Por Jorge Mones Ruiz.-

Lejos están los tiempos durante los cuales para “un peronista no hay nada mejor que otro peronista” (slogan superado luego, y afortunadamente, por el término “argentino”), cuando la “marchita” convocaba a estar «todos unidos» para triunfar, y a exclamar fervientemente “un grito del corazón… ¡¡Viva Perón… Viva Perón!!”

Hoy, con instrumentos musicales destemplados y voces desafinadas, el himno-marcha del movimiento justicialista se pierde poco a poco, casi ni se lo escucha, y es reemplazado por burdos y grotescos cánticos guturales, vociferados por turbas rentadas que pretenden prestar adhesión a nuevos líderes, que hurtaron sacrílegamente la figura del “gran conductor” y “primer trabajador”.

Estos advenedizos “progre-neo-peronistas”, o más bien, kirchneristas, no solamente se están robando el país, que es lo más importante, se están robando la identidad y la histórica tradición de un partido fundado por uno de los personajes de mayor relieve de la política nacional de nuestro país en el siglo XX, que supo tener sus adeptos y sus detractores, sus luces y sus sombras, pero que al final de sus días intentó la unidad nacional, olvidando rencores y riñas del pasado, al abrazarse emotivamente con quien fuera uno de sus más grandes e importantes opositores.

El “terremoto K” ha fisurado el suelo de la Patria con una “grieta”, sobre la que todos hablan, protestan y en la cual quizás caigamos, si no reaccionamos a tiempo para evitar la reedición de los odios setentistas.

En aquellos años, el General Perón no dudó en denunciar y caracterizar como “mercenarios al servicio del dinero extranjero” y “mocosos imberbes y estúpidos” a los que pretendían transformar a nuestra Argentina en una Cuba continental. Y fue entonces cuando ordenó “perseguirlos hasta lograr su más completo exterminio”. Esos mismos “militantes” (eufemismo usado hoy por ex terroristas y guerrilleros) no solamente volvieron a la Plaza de Mayo, de la que fueron echados por el líder justicialista, sino que ocupan la Casa Rosada, están al servicio del dinero del narcotráfico, no son tan mocosos y nos quieren convertir en Venezuela.

En octubre próximo serán elegidos en comicios generales los que gobernarán el país hasta el año 2019.

La lista oficialista, que funge de ser peronista, lleva como presidente a un candidato que supo ser un leal menemista, leal duhaldista y leal kirchnerista. Si no se hubiera dedicado a la lancha durante los ’80 capaz que hubiera sido también un leal alfonsinista. Claro que no es el único que hace gala de semejante pragmatismo y flexibilidad política. Como vicepresidente lo acompaña un maoísta cordobés (con el tiempo advertiremos quién acompaña a quién), tipo Evo Morales, pero más atildado y leído.

En la provincia más importante, el candidato a gobernador es un peronista. Algunos lo definen como «histórico» (¿?), pero su pertenencia ideológica ya no importa; es opacada por otra característica que nos debe preocupar. Es que en realidad, en este sentido, no interesa si es o no peronista. El problema es que sobre él pesan denuncias y sospechas graves sobre su idoneidad moral, tipificadas en códigos penales. Este personaje es acompañado a su vez por alguien proveniente del partido comunista que supo aprovechar la “transversalidad” kirchnerista y mimetizarse entre los que todavía creen en la doctrina justicialista. Estos últimos debieran darse cuenta que las “20 verdades” dejaron de orientar a estos nuevos pseudo-peronistas, cuyas conductas se encuadran en los códigos de la mafia.

Entonces, peronistas de hoy: ¿A quiénes van a votar? ¿Es peronista la fórmula oficial «FPV»? ¿Resguarda el kirchnerato la identidad del movimiento justicialista? ¿Responde, acaso, al pensamiento y mensaje del General?

Si creen en la fe, el optimismo, la esperanza y la continuidad -virtuales «zanahorias» ofrecidas por los personeros de la corrupción, la ineficiencia y el desgobierno-, serán entonces cómplices de lo que suceda en la Argentina, o lo que está quedando de ella.

Por cierto, ningún partido como tal, representa y asume la herencia del verdadero pensamiento peronista, pero existen espacios políticos integrados por varias fuerzas, incluidas justicialistas -que no toleran el vaciamiento ideológico y perverso de su doctrina-, que procuran el cambio necesario del actual estado de cosas para salvar la República. En ese orden, este tipo de alianza pretende evocar, en algún sentido y como mandato póstumo, el histórico abrazo de Perón y Balbín, necesario para intentar restaurar la política, en un clima de paz y tranquilidad y en procura del bien común de la sociedad.

Ojalá que en la próxima elección el voto de los verdaderos peronistas, peronistas como los de antes, sea un instrumento más para echar del gobierno a los émulos de aquellos que el General Perón expulsó de la Plaza de Mayo, un memorable 1ro de mayo de 1974.

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