Por Luis Américo Illuminati.-

Yo recuerdo muy bien los sucesos argentinos de 1960 en adelante, pero no los de la década anterior -ya que soy nacido en 1952-, los cuales conocí por los relatos de mis padres y por los libros que referían los hechos de esa década. Cuando yo iba al colegio, estaba prohibido mencionar el nombre de Perón, lo que me parece ayudó a prohijar o tejer un cierto halo de curiosidad y misterio a todos los de mi generación sobre el presidente, injustamente expatriado, para unos, y tirano prófugo, para otros. De esa época soy un memorioso testigo. Había mucha paz y las costumbres eran muy sencillas. El rock y las canciones de protesta y rebeldía aún no habían surgido. Era la época de Billy Cafaro, «El Club del Clan», Palito, Johnny Tedesco, Juan Ramón y Leo Dan. No sé qué pasó después. Todo comenzó a podrirse en el mundo y en la Argentina luego de los sucesos del «Mayo francés» de París en 1968 (yo tenía 15 años y vivía en la Capital Federal, Barrio de Retiro) y, a partir de ese momento, como si hubiéramos descendido al Infierno del Dante, por así decirlo, la locura como un doctor comenzó a dictarle su ley a la razón, la cual comenzó a engendrar monstruos, monstruitos y toda clase de aberraciones. Entonces, la historia argentina como un tren sin maquinista comenzó a viajar por un túnel oscuro del que aún no ha salido. Estalló el Cordobazo (29 de mayo de 1969) y yo vivía justo en la zona del epicentro, Barrio Alberdi, a dos cuadras de la tradicional Plaza Colón. Los ocupantes del edificio donde yo vivía (vivienda de oficiales) fueron evacuados. Era muy grave la situación. Mi padre llevaba un Diario personal, varios cuadernos que lamentablemente se estropearon casi todas sus hojas. Antes de su indefectible deterioro, cuatro o cinco años después del Cordobazo, pude leer algunos fragmentos que referiré. Mientras estaba mi padre arrestado en la Base Aérea de Tandil a mediados de 1969 porque el gobierno de facto de Onganía lo consideraba un disidente por manifestaciones que había hecho y que disgustaron a la cúpula militar. Su lugar de detención era el Casino de Oficiales. Una persona que él conocía de Buenos Aires (condiscípulo del Colegio San José de la ciudad de Morón) le entrega una carta firmada por Perón y fechada en Madrid. En esa carta, pese a que mi padre no tenía ni afinidad ni tampoco reluctancia respecto del exiliado remitente, éste le manifestaba su completa solidaridad por su situación actual y repudiaba el castigo impuesto a mi padre. La cosa es que mi padre no le contestó la carta sino dos años y medio después y ya retirado de la Fuerza Aérea. En esa carta mi padre se tomó la libertad de aconsejarle a Perón, con meditados fundamentos, que ante las noticias de su posible regreso al país, no hiciera caso al Presidente General Alejandro Lanusse que había dicho que «no le daba el cuero para volver». En dicha carta mi padre le decía que emulara el renunciamiento del General San Martín de no volver a su Patria, en aras de la paz y la concordia. Perón le contestó unos meses después, y le decía que en esos momentos él -Perón- se sentía como que estaba entre Escila y Caribdis, tal como le aconteció a Ulises, como lo relata Homero. Caribdis era el remolino que si Ulises pasaba por allí perecían todos al ser su barco tragado por el terrible remolino. Y Escila era un terrible monstruo de varias cabezas que devoraba a los marineros cuyas naves pasaban cerca. Cuenta Homero que Odiseo finalmente decidió pasar por el lado de Escila y así perdió parte de su tripulación (murieron seis marineros), pero habrían perecido todos si resolvía cruzar el peligroso estrecho del lado del fatal remolino (Caribdis). Para los que observan y examinan objetiva y desapasionadamente los acontecimientos que van desde el 11 de marzo de 1973 al 23 de marzo de 1976, sabrán evaluar y contestar si mi padre tenía razón o no en dar tales consejos y si la decisión de Perón fue por el lado de Escila o por el lado de Caribdis. En el caso de Ulises, éste tenía una tercera opción, que era no cruzar y volver atrás, pero si hubiera hecho esto, jamás habría vuelto a Ítaca, su patria. El 17 de noviembre pasado el peronismo festejó el Día de la Militancia que rememora el día que regresaba el ex presidente Juan Domingo Perón a la Argentina tras diecisiete años de exilio. Una foto inmortalizó el momento en el que al descender del avión el viejo caudillo era protegido de la lluvia por un paraguas que sostenía el secretario general de la CGT, José Ignacio Rucci. Ese día, en que se materializaba el primer regreso de Perón al país, se produjo un incidente grave en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), cuando el guardiamarina Julio César Urien, creyendo que Perón sería detenido por el gobierno militar al llegar, con su compañía tomó la ESMA, matando en el hecho de un tiro por la espalda al cabo Leonardo Contreras. Junto a Urien, tomaron parte de la sublevación el teniente de navío Carlos Lebrón, los guardiamarinas Aníbal Acosta, Ricardo Luis Hirsch, Mario Actis y Mario Galli. Todos ellos fueron detenidos y dados de baja. Estos individuos equivocadamente creyeron que cierto sector de las Fuerzas Armadas atentarían contra la vida de Perón, lo que no sucedió. Como tampoco aquéllas lo intentaron sino que la llamada «masacre de Ezeiza» fue un ajuste de cuentas de los viejos peronistas contra la juventud peronista volcada a la izquierda, principalmente la corriente de Montoneros. El periodista Luis Longhi cuenta una anécdota desconocida que le contó Conan Doyle -compañero de Camada de mi padre- sobre el vuelo del avión DC-8 (charter) de Alitalia -como Piloto y Comandante de la aeronave- que traía a Perón desde Italia. Tal anécdota esta contenida en su libro «Yo conocí a Perón». Le contó Doyle (sobrino de Arthur Conan Doyle, creador de Sherlock Holmes) a Longhi que mientras el charter se acercaba a Buenos Aires recibió un aviso desde la torre de control de los graves disturbios que estaban sucediendo en Ezeiza, entonces lo llama a la cabina a Cámpora que era el presidente en ese momento (duraría poco tiempo en el cargo), quien se pone en contacto con el Vicepresidente (Solano Lima) quien le informa que el tiroteo era un enfrentamiento entre peronistas en desacuerdo. Ante tal situación, Cámpora le informa a Perón. De ahí en más, el Comandante Doyle resuelve enfilar y aterrizar en la Base Aérea de Morón luego de escuchar una extraña comunicación en la radio cuyos pilotos se comunicaban entre ellos y sin saber Doyle a ciencia cierta si esos aviones de combate podían ser hostiles o volaban para custodiar el charter. Finalmente Perón y la comitiva pudieron arribar a Morón sin problemas. Cuatro meses después caía defenestrado Héctor J. Cámpora, según algunos por haber traicionado a Perón, según otros, la renuncia estaba consensuada antes de que Perón embarcara para regresar a la Argentina.

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