Por Jorge Raventos.-

Para un sector minoritario pero significativo de la sociedad argentina, la cuadratura del círculo política (durante muchas décadas ya) ha sido la disolución, eliminación o neutralización del peronismo.

En los últimos tiempos se vive un cierto resurgimiento de esa quimera: aparece un relato histórico revisionista que, empeñado en cuestionar al kirchnerismo, coincide sin embargo con él al caracterizar el período clásico del justicialismo como una réplica anticipada del ciclo que ya concluye. La intención parece ser aprovechar el ocaso del fenómeno K para despedir con él, en la misma ceremonia, las siete décadas de protagonismo político del movimiento que nació el 17 de octubre de 1945.

La quimera de la desperonización

La ilusión de desperonizar la Argentina ha dado lugar a distintos métodos y tácticas (desde la represión a la infiltración, desde la proscripción del justicialismo a la proscripción generalizada de la política a la espera de que el paso del tiempo extinguiera tanto al conductor como a su influencia). Y provocó asimismo sucesivas decepciones y fracasos. Cada vez que empieza a entreverse que esa quimera se vuelve difícil de alcanzar, los más empecinados son invadidos por una mirada sombría y tienden a diagnosticar que la sociedad argentina está condenada, víctima y cómplice de una aberración incurable.

La última expectativa se formulaba más o menos así: ya que el Partido Justicialista ha sido colonizado por el kirchnerismo que indefectiblemente termina y que el peronismo se encontrará dividido en las elecciones de octubre, este es, finalmente, el momento de ir por él.

El noperonismo congregó a todas sus fuerzas y encontró en las PASO lo que parece ser un techo de alrededor de los 30 puntos del electorado efectivo, agrupado en el espacio Cambiemos y alineado tras la candidatura de Mauricio Macri, más unos puntitos repartidos en batallones menores.

Centralismo y fragmentación

El voto peronista está efectivamente fragmentado, pero la candidatura de Daniel Scioli (que, desde la boleta del Frente para la Victoria, congrega la mayor parte del electorado peronista, así como a las estructuras y jefaturas territoriales de provincias y municipios allí encuadradas) ha quedado, con las cifras de las primarias, PASO, al filo de una victoria en primera vuelta.

Y, además el espacio peronista renovador constituido por Sergio Massa y José Manuel De la Sota, tras desafiar exitosamente la anunciada polarización electoral, alcanzó 20 puntos y una influyente tercera colocación.

Seis de cada diez votantes aportaron a espacios peronistas. Otra lectura no menos elocuente: seis de cada diez sufragios aportaron a alternativas de oposición al gobierno. Las primarias reclaman una lectura fina de sus resultados.

Los replanteos suscitados en los distintos espacios por esas cifras (y por varias circunstancias posteriores, desde las inundaciones que golpearon la provincia de Buenos Aires hasta la controvertida elección tucumana) destacaron más aún el rol del peronismo.

En el oficialismo, los gobernadores peronistas rodearon a Scioli para ofrecerle una plataforma de sustentación que le permita equilibrar las presiones del cristinismo que, aunque en retirada, pretende hacer girar la campaña alrededor de la Jefatura política de la señora de Kirchner y “la continuidad del Proyecto• y considera que Scioli dejó escapar parte del capital electoral K por tibieza, por moderación, por su estilo apaciguador, por adaptarse a la idea de “cambio” que proclaman las fuerzas adversarias.

Mandatarios como el sanjuanino Gioja y, muy claramente, el salteño Juan Manuel Urtubey, han salido al ruedo para enfrentar ese discurso del cristinismo duro y para afirmar, como avalistas y voceros de Scioli, que “cuando Scioli conduzca el país, inmediatamente va a conducir al peronismo”. Proclaman además que el candidato va a actuar con “horizontalidad y participación”, consultando a los gobernadores: una promesa que contrasta ostensiblemente con el sistema de concentración de poder político y económico de carácter hegemónico de la era K.

Más allá de que la construcción de un poder sustentable y eficaz en el ciclo próximo requerirá, efectivamente, intensificar los niveles de participación y descentralización, lo que indican las palabras de Urtubey hoy mismo es que el peronismo empieza así a ocupar espacios de decisión hasta ahora enajenados por la maquinaria centralista, que pretende conservar el poder que se le va escurriendo a medida que se aproxima diciembre.

Scioli, que conquistó su candidatura a contramano de las preferencias del kirchnerismo y apoyándose en el afuera de ese aparato (sobre todo merced a su persistente buena imagen en la opinión pública), encuentra ahora apoyos orgánicos y activos en la estructura tradicional de un peronismo que se prepara para el nuevo ciclo.

Los límites del purismo

Pero la influencia peronista también alcanza a la candidatura de Mauricio Macri.

La constatación del porcentaje alcanzado por Cambiemos en las primarias puso en crisis la estrategia de un purismo amarillo apenas extendido al arco no peronista. Con eso no alcanza ni para la ilusión de forzar un ballotage.

Hay por supuesto un número grande de voto pero ese público es por definición muy incierto y una apuesta centrada en la conquista de ese electorado hamletiano es demasiado arriesgada.

Ergo: se vuelve indispensable cambiar de actitud ante el espacio peronista de UNA y aguardar, de mínima, que Massa y De la sota retengan allí a su electorado e inclusive le arrebaten algunos votos a Scioli (para impedirle así eludir el ballotage).

Aquella estrategia de “pureza étnica” se ilusionaba con un diagnóstico que resultó erróneo: la posibilidad de que el gobierno de la señora de Kirchner se precipitara este año en una crisis del sector externo, algo que, cuando ocurre, tiene consecuencias letales para el gobierno en ejercicio.

La crisis diagnosticada no se produjo. Así, el gobierno de la señora de Kirchner llega al fin de ciclo con menos dificultades que las previstas, sin crisis desatada. Razón por la cual, la hipótesis de multitudes volcadas al noperonismo reclamando cambio quedó encogida por la realidad. Y Scioli, aún haciendo una elección discreta, quedó en el umbral de una victoria en primera vuelta, mientras Macri se topaba con el techo en el 30 por ciento.

La necesidad tiene cara de hereje y, en este caso, Cambiemos se ha visto forzado a abrirse al peronismo renovador y a retomar el diálogo con Sergio Massa, pese a que ambos venían de numerosos desencuentros a lo largo de la campaña electoral.. Renació inclusive la ilusión de un pacto Macri-Massa, algo que hacia la primera vuelta no pasará de la solidaridad en la fiscalización electoral y en una entente cordial para que el primer blanco de ambos sea el oficialismo.

La evidente necesidad de acercarse al electorado peronista y a los dirigentes renovadores le permite a Macri, de paso, independizarse un poco del comercio de culpas y absoluciones que ejercen algunos de sus aliados más antiperonistas. Y lleva al sistema político punto de mayor centralidad y equilibrio

Sesenta años después

Este mes se cumplen sesenta años del primer gran experimento desperonizador, que se llamó a sí mismo Revolución Libertadora y no pudo consumar su empeño.

Lo cierto es que con el fin del ciclo K, el peronismo, lejos de evaporarse, se prepara para nuevas responsabilidades. Una de las cuales, sin duda, será recuperar y reordenar la casa partidaria común, con las debidas actualizaciones. Pero también gobernar, dialogar e interpretar atentamente el mensaje que llega desde la sociedad, tanto de la que vota por candidatos peronistas como del resto, ya que tras el eclipse del sistema hegemónico y confrontativo la recomposición del poder político sólo puede apoyarse en una amplia concertación de fuerzas, en un marco de fortalecimiento institucional del sistema democrático y con una política de unión nacional y de reinserción activa en el mundo.

Peronismo y no peronismo están igualmente desafiados a reconocer la realidad.

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