Por Hernán Andrés Kruse.-

Jueves 6 de abril de 2017. Primer paro general que sufre el presidente de la nación. En este momento son las 8 y 57 minutos de la mañana y en el centro de Rosario puedo afirmar que no vuela ni una mosca. El acatamiento es total, como en el resto del país. Es cierto que al no haber ningún tipo de transporte y haber piquetes en puntos neurálgicos, resulta imposible circular libremente por las calles de la Argentina. Mauricio Macri, no acostumbrado a los paros generales, lo está experimentando en carne propia. Su decisión de trabajar hoy como si nada pasara, es una prueba elocuente de cómo le duele la primera medida de fuerza en su contra. La inmensa mayoría del pueblo se ha plegado por muchísimas razones que pueden sintetizarse en la siguiente: rechazo visceral por la política económica del gobierno de Cambiemos. Desde que asumió el 10 de diciembre de 2015 Macri no ha hecho otra cosa que favorecer los intereses de sus amigos y de específicos grupos económicos concentrados, fundamentalmente los vinculados con el campo y las finanzas. Las increíbles transferencias de recursos que impuso han destruido el poder adquisitivo del salario de los trabajadores. Dieciséis meses después hay desempleo y la inflación sigue vivita y coleando: el escenario es, pues, de estanflación. Las inversiones extranjeras brillan por su ausencia y más que un cambio, el pueblo está experimentando una involución cuyas consecuencias todos sabemos. Porque lo que estamos padeciendo ahora lo sufrimos hace veinte años cuando el país estaba en manos del metafísico de Anillaco.

El paro es un serio llamado de atención para el presidente de la nación. Lo más probable es que lo minimice o directamente lo ningunee. No sería extraño que tome la decisión de redoblar la apuesta, siguiendo los consejos de Jaime Durán Barba. En consecuencia, de aquí a las elecciones de octubre habrá más marchas, contramarchas y, probablemente, más paros generales. Lo que está pasando en este histórico 6 de abril no es más que la exteriorización del hartazgo popular por un gobierno insensible e impiadoso. Al componerse de CEOs es incapaz de advertir el sufrimiento que provocan sus medidas económicas. Cree que todo se reduce a la macroeconomía, a quedar bien con “el mundo”, a que los números cierren. Lo cierto es que el gobierno de Macri gobierna para un sector de la sociedad, desentendiéndose del resto al que considera prescindente. Esta forma abyecta e inmoral de ejercer el poder está siendo duramente cuestionada por este paro histórico que se hizo a pesar del triunvirato cegetista, que se vio obligado a convocarlo por la presión de las bases. Este es, por ende, un genuino paro de los trabajadores, al margen de la voluntad de Daer y compañía. Dios quiera que el presidente recapacite y tome conciencia de lo que está en juego: nada más y nada menos que la estabilidad democrática.

En las últimas horas falleció el gran politólogo Giovanni Sartori a los 92 años. A manera de rememoración de esta gran figura de la ciencia política contemporánea, paso a transcribir algunos párrafos de su libro “Partidos y sistemas de partidos”, uno de los aportes fundamentales a la teoría de los partidos y sistemas de partidos del siglo XX.

Dice Sartori: “Existen más de 100 Estados en los que, al menos sobre el papel, existe algún tipo de disposición de partidos. La variedad de esas disposiciones es tan impresionante como su número. ¿Cómo ordenar el laberinto? Desde hace mucho tiempo, los sistemas de partidos se vienen clasificando mediante la cuenta del número de partidos, sean de uno, de dos o de más de dos. Pero ahora ya existe acuerdo casi unánime de que la distinción entre sistemas unipartidistas, bipartidistas y multipartidistas es muy insuficiente. E incluso se nos dice que “un juicio acerca del número de partidos importantes…oscurece más de lo que aclara” (Crotty, Political Parties Research, en Approaches to the Study of Political Science). Una reacción al enfoque de la cuenta de partidos consiste simplemente en abandonar la base numérica, precisamente “a partir del supuesto de que la distinción tradicional entre los modelos bipartidista y multipartidista no ha acarreado percepciones lo bastante significativas” (…) “Otra reacción consiste en dejar que los datos-especialmente los resultados electorales-determinen las clases, esto es, los diferentes racimos de sistemas de partidos” (…) “Una tercera reacción consiste en preguntarse si necesitamos en absoluto las clases, esto es, si tiene algún sentido clasificar los sistemas de partidos. En este caso se aduce que nuestro universo es continuo, y, por tanto, lo único que necesitamos es un índice de fragmentación, o de fraccionalización, o de dispersión lineal, etc.” (…) “De momento limitémonos a señalar que casi cada autor plantea su propio esquema. Ya son plétora las clasificaciones y las apologías de los sistemas de partidos, y la norma parece ser la confusión y la profusión de términos” (…).

“El mal menor quizá consista en volver atrás y revisar el caso desde el principio. ¿Adolecía nuestro comienzo inicial de algún error fundamental, o nos hemos desviado en algún punto del cambio? Efectivamente, no está claro dónde nos hallamos. ¿Queremos decir que poco importa el número de partidos que hay? ¿O queremos decir, por el contrario, que nuestra clasificación no logra ordenar esos números? A la primera pregunta contestaría yo que sí importa cuantos son los partidos. Para empezar, el número de partidos indica inmediatamente, aunque sólo sea de modo aproximado, una característica importante del sistema político: la medida en que el poder político está fragmentado o no fragmentado, disperso o concentrado. Análogamente, con sólo saber cuántos partidos existen estamos alerta al número de posibles “corrientes de interacción” que intervienen” (…) “Como estas posibles corrientes de interacción ocurren a múltiples niveles: electoral, parlamentario y gubernamental, lo que se indica claramente es que cuanto mayor sea el número de partidos (que tienen voz), mayor será la complejidad y probablemente la complicación del sistema” (…) “Además, y en particular, la táctica de competencia y oposición de los partidos parece guardar relación con el número de partidos, y ello a su vez tiene gran influencia en cómo se forman las coaliciones gubernamentales y cómo pueden funcionar éstas”.

“En resumen, la verdadera cuestión no es la de si importa el número de partidos-que sí importa-, sino la de si un criterio numérico de clasificación nos permite aprehender lo que importa. Hasta ahora, la respuesta es claramente que no. Y la razón preliminar es igual de clara: ningún sistema de contar puede funcionar sin normas para contar. Si recurrimos a contar debemos saber cómo contar. Pero ni siquiera podemos decidir cuándo uno es uno y cuándo dos son dos: si un sistema es, o no es, un sistema bipartidista. Y entonces damos un salto al infinito, es decir, renunciamos totalmente a contar: como no hemos logrado establecer cuándo dos son dos, abarcamos todo el resto diciendo sencillamente más de dos. Por eso, no es de extrañar que el enfoque basado en el número de partidos desemboque en la frustración. No sólo no basta con tres clases, sino que tal como están definidas no sirven para poner los casos en orden. Evidentemente, el estado actual de la cuestión es que nos hemos deshecho del criterio numérico de clasificación antes de aprender a utilizarlo. Y creo que hay muchos motivos para dar otra oportunidad a este criterio. Para empezar, el número de partidos es un elemento muy visible que establece divisiones naturales y que refleja las condiciones del mundo real de la política. Así-cualesquiera sean nuestros índices-, tanto los políticos como los votantes seguirán combatiendo por, y discutiendo acerca de, más o menos partidos, si debe aumentarse o reducirse el número de partidos. Por otra parte, no olvidemos que los partidos son el coagulante, o las unidades de coagulación, de todas nuestras medidas” (…).

“Habida cuenta de lo que antecede, me propongo empezar con las normas para contar y estudiar, con ayuda de esas normas, el kilometraje que nos da una clasificación basada en el número de partidos. Como se advertirá, el criterio numérico es susceptible de buen uso. Por otra parte, también se advertirá que para hacer ese buen uso hace falta ayuda. Al comienzo, y durante bastante rato, resulta correcto decir que, aunque no vaya solo, el criterio numérico sigue siendo la variable primaria. Pero se llega a un punto en que no basta con contar pura y simplemente. En resumen, el problema es: ¿qué partidos importan? No podemos contar todos los partidos simplemente por las apariencias. Y tampoco podemos resolver el problema contándolos por orden decreciente de fuerzas. Es verdad que el “cuántos son” tiene que ver con el qué fuerza tienen. Pero persiste la cuestión de cuánta fuerza hace que un partido sea importante y cuánta debilidad hace que un partido no tenga importancia. A falta de mejor solución, por lo general tratamos de establecer un umbral por debajo del cual no se hace caso de un partido. Pero ésta no es solución, pues no existe un rasero absoluto para evaluar la importancia del tamaño. Si se establece el umbral-como se hace muchas veces-al nivel del 5 por 100, ello lleva a omisiones graves. Por otra parte, cuanto más se rebaja el umbral más son las posibilidades de incluir partidos sin importancia. La importancia de un partido no está sólo en función de la distribución relativa del poder-como es evidente-, sino también, y especialmente, en función de la posición que ocupa en la dimensión izquierda-derecha” (…).

“Es evidente que, si el problema tiene solución, ésta se halla en el establecimiento de las normas conforme a las cuales se ha de tener o no en cuenta a un partido. Básicamente, tenemos que establecer un criterio de no importancia respecto de los partidos menores. Sin embargo, como la grandeza o la pequeñez de un partido se miden por su fuerza, empecemos por apuntalar ese concepto. La fuerza de un partido es, en primer lugar, su fuerza electoral. Hay otras cosas, pero mientras estemos aplicando el criterio numérico, la base nos la da esta medida. Sin embargo, los votos se traducen en escaños, y esto nos lleva a la fuerza del partido parlamentario. Para evitar complicaciones innecesarias, podemos, pues, contentarnos con la fuerza en escaños, que a fin de cuentas es lo que importa cuando han pasado las elecciones” (…) “entonces resulta permisible comenzar con esta medida: la fuerza del partido parlamentario se indica por su porcentaje de escaños en la Cámara Baja”.

“El paso siguiente consiste en cambiar el foco al partido como instrumento de gobierno. Este cambio tiene poco interés con respecto a los sistemas bipartidistas, pero cuantos más sean los partidos, más debemos preguntarnos acerca del potencial de gobierno, o las posibilidades de coalición de cada partido. Lo que verdaderamente pesa en la balanza del multipartidismo es la medida en que se pueda necesitar a un partido para una o más de las posibles mayorías gubernamentales. Un partido puede ser pequeño y, sin embargo, tener grandes posibilidades en las negociaciones para montar una coalición. A la inversa, es posible que un partido sea fuerte y, sin embargo, carezca de capacidad para negociar su presencia en una coalición. La cuestión ahora es la de si se puede realizar un cálculo realista de las posibilidades de coalición de cada partido a base exclusivamente de su fuerza” (…) “la norma para decidir-en una situación multipartidista-cuándo se debe o no contar a un partido es la siguiente: norma 1: “Se puede no tener en cuenta por no ser importante a un partido pequeño siempre que a lo largo de un cierto período de tiempo siga siendo superfluo en el sentido de que no es necesario ni se lo utiliza para ninguna mayoría de coalición viable. A la inversa, debe tenerse en cuenta a un partido, por pequeño que sea, si se halla en posición de determinar a lo largo de un período de tiempo y en algún momento como mínimo una de las posibles mayorías gubernamentales”.

“Esta norma tiene una limitación, pues sólo es aplicable a los partidos orientados hacia el gobierno y que, además, son ideológicamente aceptables para los demás miembros de la coalición. Ello puede excluir algunos partidos relativamente grandes de la oposición permanente como los partidos antisistema. Por tanto, nuestro criterio de no importancia necesita un complemento residual, o, en circunstancias especiales, un criterio de importancia. Cabe volver a formular la pregunta como sigue: ¿qué tamaño, o qué dimensión, hace que un partido tenga importancia, independientemente de sus posibilidades de coalición?” (…) Esto nos lleva a formular una segunda norma auxiliar para contar basada en la capacidad de intimidación, o, dicho en términos más exactos, las posibilidades de chantaje de los partidos orientados hacia la oposición. Norma 2: “un partido cuenta como importante siempre que su existencia, o su aparición, afecta a la táctica de la competencia entre los partidos y en especial cuando altera la dirección de la competencia-al determinar un peso de la competencia centrípeta a la centrífuga, sea hacia la izquierda, hacia la derecha o en ambas direcciones-de los partidos orientados hacia el gobierno”. En resumen, podemos dejar de contar a los partidos que no tienen: a) posibilidades de coalición ni b) posibilidades de chantaje. A la inversa, debemos contar a todos los partidos que tienen importancia gubernamental en la liza en que se deciden las coaliciones o una importancia competitiva en la liza de la oposición” (…).

“Por ahora, señalemos que, para empezar, ambos criterios son postdictivos, pues no tiene sentido utilizarlos con carácter predictivo. En cuanto a la norma 1, esto significa que las coaliciones viables, y por ende los partidos que tienen posibilidades de coalición, coinciden, en la práctica, con los partidos que de hecho han participado, en algún momento, en gobiernos de coalición y/o han dado a los gobiernos el apoyo que necesitaban para llegar al poder o para permanecer en él. Por tanto, en la mayor parte de los casos la norma es fácil de aplicar, siempre, naturalmente, que dispongamos de la información sencilla que requiere la misma. Si pasamos a la norma 2, la objeción podría ser que la dirección de la competencia no es cosa fácil de evaluar” (…) “Pero en la práctica la idea del partido del chantaje guarda relación sobre todo con la idea del partido antisistema, y tanto la importancia como el carácter antisistema de un partido se pueden establecer, por turno, mediante una batería de indicadores ulteriores” (…).

“Hasta ahora sabemos cuándo tres son tres, cuatro son cuatro, etc. Es decir, podemos ordenar los casos. La pregunta siguiente es: ¿permite el criterio numérico ordenar también clases nuevas? Hasta ahora nos hemos ocupado de contar (conforme a normas). La nueva pregunta plantea, por así decirlo, el problema de contar de forma inteligente. Como norma general, la existencia de pocos partidos indica poca fragmentación, mientras que muchos partidos indican una gran fragmentación. Sin embargo, al contar los partidos, también podemos hallar su fuerza. Y existe una distribución que se destaca ostensiblemente como caso único: aquella en que un partido cuenta él solo y durante mucho tiempo con la mayoría absoluta (de escaños). Esto es, una forma inteligente de contar es lo único que necesitamos para ordenar-con nada más que mirar-la distribución en que un partido cuenta más que todos los demás partidos juntos: la clase de los sistemas de partido predominante. La ventaja de ordenar este sistema es que no sólo cuatro clases son mejor que tres (unipartidismo, bipartidismo y multipartidismo), sino también que ahora tenemos una idea bien clara de la fragmentación” (…) “Si nos salimos del terreno de los sistemas de partidos competitivos y pasamos al de los no competitivos, es posible todavía que nos encontremos con comunidades políticas con más de un partido en las cuales los partidos secundarios no se pueden dejar meramente de lado como fachadas puras y simples. Por otra parte, sí es cierto que estos partidos secundarios y periféricos cuentan menos. Por así decirlo, tienen permiso y únicamente se les permite existir como partidos subordinados. Esos son los sistemas que yo califico de hegemónicos” (…).

“Al llegar a este punto parece que se han agotado las posibilidades del criterio numérico. Dentro de poco entraré en la distinción entre pluralismo limitado (moderado) y pluralismo extremo (polarizado). Pero no es posible identificar y mantener estas clases únicamente sobre bases numéricas. Es el punto en el que la variable del número de partidos pasa a ser secundaria y toma precedencia la variable de la ideología” (…) “Y lo que sugiero es que el criterio numérico puede rendir siete clases (de sistemas de partido), indicadas como sigue: 1-de partido único; 2-de partido hegemónico; 3-de partido predominante; 4-bipartidista; 5-de pluralismo limitado; 6-de pluralismo extremo-; 7-de atomización” (…) “Pese al mejoramiento analítico global, la primera categoría resulta, de forma muy visible, insuficiente. Uno no es más que uno, y conforme al criterio numérico las variedades y las diferencias entre las comunidades políticas unipartidistas escapan totalmente al reconocimiento. En el otro extremo, y es todavía peor, no está claro cómo deben dividirse las clases de pluralismo extremo y limitado. El supuesto de sentido común en que se basa esta distinción es que de tres a cinco partidos, o sea, el pluralismo limitado, tienen interacciones muy diferentes a las que existen entre seis y ocho partidos, o sea, el pluralismo extremo. Pero ni nuestras normas para contar ni la forma inteligente de contar pueden ordenar de verdad estas dos pautas. El motivo es que cuando entramos en el terreno de la fragmentación-digamos a partir de cinco partidos-esta fragmentación puede ser resultado de una multiplicidad de factores causales, y sólo se puede apuntalar habida cuenta de esos factores. Dicho brevemente, la fragmentación del sistema de partidos puede reflejar una situación de segmentación o una situación de polarización, esto es, de distancia ideológica. Es evidente, pues, que existe algo que no se puede detectar nada más que contando, y que, sin embargo, es fundamental. Esto equivale a decir que estamos perentoriamente obligados a pasar de la clasificación a la tipología y, con ello, a aplicar el criterio numérico utilizando la ideología como criterio” (…).

“Aquí se utiliza el término (ideología) para denotar en primer lugar una distancia ideológica, esto es, el ámbito general del espectro ideológico de cualquier comunidad política dada, y en segundo lugar para denotar la intensidad ideológica, esto es, la temperatura o el afecto de un contexto ideológico dado. En términos más exactos, el concepto de distancia ideológica interviene en la aprehensión de los sistemas de más de un partido, mientras que la idea de la intensidad ideológica es indispensable para la aprehensión de las comunidades unipartidistas” (…) “El objeto de la clasificación modificada es resolver el problema que deja intacto la clasificación numérica: el de cómo acabar con la segmentación. La solución se halla en verificar las comunidades políticas segmentadas en contraste con la variable ideología. Si están fragmentadas, pero no polarizadas, se atribuirán al tipo de pluralismo (ideológicamente) moderado. Si están fragmentadas y polarizadas, es evidente que pertenecen al tipo de pluralismo (ideológicamente) polarizado. La clasificación modificada difiere, pues, de la numérica únicamente con respecto a las clases de pluralismo limitado y extremo, a las que sustituyen los tipos que califico de pluralismo moderado y polarizado” (…).

“Cabría decir… que el criterio numérico brinda una indicación, aunque sea muy imperfecta, de la distribución del poder político. Pero la distribución es algo que resulta muy difícil evaluar. Por tanto, preferiría decir que lo que nos brinda la cartografía es una indicación bastante buena de la dispersión-sea una dispersión polarizada o segmentada-del poder. Para empezar, en la situación actual el caso del unipartidismo está claro: el poder político lo monopoliza un solo partido, en el sentido preciso de que no se permite la existencia de ningún otro partido. Después tenemos el caso en que un partido cuenta más que todos los demás, pero de dos formas muy diferentes. Por un lado, nos encontramos con un partido hegemónico que permite la existencia de otros partidos únicamente como satélites, o, en todo caso, como partidos subordinados; esto es, no se puede desafiar la hegemonía del partido en el poder. Por otra parte, nos encontramos con el sistema de partido predominante, es decir, una configuración del poder en la que un partido gobierna solo, sin estar sujeto a la alternación, siempre que continúe obteniendo, electoralmente, una mayoría absoluta. Los sistemas bipartidistas no plantean ningún problema, dado que su configuración del poder es transparente: dos partidos compiten por una mayoría absoluta que está al alcance de cualquiera de ellos. Esto nos deja la configuración del poder del multipartidismo en general, que se puede detallar como sigue: 1-no es probable que ningún partido se acerque a, o por lo menos que mantenga, una mayoría absoluta; y 2-la fuerza (o la debilidad) relativa de los partidos se puede clasificar conforme a su relativa indispensabilidad (o dispensabilidad) para las coaliciones, y/o 3-su capacidad potencial de intimidación (chantaje)”.

“Ya he dicho que el número de partidos es importante. Lo que queda por explicar es: ¿respecto de qué exactamente es importante? Cuando se clasifican los sistemas de partidos conforme al criterio numérico se clasifican conforme a su formato: cuántos partidos contienen. Pero el formato no interesa sino en la medida en que afecta a la mecánica: cómo funciona el sistema. Dicho en otros términos, el formato es interesante en la medida en que contiene predisposiciones mecánicas, en que contribuye a determinar un conjunto de propiedades funcionales del sistema de partidos, en primer lugar, y de todo el sistema político como consecuencia. De ahí que a partir de ahora mi investigación se centre en la distinción y la relación entre formato y mecánica. Esto equivale a decir-habida cuenta de mi distinción entre la clasificación y la tipología de los sistemas de partidos-que estudiaremos cómo se relaciona la clase, que denota el formato, con el tipo, que connota las propiedades”.

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