Por Hernán Andrés Kruse.-

Fue un 20 de junio atípico. No hubo desfile ni discursos de rigor. El Monumento a la Bandera fue un escenario demasiado grande, demasiado majestuoso, para el puñado de personas que se hicieron presentes para rendir homenaje a la bandera y a su creador. Ni el gobernador Miguel Lifschitz ni la intendenta Mónica Fein hicieron uso de la palabra. En pocos minutos todo había terminado. ¿Por qué actuaron de esa manera Lifschitz y Fein? ¿Tan dura fue la derrota del domingo pasado que les impidió hablar en un día tan especial para los rosarinos? ¿No saben que la derrota es una de las posibilidades cuando se trata de una competencia electoral? Así como hay que saber ganar, también hay que saber perder. Evidentemente, no supieron hacerlo.

¿Y el Presidente de la nación? No se hizo presente al tradicional recuerdo, en otra manifestación de falta de respeto por la bandera y la memoria de Manuel Belgrano. Pero lo peor no fue eso. Sí se hizo presente en Rosario para asistir a la cancha de básquet del club Ciclón del popular barrio Tablada. Rodeado de alumnos de primaria y de algunos adultos, pronunció un vulgar discurso de barricada, impropio para una jornada de esta índole. En ningún momento hizo alusión a nuestra insignia patria y a su venerable creador. Se limitó a decir lo de siempre pero agregándole un condimento especial: culpar de todos los males que aquejan a la Argentina al clan Moyano.

Dijo el Presidente: “Estamos trabajando con firmeza, que es el camino correcto. Y que esté costando más, que lleve más tiempo, no significa que no lo estemos haciendo. Significa que vamos en serio, que esto es a conciencia y que por primera vez en décadas estamos haciendo lo que había que hacer. Estamos diciendo “esto sí, esto no”. Eso sí queremos para nuestros hijos, esto de volver al pasado no es lo que nos sirve para el futuro. Y además decimos que no queremos más ocultamientos, mentiras, ejercicio patotero y prepotente del poder… No queremos volver a situaciones donde aquellos que conducen abusan del poder en beneficio propio. No queremos convivir más con la mentira, ni con el ocultamiento, ni con la corrupción ni con las mafias… La corrupción y la mafia nos arruina, todo lo que tocan lo destruyen… Tenemos que estar juntos dando batalla. Porque por ejemplo el narcotráfico es un flagelo al que le estamos dando batalla desde el primer día… Esas mafias que destruyen nuestra capacidad de crecer, impiden el crecimiento del país, del desarrollo y la generación de empleo en el país. Aquí me quiero referir a la patota del transporte. La Argentina tiene el costo de transporte más grande de la región… Es producto de privilegios acumulados en forma ilegal por Hugo y Pablo Moyano… Se tiene que terminar el comportamiento patotero. Seguimos apostando al diálogo, como lo hacemos desde que somos gobierno”.

La historia registrará este discurso como uno de los más lamentables pronunciados por un presidente desde la restauración de la democracia. Causó pena ver a Macri dominado por la ira en un ámbito ajeno a la lucha política. ¿Qué derecho tuvo de obligar a niños y niñas a escuchar sus diatribas? ¿Qué derecho tuvo de ignorar a Manuel Belgrano, uno de nuestros próceres más preclaros? ¿Qué derecho tuvo de utilizar una celebración tan importante para atacar a los jefes del poderoso gremio de los camioneros? Ninguno. Pero así es este presidente. No es más que un patrón de estancia, vulgar y mediocre, que se cree elegido por la providencia para salvar al país. Cree que su gobierno está marcando un punto de inflexión histórica. Cree que habrá un antes y un después luego de su retiro de la Casa Rosada. Cabe reconocer, para hacer honor a la verdad histórica, que varios de sus antecesores también se creyeron unos iluminados.

Macri descerrajó toda su furia contra las mafias, cuyos comportamientos patoteros han causado un gran daño al país. Justo él, un emblema de ese tipo de comportamiento. Hizo referencia al ejercicio prepotente del poder. Justo él, un emblema de la prepotencia y la petulancia. El presidente carece de autoridad moral para criticar a nadie. Sin embargo, cada vez que se dirige a la opinión pública lo hace desde el púlpito, como si creyera que es dueño de la verdad revelada. Cree que todos los problemas que aquejan a los argentinos es culpa de los Moyano y de Cristina Kirchner. La mala situación económica se debe a la mafia moyanista. Lo afirmó ayer en Rosario delante de niños que lo miraban incrédulos mientras una sarta de imbéciles de edad avanzada asentía desvergonzadamente.

Fue muy penoso lo que aconteció ayer en mi querida ciudad. Creo que ni Rosario, ni el Monumento a la Bandera, ni Manuel Belgrano, se merecían semejante destrato. Afortunadamente, el de ayer fue el último 20 de junio con Macri como presidente de la nación.

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