Por Hernán Andrés Kruse.-

La confianza en el gobernante

Para quien detenta el poder la generación de confianza es vital. Si los ciudadanos dejan de creerle su autoridad comienza a licuarse a pasos agigantados, lo que puede conducir a un peligroso vacío de poder. De ahí la imperiosa necesidad que tiene el gobernante de no faltarle el respeto a la sociedad, de no mentirle, de no tratarla como si fuera una menor de edad. En la etapa de recuperación de la democracia se produjo un caso muy traumático de pérdida de confianza en el gobernante que desembocó en la crisis más importante de la Argentina contemporánea. Me estoy refiriendo, obviamente, a lo que le sucedió a Fernando de la Rúa.

El binomio De la Rúa-Álvarez ganó las presidenciales de 1999 prometiendo al electorado dos cosas fundamentales: en primer lugar, la continuidad de la convertibilidad y en segundo lugar la reconciliación de la política con la ética. En junio de 2000 el columnista de La Nación Joaquín Morales Solá sacudió a la opinión pública al publicar que, de acuerdo a lo que le había reconocido el entonces senador nacional Antonio Cafiero, el gobierno nacional había coimeado a senadores nacionales del peronismo para garantizar la aprobación de la reforma laboral. A raíz de ello el vicepresidente Álvarez decidió investigar la denuncia de Cafiero hasta las últimas consecuencias. No pudo hacerlo porque se encontró con la negativa del presidente a acompañarlo en la cruzada. Finalmente, el 6 de octubre de 2000 Álvarez renunció. La salida del vicepresidente del gobierno sacudió a De la Rúa de la peor manera porque a partir de entonces muchos de quienes lo habían votado comenzaron a desconfiar de él. Al privilegiar sus conexiones con los senadores nacionales De la Rúa no pudo impedir la constante pérdida de credibilidad que desembocó finalmente en la tragedia de diciembre de 2001.

Tal como le sucedió a De la Rúa, Alberto Fernández está sufriendo la licuación de su credibilidad. Durante los primeros meses de 2020 gozó de un amplio consenso porque la sociedad creía en las palabras que pronunciaba anunciando una nueva prórroga de la cuarentena infinita. Hoy, esa confianza ha sufrido una merma de consideración. Sus titubeos, sus berrinches, sus dudas y su incapacidad para demostrar su independencia de la vicepresidente, han colocado al presidente en una difícil situación. No extraña, por ende, que durante el mes de junio el Índice de Confianza en el Gobierno elaborado periódicamente por la Universidad Di Tella, haya caído un 11,8% en comparación con el mes anterior. Este dato pone en evidencia que el presidente está atravesando su momento más crítico desde que asumió en diciembre de 2019.

Ahora bien, la confianza en el gobernante lejos está de constituir un asunto interno. Además de perder la confianza de los gobernados, también puede perder la confianza del sistema internacional. Ello sucede cuando, en materia de política exterior, el presidente hace denodados esfuerzos por congraciarse con los centros financieros planetarios pero al mismo tiempo demuestra su simpatía por regímenes dictatoriales como los que imperan en Nicaragua, Venezuela y China. Por un lado, Alberto Fernández se muestra “amigo” de Merkel y Georgieva, pero por el otro no acompaña a las naciones occidentales en las sanciones a los regímenes mencionados precedentemente. Por ello no debe extrañar la decisión del MSCI (Morgan Stanley Capital International) de degradar a la Argentina, ubicándola en la categoría de país “standalone”. Empleando el lenguaje futbolístico, la Argentina descendió a la última categoría, es decir, a la D. Ello significa que a partir de ahora el país es más irrelevante de lo que era hasta hace unas horas. ¿A quién se le ocurrirá invertir en la Argentina luego de esta vergonzosa calificación? Obviamente, a nadie. Es cierto que en esta decisión pesaron razones económicas pero no se puede negar que la errática política exterior determinó en buena medida este descenso de categoría. Es de desear que el presidente tome la decisión de replantear su estrategia internacional porque no puede pretender que el FMI entienda sus reclamos mientras al mismo tiempo se niega a condenar las violaciones a los derechos humanos que a diario cometen Maduro y Ortega. Porque, como siempre remarcó el conductor de televisión Pancho Ibáñez, “todo tiene que ver con todo”.

Pasaron 43 años

Aunque parezca mentira pasaron 43 años. El, domingo 25 de junio de 1978 se disputó la final del campeonato mundial de fútbol celebrado en nuestro país. El estadio Monumental estaba repleto de enfervorizados simpatizantes. La tarde se presentó fría y grisácea. Pero eso poco le importó a la multitud que sólo admitía un resultado: la victoria de la albiceleste.

El seleccionado de Menotti tuvo que enfrentar a la selección de Holanda que, si bien carecía del poderío de cuatro años atrás, cuando disputó el mundial en Alemania, era un equipo a respetar. Pese a no contar con sus máximas estrellas, Van Hanegem y fundamentalmente Johan Cruyff, el equipo naranja había demostrado sus cualidades al eliminar en la ronda semifinal nada menos que a dos campeones mundiales: Italia y Alemania.

El partido fue durísimo. Argentinos y holandeses lo jugaron a matar o morir. En el primer tiempo anotó para el seleccionado nacional la gran figura del mundial, Mario Alberto Kempes. Antes de ese gol el notable arquero Ubaldo Matildo Fillol había salvado varias veces a la selección. Recuerdo su espectacular volada para mandar al corner un tiro a quemarropa dentro del área del peligroso delantero Rep. Cuando faltaban pocos minutos para terminar el partido el fornido Nanninga empató de cabeza para la naranja mecánica. Cuando el alargue parecía inevitable los corazones argentinos se paralizaron. En la última jugada del partido el delantero Rensenbrick pateó ante la salida desesperada de Fillol y la pelota dio en el poste derecho. Si hubiera entrado el campeón era Holanda. Evidentemente Dios no quiso que eso sucediera. En el primer tiempo del alargue Kempes se llevó por delante a la defensa naranja y anotó el segundo gol. Finalmente, en el segundo tiempo Bertoni anotó el tercer y definitivo gol de la Argentina.

Cuando el árbitro dio por terminado el partido el júbilo se apoderó de los hinchas. La Argentina era campeón del mundo. Las calles del país se inundaron de enfervorizados compatriotas que festejaron hasta bien entrada la madrugada. Quedarán para siempre grabados en la memoria de los argentinos los jugadores que entraron a la cancha esa gloriosa tarde invernal: Fillol, Olguín, Galván, Passarella, Tarantini, Ardiles, Gallego, Kempes, Bertoni, Luque, Ortiz.

Un presidente que no está a la altura de las circunstancias

La situación por la que está atravesando el país es extremadamente delicada. La pandemia está causando estragos. En pocas semanas el número de muertos ascenderá a 100 mil. Una cifra que verdaderamente paraliza, provoca escalofríos. Este número demuestra el fracaso del plan de vacunación del gobierno nacional. El número de vacunados es notoriamente inferior al esperado por las autoridades para esta altura del año. Para colmo, hay quienes creen que el gobierno tiene guardadas un buen número de dosis para utilizarlas en los días previos a las elecciones. Tal es así que se habla del “voto vacuna”. Quizá peque de ingenuo pero me niego a creer que el gobierno sea capaz de semejante bajeza. Pero como estamos en Argentina todo es posible. Absolutamente todo.

Mientras tanto el gobierno afirma que el número de contagios viene disminuyendo paulatinamente desde hace varios días. Sin embargo, ayer el número de contagios ascendió a un poco más de 27 mil, una cifra por demás alarmante. La cifra que no disminuye es, lamentablemente, la de fallecidos. En las últimas cuarenta y ocho horas hubo casi 1500 muertos por el Covid-19. Estos números no hacen más que atormentar a una sociedad cansada y atemorizada al extremo. Para colmo, los expertos hablan de una cepa Delta que sería más peligrosa que las cepas anteriores. Tal es así que en Gran Bretaña, por ejemplo, nuevamente sonaron las alarmas por una posible tercera ola.

Frente a semejante escenario es fundamental que el presidente sepa estar a la altura de las circunstancias. Es esencial que el político más importante del país no eche más leña al fuego, no actúe como un vulgar cacique, se comporte como un genuino hombre de Estado. Desafortunadamente, Alberto Fernández está demostrando que el cargo le queda demasiado grande. En las últimas horas participó de un acto en la sede de La Bancaria, el poderoso gremio de los empleados bancarios que recientemente cerraron su paritaria. Al hacer uso de la palabra, flanqueado por Kicillof y el gremialista Sergio Palazzo, dijo lo siguiente: “Estamos en un país donde graciosamente se acusa de coimero al que tiene que comprar vacunas, se acusa de envenenador al que consigue las vacunas y cuando el envenenador consigue vacunas, le reclaman la segunda dosis de veneno”. “Lo escuchaba el otro día al ex presidente decir que yo no entendía, que no sabía negociar…Mire, Macri, yo hago esto porque defiendo a los argentinos, usted se olvidó de los argentinos y los metió en un problema enorme del que todavía no podemos salir”. “Todos (por los referentes opositores) vuelven de las cenizas, abusando de la tragedia que estamos viviendo y dejando de lado lo que fueron capaces de hacer” (fuente: Infobae, 21/6/021).

No es el momento para semejantes bravuconadas. Es cierto que la oposición está haciendo política con el coronavirus. Pero también lo está haciendo el oficialismo. Pero el presidente debiera permanecer al margen de estas bajezas. Alberto Fernández parece no haberse percatado aún de que está sentado en el Sillón de Rivadavia porque así lo decidió el pueblo en 2019. Nadie le pide que sea Winston Churchill pero sí que no sea un vulgar político de barricada. La angustia es muy grande, al igual que la incertidumbre. Para colmo, la economía no arranca y cada día somos más “amigos” de las autocracias del mundo. Es de esperar que en algún momento Alberto Fernández reaccione y comience a actuar como el presidente de todos los argentinos.

Es lo que hay

A pesar de los estragos que está causando el coronavirus la clase política sólo piensa en las elecciones de medio término. Podrían gastarse ríos de tinta para criticar desde la ética política semejante actitud, pero creo sinceramente que a esta altura no vale la pena. Por más que nos enojemos y despotriquemos, la clase política sigue en lo suyo consciente de que cuando llegue el momento de la elección todos iremos a votar mirando el piso y silbando bajito.

Como siempre sucede cada vez que hay un acto eleccionario en nuestro país, el resultado final dependerá de lo que suceda en la gigantesca provincia de Buenos Aires y en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Todo parece indicar que Diego Santilli competirá en Buenos Aires contra Sergio Berni. Claro que en ese distrito los radicales y Carrió apoyan a Facundo Manes, un médico que se hizo popular en los últimos tiempos hablando de la neurociencia. En la CABA el candidato del gobierno nacional sería en principio el legislador capitalino Leandro Santoro, un cuadro político inteligente que está muy cerca de Alberto Fernández. En la vereda de enfrente suena fuerte el nombre de la ex gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal. Pero se enfrentará con un serio problema: la ex ministra de Defensa de Macri, Patricia Bullrich, tiene las mismas apetencias políticas.

Diego Santilli responde a Horacio Rodríguez Larreta, al igual que Vidal. Patricia Bullrich responde a Mauricio Macri y Sergio Berni a Cristina Kirchner. Resulta evidente la puja entablada entre Macri y Larreta. Según las encuestas el hijo del ex presidente de Racing cuenta con una importante imagen positiva. Además, son inocultables sus ambiciones presidenciales. Su intención es suceder a Alberto Fernández en 2023. Para consolidar sus ambiciones es fundamental que sus delfines ganen en provincia de Buenos Aires y en CABA. Si Santilli y Vidal ganan, automáticamente Larreta se transformará en el candidato con más chances de ser presidente en 2023.

Su principal obstáculo tiene nombre y apellido: Mauricio Macri. El ex presidente desea fervientemente retornar a la Rosada. Ello explica su obsesión por ver a Vidal compitiendo en Buenos Aires y a Bullrich en CABA sin competir contra nadie. Evidentemente no quiere saber nada con internas porque sabe perfectamente que no las tiene todas consigo. Como sucede con los políticos cuyos egos son más grandes que el Aconcagua, Macri está demostrando su incapacidad para reconocer que su hora ya pasó. Aunque en Argentina nunca se sabe. De todas formas, las encuestas que se conocen son coincidentes en este punto: la imagen negativa del ex presidente es altísima. ¿Por qué, entonces, semejante empecinamiento? Es probable que todavía no haya deglutido la derrota que sufrió en 2019.

Las espadas del FdT son, al menos hasta ahora, Santoro en CABA y Berni en Buenos Aires. Es muy probable que JpC gane en CABA, sea la candidata Vidal o Bullrich. Pero el plato fuerte será la elección en Buenos Aires, bastión del cristinismo. Para Cristina, Máximo y Kicillof es vital retener el control político de la provincia. Hay algunas encuestas que sitúan a Santilli en el primer lugar y otras dan ganador al FdT. Quien resulte ganador en Buenos Aires inclinará definitivamente la balanza a favor de la fuerza política que representa.

El asesinato de Osvaldo Trinidad

Si hoy se hiciera una encuesta de opinión sobre la identidad del señor Osvaldo Trinidad, seguramente nadie estaría en condiciones de responder con certeza. Y también nadie sabría cómo murió. Pero, en honor a la memoria histórica, conviene recordar a esta víctima del terrorismo marxista que asoló a la Argentina en la década del setenta.

Osvaldo Trinidad ocupaba un cargo importante en la empresa Swift. Vivía en La Plata. En la mañana del 21 de junio de 1976 Trinidad salió de su hogar rumbo a la factoría que la empresa tenía en la localidad de Berisso. En el trayecto fue ultimado a balazos por terroristas. Cabe acotar que Trinidad no fue el único directivo asesinado por la subversión en aquel año. El 15 de ese mes había sido ejecutado Martín Halpern, directivo de la empresa Pae Electric, en Buenos Aires.

Incapaz de conquistar el poder, la subversión había tomado la decisión de aplicar la famosa estrategia “cuanto peor, mejor”. Para la guerrilla era fundamental mantener en vilo a la sociedad y, fundamentalmente, exacerbar los ánimos de los militares que detentaban el poder absoluto, en especial Jorge Rafael Videla y Emilio Eduardo Massera. La guerrilla ejecutaba estos actos salvajes para legitimar el terrorismo de Estado que habían decidido aplicar las fuerzas armadas apenas derrocaron a Isabel el 24 de marzo. Soñaban con una rebelión popular en gran escala que los tendría como abanderados. Creían que si obligaban a los militares a endurecer la represión hasta límites insoportables, finalmente el pueblo se levantaría en su contra enarbolando las banderas del socialismo nacional proclamado por la subversión.

Ayer se cumplieron 45 años del alevoso ataque contra el ejecutivo de Swift. Hoy resultaría inimaginable un hecho de esas características. Pero en 1976 era “normal” que un grupo armado fusilara a una persona indefensa en la vía pública. Cabe remarcar que estas atrocidades también tuvieron lugar durante el tercer gobierno peronista y durante las presidencias de facto de Onganía, Levingston y Lanusse. En esa época el pueblo había naturalizado estos crímenes, había aprendido a convivir con la violencia armada.

El asesinato de Trinidad, como el de tantos otros ejecutivos, no hizo más que justificar el terrorismo de estado. Es por ello que cabe afirmar que la subversión terminó siendo funcional a la dictadura militar de Videla y Massera. Los guerrilleros fueron cómplices de la mayor tragedia sufrida por el pueblo en toda su historia. Su mesianismo demencial les impidió percatarse de algo fundamental: que el pueblo argentino jamás enarboló la bandera de la lucha de clases. Con sus crímenes sólo consiguieron que la dictadura militar reprimiera con más dureza y crueldad. Cada bala disparada por un guerrillero hacía aumentar el número de detenidos en los centros clandestinos de detención.

Alguien puede acusarme de enarbolar la doctrina de los dos demonios. Lo único que afirmo es que, a casi medio siglo de esos trágicos hechos, miles de argentinos, muchos de ellos jóvenes, fueron asesinados a mansalva. Y lo peor de todo es que esas muertes fueron en vano.

Un tema central: la salud del gobernante

En las últimas horas el presidente de la nación cometió un nuevo “blooper”. Justo el 20 de junio, fecha sagrada para los argentinos”, expresó: “La Patria somos todos nosotros. Vivimos en un territorio inmenso, muy diverso en gente. Tenemos nuestros pueblos originarios, descendientes que se convirtieron en afroamericanos, descendientes de europeos, tenemos una diversidad muy plural”. Y agregó: “Cuando digo que debemos amar a la Patria no es sólo entre nosotros sino respetar nuestra tierra, nuestro ambiente. La bandera es el símbolo central de la Patria. Cuando digo que la Patria somos todos y yo soy el presidente, quiere decir que mi primer deber como presidente es cuidarlos a todos” (fuente: Infobae, 20/6/021).

¿Qué quiso decir Alberto Fernández al expresar que nuestros pueblos originarios se convirtieron en afroamericanos? ¿Acaso cree el presidente que nuestros pueblos originarios pasaron a ser, con el correr del tiempo, hermanos de sangre de los originarios de África? Su frase, además de confusa, resultó totalmente desafortunada, más si se tienen en cuenta sus desubicadas frases de hace unos días delante del presidente español.

Lamentablemente Alberto Fernández es una máquina de cometer “furcios”. Surge, por ende, la inevitable pregunta: ¿Qué le sucede al presidente de la nación? Según el ex presidente Eduardo Duhalde, “Alberto no está bien. Duerme poco”. Y contó una anécdota cuando le tocó ser presidente en una etapa crítica de nuestra historia contemporánea. Estando en Olivos un día creyó ver un río repleto de peces. “Los presidentes cuando están en una situación crítica tienen impactos psicológicos todos los días y no hay ser humano que aguante eso sin tener una ayuda y él no la tiene, él no la quiere” (fuente: Perfil, 19/6/021).

Estas palabras de Duhalde invitan a reflexionar brevemente sobre un tema central: la salud del gobernante. Lo primero que cabe remarcar es algo por demás obvio: el presidente es un ser humano. Ello significa que por más poder que detente no deja de ser una persona de carne y hueso, con todas sus debilidades y flaquezas a cuestas. Como cualquier mortal el presidente está expuesto a todo tipo de enfermedades, físicas y mentales. No es, pues, Superman o el Hombre Nuclear. Como bien manifiesta Duhalde, el presidente está expuesto todo el tiempo a las más duras presiones, debe resolver a diario problemas sumamente complejos, debe tomar decisiones que repercuten directamente sobre el pueblo en su conjunto.

Según el ex presidente, Alberto Fernández no está bien. No lo afirma categóricamente pero da a entender que mentalmente no está en su plenitud. Lo primero que cabe destacar es que Duhalde no es un psiquiatra, carece de la formación profesional adecuada para emitir una opinión sobre una cuestión tan delicada. Sin embargo, no hay que olvidarse que Duhalde sabe perfectamente lo que significa gobernar en una época de crisis y la presión que significa abordar a diario problemas que parecen insolubles. Que Alberto Fernández no es el mismo de hace un año y medio nadie lo pone en duda. Se lo nota muy desmejorado, como si estuviera abrumado por un contexto sanitario y económico que lo supera.

El tema es sumamente complejo porque, pese a tratarse de alguien tan falible como cualquiera de nosotros, es el presidente de la nación. En consecuencia, su salud pasa a la categoría de cuestión de estado. Si, tal como lo afirma Duhalde, el presidente no está bien, los argentinos tenemos el derecho de saber qué le pasa a Alberto Fernández. Desconozco lo que estipula el derecho positivo argentino, pero me parece que debería ser obligatorio que quien preside los destinos del país se someta cada seis meses a un exhaustivo examen médico que determine cuál es su estado de salud. Hagamos volar la imaginación: supongamos que la semana que viene Alberto Fernández se somete a un examen de esa índole que arroja resultados alarmantes respecto a su salud mental. Imaginemos que el presidente presenta los primeros síntomas de demencia senil. En ese supuesto el jefe de Gabinete debería informar al pueblo de semejante diagnóstico y anunciar los pasos a seguir.

Retornemos al mundo real. Creo que el presidente debería someterse lo antes posible a un exhaustivo examen médico y que sus resultados sean dados a conocer públicamente. Repito: la salud del gobernante es una cuestión de estado. Si alguien duda de la honestidad del equipo médico que rodea al presidente, que el gobierno invite a médicos independientes a formar parte del equipo que someterá al presidente a dichos chequeos. Como se dice coloquialmente “el horno no está para bollos” y el país no puede darse el lujo de hacerse el distraído frente a un tema tan difícil como la salud presidencial.

Una lucha por el poder que desangró al país

En su edición de hoy (domingo 19) Infobae publicó un artículo de Juan Bautista Tata Yofre sobre la matanza de Ezeiza acaecida el 20 de junio de 1973. El autor narra lo que aconteció al más alto nivel político durante la semana previa al regreso definitivo de Perón al país y lo que sucedió con posterioridad a la tragedia del 20 de junio hasta el golpe palaciego del 13 de julio que eyectó del gobierno al camporismo.

Aconsejo la lectura del artículo de Yofre. Ilustra a la perfección la lucha por el control del peronismo que se había desatado entre la izquierda del peronismo y el sector sindical u ortodoxo del movimiento. Según Yofre, Perón no toleraba que el gobierno de Cámpora estuviera a merced de elementos marxistas infiltrados. El autor narra hechos que demuestran el enojo de Perón con Cámpora en los días previos al 20 de junio. Era evidente que los días del “Tío” como presidente estaban contados. Yofre hace recordar al lector la atroz lucha entablada entre ambas facciones del peronismo en las adyacencias del palco dominado por el peronismo ortodoxo. Hubo ahorcamientos y castraciones. Al día siguiente Perón se vale de la televisión para leer un documento que prácticamente era una declaración de guerra contra los montoneros y las fuerzas armadas revolucionarias. Lo notable es que, tal como lo afirma Yofre, Perón había preparado el discurso en Madrid. Ello significa que en ese momento Perón actuó con frialdad. Luego de reunirse con Balbín, el general acelera los tiempos y derroca al gobierno camporista el 13 de julio.

Estos hechos no hacen más que confirmar que la violencia no comenzó el 24 de marzo de 1976 sino durante el gobierno de Cámpora. En realidad, la violencia comenzó mucho antes. Pero si nos atenemos a la trágica década del setenta la historia es clara y contundente: a partir de los hechos de Ezeiza se desató en el país una guerra civil que desembocó en el derrocamiento de Isabel Perón y la inmediata puesta en ejecución del terrorismo de estado.

En su artículo Yofre intenta resguardar a Perón, ponerlo en el lugar de víctima de la infiltración marxista de su movimiento. Me permito discrepar con tan distinguido periodista. Creo que la sangre derramada en los bosques de Ezeiza el 20 de junio de 1973 fueron el fruto de la diabólica estrategia puesta en práctica por Perón durante su largo exilio con el objetivo de desmoronar al antiperonismo que gobernaba el país desde el 16 de septiembre de 1955. Hay que tener siempre presente que Perón bendijo a las organizaciones guerrilleros que comenzaron a asolar a la Argentina a partir de 1970. No hay que olvidar que Perón aprobó la ejecución de Pedro Eugenio Aramburu, un hecho atroz que marcó el principio del fin de la dictadura militar encabezada en ese momento por Juan Carlos Onganía. Creo que Perón utilizó a la juventud peronista para llegar a la presidencia y una vez en el poder decidió tirarla al tacho de basura. Es imposible que un político tan astuto como Perón haya sido sorprendido por el copamiento que la izquierda peronista hizo del gobierno de Cámpora. Cuando Perón bendijo la fórmula Cámpora-Solano Lima sabía perfectamente que le estaba entregando el gobierno a la “tendencia”. ¿Creyó acaso que Cámpora no iba a permitir semejante infiltración?

Me parece que Perón y las organizaciones guerrilleras se utilizaron mutuamente. Perón las utilizó para obligar a la dictadura militar a reconocer su fracaso llamando a elecciones presidenciales. Por su parte, dichas organizaciones utilizaron a Perón para copar el gobierno-con el visto bueno de Cámpora, obviamente- a partir del 11 de marzo de 1973. Finalmente Perón se dio cuenta de que las organizaciones guerrilleras no andaban con vueltas. Su objetivo era ejercer un cogobierno, compartir el poder con Perón. Y el general no lo podía permitir. Tenía que demostrarles que él era el único que mandaba, que era el único macho alfa. Para ello se valió del poder de las armas. El resultado no podía ser otro que una guerra civil que enlutó al pueblo argentino.

La tragedia de los setenta

La revista española “Cambio 16” concedió recientemente un reportaje al ex dictador Jorge Rafael Videla, símbolo del terrorismo de estado. En una parte del diálogo expresó que si la oposición se hubiera unido en octubre pasado el país se hubiera liberado de la lacra que hoy está en el poder. Rápida de reflejos, la presidenta de la nación dijo que la recomendación del ex dictador es igual a la de ciertos editorialistas de los principales matutinos del país. Los dichos de Videla y la posterior reacción presidencial, de inocultable intencionalidad política, no hacen más que corroborar que las heridas de la tragedia de los setenta lejos están de haber cicatrizado. Desde hace décadas que Videla viene manifestando que en el país hubo una guerra, que de no haber sido por el derrocamiento de Isabel el país se hubiera transformado en otra Cuba, que gracias a las fuerzas armadas la Argentina se reencontró con su tradición occidental y cristiana.

A mi entender, la subversión marxista como amenaza militar se esfumó el 23 de diciembre de 1975 en Monte Chingolo, cuando intentó copar un regimiento militar y fue exterminada. Isabel propuso adelantar los comicios presidenciales para fines de 1976 pero nadie la apoyó. El 24 de marzo de ese año se produjo su derrocamiento ante la indiferencia y alivio del pueblo. La historia posterior es harto conocida. Con la designación de Martínez de Hoz la dictadura militar impuso a sangre y fuego un sistema económico basado en el poder financiero, lo que implicaba la destrucción de los derechos laborales más elementales. Mientras tanto, esporádicos y sangrientos atentados de los restos de la subversión no hacían más que legitimar la intención de la dictadura de refundar la democracia para liberarla del virus de la demagogia populista. Todo se derrumbó luego de la guerra del Atlántico Sur. Alfonsín juzgó a los principales responsables del terrorismo de estado. Más tarde Menem, los indultó para, según su opinión, pacificar a la sociedad. Con Kirchner en el poder, comenzaron a arreciar los juicios por la verdad histórica. Este cambio profundo en la política de derechos humanos se acentuó con Cristina. La prisión de por vida de Videla y sus polémicas declaraciones constituyen un claro ejemplo de este cambio de paradigma.

La tragedia de los setenta enlutó al pueblo., Nos dividió profundamente y la sangre derramada se expandió por todo nuestro territorio como un reguero de pólvora. Daría la impresión de que no hay voluntad por cerrar definitivamente esas heridas. Mientras ello no suceda, no tendremos paz en el alma, condición fundamental para progresar tanto material como espiritualmente.

(*) Carta de lectores publicada en El Informador Público el 8/3/021

Expresiones desafortunadas

En las últimas horas el ahora ex secretario de Transporte, Juan Pablo Schiavi, y el ministro de Planificación Federal, Julio de Vido, tuvieron expresiones que cabe calificar, para ser magnánimos, de desafortunadas.

La carta de renuncia que hizo pública Schiavi constituye, a mi entender, un agravio a la memoria de los muertos y heridos en la tragedia de Once. Aludiendo razones de salud y haciendo memoria de su historia como militante del justicialismo, en ningún momento hizo referencia alguna a la tragedia ferroviaria. En otros términos, nada de autocrítica y nada de remordimiento. Si este señor fuese una persona digna, hubiese renunciado inmediatamente después de haberse producido la hecatombe ferroviaria, como señal inequívoca de responsabilidad institucional. Lejos de haber procedido de esa forma, permaneció atornillado a su sillón hasta que su situación se tornó insostenible. Sufriendo quizás una presión inaguantable desde las más altas esferas gubernamentales, finalmente dio un paso al costado este símbolo de la desidia, la ineficiencia y la negligencia criminal.

Pero no todos consideran que el secretario renunciante sea merecedor de ese trato. En el acto de asunción del nuevo secretario retransporte, Alejandro Ramos, el ministro De Vido dijo que a Schiavi, quien varias veces fue vitoreado, no se le puede imputar la tragedia de Once y que el gobierno nacional continuará con la aplicación de subsidios al transporte. Otro agravio a la memoria de los muertos y heridos de Once, Quien desconociera la realidad social y política de nuestro país, y hubiera presenciado el acto de asunción del ex intendente de Granadero Baigorria, jamás hubiera imaginado que dos semanas atrás una formación del ex tren Sarmiento había provocado una de las peores tragedias ferroviarias de la historia argentina.

Flaco favor le han hecho a la presidenta de la nación tanto Schiavi como De Vido. Desconocer semejante tragedia, no hacer mención alguna a lo acontecido en Once, implica una falta de respeto por aquellos que perdieron la vida y quedaron mutilados por haber utilizado un pésimo servicio para ir a sus trabajos. ¡Cómo es posible que De Vido haya dicho, en relación con la gestión de Schiavi, que “nos interesa el juicio de la historia” sobre “todas estas cosas que hicimos juntos”, en alusión al renunciante Schiavi, quien, como todo el mundo sabe, tiene prohibido salir del país por orden judicial! ¡Evidentemente, poco le importa el juicio de los familiares de las víctimas de la tragedia de Once!

Ahora hay un nuevo secretario de Transporte. Se trata de un hombre joven que fue reelecto abrumadoramente en una localidad cercana a Rosario. Ojalá que su gestión sea exitosa. La memoria de quienes perdieron la vida en Once se lo reclama.

(*) Carta de lectores publicada en El Informador Público el 11/3/012.

Cristina y un cambio de paradigma

Ya está en el Congreso el, proyecto de ley de reforma de la Carta Orgánica del Banco Central, que otorga a la entidad un mayor protagonismo en la política económica ejecutada por el gobierno nacional. Con su segura aprobación, el Banco Central dejará de ser aquella entidad independiente que actuaba en función de los intereses de los grupos económicos concentrados. A partir de ahora, pondrá todo su empeño en ayudar al Poder ejecutivo a poner en práctica medidas que ayuden a elevar el nivel de vida de la sociedad. Esta reforma, anunciada por Cristina en su discurso del 1 de marzo, es una de las decisiones más importantes tomadas por el kirchnerismo desde que está en el poder. No se trata de una cuestión exclusivamente técnica sino, fundamentalmente, de una demostración de que algo muy profundo se está produciendo en la Argentina: nada más y nada menos que la desmenemización del país. En otros términos, estamos asistiendo a un cambio de paradigma.

La independencia del Banco Central fue el símbolo del menemismo conservador, cuyo gobierno quedó atado a las directivas del Consejo de Washington apenas el metafísico de Anillaco se sentó en el sillón de Rivadavia en julio de 1989. A partir d entonces se puso en práctica un grosero capitalismo de amigos en virtud del cual las empresas estatales fueron adquiridas por grupos económicos nacionales e internacionales cercanos al Poder ejecutivo. El paradigma de José Alfredo Martínez de Hoz alcanzó su esplendor durante los noventa. La especulación financiera, la fuga de divisas y la destrucción de los puestos de trabajo, contaron con la complicidad de un Banco Central que se había transformado en una propiedad privada del poder económico concentrado. El paradigma neoconservador fue el blanco fundamental del kirchnerismo. Los juicios por la verdad histórica, la remoción de la mayoría automática, la reestatización de las AFJP, la nacionalización de Aerolíneas, la desvinculación del DMI y, finalmente, la reforma de la Carta Orgánica del BC, ejemplifican el cambio de paradigma. Con la segura reforma de la Carta, de aquí en adelante el BC será un activo protagonista de una política económica basada en los principios liminares de la expansión, la inclusión social y el pleno empleo. Será un actor relevante del gobierno nacional, que estará a su disposición para elaborar políticas en beneficio del pueblo.

No resulta extraña la oleada de feroces críticas que el kirchnerismo ha recibido desde 2003. El neoconservadorismo no le perdona precisamente el haber puesto en práctica este cambio de paradigma. No le perdona haber tocado poderosos y espurios intereses que, blandiendo el estandarte de la economía de mercado, consideran al gobernante de turno su empleado. No le perdona que no le rinda pleitesía. Por eso el neoconservadorismo se vale de cualquier tropiezo del gobierno nacional para agredirlo sin misericordia. La tragedia de Once le vino de maravillas. Ni qué hablar del vicepresidente de la nación, un antiguo alumno del CEMA, jaqueado por supuestos comportamientos incompatibles con la función que ejerce. En octubre pasado Cristina obtuvo una resonante victoria electoral. Pero no hay que confundirse. Para el neoconservadorismo se trató de una pequeña batalla perdida. Sus dientes continúan perfectamente afilados, para aplicarle a su enemigo feroces dentelladas en sus momentos de debilidad. De ahí la imperiosa necesidad que la presidenta de la nación profundice el modelo de expansión con inclusión social y pleno empelo, porque si se queda a mitad de camino aquellas dentelladas pueden llegar a devorarla.

(*) Carta de lectores publicada en El Informador Público el 13/3/012

Inseguridad sin fin

La inseguridad que nos agobia parece no tener fin. En las últimas horas se produjeron dos casos que, por la popularidad de los damnificados, tuvieron una enorme repercusión. Nora Centeno, integrante de Madres de Plaza de Mayo, fue asaltada en su vivienda y sometida a una cruel golpiza, que reincrementó cuando les dijo que era una Madre. El rostro de esta anciana conmueve. Las huellas del castigo se expanden por casi todo su rostro, transformado en una grotesca máscara de circo. Baby Etchecopar, un conocido periodista, fue protagonista de un brutal asalto a su domicilio. Las noticias son hasta el momento muy confusas, pero, lo cierto es que uno de los delincuentes fue abatido de ocho disparos por Etchecopar y que otro resultó herido. Mientras el periodista terminó con una muñeca y sus rodillas fracturadas, su hijo Federico, lamentablemente recibió varios disparos que dañaron uno de sus pulmones, un glúteo y su pierna izquierda. Durante la feroz balacera se intercambiaron unos 18 disparos y los peritos señalaron que la mayoría de las armas empleadas durante el tiroteo pertenecen al periodista.

Cuando las víctimas de la inseguridad son personas conocidas por el público, el miedo que nos domina se incrementa geométricamente. La televisión se puebla de supuestos expertos en seguridad y las autoridades se limitan a hacer lo de siempre: lamentarse. Mientras tanto, la delincuencia actúa con total impunidad, consciente de la impotencia de las fuerzas de seguridad para impedir su accionar.

La inseguridad constituye la principal preocupación de la ciudadanía. Sin embargo, nadie, desde el poder, hace algo al respecto. Daría la impresión de que este flagelo se tornó inmanejable para las autoridades, tanto nacionales como provinciales. ¿Hay incompetencia? ¿Hay complicidad? Es probable que haya una mezcla de ambas. Lo cierto es que los delincuentes se mueven como peces en el agua y que, si son apresados, al tiempo salen en libertad. Los jóvenes que se ensañaron con Etchecopar y su familia tenían frondosos prontuarios. Sin embargo, gozaban de la libertad, como el común de los ciudadanos. Inadmisible. No puede ser que individuos altamente peligrosos caminen por las calles. No puede ser que la policía haga poco para garantizar nuestra seguridad. No puede ser que los delincuentes estén en la cárcel y, muchos de ellos, enhebren sólidos vínculos con sus carceleros. No puede ser que el poder político no considere a la inseguridad un grave problema.

Qué duda cabe que la pobreza. La droga, la carencia afectiva y la inexistencia de un proyecto de vida digno, constituyen factores que hacen recrudecer el accionar de la delincuencia. Un joven para quien la vida no vale nada, está dispuesto a matar o morir en cada robo. Está, como popularmente se afirma, “jugado”. ¿Qué hacer, entonces, para hacer de él alguien útil para la sociedad? ¿Se puede hacer algo, realmente? ¿Hay interés de parte de las autoridades para intentar reinsertarlo socialmente? A veces pareciera que no. Mientras tanto, la sociedad sigue siendo rehén de la delincuencia.

(*) Carta de lectores publicada en El Informador Público el 19/3/012

El enojo de un servidor del imperio

12/5/012

Domingo Felipe Cavallo acaba de anunciar su intención de regresar a la política. No se privó de fustigar al kirchnerismo y de reconocer que Axel Kicillof aparenta estar en condiciones para pensar. Cuando parecía que jamás volvería a abrir la boca desde su exilio dorado en la república imperial, reapareció como un zombi para hacernos recordar que no se olvidó de nosotros.

Domingo Felipe Cavallo le hizo un daño inconmensurable a la Argentina. Educado en la prestigiosa universidad de Harvard, estuvo desde entonces al servicio de Estados Unidos. Comenzó su tarea de destrucción en 1982, cuando la dictadura militar se derrumbaba sin remedio. Al frente del Banco Central decidió, con el apoyo del régimen, estatizar la deuda privada. En otros términos: la deuda de los grupos económicos concentrados fue pagada por el pueblo argentino. Ya en democracia, Cavallo fue diputado nacional por el justicialismo cordobés. En los últimos tumultuosos meses de la presidencia de Raúl Alfonsín, no titubeó en esmerilar desde el exterior la figura del presidente argentino. En 1989 regresó a las grandes ligas de la mano de Carlos Menem. El metafísico de Anillaco lo nombró canciller. Aplaudió con entusiasmo “la economía popular de mercado” y el alineamiento incondicional con los Estados Unidos. Pero fue a comienzos de 1991 cuando tocó el cielo con las manos. La economía marchaba a los tumbos. El por entonces ministro de Economía, Antonio Erman González, cuyo mejor antecedente para ocupar ese cargo había sido la amistad con el presidente, se mostraba impotente para controlar la hiperinflación que nuevamente se había desatado sobre el país. Consciente de que una estampida incontrolable de los precios acabaría con su presidencia, Menem puso a Cavallo al frente del ministerio de Economía. Éste, con el apoyo incondicional del metafísico de Anillaco, impuso la creación de su vida: la convertibilidad, es decir, la ilusión de la equiparación del peso con el dólar. A partir de entonces, la emisión monetaria fue considerada un acto de traición a la patria, al igual que el gasto público. La desaparición del peligro hiperinflacionario hipnotizó a gruesos sectores del pueblo. Muchos creyeron que el peso argentino equivalía al dólar estadounidense, que formábamos parte del selecto grupo de países del primer mundo. Cavallo se creyó el salvador de la Patria. Qué duda cabe que las victorias que obtuvo el menemismo en 1991, 1993 y 1995 (reelección) se debieron a la estabilidad monetaria alcanzada gracias a la convertibilidad. Pero su egolatría chocaba con la de Menem. Y el metafísico de Anillaco podía tolerar cualquier cosa, menos que un ministro se creyera más importante que él. Este duelo de titanes culminó en 1996 con la eyección de Cavallo del gobierno.

Al poco tiempo domingo Felipe Cavallo regresó a la política como líder de “Acción para la República”, una fuerza política de centroderecha que en 2000 disputó la jefatura de la Ciudad autónoma de Buenos Aires. Acompañado por Gustavo Béliz, el Mingo complicó a Aníbal Ibarra. Afortunadamente, perdió. Pero quien creyó que le había llegado la hora del retiro definitivo de la política, se equivocó groseramente. E marzo de 2001, Fernando de la rúa echó a José Luis Machinea del ministerio de Economía, incapaz de hacer frente a la crisis económica que se abatía sobre el país. Lo reemplazó por Ricardo López Murphy, quien al asumir anunció un recorte en Educación. Tuvo que renunciar inmediatamente. Acorralado, De la rúa puso al frente del ministerio a su antiguo amigo Domingo Felipe Cavallo. Una vez más, el hijo pródigo del poder económico transnacional regresaba a la arena política. Transformado en un virtual súper ministro, detentó facultades extraordinarias para hacerle frente a la tormenta económica. Desesperado por controlar el déficit del estado, no titubeó en recortar en un 13% las jubilaciones y los sueldos de los empleados públicos. A fines de diciembre de aquel fatídico año, el FMI le bajó el pulgar al agonizante gobierno. Mientras tanto, miles y miles de millones de dólares es esfumaban del sistema bancario. Angustiado por una situación que no lograba controlar, Cavallo decidió confiscar los ahorros de millones de argentinos. Muchos de ellos, atrapados sin salida, salieron a las calles al ritmo de las cacerolas, tal como lo había hecho la clase pudiente chilena para protestar contra Salvador Allende. El 19 de diciembre De la rúa no tuvo mejor idea que decretar el estado de sitio, con lo cual no hizo otra cosa que echar más leña al fuego. En la madrugada del 10, el presidente echó a Cavallo, quien se había atrincherado en su departamento. Horas más tarde, De la Rúa se escaparía de la Casa Rosada en helicóptero.

Cada vez que tomó decisiones, Domingo Felipe Cavallo atentó contra el bienestar del pueblo. En 1982 lo obligó a hacerse cargo de las deudas que habían contraído los grandes grupos económicos. Durante el reinado del metafísico de Anillaco, sembró el territorio argentino con las semillas de la desocupación. Su gran creación, la convertibilidad, condenó a millones de compatriotas a la muerte civil. Finalmente, durante la desastrosa presidencia de De la Rúa, castigó sin piedad a muchos abuelos y abuelas, destruyéndoles los ahorros de toda una vida. Soberbio, megalómano, niño mimado del establishment, domingo Felipe Cavallo siempre hizo bien los deberes. Jamás se equivocó ya que sus medidas económicas tuvieron como único objetivo salvaguardar los intereses del poder económico concentrado. Pero Domingo Felipe Cavallo no actuó solo. Para desarrollar su deletéreo accionar como funcionario contó con el apoyo cómplice de gobiernos militares, peronistas y radicales. Hizo lo que hizo porque la dictadura militar, el menemismo y la alianza se lo permitieron, porque hubo gobernantes que, en última instancia, gobernaron para la república imperial. Domingo Felipe Cavallo no fue el ministro de Economía del menemismo y de la alianza, sino un empleado del FMI incrustado en el ministerio de Economía para ejecutar sus órdenes con el beneplácito de Menem y De la Rúa.

¡Cómo no va a estar molesto, por ende, domingo Felipe Cavallo con el cristinismo! ¡Cómo no va a estar molesto con una presidenta que está en las antípodas de su prédica! ¡Cómo no va a estar molesto con un gobierno que reestatizó las AFJP y Aerolíneas Argentinas, que sancionó la ley de Medios y nacionalizó YPF! ¡Cómo va a tolerar a un gobierno que se independizó del imperio económico, que decidió lo que hasta 2003 parecía imposible: cambiar de paradigma! ¡Cómo va a tolerar a una presidenta que, a diferencia de Menem y De la Rúa, no se bajó los pantalones delante de los poderosos del mundo!

(*) Artículo publicado en Redacción Popular el 12/5/012

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