los avatares que sufre el conglomerado opositor en su marcha hacia los compromisos electorales de septiembre y noviembre parecen no comprender la gravedad del desafío que se avecina e insisten en enfoques que, por un lado, alimentan las disputas ya de por sí infantiles que sostienen algunos de sus dirigentes y, por otro, se equivocan sobre la naturaleza del peligroso proceso político en que se encuentra inmersa la Argentina formulando recomendaciones sobre cómo deberían comportarse los principales protagonistas de la oposición y exigiéndoles precisiones sobre sus propuestas hacia el futuro, como si la sociedad estuviera viviendo un clima de normalidad social.

Por el contrario, lo que impera es la confusión, tanto entre los candidatos y precandidatos como entre los observadores del ámbito político y la ciudadanía en general, confusión que lleva -como en el caso de las vacunas- a la incertidumbre y a la abulia cívica del electorado, que contempla azorado y atemorizado los sainetes que protagonizan a diario tirios y troyanos de todos los partidos.

Comunicadores y analistas, salvo honrosas excepciones, soslayan la cuestión fundamental y se van por las ramas deteniéndose en tópicos irrelevantes en relación con el peligro inminente de caer totalmente en manos de una pandilla dispuesta a instaurar sin remilgo alguno el clásico modelo de dictadura latinoamericana que ha sometido y empobrecido a varios países de la región.

Es cierto que, como ha sucedido en otros lares, los opositores contribuyen generosamente a generar las condiciones para que prospere el proyecto totalitario que se acuna amorosamente en el Instituto Patria, pero las chambonadas de Larreta, las veleidades de estrellato de la Sra. Vidal y los arrestos teatrales de la Sra. Carrió no pueden ni deben ocultar el hecho de que estamos ante una amenaza letal para el sistema democrático encarnada en la viuda de Kirchner y sus talibanes Zannini, Parrilli y cía. Que, al decir de Ortega y Gasset, han vuelto a buscar la razón que tienen y de paso a llevarse la que no tienen, resucitando la voz de orden lanzada años atrás en Rosario: “Vamos por todo”.

La miopía de ciertos periodistas que alaban las dotes estratégicas de la viuda de Kirchner -que en realidad no hace sino seguir las reglas más básicas de un rústico manual de propaganda política- colaboran a crear en gran parte de la población la impresión de que no hay manera de librarse de las garras del engendro totalitario en ciernes anestesiando todo vestigio de reacción contra el futuro de opresión que prometen sus adalides a través de la suma del poder público que a la vista de todo el mundo y sin pudor alguno reclaman para sí la viuda y sus secuaces prestos a someter a su arbitrio al sistema judicial en caso de lograr su objetivo electoral de adquirir la mayoría propia en la Cámara baja.

Ese sombrío pronóstico es el que ha desatado el éxodo masivo de grandes empresas que manejan información clasificada y han preferido desensillar hasta que aclare ante la posibilidad de ser parasitadas y extinguidas por la voracidad un Estado convertido en aguantadero de malandrines.

Por eso, estas elecciones son cruciales para definir si la sociedad entra en el túnel del terror o levanta una valla infranqueable a la tentación totalitaria, como bien lo han señalado dirigentes que no han perdido la sensatez y alcanzan a ver los mecanismos de sometimiento prestos a irrumpir en el escenario a caballo de la anomia social y la indiferencia mediática.

Los factores mediáticos no deben perder el tiempo pidiendo precisiones programáticas ni los dirigentes ensayarlas porque, si hay algo que está claro, es que resultarán una fantasía si se concreta el objetivo de acumulación de la suma del poder público por medio del control de ambas ramas del Congreso que empuja a toda marcha y sin disimulo el oficialismo gobernante.

En lugar de ello, es un imperativo cívico esclarecer a la opinión pública sobre la importancia crucial de poner el foco en el frágil equilibrio de fuerzas en Diputados y no en las piruetas verbales y fácticas de los exponentes del oficialismo ni en las pobres riñas de ilusos opositores que protagonizan sus mediocres comedias en la cubierta del Titanic ajenos a las tribulaciones de un pueblo cansado de sus morisquetas intrascendentes.

El compromiso social que determinará el futuro de las instituciones y del sistema democrático y por ende de las generaciones venideras no debe distraerse con espectáculos pirotécnicos armados por los usufructuarios del poder y concentrarse en el sostenimiento del poder cívico condensado en una sola voz de orden: “No pasarán”.

Share