Por Justo J. Watson.-

Lo que verdaderamente odian los argentinos de trabajo, los republicanos que se sienten unidos a la Argentina por el contrato social de la Constitución Nacional de 1853, las 12.898.000 personas que en las últimas elecciones votaron por Macri, Lavagna, Espert y Gómez Centurión… no es a los 13.034.000 personas que votaron por los Fernández y por Del Caño. Lo que odian es convertirse en los esclavos de sus mandatarios; en proveedores forzados del dinero destinado a bancar su aparato de control clientelar y desguace institucional/cultural para mejor atornillar a sus líderes en impunidades y privilegios. Algo que no figura en sus planes de vida ni en contrato alguno.

Odian la burocracia ideologizada, minada de costosos parásitos; vale decir, el terrorismo de Estado de la máquina de impedir que bloquea 9 de cada 10 intenciones de superación de jóvenes, emprendedores, innovadores, empresarios, comerciantes, inversores y voceros de la verdad, en línea con su plan de abatimiento de toda resistencia vía resignación. Vía desesperanza y/o exilio.

Odian el terrorismo de Estado justificador de ladrones corruptos, derogador de la igualdad de oportunidades, propulsor del capitalismo de amigos políticos, sindicales y de pseudoempresarios protegidos; todos con indignantes fortunas (y capacidades de presión y daño) malhabidas.

Y sobre todo odian el terrorismo de Estado fiscal que el gobierno usa como herramienta de demolición de poder económico ciudadano (y consecuente demolición del poder de libertad de elección), en su master-plan de sometimiento por pobreza de nuestras clases medias a través de tributos grillete: discriminantes, progresivos y confiscatorios. Una esclavitud impositiva que, opinen lo que opinen los 3 oportunistas, el corrupto y el rehén de la Suprema Corte, choca de frente con el espíritu y la letra de nuestra norma fundamental; la insulta, la viola y de hecho la deroga.

Lo cierto es que en nuestro país, los pobres e indigentes, que son la declarada clientela del pobrismo gobernante, no tienen libertad de elección. El bienestar asociado a las múltiples opciones de la sociedad de consumo, normal en otros lares, es un tren que no se detiene en su andén; uno al cual no pueden subirse. Un pobre aquí, hoy, no puede tomar verdaderas decisiones. No es libre (¿libertad, para qué? dijo Lenin). Los argentinos, empobrecidos, son esclavos de sus pobres opciones de pobres; sin poder de compra ni capacidad de superación; sin igualdad ante la ley y lo que es más triste, sin sueños.

El plomero de barrio argentino Dani no puede elegir entre una camioneta Ranger y una Amarok cero kilómetro, como sí puede hacerlo su similar irlandés Johnny; para Dani la opción será entre una destartalada Saveiro modelo 95 y una F-100 ‘72. Él vive en una sociedad esclavista (estatista) y es, junto a millones, servil esclavo de unos pocos vivillos políticos; vive sodomizado intelectual y económicamente mientras Johnny es un hombre libre entre millones de prósperos iguales ante la Ley, en un país donde impera la democracia liberal en línea con un capitalismo competitivo.

Nuestro “camino de los vivillos” de 75 años, corporativo, autoritario, en muchos tramos criminal (Cinco por Uno, Montoneros, Triple A, Nisman, Once etc.), sustituidor de importaciones y expoliador del agro fue exitoso: llegamos a la pobreza. La mitad de nuestra población ya se encuentra en su destino merced al voto suicida de la última elección, en tanto el resto va empobreciéndose a marchas forzadas.

A nuestro gobierno no le interesa que Dani trabaje horas extras, gane bien en moneda dura, ahorre y prospere como para decidir (entre otras cosas) comprarse una Ranger cero; para guardarla en el garaje de su nueva casa con jardín, pagada con un crédito hipotecario accesible, en un barrio de su elección. No. A los Fernández no les interesa el mérito.

Su plan es otro: es el de “todos pobres y controlables” (menos ellos, claro, junto con las otras dos oligarquías parásitas: la sindical y la de los empresarios curro-protegidos) en un paisito de pocas opciones; cerrado, de cabotaje, sin librepensadores empoderados ni sueños de país audaces; que entusiasmen.

Todo gracias a los millones de alienados del voto de clase, “del palo”, de militancia tribal guiada por “los propios” (¿?); palmeados en sus unidades básicas y villas miseria por punteros coimeros, camporistas, narco-papás o sonrientes líderes de mansión, cuenta en Seychelles y autos de alta gama. Votantes resentidos y envidiosos. Colonizados. Girando en su propia y autocultivada impotencia pero eso sí, “contenidos”. Choriplaneros de ley que, mientras no tengan como vecino a algún “rico” (algún Dani exitoso que haya ganado su dinero trabajando honestamente en la actividad privada), mientras sean todos pobres, ladinos, incultos e iguales en resultados, se conformarán.

Eso, el sistema-basura al que hemos llegado a través de nuestro terrorismo de Estado cultivador del voto delincuente -algo profundamente genocida- es lo que odian los argentinos de bien.

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