Por Carlos Pissolito.-

Ayer nomás escribíamos, abusando del francés, que la Guerre con «G» mayúscula, la soñada por los militares y la planificada por los funcionarios de defensa, se había agotado a sí misma después de la 2da GM. Hoy agregamos que la nueva se parece mucho a la guerre guerroyante.

Una versión que practicaban los señores feudales franceses en el calamitoso siglo XIV, especialmente, cuando necesitaban recaudar fondos para sus deprimidas arcas. Era un negocio destinado a hacerle la guerra a otros señores o a los siervos de la gleba.

Por aquellos días, no estaban solos los nobles a la hora de ejercer la violencia, pues los imitaban una variada cantidad de bandidos. Tales como los que practicaban la chevauchée, una palabra que puede ser traducida, simplemente, como incursión y que llevaban a cabo bandas semiorganizadas sobre los espacios fuera del control de los señores feudales.

Otra forma de violencia más masiva tuvo lugar durante el gran levantamiento del campesinado francés en 1358. Uno que reclamó más vidas que cualquier guerra de la época y que ni siquiera fue dignificada con el nombre de guerra. En su lugar fue llamada despectivamente como la Jacquierie debido a que los nobles llamaban «Jacques» a sus súbditos.

Durante ella, los miembros de las clases bajas, al percibir los vicios y la avaricia de los nobles, se alzaron en armas -por lo general con sus propias herramientas de labranza- contra ellos y asolaron las regiones en las que vivían mediante el pillaje, los secuestros extorsivos y el cobro de peajes en los caminos comunales.

Como podemos ver los hechos consignados guardan una gran similitud con nuestra realidad cotidiana. Pues, si por un lado, tenemos la violencia ejercida por los grupos narcos organizados -verdaderos señores de la guerra- bajo la forma de asesinatos selectivos; por el otro, vemos como los marginales de nuestra sociedad se organizan para el pillaje mediante ocupaciones ilegales y los robos tipo piraña entre otras variantes delictivas.

A este fenómeno nos hemos permitido designarlo como violencia molecular. Cliquear: http://www.mendozapost.com/nota/43660-para-entender-la-inseguridad-un-marco-conceptual/

¿Por qué está pasando esto?

Es lo que nos preguntábamos en esa nota. Creemos que hay varias causas, pero la más importante es la declinación del poder del Estado frente a actores no tradicionales que lo desafían.

Sabemos que históricamente el Estado surgió a la vida política como un instrumento en manos de los monarcas absolutos del siglo XVII que no aceptaban que su autoridad fuera desafiada, ni desde el interior ni del exterior de sus reinos. En consecuencia, buscaron ejercer esta exclusividad sobre un territorio más o menos bien delimitado y para conseguirlo montaron diversas organizaciones, como una burocracia para que se encargara de sus asuntos y cuerpos armados para que los defendieran.

Los Estados pudieron, hasta finales de la 2daGM, mantener estas condiciones. Pero, su creciente incapacidad de garantizar el bienestar general que habían prometido y su imposibilidad por mantener el monopolio de la violencia, están haciendo que éstos se contraigan, entregando funciones que antes controlaban a otros actores no estatales.

Esta incapacidad estatal para ejercer sus funciones básicas está llevando a que sus gobernados, vale decir los ciudadanos de a pie, pongan en duda su lealtad hacia las estructuras estatales. Lo que se está traduciendo en una progresiva pérdida de gobernabilidad.

¿Qué hacer?

Llegado a este punto, uno puede interrogarse qué es lo que puede y debe hacerse. Lo primero es ordenar las ideas. Al respecto, debemos saber que en todo conflicto se verifican tres factores. A saber, el moral -que es el más importante de todos- y que hace alusión a las causas del conflicto; el mental o psicológico que explica los sentimientos, como el odio, el resentimiento que se asocian a todo conflicto; y el físico que nos habla de las fuerzas en pugna y del ambiente en el cual éstas se enfrentan.

En el caso particular de la inseguridad, el factor moral nos dice quien tiene el derecho para hacer uso legítimo de la fuerza. Aquí es donde empieza el problema. Pues, para algunos el delincuente es una víctima más de una sociedad injusta. Para otros, es un esbirro que debe ser, simplemente, eliminado.

Para nosotros, la solución se orienta a reprimir no a las personas sino a las conductas delictivas. Dándole la oportunidad al que delinque para que se redima y pase a respetar las normas de la convivencia civilizada.

Para ello es menester confiar en la superación que produce en las persona la educación. Pero, sabiendo que sus resultados no serán inmediatos, hay que aceptar que serán necesarias medias quirúrgicas para confinar a los violentos. Pero, siempre bajo el paradigma de que cuanto menos violencia física se emplee, mejor serán los resultados finales.

Por su parte, el factor mental es muy importante, ya que todo conflicto desata pasiones. Las que a su vez lo retroalimentan. En este sentido, el Estado debe ejercer su autoridad en forma docente y explicar su accionar a los efectos de que los sentimientos prevalecientes en la población sean los de la concordia y no los de la discordia.

Aún, los que delinquen, deben considerar la posibilidad de que integrarse al sistema es mejor que vivir a afuera del mismo. Esto se logra premiando las conductas honestas y castigando las deshonestas en todos los niveles. Obviamente, que esto exige la ejemplaridad de quienes mandan.

Finalmente, está el nivel físico que es el de las fuerzas del orden. Ellas tienen que ser eficientes a la par de actuar con la mayor moderación compatible el cumplimiento de su misión. Además es necesario que ellas tengan la confianza de la población y que se muevan en su ambiente como un pez dentro del agua.

Como conclusión, podemos afirmar que todos estos factores, el moral, el mental y el físico solo trabajarán a nuestro favor cuando se concrete una efectiva integración de todos los actores político-sociales. Desde la administración del Estado, que deberá ser su causa eficiente; pero también, desde las organizaciones intermedias y hasta de la mismísima sociedad civil.

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