Por Hernán Andrés Kruse.-

8 de julio de 1989. En la toma de posesión de la primera presidencia, Carlos Saúl Menem expresó, entre otros conceptos, lo siguiente: “No podemos seguir así. La Argentina no se merece este presente; la Argentina se merece un futuro de felicidad y gloria” (…) “Hoy consolidamos la democracia y la libertad que tanto nos costara conseguir en largos años de lucha. Venimos a instalar un nuevo estilo en la vida política nacional y yo espero que se propague por toda Latinoamérica. Los gobernantes que surgen del pueblo deben permanecer junto al pueblo y trabajar sólo para el pueblo” (…) “En este día de fiesta y vísperas de uno de los días más importantes en la gesta histórica de nuestra querida Patria, yo quería decirles de mi irrevocable decisión de trabajar incansablemente por la grandeza de la Patria, por la felicidad del pueblo, por la unidad nacional, por la unión latinoamericana. En fin, trabajar incansablemente por aquellos que tienen hambre y sed de justicia en nuestra Patria” (…) “Cuando yo les pido que me sigan, les pido que me acompañen y que me sigan para que todos juntos podamos hacer la Patria que merezca ser vivida” (…) “Argentina pasa por la peor crisis de su historia. Esto lo saben todos, no hace falta que yo traiga aquí nuevamente una serie de datos y de antecedentes sobre esta situación. No miremos hacia el pasado, ubiquémonos en este presente y miremos hacia el futuro: pongamos en marcha lo que hemos dado en llamar la Revolución Productiva. No es posible que en esta patria querida donde tenemos alimentos, materias primas, recursos energéticos, recursos humanos; haya crecido la marginación social y cerca de ocho millones y medio de argentinos vivan en pésimas condiciones” (…) “Basta de esta situación donde viven bien los que no hacen nada y donde viven muy mal los que trabajan todos los días del año” (…) “simplemente les quiero pedir que no bajen los brazos, vienen días muy duros, pero vienen días duros donde vamos a sembrar para que dentro de un tiempo prudencial podamos cosechar excelentes frutos. No podemos seguir así. La Argentina no se merece este presente; la Argentina se merece un futuro de felicidad y de gloria” (fuente: Google). Años después, durante su segunda presidencia (mayo de 1996), Carlos Menem presentó dos iniciativas para castigar el enriquecimiento ilícito y reformar el Código Penal (la reforma incluía la figura del arrepentido). En el momento de rubricar dichos proyectos el presidente advirtió que aún existían “focos de corrupción a través del arreglo de coimas entre algunos funcionarios y algunos sectores de la vida privada a través de algún tipo de prebendas, de dádivas o de obsequios, de regalos”. Se comprometió, finalmente, a aplicar “cirugía mayor sin anestesia” (fuente: diario La Nación).

La frase “cirugía mayor sin anestesia” pasó a la historia. Es el símbolo de la política económica aplicada por Menem para combatir la hiperinflación que había dejado Raúl Alfonsín como legado económico. Con esa frase Menem dejó bien en claro que no tendría piedad con la corrupción y que el pueblo debería ajustar fuertemente el cinturón para “sincerar” las variables económicas. Por intermedio de dos leyes fundamentales, la de reforma estatal y la de emergencia económica, el riojano puso en práctica lo que denominó “la economía popular de mercado”, que en la práctica significó la ejecución de una impiadosa política de ajuste y de una obscena política de privatizaciones de todo lo que oliera a “estatal”. El resultado de esa “cirugía sin anestesia” no podía ser otro que hiperdesocupación, incremento exponencial de la pobreza e indigencia; enfriamiento de la economía en su máximo esplendor, en suma. El poder económico concentrado se hizo más poderoso mientras los trabajadores hacían lo imposible por no pasar a engrosar la larga lista de los muertos civiles. Lo que hizo Menem fue garantizar una fenomenal transferencia de recursos de los sectores más débiles de la sociedad a los sectores más fuertes. En otros términos: la crisis fue pagada por los trabajadores. Es por ello que el riojano fue muy astuto al no expresar frente al pueblo lo que pensaba hacer si llegaba a la presidencia. Muy por el contrario, habló de una “revolución productiva” y de un “salariazo”, dos de las mentiras más escandalosas pronunciadas por un presidente argentino. También mintió en relación con su promesa de combatir la corrupción ya que una vez en el llano, el menemismo tuvo una sola funcionaria condenada: María Julia Alsogaray. En efecto, la hija del capitán ingeniero cargó sobre sus espaldas la monumental corrupción del menemismo que se tradujo en un saqueo inédito de la nación argentina. He aquí, en esencia, la cirugía mayor sin anestesia de Carlos Menem: un latrocinio gigantesco que contó con la complicidad del orden conservador y de los organismos multilaterales de crédito que pese a ser conscientes de cómo Menem y sus secuaces robaban a mansalva, continuó prestando al gobierno sumas siderales de dinero para mantener “la economía popular de mercado”.

El modelo menemista implosionó en diciembre de 2001. Fue entonces cuando la sociedad se dio cuenta de que la convertibilidad no había sido más que una ilusión óptica. Acorralado por la violencia y el corralito, Fernando de la Rúa abandonó la Casa Rosada en helicóptero. Los argentinos jamás olvidaremos aquel trágico 20 de diciembre. De esa forma terminó el proyecto de país que Menem había prometido a la sociedad en julio de 1989. ¿Dónde quedaron las promesas de un futuro venturoso, de felicidad y desarrollo para todas las familias argentinas? Quedaron en eso, en promesas. Lo peor de todo es que el esfuerzo que hizo el grueso del pueblo para combatir la inflación y la falta de empleo fue absolutamente en vano. Tanto sacrificio, tantas penurias, ¿para qué? La respuesta es sencilla y contundente: para garantizar a una minoría opulenta llenarse los bolsillos a mansalva mientras los trabajadores eran expulsados del sistema. La caída de De la Rúa y la crisis de los cinco presidentes fue la consecuencia final y fatal del modelo económico y social impuesto por Menem a sangre y fuego para congraciarse con la república imperial.

De esa hecatombe surgió el kirchnerismo. Néstor Kirchner y Cristina Fernández son el resultado de la destrucción del sistema productivo del país y de su sistema político e institucional. En 2002, cuando el por entonces presidente interino Eduardo Duhalde anunció la celebración de elecciones presidenciales para abril de 2003, la inmensa mayoría de la sociedad no quería saber nada con las políticas de ajuste. Estaba harta del menemismo. Ello explica la decisión de Menem de no competir en el ballotage contra Kirchner. Decidió no hacerlo porque sabía que si se presentaba el 70% votaría en su contra. Para evitar esa humillación-y, de paso, obligar a Kirchner a asumir con el 22% de los votos que había obtenido en la primera vuelta, decidió bajarse del ballotage. En ese momento muchos pensaron-me incluyo-que la Argentina había aprendido la lección y que nunca más retornaría un presidente como Carlos Menem. Quedó demostrado, una vez más, que los pueblos suelen reiterar errores capaces de conducirlos a la disolución.

El 22 de noviembre de 2015, Mauricio Macri ganó el ballotage, consagrándose presidente de la nación. El 10 de diciembre asumió como tal y pronunció un discurso muy similar al pronunciado por Carlos Menem en 1989. Estábamos a fines de 2015 pero al escuchar al flamante presidente daba la sensación de que estábamos en 1989, es decir, veintiséis años atrás. Dijo Macri al asumir como presidente: “(…) “Quiero reiterarles un mensaje de confianza, decirles que este gobierno que iniciamos hoy va a trabajar incasablemente los próximos cuatro años para que todos los argentinos, especialmente aquellos que más nos necesitan, al terminar, estén viviendo mejor” (…) “La política no es tampoco el escenario en que algunos líderes mienten para engañar a la gente y al mundo con datos falsos” (…) “Hablar de pobreza cero es hablar de un horizonte, de la meta que da sentido a nuestras acciones. Nuestra prioridad será lograr un país donde cada día haya más igualdad de oportunidades, en el que no hay argentinos que pasen hambre, en el que todos tengamos la libertad de elegir dónde vivir y desarrollar nuestros sueños. Quiero darles una vez más la confirmación de que vamos a cuidar a todos. El Estado va a estar donde sea necesario para cada argentino, en especial para los que menos tienen” (…) “Pero para que haya en realidad pobreza cero necesitamos generar trabajo, ampliar la economía, aprovechar los enormes recursos naturales y humanos que tiene la Argentina. Vamos a cuidar los trabajos que hoy existen, pero sobre todo a producir una transformación para que se multipliquen las fuentes de trabajo porque esa es la única forma de que haya prosperidad donde hoy hay una pobreza inaceptable” (…) “Se viene un tiempo nuevo: el tiempo del diálogo, del respeto y del trabajo en equipo; tiempo de construcción con más justicia social. Repetidamente a lo largo de la historia hemos vivido muchas divisiones, la confrontación nos ha llevado por caminos errados” (…) “Tenemos que sacar el enfrentamiento del centro de la escena y poner en ese lugar el encuentro, el desarrollo y el crecimiento. En la pelea irracional no gana nadie, en el acuerdo ganamos todos” (…) “El verdadero amor por el país es antes que nada amor y respeto por su gente, por toda su gente” (…) “Este gobierno va a combatir la corrupción” (…) “voy a ser implacable con todos aquellos que de cualquier partido o filiación política, sean propios o ajenos, dejen de cumplir lo que señala la ley” (…) “Otro pilar importante de nuestro gobierno será liderar una revolución en la educación pública” (…) “Vamos a trabajar para inspirar en todos una ética del crecimiento y la superación” (…) “Quiero aprovechar este mensaje inaugural para expresar también mi total apoyo a la justicia independiente. En estos años fue un baluarte de la democracia e impidió que el país cayera en un autoritarismo irreversible” (…) “Quiero ser el presidente que pueda acompañarlos en su crecimiento; el presidente del desarrollo del potencial de cada argentino, del trabajo en equipo, de la igualdad de oportunidades; el presidente de la creatividad y la innovación; el presidente de la integración y la colaboración entre distintos sectores; el presidente del trabajo, de las soluciones de una Argentina unida y de pie”. Cinco meses más tarde el presidente publicó una carta abierta en un diario de Catamarca, en la que reconoció lo difícil y dolorosa que es la transición para muchos argentinos. Dijo Macri: “Mi sueño, lo que me desvela, es que cada argentino tenga la posibilidad de desarrollarse a partir de un buen trabajo en el lugar que haya elegido para vivir. Porque éste nos dignifica y, junto con la familia, la salud y los amigos, es uno de los grandes pilares de nuestras vidas” (…) “Estamos en un año difícil desde el punto de vista económico y estamos haciendo todo lo posible para salir de la situación en la que nos dejaron y poder crecer. Sé que esta transición es dolorosa para muchos, y por eso desde el Estado los estamos acompañando a través de medidas concretas, pero quiero llevarles a todos este mensaje: los argentinos vamos a crecer, y ya empezamos el camino”.

Quedan en evidencia las similitudes de los discursos de Macri con los de Menem. El 10 de diciembre prometió un cambio con alegría, tal como lo había hecho durante la campaña electoral y cinco meses más tarde reconoció que la situación era complicada y que era consciente del esfuerzo que estaban realizando los argentinos para acompañarlo en la aventura del cambio. En realidad, lo que Macri impuso apenas se sentó en el sillón de Rivadavia fue una nueva cirugía sin anestesia, emulando al metafísico de Anillaco. Al igual que el riojano, Macri está obligando al grueso de la sociedad a cargar sobre sus espaldas los costos de una gran crisis, provocada en buena medida por las medidas adoptadas por Prat-Gay y su equipo. Una vez más, la historia se empecina en repetirse. Con una diferencia de un cuarto de siglo, un presidente decide gobernar para la oligarquía condenando a las grandes mayorías a la miseria y la exclusión social. Una vez más, un presidente opera sin anestesia sobre el cuerpo social de los más débiles, de los más desprotegidos, de quienes no pueden defenderse. Tanto en 1989 como en 2016 el país cayó en manos de dos presidentes inescrupulosos, impiadosos, cínicos, que no trepidan en condenar a millones de personas a la muerte civil si ello ayuda a satisfacer los intereses de los grupos económicos concentrados. Lamentablemente, la durísima experiencia del menemato no caló hondo en la memoria colectiva del pueblo ya que un cuarto de siglo más tarde decidió en las urnas reelegir a sus verdugos.

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