Por José Luis Milia.-

Paremos la pelota. Llamarlas feminazis o femibolches no identifica a esta turba de grelas amachonadas, salvo en su tendencia a destruir algo. Si estas grelas hubieran hecho algo así bajo los regímenes del loco Adolfo o del tío Pepe hubieran terminado en Sacksenhausen o en cualquier gulag del ártico en menos tiempo que se persigna un cura loco.

Esto sucede acá por algunas razones que nos competen y que deberían avergonzarnos, entre ellas, la primera, que somos unos cagones de órdago; segundo que la jerarquía de la Iglesia Católica Argentina no vale un tarro de pedos condensados, tercero que, si toda esta mierda está bien vista en la Europa “progre”, a nosotros nos tiene que gustar y cuarto, que mientras el miedo a poner orden sea una constante en la República debemos estar preparados para ver estas cosas y peores.

Mirando con detenimiento las fotografías del enésimo ataque a una iglesia vemos que, más allá del resentimiento social y religioso, las mueve el resentimiento estético, porque estas minas, componentes esenciales de un sabalaje de cuarta, son feas y ordinarias, se saben feas y ordinarias y agotan en ese conocimiento las pocas neuronas que natura les dio y traducen en violencia y roña la decepción que su figura y su cerebro les provocan.

Da pena verlas, gordas y sucias pensando en volver a una sábana en la que la compañía, si la hay, será un igual en lo ordinario, sea hombre o mujer, sabiendo que la esperanza, para ellas, es algo que hace tiempo perdieron.

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