Por Luis Américo Illuminati.-

La presente reflexión obedece a la necesidad de aclararle a los periodistas y psicólogos que han salido a «examinar» -o denostar «científicamente»- la reacción de Alfredo Casero en el programa de Majul. Un «puñetazo» en la mesa que transpone todas las especulaciones de bolsillo y rompe con la cortina de «normalidad» de una sociedad completamente alienada, como lo está en este momento la sociedad argentina: en una parte campea la locura y en la otra la mediocridad mira cómo se hunde el barco en que navega.

La presente aclaración, de suyo, nace de la forma en que algunas personas reaccionan ante la terrible entropía social que impera en la Argentina como irreversible círculo vicioso desde hace veinte años con el advenimiento y enquistamiento del kirchnerismo en las entrañas del Estado. Si bien los sociólogos y psicólogos tienen todo el derecho de dar sus pareceres, éstos no pueden ser la hipóstasis de una verdad inconmovible, la voz de la conciencia o del «espíritu objetivo» (Hegel, Fenomenología del espíritu). Los puntos de vista de los Psicólogos no deben ser motivo ni vía para una denostación velada o el producto de una postformación ideológica tardía. La verdadera crítica no debe ser tendenciosa sino que debe contener un fundamento ético.

En 2018, haciéndose eco de varias voces, Alfredo Casero puso en duda la legitimidad de la organización Abuelas de Plaza de Mayo. En una entrevista con Alejandro Fantino en el programa «Animales Sueltos», comentó: Casero: “… los kirchneristas les mintieron a los pibes. Y les siguieron mintiendo. ¿Viste el último nieto que encontró la Carlotto, un pibe de 40 años?”. Fantino: “No. No, no, es una cosa muy sensible”. Casero: “A mí no me parece nada sensible, a mí lo que me parece sensible es que hayamos estado viviendo tanto tiempo… yo quiero tener la verdad de todo”. Fantino: “Pero recuperaron un nieto…” Casero: “¿Estás seguro que el último señor es un nieto recuperado? Quiero estar seguro de todos los nietos porque la forma en que hablan… no hablan como si estuvieran a cargo de un organismo de Derechos Humanos, están haciendo política y yo no quiero Derechos Humanos que estén haciendo política».

En mi opinión, Alfredo Casero frente a Majul no ha tenido en su reacción ni un ataque de ira, odio, locura o rabia incontenible; antes bien, ha sido resultado de lo que se llama «parresía», esto es, usar públicamente de la franqueza ante un poder público, en el caso que nos ocupa, frente a un poder mediático, una franqueza sin eufemismos y sin calcular los castigos ulteriores que sobrevengan. Uno de las sanciones es la «cancelación» como artista del medio. Fue una parresía el acto de valentía, riesgo y franqueza que tuvo Casero en el programa conducido por Fantino («Animales Sueltos»), vale decir, fue «políticamente incorrecto».

La justa indignación tiene su punto de apoyo y gravedad en la verdad, es decir, en la cruda, lacerante e innegable realidad. Según Leopoldo Marechal: «La Patria es un dolor que aún no tiene nombre». La manifestación de Alfredo Casero ha sido la exteriorización de un dolor individual y colectivo. Es patriotismo propiamente dicho y no la patriotería o chovinismo barato al cual están tan acostumbrados los medios. La parresía es todo lo contrario a la medianía.

La medianía es una forma de estar muerto, dormido o anestesiado social y psicológicamente. Es la máxima de Descartes: «Pienso, luego soy», con doble variante. Para el timorato: «Me encapsulo, luego existo». Y para el periodista impasible: «Informo, luego existo». La medianía es lo opuesto a lo sobresaliente, a lo valioso y noble. Es una mezcla de cobardía, inercia, indiferentismo, chatura y tibieza moral. Es sinónimo de mediocridad. La parresía es su contracara, pues constituye una lección o un ejemplo para los individuos del gallinero. Es una afección que nace en el alma. Algunos filósofos encomian la «medianía» y la llaman «dorada mediocridad» (aurea mediocritas), el estado de vivir sosegadamente con lo justo, sin poseer cosas superfluas y con la suficiente comodidad de no padecer necesidades esenciales. Si bien la medianía puede ser el punto medio entre dos extremos, entre la opulencia y la pobreza o entre la temeridad y la cobardía, yo más bien la veo como la actitud de vida de aquellos comprendidos en las palabras de Cristo: «El que quiera salvar su vida la perderá y aquel que la pierda por mi causa, la hallará». Son los tibios que Dios vomitará de su boca (Apoc. 3-15,16).

«El Último Foucault» (2003) es un libro escrito por Tomás Abraham, en donde analiza el concepto y el alcance de la parresía y del sujeto que la pone en práctica: el parresiasta. Abraham hace su análisis en base a la última conferencia de Michel Foucault titulada «Verdad y Coraje». En dicha conferencia Foucault recordó actos heroicos de personajes emblemáticos de la mitología griega como ejemplos de parresía.

Según Maine de Biran, «una afección» no es una anomalía, sino que es lo que queda de una sensación completa cuando se separa de ella la individualidad personal o el yo, y con él toda forma de tiempo o de espacio. Es un sentimiento genuino y espontáneo que de ningún modo traduce una patología. Wundt y Pierre Janet opinan en el mismo sentido. El placer y el dolor se oponen a las emociones propiamente dichas de cólera, odio, codicia, temor, esperanza, etcétera.

En síntesis, las afecciones comprenden -para dichos autores- el placer y el dolor y hay que separarlas de las tendencias, de las inclinaciones y de las emociones. Un enojo justificado no es una emoción violenta ni un exceso en la legítima defensa. Igualar -como lo hace la nota de TN- la reacción de Alfredo Casero con la del actor Will Smith que golpeó al presentador en la entrega de los premios Oscar, no solamente es un despropósito sino también un agravio.

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Invito a todos a aquellos que les interese el tema, a sumarse a un debate que en estos momentos resulta crucial para nuestra querida Argentina y así establecer la radical diferencia que hay entre decir la verdad acuciante o tolerar la mentira de un régimen donde la locura como un doctor dicta su ley a la destreza y manda a la razón al manicomio.

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