Por Hernán Andrés Kruse.-
Por favor, no nos sigan subestimando
El gobierno encabezado por Alberto Fernández continúa con su nefasta costumbre de insultar nuestra inteligencia. En las últimas horas el primer mandatario habló por primera vez de un tema que viene acaparando la atención de la opinión pública desde que fue dado a conocer por los medios: las numerosas visitas a Olivos durante la cuarentena estricta.
Dijo Alberto Fernández (fuente: Infobae, 6/8/021): “Yo estaba trabajando de Presidente, porque mientras estaba la pandemia recibía a miles de personas, no a una, a miles… y seguí trabajando. ¿O querían que me quede encerrado en mi casa? Tenía que gobernar un país”. Sí presidente, su deber debería haber sido el de haber trabajado desde su casa sin recibir a nadie, comunicándose vía zoom, como lo hicieron millones de argentinos que acataron sus DNU. Con estas palabras tan desafortunadas Alberto Fernández reconoció que se considera un ser superior al común de los mortales, alguien situado en lo más alto del Olimpo para conducir los destinos del país. Con esas palabras puso en evidencia su olímpico desprecio por la igualdad ante la ley ya que sólo él y sus amigos se dieron el lujo de desconocer el encierro aconsejando por los expertos que asesoraban al presidente en aquel momento.
Dijo Alberto Fernández en relación con la visita del empresario taiwanés Chien Chia Hong, amigo de una modelo cercana a la primera dama que en apenas un año obtuvo 19 contratos con el Estado: “Es indignante y lamentable tener que estar explicando una mentira”. “No tengo la menor idea de lo que hablan. No hay nada peor que explicar algo que no he hecho, porque no ocurrió. Chien Chia Hong debe haber ganado los concursos legítimamente. Si los ganó ilegítimamente, que me den el nombre del funcionario que lo benefició y lo echo inmediatamente”. Por favor presidente: es cierto que somos bastante ingenuos pero no tanto como usted cree. Estamos en la Argentina, un país donde el capitalismo de amigos goza de muy buena salud. Qué casualidad que justo después de la visita de este empresario taiwanés a Olivos consiguió una veintena de contratos con el Estado, es decir con usted señor presidente. Le repito a manera de súplica: no nos subestime de manera tan grosera. “Le juro por mi hijo que no sé cómo se llama”, agregó. Sobran los comentarios.
Por su parte, el ministro de Economía, Martín Guzmán, afirmó en la Universidad de San Juan, que la baja de la inflación es responsabilidad de todos los argentinos. Cuesta creer que un economista formado al lado de un Premio Nobel de Economía haya caído tan bajo en su afán por ayudar al gobierno en la ciclópea tarea que implica obtener la victoria en las elecciones que se avecinan. Con esa frase el ministro dio a entender que el gobierno no tiene nada que ver con un flagelo que nos agobia desde hace décadas. Hay inflación porque los formadores de precios y los empresarios son unos irresponsables, para decirlo suavemente. Hay inflación porque el pueblo no se toma el trabajo de recorrer los negocios en busca de los mejores precios. Así razona el ministro. Seguramente razona de igual manera el presidente de la nación.
La historia económica argentina ha demostrado hasta el cansancio que la inflación es fruto de la emisión descontrolada de dinero a cargo del Banco Central. La inflación significa la continua depreciación de nuestra moneda. Cuando se desató la hiperinflación en las postrimerías del gobierno de Alfonsín y más tarde durante la gestión de Erman González al frente del ministerio de Economía durante la presidencia de Menem, los precios de las mercaderías se modificaban día a día imposibilitando todo cálculo económico. El ejemplo más dantesco de hiperinflación lo brinda Venezuela donde para comprar un dólar hay que pagar una montaña de bolívares. También en este caso el responsable sería, según Guzmán, el pueblo venezolano y no el corrupto y despótico gobierno de Maduro.
Para tener una cabal noción de este tema tan importante aconsejo la lectura del artículo de Matías Barbería titulado “Se aceleró la emisión monetaria para asistir al Tesoro: el Banco Central tuvo que imprimir otros $40.000 millones” (Infobae, 6/8/021). El Banco Central creó de manera artificial cuarenta mil millones de pesos para comprarle divisas al propio Banco Central y así estar en condiciones de pagar vencimientos de deuda. No conforme con ello decidió poner en circulación otros cuarenta mil millones de pesos en circulación para que la gente tenga “plata” en el bolsillo. El dinero creado de esa manera es papel pintado. He aquí el origen de la inflación.
Bochornoso espectáculo
En las últimas horas el número de fallecidos por el Covid-19 superó la barrera de los 107.000. El número exacto es 107.023. Ello significa que desde que los grandes medios titularon con letras enormes que la pandemia se había cobrado la vida de 100.000 argentinos, otras 7000 personas pasaron a engrosar la siniestra lista. Lo más terrorífico de este drama es la naturalidad con la que tomamos esta lúgubre noticia. Nos hemos olvidado que no se trata de números sino de personas, de familias destruidas por el bicho. Ello explica el pavoroso espectáculo que cualquiera observa no bien comienza a transitar por las calles: gente caminando como si nada pasara, pensando exclusivamente en sí misma.
La clase política es un fiel reflejo de lo que somos como sociedad. A los pre candidatos de todos los partidos que compiten por cargo legislativo les importa un rábano los casi 110.000 muertos provocados por la pandemia. El caso de la provincia de Santa Fe es realmente bochornoso. La oposición, dividida entre la alianza Pro-UCR y CC, y el socialismo o, si se prefiere, el Frente Progresista Cívico y Social, actúan y pontifican como si no tuvieran nada que ver con la desastrosa situación por la que estamos atravesando. Un caso notable es el del ex ministro de Seguridad de Miguel Lifschitz, Maximiliano Pullaro, un ex radical que ahora milita en JpC y que pretende llegar al senado de la nación. En los últimos días tuvo el tupé de criticar la política de seguridad implementada por el gobernador Perotti. Cabe aclarar que desde que Perotti está en la gobernación la inseguridad continuó vivita y coleando. Nadie lo puede negar. Lo que sucede es que el diputado provincial carece de toda autoridad moral para efectuar crítica alguna a Perotti porque durante su gestión al frente de la seguridad durante la gobernación de Lifschitz, la inseguridad fue un verdadero tormento para los santafesinos, especialmente para los rosarinos.
¿Cómo se atreve a criticar a Perotti cuando, en las postrimerías de su desastrosa gestión, un comando profesional entró a la mansión de un camarista y ejecutó a Ema Pimpi Sandoval, un narcotraficante condenado por haber tiroteado el domicilio del ex gobernador Bonfatti? ¿Por qué no hizo en su momento una sincera y profunda autocrítica de su labor como ministro de Seguridad? Es probable que crea que fue un funcionario eficiente y que, en consecuencia, tiene todo el derecho del mundo a criticar a Perotti. Si ello es así entonces cabe decir que estamos en presencia de un político desligado por completo de la realidad o, lo que es más probable, de un mentiroso consumado.
Otro espectáculo dantesco están brindando el gobernador Perotti y el ex ministro de defensa Agustín Rossi. Como no se soportan no dudan en tirarse con munición gruesa. El problema es que ambos se asemejan cada vez más a dos vulgares barras incapaces de esgrimir argumentos. El gobernador acaba de afirmar que la lista que patrocina, con el apoyo del presidente y la vicepresidenta, le pertenece, es de su propiedad. La reacción de Rossi no se hizo esperar. Esa lista no le pertenece a Perotti sino a los peronistas que votarán en la interna, sentenció. Lo que ambos parecen no percatarse es de que con estas bravuconadas se alejan día a día del pueblo a quien dicen representar. Pero ellos se consideran miembros de una casta privilegiada que tiene derecho a subestimar y burlarse de la plebe, es decir, de todos nosotros.
Fernando Iglesias en la vorágine
Fernando Iglesias tiene la gran capacidad de no pasar inadvertido. Desde hace varios años sus intervenciones en el Congreso y en los canales de televisión provocan la ira de sus adversarios. Provocador hasta el tuétano le provoca un inmenso placer sacar de quicio a los peronistas y a todo aquél que discrepe con su forma de pensar. Se puede coincidir o no con sus posturas políticas pero nadie puede negar la firmeza de sus convicciones.
En las últimas horas quedó expuesto ante la opinión pública luego de pronunciar una frase desafortunada. En un programa de TN dijo que en la Quinta de Olivos se organizaban fiestas sexuales cuyas protagonistas femeninas serían algunas invitadas vip cercanas a la primera dama y una popular actriz. Como expresó con todo acierto Jorge Asís en su semanal diálogo con Luis Novaresio, nada le hubiera costado a Iglesias pedir las disculpas correspondientes. De haberlo hecho hubiera quedado como un caballero y las llamas se hubieran apagado rápidamente.
Como no lo hizo el escándalo creció geométricamente con el correr de las horas. Florencia Peña utilizó la televisión para victimizarse, en una actuación francamente consagratoria. “¿Alguien puede creer que soy la petera del presidente?” se preguntó en medio de sollozos artificiales. Por su parte, la hábil política Gabriela Cerruti no dudó un segundo en elaborar un pedido de expulsión de Iglesias de la cámara de Diputados. La respuesta de Iglesias fue instantánea: “me quieren expulsar del Congreso”, acusó. Mientras tanto, en las últimas horas Clarín publicó una denuncia contra Peña por haber violado la cuarentena.
Estos son los hechos. Fernando Iglesias se fue de boca. De eso no hay ninguna duda. Porque seguramente no debe tener ninguna prueba de la existencia de las “fiestas sexuales”. En consecuencia, quedó como un mal educado que agravió gratuitamente a un grupo de mujeres. Para colmo, le sirvió en bandeja al oficialismo la posibilidad de desviar la atención, de utilizar su exabrupto para tapar lo realmente importante: las numerosas visitas a Olivos mientras regía la cuarentena. El presidente autorizó que algunos privilegiados ingresaran a Olivos mientras el pueblo estaba encerrado dominado por el miedo y la incertidumbre. La verborragia de Iglesias terminó siendo funcional a los intereses electorales del oficialismo.
Una vez más quedó expuesta la hipocresía que reina en el mundo de la política. Cristian Ritondo, ex ministro de Seguridad de Vidal, se despegó automáticamente de Iglesias, cuando sabe muy bien que lo importante no es la “misoginia” de Iglesias. Temeroso del voto de los pañuelos verdes, le faltó poco para congraciarse con Florencia Peña. Lo mismo cabe decir respecto a las legisladoras de JpC que lo criticaron. Primó la cuestión de género sobre la solidaridad con un colega que estaba siendo ajusticiado en público.
Aunque cueste creerlo, he aquí el nivel ético e intelectual de la campaña electoral. Es por ello que no debe extrañar lo que anoche mostró en su programa la periodista Romina Manguel mientras entrevistaba a Miguel Ángel Pichetto. En pleno centro porteño uno de sus movileros les preguntó a varios transeúntes a quienes pensaban votar en las elecciones de medio término. La mayoría ni siquiera sabía que en septiembre y octubre había elecciones. El desinterés y la ignorancia del ciudadano común son supinos. Fue una penosa muestra de la decadencia de un pueblo anestesiado, masificado, domesticado, que soporta cualquier tipo de vejamen del poder. ¡Cuánta razón tenía Sarmiento!
La cuestión “Malvinas”
La escritora Beatriz Sarlo acaba de meter, una vez más, el dedo en la llaga. Sin pelos en la lengua afirmó que las Malvinas pertenecen a Gran Bretaña. Semejantes palabras, expresadas sin anestesia, golpeó fuerte el corazón nacionalista de millones de argentinos. Sarlo pasó a ser de manera automática el blanco de los ataques de quienes consideran, con justa razón, que las Malvinas son argentinas.
Efectivamente, las Malvinas son nuestras desde siempre. Sin embargo, hay quienes, como Carlos Escudé, duda que ello sea realmente así. Al margen de ello lo real y concreto es que en 1833 el imperio británico se apoderó de las islas y desde entonces pasó a ser “propiedad” del invasor. Los “kelpers” son los descendientes de los primeros británicos que se adueñaron de las islas y se consideran autóctonos. Para ellos las islas son británicas y punto. Ello explica la histórica estrategia de Gran Bretaña de hacer valer, cada vez que la cuestión de la soberanía resurge, el principio de autodeterminación de los kelpers. Si mañana hubiera un plebiscito el 100% de los kelpers votarían a favor de Gran Bretaña.
La pregunta que todos nos formulamos, especialmente luego de la guerra de 1982, es la siguiente: ¿recuperaremos alguna vez las islas Malvinas? En este crucial punto hay que dejar a un lado todo sentimiento nacionalista y apelar al realismo político. Creo que jamás lograremos que las islas vuelvan a ser nuestras. La afirmación es muy dura pero creo que se basa en la crudeza de las relaciones internacionales. Veamos. Las Malvinas están en manos de Gran Bretaña, otrora primera potencia mundial. Hoy sigue siendo un actor internacional de primer nivel pero luego de la segunda guerra mundial dejó de ser esa potencia que intimidaba a todo el mundo. Ese lugar de privilegio fue ocupado por Estados Unidos, una megapotencia que considera a Gran Bretaña su hermana de sangre. Ello significa que lo que interesa a Gran Bretaña en el ámbito internacional interesa automáticamente a Estados Unidos.
Para Gran Bretaña las Malvinas son muy importantes tanto desde el punto de vista económico como desde el punto de vista geoestratégico. Sus recursos naturales son muy importantes pero más lo es su ubicación geoestratégica. Al dominar las islas Gran Bretaña está en condiciones de hacer frente a un hipotético ataque ruso o chino en el atlántico sur. Pero lo más relevante es lo siguiente: en realidad las Malvinas son propiedad del imperio anglonorteamericano, es decir, de Gran Bretaña y Estados Unidos. Ello quedó dramáticamente de manifiesto en 1982. Argentina no entró en guerra con Gran Bretaña sino con el imperio anglonorteamericano. Gran Bretaña ganó la guerra en buena medida porque sus espaldas fueron cuidadas por su hermano de sangre, Estados Unidos. Thatcher decidió enviar al Atlántico Sur 100 buques de guerra porque contó con el respaldo de Reagan. La guerra fue posible porque Estados Unidos dio el visto bueno, en definitiva.
En consecuencia, las islas seguirán en poder británico mientras el imperio anglonorteamericano así lo disponga. Las islas serán nuestras si más adelante dicho imperio considera que las islas dejaron de tener un valor económico y geoestratégico. En otras palabras: recuperaremos las islas cuando a EEUU y Gran Bretaña se les dé la gana. Es probable que semejante afirmación hiera nuestro orgullo nacional pero, reitero, la cuestión “Malvinas” debe ser analizada en función del más crudo realismo político.
El presidente debe dar el ejemplo
En los últimos días los medios dieron a conocer un hecho que causa indignación. Durante la cuarentena eterna el presidente y su pareja recibieron innumerables visitas mientras la población estaba virtualmente encerrada en sus domicilios. Emerge una vez más en toda su magnitud la carencia de ejemplaridad de quien detenta por un tiempo limitado el cargo de presidente de la nación.
El 19 de marzo de 2020 Alberto Fernández nos ordenó encerrarnos en nuestros hogares por la entrada del coronavirus al país. Asustados por la pandemia obedecimos sin chistar. De un día para el otro el país se convirtió en un gigantesco espacio vacío, lúgubre, triste. Tan dura fue la cuarentena que miles de compatriotas no pudieron darle el último a adiós a sus seres queridos que partían de este mundo, que miles de comerciantes se vieron obligados a bajar las persianas y la lista continúa. Los cines, los restaurantes y los gimnasios cerraron sus puertas. Se prohibieron las actividades deportivas y recreativas. Las escuelas, colegios y universidades dejaron de funcionar, al igual que los bancos y los servicios de transporte. Todo, absolutamente todo, dejó de funcionar.
El esfuerzo que hizo el pueblo fue gigantesco. Mientras tanto el presidente de la nación se limitaba a prorrogar la cuarentena. Recién en noviembre los argentinos comenzamos a respirar aires de libertad. Lamentablemente, los números de contagios y muertos no paraban de aumentar, poniendo en evidencia el fracaso del encierro eterno. Fue entonces cuando entraron en escena las vacunas. Estamos en agosto de 2021 y sólo el 15% de los argentinos han recibido las dos dosis, lo que significa que sólo una minoría está vacunada. Meses antes había estallado el vacunagate, nos habíamos enterado de la existencia de un grupo amigos del poder que se había vacunado por izquierda mientras el pueblo esperaba ansiosamente ser vacunado. Alberto Fernández se limitó a echar al entonces ministro de Salud Ginés González García, elegido por el gobierno como chivo expiatorio.
En un país serio el vacunagate hubiera provocado la caída del gobierno. Pero la Argentina lejos está de serlo. En consecuencia, todo continuó como si nada hubiera pasado. Ahora, en vísperas de unas elecciones consideradas cruciales tanto por el oficialismo como por la oposición, estalló un nuevo escándalo protagonizado por una serie de personajes que visitaron al presidente en Olivos mientras la gente estaba recluida. El gobierno reaccionó de la misma forma: minimizando el asunto. Seguramente el presidente y su equipo de asesores llegaron a la conclusión de que en esta oportunidad, como en tantas otras en el pasado, los argentinos agacharán la cabeza silbando bajito.
Los argentinos hemos soportado una nueva falta de respeto del presidente de turno. Mientras los argentinos cumplían a rajatabla la cuarentena, Olivos se había convertido en una suerte de “palacio de la risa”. Qué duda cabe que hoy Antonio Gasalla se hubiera hecho un picnic con este escándalo. El asunto es muy grave porque el presidente de la nación y su pareja le faltaron el respeto a todos nosotros y fundamentalmente a las víctimas de la pandemia y sus familiares. Alberto Fernández olvidó que, como presidente de la nación, tiene la obligación moral de dar el ejemplo. Pero pedirle al presidente actitudes éticas es tan estéril como pedirle peras al olmo.
Robert Dahl y las semejanzas de los sistemas políticos (última parte)
29/7/012
Todos los gobernantes procuran legitimar sus decisiones. ¿Cuándo un gobierno es legítimo? Un gobierno es legítimo cuando el pueblo cree que su estructura, sus actos de gobierno, su funcionamiento y sus funcionarios o líderes “poseen la cualidad de rectitud, idoneidad o virtud moral -en resumen, el derecho- para dictar normas obligatorias. Así, nuestra cuarta proposición equivale a decir que los dirigentes de un sistema político tratan de dotar de legitimidad a sus actos” (Análisis político actual, Eudeba, 1983, págs. 70/721). Cuando un gobernante ejerce sobre el pueblo una influencia legítima, posee autoridad. Para Dahl, la autoridad es sinónimo de “influencia legítima”. Los gobernantes hacen todo lo que esté a su alcance para convertir su influencia en autoridad, para legitimar su influencia sobre los gobernados.
El poder legítimo fue desde siempre un tema central de la ciencia política. Quizá el mejor estudio sobre el tema, señala Dahl con todo acierto, sea “Economía y sociedad” de Max Weber, donde el pensador alemán dejó para la posteridad su increíble análisis de los sistemas de dominación. La legitimidad implica “influencia eficiente”. El poder legítimo es más confiable y duradero que el poder apoyado en el uso descarnado de la fuerza. Además, el poder legítimo permite al gobernante ejercer el poder con un mínimo de recursos políticos. Dahl considera que sería imposible gobernar organizaciones tan complejas como el Hospital General de Massachusetts, por ejemplo, sobre la base del terror y la coerción. La historia universal ha demostrado que todo gobernante, por más totalitario que haya sido, buscó la manera de legitimar su dominación. Adolph Hitler escribió “Mi lucha” para legitimar un sistema de dominación totalitario que condenó a muerte a millones de seres humanos. En opinión de Dahl, “aunque muchos tipos diferentes de sistemas políticos pueden adquirir legitimidad, quizá las democracias la necesitan más que la mayoría de los otros sistemas” (pág. 71). La democracia necesita imperiosamente que los pueblos estén convencidos de los valores que enarbola (soberanía popular, libertades y garantías individuales, separación de poderes, etc.). Si no lo consigue, se derrumba inexorablemente.
Los sistemas políticos desarrollan una ideología como base de su legitimidad. “Los dirigentes de un sistema político habitualmente adhieren a un conjunto de doctrinas más o menos permanentes e integradas cuyo significado explica y justifica su liderazgo en el sistema” (pág. 72). El mundo conoció dos grandes ideologías a partir de la modernidad: la democracia liberal y el marxismo. Adam Smith, John Locke y Montesquieu pueden considerarse los padres intelectuales de la democracia liberal. Mientras que Carlos Marx es, qué duda cabe, el padre intelectual del marxismo. Gaetano mosca utilizó la expresión “fórmula política” para designar a la ideología que justifica al sistema político. ¿Por qué los dirigentes desarrollan una ideología política? Muy sencillo: para impregnar su liderazgo de legitimidad, o lo que es lo mismo, para transformar su influencia política en autoridad. Gobernar sin autoridad, remarca Dahl, es mucho más costoso que gobernar con autoridad.
Algunos gobernantes se adhieren a una ideología que no sólo justifica su liderazgo sino también al propio sistema político. Su ideología es entonces la ideología imperante. La democracia liberal y el marxismo constituyen los ejemplos clásicos de ideología imperante. “La ideología imperante indica los supuestos morales, religiosos, objetivos y de otro tipo que se consideran justificativos del sistema. Una ideología imperante altamente desarrollada por lo general contiene estándares de evaluación de la organización, las políticas y los dirigentes del sistema, y también una descripción idealizada de la forma como éste funciona, versión que reduce la brecha entre la realidad y la meta que se prescribe” (pág. 72). El Preámbulo y las declaraciones, derechos y garantías consagrados por la Constitución de 1853 constituyen un buen ejemplo de ideología imperante. Respecto a Estados Unidos, Dahl sostiene que no todos los norteamericanos piensan lo mismo sobre esta cuestión. Sin embargo, nadie duda que la ideología imperante no sea otra que la democracia.
Todo sistema político está expuesto al impacto de otros sistemas políticos. “El comportamiento de un sistema político está influido por la existencia de otros sistemas políticos” (pág.75). Todo sistema político está rodeado por un “ambiente extrasocietal”, expresión utilizada por David Easton para darle un nombre al sistema internacional. Como los límites de los sistemas políticos son permeables, es lógico que lo que sucede en el ambiente extrasocietal repercute en el interior de los sistemas políticos. La globalización ha transformado al mundo en un gigantesco sistema económico donde los países bailan al compás del ritmo impuesto por las corporaciones transnacionales. Sin embargo, hay quienes no se percatan de ello. “Es un hecho curioso que la mayoría de las personas que describen su concepto del sistema político ignoran los límites impuestos por la existencia de otros sistemas políticos. Es fácil imaginar “la sociedad buena” si uno no se preocupa de otras, y muy posiblemente malas, que pueden atestar el panorama circundante. Por consiguiente, las utopías políticas se describen generalmente sin las dificultosas limitaciones impuestas por las relaciones exteriores, que se eliminan ya sea ignorándolas totalmente o resolviéndolas con algún plan simple” (pág. 75).
Por último, Dahl destaca una característica que hace a la esencia de los sistemas políticos: la imposibilidad de evitar los cambios. En efecto, los sistemas políticos lejos están de ser inmutables. Platón, en la República, hizo mención del cambio que experimentan los sistemas políticos al desarrollar su clasificación de las formas de gobierno. La aristocracia degenera en timocracia, ésta en oligarquía, ésta en democracia y ésta en tiranía. La corrupción provoca que los sistemas políticos se desmoronen para dar lugar a otros sistemas políticos más impuros y abyectos. Su más brillante discípulo, Aristóteles, dedicó muchas páginas de su Política para analizar las causas de las revoluciones y los cambios constitucionales. Si bien posteriores concepciones utópicas excluyeron la idea del cambio, la historia ha demostrado que no ha habido sistema político inmune a los cambios políticos, económicos, sociales y culturales.
(*) Artículo publicado en el portal rosarino Ser y Sociedad el 29/7/012
Vigencia aterradora: Carl Schmitt y el antagonismo político
Carl Schmitt (1888/1985) fue uno de los más destacados científicos de la política del siglo XX. Adscrito al realismo político y ferviente simpatizante del nacionalsocialismo, a principios de la década del treinta del siglo pasado publicó “Concepto de lo político”, cuyas reflexiones gozan de una vigencia sencillamente aterradora.
Schmitt comienza por aclarar cuál es, desde su óptica, la diferenciación propiamente política. No es otra que la distinción entre el amigo y el enemigo. Dicha distinción otorga a todos los actos humanos significación política; todas las acciones humanas y motivaciones políticas se refieren a ella de manera necesaria; en definitiva, permite una definición conceptual, un criterio para distinguir el mundo de la política de los otros mundos, el económico, el cultural, el social, el moral, etc. La distinción entre el amigo y el enemigo es mucho más profunda que la diferencia entre el bien y el mal, lo bello y lo feo, lo útil y lo dañino, etc. “La distinción del amigo y el enemigo define la intensidad extrema de una unión o de una separación” (Concepto de lo político, Ed. Struhart & cía., CABA, 2002, pág. 31). La distinción entre el amigo y el enemigo puede subsistir, tanto teórica como prácticamente, sin que se den al mismo tiempo las distinciones de índole moral, económica, estética, etc. Ello significa que el enemigo no necesariamente es el feo y el malo. Sin embargo, sigue siendo “el otro”, remarca Schmitt. Hay relaciones específicamente políticas porque además de amigos, hay enemigos, hay otros que son existencialmente diferentes. Con el enemigo pueden surgir, en última instancia, conflictos existenciales. Schmitt remarca el carácter autónomo del antagonismo político. Así lo explica: “Dentro de la realidad psicológica, fácilmente suele el enemigo ser tratado de malo y feo, por cuanto toda distinción, y singularmente la política, que es la discriminación y agrupación más fuerte e intensa, esgrime y llama en su auxilio para justificarse ante la conciencia, a todas las demás distinciones posibles. Pero esto no afecta a la autonomía ni a la primordialidad del antagonismo político. De ahí que queda también invertir los términos: no es necesariamente enemigo el que es moralmente malo, estéticamente bello y económicamente dañoso; lo moralmente bueno, estéticamente bello y económicamente útil no se convierte por esta sola razón en amigo, en el sentido político del vocablo. La independencia del elemento político se pone al descubierto en esa posibilidad de concebir como algo autónomo la contraposición específica entre el amigo y el enemigo y de deslindarla de todas las demás distinciones” (pág. 33).
Schmitt toma los vocablos “amigo” y “enemigo” en un sentido concreto, sin mezclarlos con parámetros de la economía, la estética y la moral. El liberalismo procuró, mediante el dilema espíritu-economía, borrar del mundo de los negocios la figura del “enemigo” para instalar la figura del simple competidor o concurrente, la del simple adversario en la lucha dialéctica. Nadie duda que en el mundo económico no hay enemigos sino sólo concurrentes, mientras que en un mundo regido por normas morales estrictas sólo habría personas dedicadas a discutir de todos estos problemas. Podrá provocar disgusto y malestar que los pueblos se agrupen en función de la dicotomía amigo-enemigo; también sería preferible actuar como si no hubiera enemigos. A Schmitt poco le importan estas “disquisiciones”. Sólo se interesa por la cruda realidad y de la posibilidad real de dividir a los hombres en amigos y enemigos. Nadie puede honradamente negar que el antagonismo amigo-enemigo rige las relaciones de los pueblos y que “todo pueblo que existe políticamente tiene delante esa posibilidad real” (pág. 35).
Para Schmitt, el adversario en general y el adversario privado, como así también el contrincante, no son el enemigo. ¿Qué entiende Schmitt por “enemigo”? “Enemigo es una totalidad de hombres situados frente a otra análoga que lucha por su existencia, por lo menos eventualmente, o sea, según una posibilidad real. Enemigo es, pues, solamente el enemigo público, todo lo que se refiere a ese grupo totalitario de hombres, afirmándose en la lucha, y especialmente a un pueblo, es público por sólo esa razón” (págs. 35/36). El antagonismo político es el más extremo de todos y cuanto más se acerque a la dualidad amigo-enemigo, más político será. La distancia que media entre el conflicto y ese dualismo determina el grado de politicidad de aquél. La unidad es esencialmente política cuando es capaz de suprimir ese antagonismo radical. La unidad política por excelencia es el Estado. Desde su creación ha tratado siempre de concentrar en sus manos todo el poder decisorio para garantizar la paz social. Dentro del Estado, concebido como una unidad política organizada que asume la decisión del amigo y el enemigo, cabe destacar la existencia de conceptos de lo político que Schmitt califica de “secundarios”, conceptos colocados bajo la tutela estatal y que se caracterizan por su vínculo con él (la actitud política de partido, por ejemplo). Los antagonismos dentro de un Estado pacificado sitúan en un segundo plano a la antítesis del amigo y el enemigo. Sin embargo, tal antítesis sigue siendo la columna vertebral del concepto de la política.
Para Schmitt el concepto de “enemigo” implica la posibilidad cierta de una guerra. La violencia hace, pues, a la esencia del concepto de lo político. La guerra es un conflicto bélico entre dos oponentes políticos perfectamente organizados. Cuando los oponentes pertenecen a un mismo Estado, surge la guerra civil. El instrumento básico de la guerra es el arma, instrumento utilizado para matar al enemigo. Los conceptos de amigo, de enemigo y de guerra “adquieren su acepción real cuando se refieren a la posibilidad real de matar físicamente y la mantienen. La guerra no es sino la realización extrema de la hostilidad. No es preciso que sea cotidiana, normal, ni que aparezca como ideal y deseable, pero debe subsistir como posibilidad real, mientras el concepto del enemigo conserve su significado. La politicidad no está en el mismo combate, que se rige por sus propias leyes técnicas, psicológicas y militares, sino en un comportamiento determinado por la posibilidad real de la guerra, en el claro conocimiento de la propia situación determinada por aquel hecho y en la misión de distinguir rectamente a amigos y enemigos” (págs. 42/43). La guerra es el supuesto fundamental de la política y determina no sólo las acciones y los pensamientos humanos sino que también produce una conducta esencialmente política. La posibilidad de las guerras de exterminio demuestra que la guerra es hoy una posibilidad cierta y real, además de aterradora, siendo lo único que interesa a Schmitt para la diferenciación del amigo y el enemigo, y para el conocimiento de la esencia de lo político, “para el conocimiento de la categoría de la politicidad”, según la terminología del autor.
(*) Artículo publicado en el portal rosarino Ser y Sociedad el 10/8/012
Hayek y la gran utopía
Friedrich A. Hayek puede ser considerado el emblema del neoliberalismo del siglo XX. Dueño de una erudición extraordinaria, escribió libros excelentes que condensan a la perfección las ideas de la filosofía liberal. De sus obras, la que adquirió la categoría de “Biblia” fue, qué duda cabe, “Camino de Servidumbre”.
En “Camino de Servidumbre”, Hayek se propone destruir la credibilidad del socialismo. No tolera que en la época en que publicó el libro-postrimerías de la segunda guerra mundial-el socialismo haya desplazado al liberalismo en las preferencias de los pueblos. “Que el socialismo haya desplazado al liberalismo como doctrina sostenida por la gran mayoría de los progresistas, no significa simplemente que las gentes hayan olvidado las advertencias de los grandes pensadores liberales del pasado acerca de las consecuencias del colectivismo. Ha sucedido por su convencimiento de ser cierto lo contrario a lo que aquellos hombres predecían” (Camino de servidumbre, Alianza Editorial, Madrid, 2000, pág. 53). Es de no creer que una ideología que comenzó por ser una reacción contraria al liberalismo proclamado por la Revolución Francesa, haya logrado conquistar la mente y el corazón de tantas personas. Pocos recuerdan que en sus inicios el socialismo fue francamente autoritario, remarca Hayek. Los intelectuales franceses eran conscientes de que sus ideas sólo podían materializarse en el marco de un régimen dictatorial. Tenían en mente un plan para reorganizar la sociedad sobre bases jerárquicas e imponer un “poder espiritual” coercitivo. Creían que la libertad de pensamiento era un virus sumamente nocivo al que había que erradicar definitivamente. Hayek cita a Alexis de Tocqueville, quien vio como pocos la incompatibilidad entre la democracia y el socialismo. Decía el afamado escritor en 1848: “La democracia extiende la esfera de la libertad individual; el socialismo la restringe. La democracia atribuye todo valor posible al individuo; el socialismo hace de cada hombre un simple agente, un simple número. La democracia y el socialismo sólo tienen en común una palabra: igualdad. Pero adviértase la diferencia: mientras la democracia aspira a la igualdad en la libertad, el socialismo aspira la igualdad en la coerción y la servidumbre” (pág. 54). Para Tocqueville, la libertad sólo es posible en democracia. Cuando está vigente el socialismo, los derechos y garantías individuales son pisoteados por el jerarca colectivista.
Para congraciarse con el anhelo de libertad de las personas, el socialismo fletó la idea de la “nueva libertad”. Gracias al socialismo, tendría vigencia aquella libertad sin la cual la libertad política es una quimera: la libertad económica. El socialismo vino al mundo a liberar a los hombres de las cadenas de la indigencia. Gracias al socialismo, el hombre estará en condiciones de consumar la antigua lucha por la libertad, en la cual la conquista de la libertad política era apenas un eslabón. Con el socialismo, la libertad tuco otro significado. Para el liberalismo, la libertad era sinónimo de “libertad frente a la coerción”, libertad frente a la arbitrariedad gubernamental, libertad frente a la voluntad omnímoda de otros hombres, libertad para desplegar plenamente las potencialidades humanas; liberalismo era sinónimo de autonomía y espíritu de iniciativa. ¿Qué significa, en cambio, la nueva libertad socialista? “La nueva libertad prometida era, en cambio, libertad frente a la indigencia, supresión del apremio de las circunstancias, que, inevitablemente, nos limitan a todos el campo d elección, aunque a algunos mucho más que a otros. Antes de que el hombre pudiera ser verdaderamente libre había que destruir el despotismo de la indigencia física, había que abolir las trabas del sistema económico” (pág. 55). Para ser libre primero había que tener el estómago lleno, en suma.
Hayek critica con severidad la concepción socialista de la libertad. Según su opinión, la libertad socialista sólo implica la intención de hacer desaparecer la brecha entre ricos y pobres. Los primeros tienen muchas más chances de elegir que los segundos. Para el socialismo “libertad” es sinónimo de “justa distribución de la riqueza”. Los socialistas emplearon el término “libertad” con habilidad y astucia, y muchos terminaron por creer que el socialismo traería finalmente la genuina libertad. Lamentablemente, la promesa socialista del camino de la libertad fue de hecho el camino de la esclavitud, sentencia Hayek. La promesa socialista de una mayor libertad hipnotizó a no pocos liberales, quienes se sintieron atraídos por el canto de sirena del socialismo. El socialismo terminó por ser abrazado por la mayoría de los intelectuales como el “heredero presunto de la tradición liberal”. A partir de entonces, resultaba inconcebible considerar al socialismo antitético de la libertad del hombre. Sin embargo, en los últimos años algunos pensadores se atrevieron a desenmascarar al socialismo. Tal el caso de Max Eastman, antiguo amigo de Lenin, quien admitió en su libro “Stalin’s Russia and the Crisis of socialismo”, que “en vez de ser mejor, el estalinismo es peor que el fascismo, más cruel, bárbaro, injusto, inmoral y antidemocrático, incapaz de redención por una esperanza o un escrúpulo”, y que es “mejor describirlo como superfascista”; y cuando vemos que el mismo autor reconoce que el “estalinismo es socialismo, en el sentido de ser el acompañamiento político inevitable, aunque imprevisto, de la nacionalización y la colectivización que ha adoptado como parte de su plan para erigir una sociedad sin clases”, su conclusión alcanza claramente un mayor significado” (pág. 57). Hayek cita otros autores para robustecer su convencimiento de que el socialismo es sinónimo de colectivización y autoritarismo. Walter Lippmann, por ejemplo, sostiene que “la generación a que pertenecemos está aprendiendo por experiencia lo que sucede cuando los hombres retroceden de la libertad a una organización coercitiva de sus asuntos. Aunque se prometan a sí mismos una vida más abundante, en la práctica tienen que renunciar a ello; a medida que aumenta la dirección organizada, la variedad de los fines tiene que dar paso a la uniformidad. Es la Némesis de la sociedad planificada y del principio autoritario de los negocios humanos” (Atlantic Monthly) (pág. 58). Mientras que Peter Drucker considera que el “completo colapso de la creencia en que son asequibles la libertad y la igualdad a través del marxismo, ha forzado a Rusia a recorrer el mismo camino hacia una sociedad no económica, puramente negativa, totalitaria, de esclavitud y desigualdad, que Alemania ha seguido. No es que comunismo y fascismo sean lo mismo en esencia. El fascismo es el estadio que se alcanza después de que el comunismo ha demostrado ser una ilusión, y ha demostrado no ser más que una ilusión, tanto en la Rusia estalinista como en la Alemania anterior a Hitler” (The End of Economic Man) (pág. 58).
Hayek culmina este capítulo procurando convencer al lector de que el nazismo y el fascismo tienen raíces socialistas. Para corroborar su afirmación, destaca la trayectoria de un buen número de dirigentes que comenzaron como socialistas y acabaron como nazis o fascistas. El caso de Mussolini es el más emblemático. En Alemania, era muy sencillo que un joven comunista decidiera un buen día abrazar la causa nazi, o viceversa. Pese a sus diferencias, los comunistas y los nazis o fascistas tienen un enemigo en común: los liberales. “Para ambos el enemigo real, el hombre con quien nada tenían en común y a quien no había esperanza de convencer, era el liberal del viejo tipo. Mientras para el nazi el comunista, y para el comunista el nazi, y para ambos el socialista, eran reclutas en potencia, hechos de la buena madera aunque obedeciesen a falsos profetas, ambos sabían que no cabría compromiso entre ellos y quienes realmente creen en la libertad individual” (pág. 59).
(*) Artículo publicado en el portal rosarino Ser y Sociedad el 29/8/012
La dramática y fascinante historia argentina
Lo que nos pasó a partir del 25 de mayo de 1810
Las tropas: cómo operaban
Emergía en toda su magnitud la escasez de tropas para ejecutar varias funciones, todas relevantes, al unísono como la atención simultánea de varios frentes de guerra y la defensa de la capital, muy vulnerable a los ataques marítimos. Comparadas con las fuerzas europeas, las criollas jamás alcanzaron el poderío de una división del viejo continente. Que hubiera pocas tropas esparcidas sobre un vasto territorio impedía ejecutar la táctica de la concentración de fuerzas, como lo hizo Napoleón y que fue imitada a posteriori por sus enemigos. Las fuerzas patriotas estaban condenadas, pues, a ejecutar operaciones lineales, a que una sola división avanzara o retrocediera sobre su blanco, aguardando el momento oportuno para atacarlo de frente, por el costado o por la retaguardia. Acosadas por las mismas limitaciones las tropas realistas imitaron a las criollas, lo que se tradujo en la ejecución por ambos bandos de esquemas tácticos y estratégicos muy simples.
¿Cómo avanzaban las tropas? Si el terreno lo permitía lo hacían en columnas paralelas para de esa manera facilitar el despliegue bélico. Un cuerpo avanzaba al frente como escudo protector del cuerpo principal y como servicio de descubierta. La exploración del escenario era por demás rudimentaria. Debido a la carencia de apoyo logístico en reiteradas oportunidades los criollos se valían de la información brindada por enemigos que habían desertado. Además, ambos contendientes se valían del espionaje que, aunque elemental, era muy activo. Ello explica que los ataques por sorpresa estuvieran a la orden del día. Cuando las tropas entraban en combate se disponían de la siguiente manera: a los costados estaba la caballería y la infantería ocupaba el centro apoyada por la artillería. El ataque era ejecutado por formaciones compactas y lo que se buscaba era asaltar la línea. La infantería chocaba de manera intencional contra una línea pasiva para dejarla fuera de combate y envolverla por los costados con ataques de la caballería (1).
(1) Floria y García Belsunce, Historia de… capítulo 16.
Una conducción militar deficiente
La conducción de las tropas fue deplorable. Así como es imposible que un hospital sea eficiente si carece de médicos competentes, un ejército es fácilmente vulnerable si hay pocos oficiales de carrera al mando. Con posterioridad a las invasiones inglesas fueron incorporados a los batallones urbanos grupos de civiles que poseían grados de capitanes y sargentos, como Martín Rodríguez y el mismísimo Manuel Belgrano. De este grupo emergieron quienes los condujeron con grados militares superiores, como Pueyrredón y el mismísimo Cornelio Saavedra. Si a ello se le agregaba el que, en los albores de la revolución, los ascensos se produjeran por necesidad, emergía en toda su magnitud la mediocridad de la conducción militar. No resultó extraño que las tropas carecieran de una formación militar acorde con las circunstancias. Sin preparación adecuada los oficiales se vieron obligados a hacerse cargo de una situación extremadamente compleja.
En la vereda de enfrente sobraban los oficiales de carrera, militares con un altísimo nivel de profesionalismo. A pesar de semejante desventaja el desempeño de los oficiales patriotas fue muy auspicioso. Los oficiales más destacados fueron San Martín y Belgrano. El primero descolló por su capacidad técnica que le permitió formar entre 1815 y 1820 una jerarquizada escuela de formación militar. El segundo tuvo el mérito de haber sobresalido como conductor militar pese a su carencia de formación técnica. Todos los jefes militares criollos demostraron poseer un alto espíritu de combate, lo que explica su tendencia a la ofensiva, tanto estratégica como táctica. Estas virtudes se complementaban con marcados defectos como las fallas evidenciadas en la coordinación de las tres armas.
Hasta 1814 el Río de la Plata y sus afluentes Paraná y Uruguay fue el único teatro de operaciones. España jamás se dignó a enviar a la zona de guerra refuerzos navales mientras que los criollos sólo pudieron contar con una escuadra que mereciera tal nombre a partir de 1814. A raíz de la escasez de hombres y materiales los criollos debieron valerse de marinos foráneos como Guillermo Brown quien, pese a ser un marino mercante, demostró una gran capacidad militar como quedó evidenciada en la trascendente batalla de El Buceo (1).
(1) Floria y García Belsunce, historia de… capítulo 16.
Bibliografía básica
-Germán Bidart Campos, Historia política y constitucional argentina, Ed. Ediar, Bs. As. Tomos I, II y III, 1977.
-Natalio Botana, El orden conservador, Ed. Sudamericana, Bs. As., 1977.
-Natalio Botana y Ezequiel Gallo, De la República posible a la República verdadera” (1880/1910), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo III, Ariel, Bs.As., 1997.
-José Carlos Chiaramonte, Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina (1800/1846), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo I, Ariel, Bs. As., 1997.
-Carlos Floria y César García Belsunce, Historia de los argentinos, Ed. Larousse, Buenos Aires, 2004.
-Tulio Halperín Dongui, Vida y muerte de la República verdadera (1910-1930), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo IV, Ariel, Bs. As., 1999.
-Tulio Halperín Donghi, Proyecto y construcción de una nación (1846/1880), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo II, Ariel, Bs. As., 1995.
-Daniel James (director del tomo 9), Nueva historia argentina, Violencia, proscripción y autoritarismo (1955-1976), Ed. Sudamericana, Bs. As., 2003
-John Lynch y otros autores, Historia de la Argentina, Ed. Crítica, Barcelona, 2001.
-Marcos Novaro, historia de la Argentina contemporánea, edhasa, Buenos Aires, 2006
-David Rock, Argentina 1516-1987, Universidad de California, Berkeley, Los Angeles, 1987.
-José Luis Romero, Las ideas políticas en Argentina, FCE., Bs. As., 1956.
-Juan José Sebreli, Crítica de las ideas políticas argentina, Ed. Sudamericana, Bs. As., 2003.
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