Por Hernán Andrés Kruse.-

El anexo estadístico del balance cambiario del Banco Central no admite duda alguna: se está en presencia de un fuerte brote verde en la economía. Entre enero y agosto de 2016 la demanda para atesorar dólares, el ahorro en divisas transferido al exterior y el turismo al extranjero alcanzó la cifra de 23.106 millones de dólares. El brote verde que muestra la economía en estos meses es la compra de dólares pese al esfuerzo del gobierno en hacer creer a la población de que se trata de dólares que provienen de la actividad económica. Si a esos 23.106 millones de dólares se le suman las compras de diciembre a partir del día 10, cuando dio comienzo la liberalización del mercado cambiario, la suma alcanza los 25.728 millones de dólares. Este monto pone en evidencia hasta qué punto es intensa la presión cambiaria de la gestión de Cambiemos. De no ser por la eficaz acción de propaganda desplegada por el gobierno esta fenomenal dolarización de activos podría ser considerada como una de las corridas cambiarias más resonantes de los últimos tiempos. Si a esa cantidad se le restan los ingresos en dólares que se contabilizan en esos rubros, el resultado neto final sigue siendo muy elevado: 14.599 millones de dólares a partir del 10 de diciembre. Teóricamente se trata del período en el que supuestamente hubo un shock de confianza en el mundo de los negocios. Lo único cierto que se ha producido en esta materia hasta ahora ha sido la fuga de ahorro en pesos hacia el dólar. Este agudo proceso de dolarización fue atendido con recursos provenientes del vertiginoso endeudamiento externo a nivel nacional, provincial y del ámbito privado. Tal como aconteció durante el ciclo que comenzó en 1976 y que implosionó en 2001, la fuga de capitales es financiada por la deuda externa. El ministro Prat Gay ha provocado un desequilibrio de tal magnitud de las cuentas fiscales y una corrida cambiaria de tal intensidad, que el ritmo de endeudamiento externo es incontenible. El déficit fiscal provocado por el gobierno a través de la eliminación de aranceles de exportación, la reducción de impuestos y la recesión económica, es de tal magnitud que necesita dólares para hacerle frente. También necesita de esos dólares para frenar la creciente demanda de divisas que se fugan y para cubrir la demanda para viajes al extranjero. Para echar más leña al fuego, el ministro anunció una nueva emisión de deuda en mercados europeos. Luis Caputo, secretario de finanzas y estrechamente ligado al Deutsche Bank, aseguró hace unos meses en la Bolsa de Comercio de Córdoba que el país no se endeudaría hasta el 2018. Su nariz debe haberse alargado más que la del propio Pinocho. Por su parte, Prat Gay acaba de reconocer que antes que culmine 2016 Cambiemos emitirá un bono nominado en euros.

Lo cierto es que a esta altura del primer año del gobierno del presidente Macri no ha habido lluvia de inversiones ni shock de confianza. Los apoyos morales del mundo corporativo sólo están sirviendo para encubrir una acelerada dolarización de activos, en niveles iguales o peores a las padecidas por la ex presidente Cristina Kirchner en 2008 y 2011. A diferencia de aquel entonces, hoy las actuales autoridades consideran que la fuga de capitales no es un problema e incluso Sturzenegger no muestra preocupación alguna por la dolarización o por la cantidad de reservas del Central. Desde su punto de vista la apertura plena de la cuenta capital -ingreso ilimitado de capitales especulativos y facilidad de endeudamiento externo- no exige la acumulación de reservas en el Central. Considera que al reducirse la inflación habrá menos compra de dólares y un mayor fortalecimiento de las colocaciones en pesos. La gente volverá a confiar en la moneda nacional, en suma. Cree que ahora, como hay libertad del tipo de cambio, es el mercado el encargado de definir el ajuste. Lo que parece no querer ver el funcionario es que si se produce una nueva devaluación habrá más inflación, lo que provocará una merma de la inversión en pesos y un fortalecimiento de la opción de acumular dólares. La gente, en este caso, vuelve a optar por el dólar por la desvalorización del peso. La tendencia por los dólares, provocada por el atraso cambiario o por la devaluación, se profundizó en julio, mes en que las compras en bancos y casas de cambio alcanzaron los 1500 millones. En agosto 647000 clientes compraron 1567 millones de dólares, la mitad de tales compras de hasta 10.000 dólares. A raíz de ello, el Central eliminó el monto tope para la compra mensual de dólares por cliente. En su último reporte del balance cambiario el Banco Central reafirma que las nuevas regulaciones autorizan cursar las operaciones sin que sea obligatorio justificar cada una de ellas con la documentación pertinente. En definitiva, la compra de dólares son ahora ilimitadas y las restricciones de acceso al mercado relacionadas con operaciones de derivados con contrapartes del exterior, fueron eliminadas. Lo que se llama una profunda desregulación del sector financiero. El reporte señala además que se simplificaron las normas vinculadas con los pagos de importaciones de bienes y servicios, rentas, transferencias corrientes y activos no financieros no producidos y que las regulaciones en materia de ingresos y cancelación de deudas financieras fueron flexibilizadas al extremo.

Al acelerarse, la dolarización presiona sobre unas reservas que se incrementan exclusivamente de divisas que ingresan vía deuda. Entre enero y agosto de 2016 la gran obsesión del presidente de la nación, la inversión directa extranjera, apenas alcanzó los 1642 millones de dólares, pero las utilidades y dividendos que salieron rumbo a las casas matrices rondaron los 1916 millones de dólares, con lo cual se está en presencia de un saldo negativo del orden de los 274 millones de dólares. La lluvia de inversiones fue reemplazada por un aluvional retiro de fondos neto por parte de las empresas transnacionales que tienen intereses en el país. Lo cierto y concreto es que Mauricio Macri está dirigiendo su esfuerzo de convocatoria hacia agentes económicos que nada tienen que ver con la producción y el desarrollo nacionales. Hasta ahora han ingresado al país capitales especulativos atraídos por las elevadas tasas de interés de las Lebac y para hacer su juego en la plaza bursátil con acciones y bonos. Al igual que en su momento Martínez de Hoz, hoy Prat Gay está haciendo del país una timba financiera. Esos capitales especulativos ascendieron hacia fines de agosto a 1291 millones de dólares que suelen ser muy volátiles. Vale decir que están en el mercado mientras les resulta conveniente, mientras puedan acumular una diferencia especulativa lo suficientemente importante hasta convencerlos de la necesidad de partir rumbo a otro escenario especulativo similar en otra parte del mundo. Según el último informe de la FIDE “el hecho de que el magro aumento de las reservas internacionales esté constituido por dólares “prestados” se suma al listado de fenómenos que han provocado un aumento de la vulnerabilidad externa” (fuente: Alfredo Zaiat, “Brotes verdes”, Página 12, 25/9/016).

Página 12 publicó en su edición del domingo 25 de septiembre un nuevo estudio de la opinión pública realizado por el CEOP, cuyo director es el sociólogo Roberto Bacman, cuyo equipo de colaboradores entrevistó telefónicamente a 1200 personas, respetando las proporciones por edad, sexo y nivel económico social. El presidente de la nación alcanza una imagen negativa del 51,5 por ciento y una imagen positiva del 45,1 por ciento. Las principales preocupaciones de la población son las siguientes: 1) inseguridad (50,1 por ciento); b) economía/inflación (43,3 por ciento); c) corrupción (33,1 por ciento); d) desocupación (31,5 por ciento); e) educación (21,5 por ciento); y f) salud (15,3 por ciento). En diciembre el 45 por ciento era oficialista y el 38 por ciento era opositor, lo que señala un superávit de siete puntos. Hoy se registra un déficit de 13 puntos, un deterioro de 20 puntos en nueve meses. Dice Bacman: “Yo diría que nuestra encuesta ratifica que en nuestro país hay una profunda grieta que está en la sociedad y proviene de 2001. Hay dos núcleos duros, el de los oficialistas y el de los opositores, y en el medio los independientes pragmáticos, que se definen en el día a día. Esos independientes son los que se van acercando a uno u otro lado. En los últimos tiempos, los oficialistas macristas cayeron y sumaron los opositores y los independientes. Tiene que ver con la caída también de la imagen de Mauricio Macri, que perdió 14 puntos desde la asunción y hoy tiene un déficit de seis puntos. Los que opinan mal o muy mal superan a los que opinan bien o muy bien en seis puntos”. “Un dato de esta encuesta impacta por su contundencia: el 63,1 por ciento de los argentinos está convencido que desde que asumió Cambiemos el desempleo aumentó. Es más, para el 25 por ciento el desempleo se mantuvo igual y sólo un siete por ciento concluyó que disminuyó. Ese dato se combina con que casi nueve de cada diez argentinos están preocupados por la falta de trabajo. Un valor así es tan terminante que atraviesa en forma pareja la totalidad de las aperturas, ya sean sociodemográficas (sexo, edad, clase social) como respecto a opositores y oficialistas. Todos opinan igual: falta trabajo”. “Otra cuestión es la pobreza. Desde el punto de vista de la propia percepción del público y como producto de la publicación de ciertos informes públicos y privados que dan cuenta de su aumento, para seis de cada diez argentinos la pobreza aumentó desde que Macri asumió. Los que impulsan esta opinión con valores superiores al promedio, son dos categorías que ya definimos: los opositores y los independientes”. “En definitiva, es muy difícil que los núcleos de opositores y oficialistas cambien. Sin embargo, sus periferias son muy permeables. Es allí donde se produce la intersección del conjunto de los independientes: en definitiva, fueron los que optaron por el cambio propuesto por la campaña de Cambiemos para la segunda vuelta electoral. También los apoyaron en su primer tramo de gestión, a punto tal que imagen y gestión del actual presidente se ubicó en el eje del 65 por ciento. Pero hoy por hoy, las opiniones positivas bajaron veinte puntos, nada menos. Significa que esos independientes están preocupados algunos y enojados otros”.

El 25 de septiembre de 1973 los montoneros acribillaron a balazos a José Ignacio Rucci, secretario general de la CGT y mano derecha de Juan Domingo Perón. Dos días antes, el domingo 23, la fórmula Perón-Perón había arrasado con el 62 por ciento de los votos, relegando a un lejano segundo puesto a la fórmula radical Balbín-De la Rúa. La inmensa mayoría del pueblo le había otorgado a Perón un impresionante voto de confianza que se tradujo en un tsunami de votos. Una de las razones fundamentales de semejante triunfo fue la confianza que esos millones de compatriotas depositaron en el anciano líder para pacificar de una vez por todas al país. Dos días después la “Orga” le demostró al flamante presidente que por más que hubiera sido plebiscitado debía sí o sí contar con sus cuadros para gobernar el país. Y como demostración de fuerza no tuvo mejor idea que acribillar a balazos, a plena luz del día, a un hombre del riñón de Perón, a un emblema del peronismo histórico, tradicional. Los montoneros le arrojaron a Perón el cadáver de Rucci en la mesa de negociaciones con el evidente propósito de obligarlo a aceptar sus reglas de juego. El error estratégico que cometieron fue histórico. Porque lo único que la “Orga” consiguió fue hacer encabritar a Perón. En efecto, el “viejo” se enojó y a partir de entonces nadie pudo (o quiso) detener la espiral de violencia. El país se transformó en un gigantesco escenario de guerra donde la derecha y la izquierda del peronismo dirimieron sus diferencias a balazos. Es probable que las nuevas generaciones tengan una noción muy vaga de lo que aconteció en el país en aquel momento o directamente no tengan la más remota idea. Lo cierto es que hace un poco más de cuatro décadas se desató en el país una guerra civil no declarada formalmente. Hubo dos bandos antagónicos, la Alianza Anticomunista Argentina y el sindicalismo ortodoxo por un lado, y los montoneros y el ejército revolucionario del pueblo por el otro. Lo que estaba en juego era el control del gobierno. Los montoneros querían ejercer un cogobierno, mandar al lado de Perón. Para el viejo líder se trataba de un desafío intolerable a su autoridad, a su condición de único líder del movimiento. No podía, entonces, quedarse de brazos cruzados. Le declaró la guerra a la “Orga” y ésta hizo lo propio con Perón. A partir del asesinato de Rucci y hasta el golpe cívico-militar del 24 de marzo de 1976, los cadáveres de ambos bandos comenzaron a contarse por decenas todos los días. La democracia como tal había desaparecido. No había justicia, ni seguridad jurídica, ni garantía de la seguridad a cargo de las “fuerzas del orden”. La ley de la selva se había hecho presente en la Argentina, fomentada por los sectores antagónicos del peronismo. En su dramático discurso del primero de mayo de 1974 Perón dijo que había llegado la hora de hacer tronar el escarmiento. En una diabólica competencia por ver quién la tenía más larga, los montoneros redoblaron la apuesta. La muerte del anciano líder lejos estuvo de apaciguar los ánimos. El intento de Balbín de calmar los ánimos resultó infructuoso. La violencia se había tornado incontrolable. El derrocamiento de Isabel era inevitable. Parecía como si todos los principales actores políticos y sociales del país se hubieran puesto de acuerdo para que se produjera. Toda la clase dirigente fue responsable de los dramáticos sucesos de aquella nefasta y terrible época, signada por la total falta de respeto por los derechos humanos y por las libertades individuales. El asesinato de Rucci fue apenas un capítulo más de una larga y traumática historia de nuestros desencuentros.

Share