Por Enrique Guillermo Avogadro.-

“Si la guardia roja de la corrección política aún no te ha tratado de fascista, tienes que empezar a dudar de tu libertad de pensamiento”. Roger Scruton

A cuarenta y seis años del comienzo del Proceso, la izquierda y La Cámpora realizaron sendos actos de recordación; invocaron como siempre, una parcial y tergiversada Memoria, una falseada Verdad y una inexistente y cooptada Justicia. Me parece repugnante que, habiendo transcurrido tantos años, la sociedad continúe sosteniendo su hipocresía y permita que se ejerza tanta inmunda venganza contra los militares que, convocada por toda ella, ganaron la guerra militar (aunque, obviamente, hayan perdido la batalla cultural). Francia y Alemania, que se mataron por millones durante la II Guerra Mundial, sólo siete años después firmaran el Pacto del Carbón y del Acero, cuna de la Comunidad Europea, mientras que aquí seguimos mirando por el espejo retrovisor y fogoneando mayores rivalidades.

Volviendo a la realidad, siempre más urgente, la semana ha dejado expuesta la crisis ¿terminal? que sufre el Frente para Todos, ese adefesio que inventó Cristina Fernández para unir al peronismo en 2019 y devolverlo al poder. Salvo su nueva alianza -el tan activo trotsko-kirchnerismo- todo el arco político coincide en el diagnóstico de los problemas que aquejan a la Argentina y la condenan a la permanente decadencia aunque, bien es cierto, no se pone de acuerdo en el tratamiento de esa complicadísima patología.

El cuadro contiene, como elemento principal, el sideral gasto público (sobre todo, el de la eternizada casta instalada en el Estado) compuesto por jubilaciones a gente que no ha realizado aportes, planes sociales que fomentan no trabajar, subsidios disparatados a la energía, poderes legislativos provinciales inútiles y costosísimos, despilfarro sin medida y rampante corrupción. A ello se agregan dolencias estructurales, principalmente cambio permanente de las reglas de juego, inseguridad jurídica e ineficiente Justicia, inexistencia de moneda nacional, leyes laborales arcaicas, sistema electoral perverso, arbitrario y expoliador esquema tributario, injustificables empresas estatales deficitarias, pobreza estructural, deficitaria infraestructura vial y ferroviaria, dependencia energética, perversa política inmigratoria, salud pública estúpida y en crisis, educación destruida hasta los cimientos, rampante narcotráfico, inseguridad ciudadana, barreras a la exportación y a la remesa de utilidades, y otros que usted mismo puede incorporar.

Las medidas que se deben adoptar de inmediato para corregir esa gigantesca panoplia de taras, impedimentos y trabas, esenciales para que argentinos y extranjeros volvamos a confiar en el país, pero que siempre perjudicarán el status quo en el que sobrevive un alto porcentaje de la sociedad y los políticos que medran con la necesidad de los más pobres, encontrarán naturales resistencias que las hacen muy difíciles de concretar. Ya hemos visto cómo fracasó el gradualismo, imaginado para no generar más daño en el lastimado tejido social, cuando se secaron las fuentes de financiamiento y los factores climáticos fueron adversos.

Piense, solamente, que hoy un 70% de la ciudadanía vive del producido del restante 30%, pero todos votan; entonces, ¿elegiría ese tan mayoritario sector a alguien que propusiera, por ejemplo, transformar todos los planes sociales en trabajo genuino o elevar sostenidamente la edad jubilatoria? Y sabemos cómo se comporta la casta política cuando proyectos de ley indispensables -boleta única de papel, ficha limpia, limitación en el número de asesores, etc.- amenazan sus injustificables privilegios. Ante una tentativa de shock para achicar el gasto, ¿cómo cree que reaccionarían los senadores y diputados nacionales, los gobernadores y sus legislaturas provinciales, los intendentes y sus concejos deliberantes?

Y qué decir de los eternos dirigentes sindicales que, con los recursos de las obras sociales que les concedió Juan Carlos Onganía, se han convertido en magnates a costa de sus menguantes afiliados: ¿los imagina aceptando mansamente los imprescindibles cambios en la legislación laboral y, si no el cierre o la privatización de Aerolíneas Argentinas, al menos la apertura total de los cielos a la competencia?, ¿o a los Moyano tolerando que, principalmente, el transporte de mercaderías se realice por tren? Los dueños de medios de comunicación que sólo sobreviven por la ingente pauta publicitaria oficial que se les asigna, ¿prestarán su conformidad al cierre de esa canilla gigantesca o saldrán, todos los días y a toda hora, a influir sobre la opinión pública para soliviantarla y desestabilizar al gobierno?

La semana pasada cerré mi columna dando una buena noticia: las fundaciones que responden a los cuatro partidos que integran Juntos por el Cambio (PRO, UCR, CC y el peronismo de Miguel Angel Pichetto) están trabajando en la preparación de un único plan de gobierno, que pretenden tener listo para presentar a la sociedad el año próximo. Sin embargo, han surgido ahora algunas nubes que oscurecen ese idílico horizonte: la crisis que amenaza con hacer estallar al Frente para Todos, según algunos trascendidos, podría derivar en una salida anticipada del poder de Alberto y Cristina Fernández y debería llamarse a una Asamblea Legislativa.

No me parece un escenario probable, toda vez que la PresidenteVice quedaría expuesta a la detención inmediata en algunas de las causas penales que la afectan; sólo podría evitarlo emigrando a algún paraíso socialista dispuesto a recibirla. Creo, más bien, que llegarán a 2023 aunque sea con muletas, y ella resolverá ese intríngulis obteniendo entonces una banca en el Senado; es cierto que implicaría asumir un riesgo: ante una derrota: ¿y si sus colegas le dieran vuelta la cara y la desaforaran?

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