Por Luis Tonelli.-

Un diablo astuto, Un diablo que nos engaña, que siempre esconde sus artimañas, y explota nuestras debilidades. Esta es la imagen que tenemos del demonio, y que nos viene de la influencia maniquea sobre el primer cristianismo (por Manes, discípulo persa de Zoroastro, y nada que ver con el buenazo del neuro radical Manes, Facundo). En su influencia pura, esta visión es herética, ya que el Bien y el Mal luchan por igual, y no está decidida de antemano está reyerta, como si lo está en el cristianismo a favor del Bien, en una filosofía de la historia que secularizarían el liberalismo con su idea de progreso y el marxismo con su idea de revolución.

Pero, precisamente para enfrentar al Maniqueísmo, San Agustín acuñó otra imagen: la de un diabolus in machina. Antes que un Demonio que está en la base de todas las teorías conspirativas, el diablo de San Agustín radica en nuestra “desorganización”. No hacemos las cosas bien, el diablo en realidad es la medida de nuestras propias debilidades.

El kirchnerismo, fue una variante laica del maniqueísmo en estado puro. No dejar las banderas en la puerta de la Rosada para Néstor Kirchner fue, señalar al “enemigo” de manera fuerte y clara. Ese enemigo inicial, sin embargo, estaba en un pasado, donde se situó cómodamente el kirchnerismo para desestimar a la oposición del presente por intrascendente. Un pasado de dictadura, y de jóvenes maravillosos dando su vida por una sociedad mejor. Cristina Fernández corrigió y aumentó esa versión trasladándola al presente, y trazando una línea entre los cómplices en donde la dictadura se reencarnaban y Ella (la luchadora incansable a favor de las causas populares).

El PRO, quien insufló de forma estética a lo que después sería Cambiemos, por naturaleza de sus miembros fundadores expuso inicialmente, y en abierta confrontación, una imagen diabólica diferente: si había kirchnerismo, era por la debilidad de los que habían, hasta este momento, esquivados sus responsabilidades políticas. Desde ese puntapié, francamente elitista, se conjugaba la aristocracia social con la aristocracia del saber en esos peculiares seres que habitan la globalidad y que se autodenominan por el rango que ocupan en los mundos corporativos. CEO’s.

Todo podía resolverse desde el Tablero de Control de los modelos de Gestión modernos. Ni siquiera hacía falta señalar la herencia maligna y ponzoñosa que dejaba el kirchnerismo. Para que sí, con la sola presencia de los “buenos” en la Casa Rosada todo cambiaría de la “noche a la mañana”, como lo decía también en su momento Raúl Alfonsín (aunque no por el advenimiento de la era Excel, sino por la vigencia de la Constitución, invocada desde el rezo laico de su Preámbulo.

Esa imagen de Gestión se encarna en los eficaces controllers que habitan Jefatura de Gabinete, los secretarios Gustavo Lopetegui y Mario Quintana repartiéndose la supervisión de ministerios y demás órganos de gobierno. La Argentina, y su Estado adolecen de un problema de asignación de recursos. Resolviendo esta cuestión, el núcleo del enigma de la decadencia del país quedaría resuelto. Si se quiere, políticamente, esa visión agustiniana de nuestros males se conjuraba en el ideal presidencial de “unir a la nación”.

Pero esa visión inicial, poco a poco se ha ido desfigurando y contagiando de la visión maniquea (que, por otro lado, para algunos, esta esencialmente ligada a la política en la dialéctica “amigo-enemigo”-el problema es que, entre esos algunos, esta Carl Schmitt, el erudito jurista del estado de excepción nazi, ahora venerado por la gauche champagne-.

Un punto ineludible en esto, está en la metodología de interacción con su sujeto político que ha inaugurado Cambiemos y que tantos éxitos electorales y comunicacionales le ha dado. Si se trata de saber en que anda la G.E.N.T.E. y comunicar lo que ella quiere escuchar, entonces dado que la G.E.N.T.E. es maniquea y quiere sangre, démosle esa sangre que piden. La consolidación institucional queda suspendida hasta nuevo aviso. El panem et circenses pasa a primer plano, y no la administración de Justicia, que siempre debe no solo ser prístina e imparcial sino parecerlo.

Puede ser que todo esto que está sucediendo, sea simplemente la inercia de un tiempo electoral, que comenzó con la economía todavía para atrás. Pero en política, no hay peor cosa que el éxito de lo que está mal (se perdió una década, precisamente por eso).

El populismo de la soja no debe ser reemplazado por un mero populismo de la deuda, o por un neoconservadorismo de la deuda (según la magnitud del ajuste). Se necesita reconstruir institucional y organizativamente el país. Y aunque se den pasos concretos e innegables en ese sentido, el panem et circenses puede, de ser el eje fundamental de la política, colocarse más temprano que tarde, en un límite a la reforma que el mismo Gobierno anuncie y persigue. (7 Miradas, editada por Luis Pico Estrada)

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