Por Jacinto Chiclana.-

A lo largo de estos extensos, duros, emblemáticos y lastimosos doce años de este barato populismo ventajero, hipócritamente disfrazado de progresismo democrático, no he tenido excesivo contacto con kirchneristas dogmáticos.

Lamentablemente no me he encontrado con ningún kirchnerista de paladar negro. Es decir, con los militantes verdaderamente convencidos del dogma desparramado por el tuerto comandante de la flota sureña que desembarcó a las costas nacionales, después de haber agotado su frío y ventoso feudo de los confines patagónicos.

(Cabe aclarar que el término “agotado” encierra todas las acepciones del idioma castellano y las otras que pueda usted imaginar).

Sí me he encontrado a veces con los alpinistas de oportunidad, aquellos que aprovechan a subirse a la montaña cuando observan la facilidad que les otorga el lomo generoso de la mula del vecino y entonces quieren hacer cumbre con el menor esfuerzo posible y sueñan con la generosidad del cuerno de la fortuna, cuando logre coronar la cúspide.

He conocido alguno de aquellos que, manifestándose claramente “soldados” del movimiento, han escalado posiciones que no imaginaron en sus oscuras y chatas vidas y, denostadores confesos del viejo y sabio refrán que reza “zapatero a tus zapatos”, han ocupado cargos de los cuales no tenían la más puta idea.

A pesar de sus defensas a ultranza de estos largos años en los que el modelo nos ha llenado de mentiras que ni ellos se creen, está más que claro  que ésos no cuentan.

Son sólo hábiles pescadores de oportunidad, recolectores de carroña, de peces muertos que flotan en el gran río de la abundancia  estatal.

No son los osos que disputan un lugar de privilegio a fuerza de zarpazos y se instalan en medio del rugiente río para ensartar a los salmones con sus largas uñas y colmillos.

Son los que medran con los peces moribundos y sin defensa. Los que se llenan con los salmones muertos por otro antes o con sus pedazos descartados.

Son los que acomodan sus pensamientos a la temperatura de sus bolsillos  y levantan la mano declarándose aptos para manejar lo que sea donde los manden y repartir los diezmos (con la inflación esa palabra ha quedado perimida) con sus colocadores y mandantes, mientras casi siempre y bajo cuerda incrementan sus fortunas personales, cual hábiles arquitectos de una ingeniería de la ocultación, coleccionistas compulsivos de testaferros, suscriptores ocultos de los “poderes especiales secretos” y adeptos inconfesos a las compras “en comisión”; casi siempre con la habilidad accesoria de mantener un perfil adecuadamente bajo mientras la gilada esté alerta, lo que los obliga a “desensillar hasta que aclare”, total después, en este reino de la impunidad y el exitismo, ¿quién se acordará? y ¿quién nos quita lo bailado?

Cuando llegan y duran los tiempos adversos, tratan de pasar desapercibidos y se disfrazan de populares y gente del llano, especulando con que la gente que los conoce los coloque en la categoría de “tipo común”, mientras esperan para ver para qué lado apuntan las rosas de los vientos y qué les deparará el destino.

Es raro encontrar dentro de esta categoría de advenedizos ventajeros a cacareadores compulsivos o demostradores enfermizos de sus niveles de poder.

A lo sumo los veremos por la Avenida del Libertador en lujosos autos de alta gama, abriéndose camino entre el populoso tráfico, sirena en ristre y acompañado por custodios de dura mirada, emblemáticos símbolos de los beneficios que depara el poder en estas latitudes,  tan diferentes a aquellos países en los que los funcionarios viajan como cualquier hijo de vecino en subte o tranvía.

Alguien por allí dijo que la herramienta genial para medir el grado de bananización de un país era ver cómo se movían y viajaban sus funcionarios o jerarcas.

Lo cierto es que, hasta hace muy poco, negándome rotundamente a ampliar o profundizar la grieta producida por y desde el máximo encumbramiento del poder en estos doce nefastos años, contemporizaba y me esforzaba por no confrontar con aquella parte valiosa de la sociedad que creía que este modelo era bueno para el país y que había logrado muchas cosas, más allá de haberse afanado todo cuanto quisieron.

Pero también es cierto que hoy, testigo anonadado de lo que están haciendo abiertamente en estos escasos ocho días que faltan para entregar el testimonio, ya no puedo contemporizar. Tengo que hacerles llegar todo mi desprecio.

Nadie con tres neuronas funcionando al 80% podría justificar estas demostraciones de vileza, mezquindad,  chatura  moral e inconducta innata.

Es como si, en una carrera de postas, el corredor que termina su recorrido, enojado por no haber podido seguir hasta la meta, le embadurna con excrementos el testimonio al que lo sucede.

Por eso, se me acabó la comprensión con todos los que aún apoyan a estos delincuentes que se van dejando tierra arrasada, sus voceros pagos y los idiotas ad honoren, sus artistas y periodistas militantes, sus aplaudidores y estúpidos útiles que les dan quórum con excusas  pueriles, pseudo demócratas que hablan de democracia y no entienden un pomo de lo que significa y toda la extensa fauna de amigos del poder, arrimados a la lumbre generosa de nuestra guita.

Ya ni justifico ni me banco a aquellos que, por las razones más variadas, desde haber sido compañero de la secundaria de, hasta haber nacido en el mismo barrio que, lograron cargos de privilegio para los que no sólo no estaban capacitados, sino además pretendieron insistir en sus afanes, para quedarse prendidos a la generosa teta del Estado bienhechor.

Tampoco me banco a los que defienden el maldito modelo. Porque nadie en su sano juicio y medianamente inteligente puede justificar lo que están haciendo, mostrando la hilacha de sus sucios calzones,  llenos de hediondos estigmas a modo de etiquetas.

Y a la luz de lo que decidiéramos quienes votamos el 22 de noviembre, los quiero ver marcharse, al llano, a la vida común, al ostracismo o a la cárcel.

Los quiero ver con el pico cerrado, metiéndose la lengua en lo más profundo del paladar, con sus gorras encasquetadas hasta las cejas, sus anteojos grandes y oscuros como culo de botella de sidra y sus ropas “sencillas”, para que nadie les reconozca.

De a proletaria gamba ahora, en lugar de sus oscuros y lujosos autos de alta gama.

Y calladitos como Dios manda.

Bastante me banqué sus aires de encumbrados nuevos poderosos y “leídos soldaditos” durante estos tristes años… y, aunque me pese, aunque alguien pueda pensar que mi postura contribuye a ensanchar la grieta que abrieron para llevarse puesta la Argentina, con las malas artes y mala leche que están mostrando a pocos días de irse, Dios quiera que para siempre, ya ni respeto les guardo y no quisiera verlos más, pavoneándose con falso donaire, como dueños de la llave de otorgar prebendas y favores.

He dicho.

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