Por Hernán Andrés Kruse.-

¿Será la gota que rebalsó el vaso?

Es lo que todos los analistas de la opinión pública seguramente se deben estar preguntando en estos momentos. Ayer los portales de los medios nacionales publicaron una provocativa foto donde aparecen el matrimonio presidencial y varios amigos celebrando el trigésimo noveno aniversario de la señora Fabiola Yáñez, quien es primera dama de la Argentina a partir del 10 de diciembre de 2019. El evento tuvo lugar el 14 de julio del año pasado. La fecha es relevante porque en aquel momento el presidente había dictado un nuevo DNU que imponía severas restricciones a la sociedad como consecuencia de la pandemia. Y los argentinos acataron las directivas presidenciales. Fueron momentos muy duros para muchos, especialmente para quienes se ganan la vida a diario. Lamentablemente, un año después quedó demostrado que Alberto Fernández se había burlado groseramente de todos nosotros.

En una democracia seria el episodio hubiera provocado una crisis institucional de envergadura. Lo más probable es que el presidente hubiera sido sometido a juicio político o, para preservar su dignidad, hubiera renunciado. En estos momentos me vienen a la memoria dos casos notables. En la década del setenta del siglo pasado Richard Nixon renunció agobiado por el escándalo de Watergate. La sede central del partido demócrata había sido víctima del espionaje y gracias a las investigaciones de dos corajudos periodistas de The Washington Post, se comprobó la complicidad de Nixon. Más acá en el tiempo, más precisamente en 2019, Sigmundur Gunnlaugsson, primer ministro de Islandia, renunció porque su nombre apareció en los Panamá Papers, documentos de la empresa panameña Mossack Fonseca que ponían en evidencia cómo los ricos y famosos se valían de los paraísos fiscales para ocultar su riqueza.

Pero claro, estamos hablando de Estados Unidos e Islandia, dos democracias sólidas, estables y confiables. En ambos países la opinión pública es relevante, hay independencia de la Justicia y el principio de igualdad ante la ley es inviolable. No existe la impunidad. La Argentina no tiene nada que ver con Estados Unidos e Islandia. Aquí la opinión pública es irrelevante, la Justicia es un apéndice del poder político y la igualdad ante la ley es inexistente. Reina, por ende, la impunidad más obscena. Lo más probable, entonces, es que después de unos días de marea alta, todo retorne a la “normalidad”. Una vez más “aquí no ha pasado nada”.

Ojalá me equivoque. Lo digo de todo corazón. Pero en 2019 Mauricio Macri figuraba en los Panamá Papers y continuó gobernando como si nada. ¿Por qué ahora sería diferente con Alberto Fernández? Apenas la escandalosa foto tomó estado público sectores de la oposición decidieron fogonear el juicio político contra el presidente. Puro humo ya que la oposición carece de los números suficientes en el congreso para ponerlo en práctica. Horas más tarde habló el jefe de Gabinete. Se limitó a decir que el gobierno había cometido un error y que era necesario pedir las disculpas correspondientes. Luego le tocó el turno a Aníbal Fernández, quien afirmó que Alberto Fernández se encontró con una fiesta que no esperaba y que no tuvo más remedio que aceptar el hecho.

El escándalo no hace más que confirmar la nula empatía del presidente por el pueblo argentino, fundamentalmente por los muertos y damnificados por la pandemia. Anoche varios periodistas coincidían en señalar el enojo que reinaba en las altas esferas oficiales. Peo ese estado de ánimo no se debía al hecho en sí sino a la forma y el momento en que fue divulgado. Al oficialismo lo único que le preocupa es el efecto que puede provocar en las elecciones que se avecinan. Nada más. Lo real y concreto es que se trata de un hecho que indigna, que lastima, que merece un castigo ejemplificador. Pero estamos en Argentina donde, como sabemos de memoria, no pasa nada cuando un escándalo de esta índole sacude a la cima del poder político.

Hace dos años Macri comenzaba a despedirse de la Casa Rosada

El domingo 11 de agosto de 2019 tuvieron lugar las PASO que determinaron el comienzo del fin del macrismo en el poder. El claro ganador fue el Frente de Todos, cuya fórmula, integrada por Alberto Fernández y Cristina Kirchner, obtuvo el 47,79% de los votos. Segunda salió la fórmula de Juntos por el Cambio, integrada por el presidente Macri y Miguel Angel Pichetto, que cosechó el 31.80% de los sufragios.

Nadie previó semejante paliza. Los números le terminaron dando la razón a Cristina, quien meses antes había pateado el tablero político al ofrecer la candidatura presidencial a Alberto Fernández, quien en los últimos años se la había pasado despotricando contra la ex presidenta. De esa forma Cristina logró lo que hasta ese momento parecía un imposible: lograr la unidad del peronismo. La ex presidenta le aportó al FdT un caudal de votos importante (cercano al 30%) y Alberto Fernández se encargó de convencer a los gobernadores pejotistas, los barones del conurbano, los sindicalistas y Sergio Massa, de la imperiosa necesidad de juntarse, porque como el propio Fernández había remarcado varias veces “con Cristina no alcanza, para sin Cristina no se puede”.

Para Macri fue un golpe durísimo. Sin embargo, demostró ser un buen perdedor ya que reconoció públicamente la derrota de su gobierno. Pero dudo que el resultado lo haya tomado por sorpresa. Durante los meses previos tuvieron lugar varias elecciones provinciales que demostraron una alarmante caída electoral de JpC. Lo que aconteció aquel 11 de agosto de 2019 fue, parafraseando al gran García Márquez, la crónica de una derrota anunciada. Pero lo que seguramente Macri no imaginó fue que la derrota sería tan dolorosa. En términos futbolísticos, el presidente jamás supuso que perdería por goleada.

Esa noche terminó de hecho la presidencia de Macri. Quién hubiera imaginado dos años antes, luego de la gran victoria obtenida por JpC en las elecciones de medio término, que el oficialismo sufriría en 2019 semejante debacle electoral. En aquel momento el presidente tenía todo servido en bandeja para hacer una gran presidencia. La clase política daba por descontada la reelección de Macri. Pero tal como sucedió con varios de sus antecesores Macri se dejó dominar por la soberbia y la petulancia. Tal como hizo Cristina luego de obtener la reelección en 2011, se encerró en sí mismo y sólo se dignó a escuchar a un puñado de incondicionales, entre los que sobresalía Marcos Peña. Así le fue. A partir de 2018 el sistema financiero internacional dejó de confiar en él lo que lo obligó a recurrir al FMI para salvar su gobierno. Su buena relación con Trump le allanó el camino. El FMI le prestó 50 mil millones de dólares para garantizar su reelección en 2019. No fueron suficientes.

Hubo un hecho, que comenzó inmediatamente después de hacerse público el resultado de las PASO, que muchos argentinos seguramente han olvidado. Me refiero a la increíble escalada del dólar que significó en los hechos una feroz devaluación. No me cabe ninguna duda que Macri dio el visto bueno para hacer escarmentar al pueblo por haber tenido la osadía de no haberlo votado. Se trató, como bien lo señala Ezequiel Burgo en un artículo publicado hoy (12/8) en Clarín, de un crac que puso a la economía al borde del precipicio. A continuación paso a transcribir dicho escrito cuya lectura recomiendo.

El crac de 2019

El día que ocurrió la mayor pérdida de valor en la economía argentina

“Pensá que vamos a hacer mañana porque perdimos por quince puntos. Se equivocaron todos”.

“Esa frase de Mauricio Macri a su ministro de Economía, Nicolás Dujovne, se oyó dos años atrás. Era domingo 11 de agosto de 2019, cerca de las ocho de la noche. No se sabía aún que Alberto Fernández se había impuesto en las PASO. Pero Macri sí tenía la información. La derrota había sido por paliza. Mucho menos se conocía el impacto económico-financiero de ese resultado. Dentro de unas horas comenzaría la jornada que quizás mostró la destrucción de valor más abrupta y violenta en la economía argentina. El Merval en dólares había sido más bajo con la caída del a 1 a 1 pero aquel descenso se había acumulado a lo largo de casi tres años. Esta vez fue de un día para el otro, como un jab directo a la mandíbula. Más devaluación, más inflación y más pobreza.

Dujovne, que estaba en Costa Salguero, salió rápido a su casa. Reunió allí a su equipo y revisaron números. A la hora y media volvió al búnker de Juntos por el Cambio para participar de una reunión que Macri organizó ahí mismo, en una salita. Se sumaron otros ministros. Los llamados no cesaban. ¿Qué iban a hacer al día siguiente? “A la noche empezaron a entrar mensajes de clientes preguntándome cuán rápido tomaría el Gobierno medidas para poner restricciones al dólar”, recuerda José Echagüe, Jefe de Estrategia Consultatio Investments. «Teníamos que averiguar qué iba a pasar». Macri y Dujovne se resistían al cepo. En Argentina no había límites para la compra de dólares en aquel entonces. El que compró divisas aquel domingo, vía home banking, cerró su precio a $ 45. El que demoró 24 horas, perdió. Se estaba en las postrimerías de volver a los controles cambiarios. Eso sería dentro de veinte días. “Algún indicio de lo que sucedería el lunes tuvimos aquel domingo”, recuerda Fernando Villar, Wealth Managment Financial Advisor de de Bull Market Brokers. “El lunes llegamos temprano a la oficina porque sabíamos que se complicaría más tarde”. “La noche de las PASO nos quedamos hasta las 3 AM y a la mañana temprano estábamos en la mesa”, dice por su parte Echagüe. «Fue toda una masacre».

Lo que vino es historia conocida.

El dólar aumentó 23% ese lunes. Fue el mayor salto en la era Macri. Aún más que el registrado a la salida del cepo (diciembre de 2015) y el día que Macri anunció en cámara se rebelaría y pediría más plata al FMI (pasando por encima de Dujovne y de Christine Lagarde a quién le avisaron por wasap mientras estaba de vacaciones). El tipo de cambio post PASO cerró en $ 57,30, $ 11 arriba del viernes. “Fue la mayor pérdida de valor de la historia argentina”, dice directamente Villar. Las acciones de las empresas argentinas se desplomaron más de 60% en Wall Street. El Merval caía al mediodía 33% en términos reales. El índice Merval pre PASO valía US$ 970. El lunes cerró US$ 490. “Trabajaba en un piso donde éramos más de cien personas y todos los días eran de ruidos y gritos”, hace memoria Andrés Vilella Weisz, hoy Head Trader y Estratega de Conosur Inversiones. “Esa mañana nos pidieron que vayamos temprano para discutir qué hacer. Cuando abrió el mercado no había ruido, era todo silencio. No había órdenes y las bandas de precio bloqueaban la operatoria por las bajas que había. Nos quedamos varios días trabajando hasta las 2 de la mañana”.

Buscar culpables siempre es atractivo y cuando se trata de los mercados aún más. ¿Quién tuvo la culpa del 12 de agosto de 2019? “El viernes anterior el mercado había volado, no entendíamos bien qué sucedía hasta que nos dimos cuenta de las encuestas que daban una elección pareja”, dice Echagüe en referencia a los trabajos de las consultoras Elypsis y Poliarquía. “Nuestra visión era la del mercado, que le erró por completo”. Diez años atrás Warren Buffett fue citado a hablar a una comisión del Congreso sobre la crisis de Lehman. ¿Quién había sido el culpable le preguntaron los legisladores demócratas y republicanos? “Cuando hay una desilusión, una desilusión masiva, uno puede culpar a todos. Podría decirse que yo debería haber señalado la debilidad que había, que la Reserva Federal o los bancos también deberían haberlo mencionado. Pero no estoy seguro de cuan mejor habría sido si algunos de ellos o yo hubieran avisado de poner fin a la fiesta. Hay mucha culpa dando vuelta en el entorno, no hay un villano”. En el caso de la crisis financiera de EE.UU., tenía que haber un villano y así lo dictaminó un reporte de 2.000 páginas como cuenta Andrew Ross Sorkin en su gran libro Too Big to Fail: los bancos y Lehman Brothers.

¿Pasó algo similar acá? Aquel viernes 9 de agosto fue una fiesta para la Bolsa y los bonos. Hubo advertencias en twitter y como los legisladores estadounidenses se señalaron también a los sospechosos de siempre: el mercado. «Lo que está pasando en la bolsa es una payasada. Las encuestas optimistas no existen. Me consta de alguna de ellas. Algunas empresas están recomprando sus propias acciones. Lo único que indica esto es temor. Paren», tuiteó Pablo Gerchunoff esa tarde. “Lo que ocurrió hoy viernes puede fabricar un feo lunes con datos electorales razonablemente buenos. Si el domingo se eligiera presidente lo entendería. Pero no se elige nada. Por eso dije que paren”. Otros dos economistas en twitter compartieron la misma visión. “Recompran bancos sus propias acciones para hacer un boosting pre electoral. En Francia, en donde viví 8 años, hacen exactamente la misma mecánica. Formación de expectativas vio”, tuiteó Gerry Della Paolera. “Rally altamente sospechoso de última hora realmente me gustaría saber quién compró y con la plata de quién”, señaló Carlos Rodríguez ex viceministro de Economía. Si hubo algo parecido como lo que cita Ross Sorkin en su libro para el caso argentino como señalaron Gerchunoff, Della Paolera o Rodríguez, nunca se investigó en Argentina.

“Fue un día durísimo”, cuenta Ariel Sbdar, hoy CEO y fundador de Coco Capital. Por aquel entonces este economista estaba en la mesa de dinero del Banco Industrial. “Llegué muy comprado con Argentina y perdí mucho dinero. Una de las cosas que recuerdo de ese día es que fue de mucho volumen porque muchos compraron. Fue un día histórico para muchos papeles”. Macri y Fernández reaccionaron también buscando culpables. Pero curiosamente no apuntaron contra el mercado sino a ellos mismos. La pelea política era tan encarnizada como la de los traders por esas horas. “No estaríamos hablando de lo que pasó en los mercados si por haber ganado el kirchnerismo los mercados hubieran abierto a la suba, yo no manejo los mercados. La alternativa K no tiene credibilidad”, arrancó el Presidente en una conferencia de prensa que dio a primera hora del lunes en el Salón de los Pueblos Originarios en la Casa Rosada. “Los mercados son gente que toma decisiones acerca de si va a confiar o no va a confiar en los argentinos, y hoy dijo ‘en esta propuesta por ahora no confiamos’”.

Fernández, ese mismo lunes a la noche, echó nafta al fuego. “Macri quiere hablar conmigo y deja a Guido Sandleris, que ni siquiera tiene acuerdo del Banco Central y es un presidente usurpador que ha hecho estragos con las divisas de la Argentina”. El presidente del Banco Central contactó de inmediato a los economistas cercanos a Fernández. Les dijo a Axel Kicillof, Matías Kulfas y Emmanuel Alvarez Agis que “tienen que hablar Alberto y Macri. Díganle a Alberto que estoy a disposición, pasale mi contacto, que me llame y facilito el diálogo con Macri”. Fernández conversó con Sandleris más tarde. “Quedate tranquilo”, le dijo al presidente del Banco Central. “Me explicaron que hiciste lo correcto”. El presidente del Banco Central le dijo que sería conveniente que conversara con Macri y se pusieran de acuerdo porque de lo contrario sería más difícil estabilizar el dólar. Fernández justificó su reacción, apelando a que Macri lo había acusado de que con él el país iba a ser cómo Venezuela y transmitía pánico a los mercados. Quienes hablaron con Macri y Fernández por esas horas y días recuerdan a dos personas bloqueadas en escuchar el uno al otro.

“Le hablo de economía a Alberto y no me entiende”, decía Macri a los suyos. “Macri está equivocado”, se daba vuelta Fernández con sus asesores. La descoordinación de ambos líderes amplificó el mal cálculo que había hecho el mercado. El descontrol continuó y hasta se intensificó. Si el índice Merval pre PASO había estado en US$ 970 y el lunes US$ 490, dos semanas más tarde llegó a US$ 360. Dujovne fue reemplazado por Hernán Lacunza quién anunció el reperfilamiento de la deuda en pesos y, días después, el cepo. Argentina enfrentaba vencimientos por US$ 12.441 millones entre las PASO y las elecciones de octubre. No había más dólares. Según las estadísticas del Banco Central, desde algún momento de esos días la inversión extranjera directa no paró de caer. Macri contó en su libro que su gobierno terminó allí. “Desde el punto de vista económico mi gobierno terminó la noche de las PASO, lo que vino después fue la administración de una economía kirchnerista que Lacunza encaró con determinación, valentía y muy buenos resultados dado el desafío”.

¿Cuáles son las lecciones de aquellas horas y jornadas agitadas? Sbdar, Villar y Echagüe dan su parecer. “De un gran aprendizaje», dice Sbdar. «En términos nominales para mi patrimonio fue un master barato. Uno de los grandes errores estuvo dado por invertir en lo que quería que pase y no en lo probable que ocurra. El sentimiento me jugó una mala pasada y hoy puede pasar lo mismo con las PASO dentro de un mes porque mucha gente no ve una oportunidad que hay con estos precios baratos”. “¿Una lección? -dice Villar-, aquel lunes el mercado mostró la reacción a las políticas que posiblemente iban a venir después y que se terminaron confirmando: déficit fiscal, emisión y regulaciones”. “Para mi la lección es que el mercado le erró por completo”, dice humildemente Echagüe. «Los clientes querían vender posiciones y no había precios», recuerda Vilella. «Pero el que vendió incluso 50% abajo del precio, no hizo tan mal».

Dos años después aquello que se ve tan claro quizá no lo era. La caída del Merval de 37% en un día fue la mayor que registró en su Historia. En términos probabilísticos, fue un evento de 17 sigmas notó el 13 de agosto de 2019 Nassim Taleb, el autor del libro El Cisne Negro, algo que no debería haber sucedido jamás asumiendo una distribución normal de chances (que los mercados no siguen). Los Cisnes Negros son eventos que, por definición, no se pueden predecir y una vez que ocurren tienen consecuencias a gran escala. Pero el pánico y los números, no siempre se llevan bien. Producen cracs como contó Charles Kindleberger”.

Salió Rossi, entró Taiana

La salida de Agustín Rossi del gabinete fue bastante traumática y sus efectos en las PASO que se avecinan en la provincia de Santa Fe son por ahora impredecibles. Lo real y concreto es que tanto el presidente como la vicepresidenta sellaron un acuerdo con el gobernador Omar Perotti, lo que implica un espaldarazo muy fuerte a los precandidatos a senadores y diputados nacionales apadrinados por el ex intendente de Rafaela. Lo que más llamó la atención fue el apoyo de Cristina a Perotti, quien jamás comulgó con el kirchnerismo. Durante la guerra contra el campo no dudó en abrazar la causa de las patronales agropecuarias y más acá en el tiempo apoyó las frustradas sesiones en el Senado destinadas a autorizar los allanamientos a los domicilios de Cristina a raíz de la causa de los cuadernos y el pago a los fondos buitre. Por obvias razones electorales Cristina decidió “perdonar” a Perotti y bendijo a sus candidatos, entre quienes sobresale la senadora Sacnun, una disciplinada cristinista. De esta forma el gobierno nacional dejó a la intemperie a Agustín Rossi, uno de los soldados más fieles con que contó el kirchnerismo desde que accedió al gobierno. Sin embargo, tanta lealtad no fue premiada por Cristina, quien evidentemente es más fría que un témpano cuando se trata de garantizar la victoria en las urnas.

Agustín Rossi fue reemplazado por el sociólogo y veterano militante del peronismo revolucionario Jorge Taiana, hijo de quien fuera ministro durante el tercer gobierno peronista. Se trató de una decisión que tomó por sorpresa a muchos y que en los hechos significa un avance del cristinismo en el gabinete de Alberto Fernández. Lo que más llamó la atención apenas conocido el arribo de Taiana al gabinete nacional fue la reacción de los medios de comunicación y de algunos políticos enfrentados con el oficialismo. Apenas conocida la noticia inmediatamente desempolvaron la militancia de Taiana en montoneros y especialmente su supuesta participación en 1975 en un atentado que costó la vida de varias personas. Al poco tiempo el gobierno presidido por María Estela Martínez de Perón lo encarceló y durante siete años estuvo preso en el sur junto a conocidos militantes de esa corriente del peronismo como Dante Gullo y Carlos Kunkel.

El objetivo de los críticos de la designación de Taiana en el Ministerio de Defensa es obvio: provocar malestar en las fuerzas armadas, fundamentalmente en los altos mandos, haciéndoles recordar el pasado montonero de quien es a partir de ahora su nuevo jefe. Es cierto que Taiana militó en el peronismo de izquierda. No está del todo aclarada su participación en el mencionado atentado de 1975. Pero el solo hecho de haber simpatizado con los montoneros es suficiente para considerar su designación al frente de Defensa como una gratuita provocación a los militares. Recuerdo que en su momento lo mismo pasó con Nilda Garré cuando Cristina la puso al frente de ese ministerio. Lo que más llama la atención es que quienes se escandalizan por la designación de un ex montonero al frente de Defensa, nada dijeron cuando el presidente Mauricio Macri nombró en Seguridad a Patricia Bullrich, quien en su juventud fue una activa militante de montoneros. No recuerdo que al producirse su llegada al Ministerio de Seguridad los medios hegemónicos y los políticos que hoy critican a Taiana, hubieran reaccionado de igual manera ante el arribo de Bullrich al gobierno.

Los críticos de Taiana enfatizan el hecho de que formó parte de una banda de asesinos que asoló al país. Perfecto. ¿Por qué entonces no se escandalizaron con la designación de Bullrich, quien también formó parte de esa banda de asesinos? La razón es obvia: porque Bullrich había sido designada por Macri. En consecuencia, se trataba de una montonera recuperada para la causa de la república. Taiana, en cambio, acaba de ser designado por Alberto Fernández con el consentimiento de Cristina. Sigue siendo, entonces un montonero asesino. Lo mismo cabe decir de otro histórico miembro de montoneros, Diego Guelar, que fue designado por Macri embajador en China.

En definitiva, para el anticristinismo mediático y político hay montoneros buenos y montoneros malos. Los primeros son quienes hoy limpiaron su conciencia abrazándose a la causa macrista. Los segundos son quienes continúan abrazados a la causa cristinista. Los primeros merecen la absolución a pesar de los crímenes cometidos. Los segundos, en cambio, merecen la condena eterna a pesar de haber cometido los mismos crímenes. Repugna tanta hipocresía.

La irrupción de Javier Milei

No cabe duda alguna que uno de los hechos políticos más novedosos de los últimos tiempos ha sido la irrupción del economista Javier Milei. Desde hace tiempo aparece en los programas políticos televisivos para explicar su pensamiento económico y despotricar contra la clase política. Milei es un admirador de Friedrich von Hayek y, obviamente, un enemigo declarado del marxismo y del keynesianismo. Cabe reconocer que goza de carisma. Ello quedó demostrado el fin de semana pasado cuando reunió a mucha gente en un acto político. Lo más llamativo es la influencia que ejerce sobre importantes sectores de la juventud, la mayoría pertenecientes a los sectores medios altos y con formación universitaria. El entusiasmo juvenil que provoca Milei me hace acordar a lo que sucedió con posterioridad a la asunción de Raúl Alfonsín. Me refiero a la irrupción en el escenario político de la Ucedé liderada por Alvaro Alzogaray y su hija María Julia. Si bien Alsogaray lejos estaba de entusiasmar a los jóvenes como lo hace Milei, en aquellos intensos años la aparición de la UPAU, brazo estudiantil de la Ucedé, produjo un cataclismo en los claustros universitarios, cuyo punto culminante fueron algunas resonantes victorias de la UPAU sobre la Franja Morada en las elecciones estudiantiles de algunas de las facultades más importantes de la UBA.

El auge del liberalismo alcanzó su esplendor en el acto de cierre de campaña de la UCEDE en el estadio de River en 1985. 60 mil personas coparon el Monumental. El entusiasmo era desbordante. Estaban dadas todas las condiciones para el surgimiento de un partido liberal capaz de competir con el radicalismo y el peronismo. Alvaro Alsogaray y María Julia se encargaron de pulverizar esa ilusión al aliarse con Carlos Menem en 1989. Estos hechos pertenecen al pasado. No pueden, obviamente, modificarse. Hoy, ese vacío dejado por la familia Alsogaray es ocupado por Milei. Parece que la historia vuelve a repetirse. La pregunta es la siguiente: ¿podrá Milei crear un partido liberal con vocación de poder? No creo que lo logre, si realmente ésa es su intención. Veamos.

En su momento Alvaro y María Julia Alsogaray utilizaron a los jóvenes liberales para satisfacer sus mezquinos intereses políticos. Fueron, qué duda cabe, funcionales al menemismo. Porque los votos a los Alsogaray hubieran ido al radicalismo de no haber existido la Ucedé. Hoy, Javier Milei es funcional al FdT porque los votos que cosechará en las PASO y en noviembre hubieran ido a JpC de no haberse presentado. A tal punto es funcional al oficialismo que en las últimas horas el presidente de la nación lo atacó en un acto público. Lo que pretende el oficialismo es obvio: alimentar la candidatura de Milei para debilitar todo lo que se pueda las chances electorales de JpC.

Pero la irrupción de Milei plantea, me parece, una cuestión más de fondo. Milei se presenta como un liberal o, si se prefiere, un ultraliberal. Nadie duda que enarbola las banderas del liberalismo económico. Sin embargo, cabe preguntarnos lo siguiente: ¿Milei, es liberal? Porque el liberalismo no se reduce a lo económico. El liberalismo es mucho más que la doctrina del estado mínimo, de la economía de mercado. El liberalismo es, fundamentalmente, una filosofía de vida basada en valores medulares como la tolerancia, la libertad, la paz y la solidaridad. Milei ha demostrado ser un fanático, un intolerante, un autoritario. Pues bien, el liberalismo como filosofía de vida aborrece el fanatismo, la intolerancia y el autoritarismo. Una vez le escuché decir a Milei que Keynes era un burro en materia económica. Justo Keynes, uno de los economistas más relevantes del siglo XX. Un dirigente que se precie de ser liberal jamás hubiera dicho semejante atrocidad. Hubiera manifestado su desacuerdo con el enfoque económico de Keynes pero reconociendo su capacidad intelectual.

Milei no tiene nada de liberal. Es un típico conservador altanero, petulante, vanidoso, que se cree dueño de la verdad revelada. Cada vez que abre la boca pontifica como si fuera un sacerdote. Y cuando alguien lo contradice lo agrede sin piedad. Un liberal jamás agrede a quien piensa de manera diferente. Simplemente replica su argumentación esgrimiendo la argumentación liberal. El liberal siempre se maneja en el plano de las ideas, jamás cae en provocaciones estériles. El mejor ejemplo lo dio Popper, quien en su libro “La sociedad abierta y sus enemigos” criticó con sobriedad y buena educación la filosofía de Carlos Marx. Jamás un insulto, una burla, una grosería. Popper dio una lección de liberalismo que Milei, evidentemente, no aprendió. Y dudo que lo haga porque, reitero, no es liberal.

Cuando la democracia le abre las compuertas a la dictadura

Infobae publicó recientemente un artículo de Alberto Benegas Lynch (h) titulado “Debate urgente: el sentido de la democracia y el poder”, en el que toca un tema de vital importancia para la vigencia de las libertades individuales: el peligro que significa reducir la democracia a un acto eleccionario.

Benegas Lynch (h) comienza su reflexión haciendo mención a la elección acaecida hace unos días en Perú que consagró como presidente a un dirigente comunista. El ejemplo incaico puso de manifiesto una vez más a lo que se expone una sociedad cuando compiten por el poder fuerzas políticas enemigas de la libertad. El caso más atroz tuvo lugar en 1933 en Alemania cuando el tirano Adolph Hitler llegó al poder por el voto de la gente. Urge, pues, reiterar conceptos fundamentales de ciencia política para tener siempre presente que la democracia no significa pura y exclusivamente un mecanismo de elección de los gobernantes.

Nadie duda que un presidente es democrático si fue elegido por el pueblo. La soberanía popular constituye un principio medular de la democracia. Sin embargo, para que impere la democracia no basta con que el pueblo se exprese en comicios libres y transparentes. Es fundamental que el gobernante elegido democráticamente ejerza el poder de manera democrática. Es lo que en ciencia política se denomina legitimidad de ejercicio, olvidada de manera intencional por quienes reducen la democracia a la legitimidad de origen del gobernante.

Aquí entra en juego un actor fundamental: la constitución. En general en las democracias desarrolladas está vigente un texto que consagra los derechos y garantías individuales, y las funciones y límites de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. La constitución está por encima de la voluntad del gobernante elegido por el pueblo y no al revés. Este asunto es de capital importancia. El constitucionalismo clásico ha consagrado el principio de la supremacía constitucional que ordena a quien detenta el poder sujetar su comportamiento a sus valores y principios. Ello significa que, por más que un gobernante haya sido elegido por la mayoría absoluta del electorado, una vez en el gobierno no puede hacer lo que se le da la gana. Cuando ello acontece abandona la democracia para abrazar la dictadura. Surge aquel fenómeno tan bien descripto por Tocqueville denominado “tiranía de la mayoría”. Es una dictadura muy peligrosa ya que conculca derechos y libertades en nombre del pueblo.

En nuestro país hemos tenido ejemplos notables de gobernantes que acapararon la suma del poder público luego de haber sido plebiscitados en las urnas. El caso más elocuente fue el de Perón entre 1946 y 1955. Perón ganó holgadamente en 1946 y 1951. Su legitimidad de origen es incuestionable. Sin embargo, ejerció el poder violando sistemáticamente el contenido dogmático de la constitución de 1853. Perón impuso una Corte Suprema adicta, el Congreso quedó en poder del partido hegemónico, la prensa independiente fue clausurada y los políticos opositores sufrieron persecución y cárcel. El gobierno de Perón de aquel entonces fue una dictadura popular.

El problema es que para los peronistas Perón fue el presidente más democrático de la historia argentina porque siempre arrasó en las urnas. Para ellos la voluntad de Perón estaba por encima de la constitución de 1853. Es más, para ellos era sinónimo de la nación Argentina. En consecuencia, quien se oponía a Perón pasaba automáticamente a oponerse al país. Es la clásica doctrina de la democracia de masas que enarbola el principio caudillista por oposición al principio de la supremacía constitucional enarbolado por el constitucionalismo clásico.

Este antagonismo continúa vigente en pleno siglo XXI. Los peronistas-no sólo ellos, cabe aclarar-siguen creyendo en la voluntad del líder como única fuente de legitimidad política. Basta con leer y escuchar a los ultrakirchneristas cuando alaban hasta el paroxismo a Cristina. Esta concepción de la democracia es extremadamente peligrosa porque en nombre de la voluntad popular se pueden cometer los peores crímenes. Ahí está Auschwitz como ejemplo aterrador.

Hayek y la planificación económica centralizada

En el segundo capítulo de “Camino de servidumbre”, Hayek analiza la planificación económica centralizada, “enemigo mortal” de las libertades y garantías individuales. Según el autor, es fundamental resolver previamente una cuestión que atañe al concepto mismo de socialismo.

El vocablo “socialismo” puede aludir a aquellos ideales de justicia social, mayor igualdad y seguridad, considerados como los fines últimos de la filosofía socialista. Pero también puede hacer referencia al método que los socialistas consideran idóneo para alcanzar tales fines. En este sentido, por “socialismo” se entiende el régimen social y económico que busca abolir la empresa privada y la propiedad privada de los medios de producción, para imponer un régimen de economía planificada liderado por un organismo central de planificación. Hayek observa con mucha preocupación la existencia de muchas personas honestas que se consideran socialistas porque están a favor de la justicia social, una mayor igualdad y seguridad, pero que no tienen la más remota idea acerca de cuáles son los medios adecuados para el logro de tales fines. En lo único en que están convencidos es en la necesidad de que la justicia social, una mayor igualdad y seguridad, tienen que alcanzarse de cualquier manera, careciendo de importancia el precio a pagar. Ahora bien, para la mayoría de quienes consideran al socialismo un ideal político, social y económico, y, además, una práctica política, la cuestión de los métodos es tan relevante como la cuestión de los fines. Hay quienes apoyan con fervor al socialismo como ideal, incluso con mayor vehemencia que los propios socialistas, pero que rechazan de plano los métodos enarbolados por los socialistas. A raíz de ello la discusión sobre la ideología socialista se ha reducido a una discusión sobre los medios y no sobre las metas.

Luego de esta introducción, Hayek se adentra en el asunto central de esta parte del libro: la planificación económica centralizada. Si se pretende estudiar sus consecuencias sobre las personas, conviene previamente darle a la expresión un sentido preciso. Todo el mundo tiene interés en captar el sentido de la planificación porque es propio de la condición humana el deseo de no dejar nada librado al azar, de planificar todos los aspectos de la vida. La planificación es popular porque nadie quiere estar sometido a la incertidumbre. Todos estamos a favor de la planificación. Siempre planificamos. La política es inviable sin la planificación. Cada decisión política implica planificación. En consecuencia, lo que hay es una buena planificación o una mala planificación, o lo que es lo mismo, una buena política o una mala política. Esta afirmación es por demás relevante ya que demuestra que un emblema del neoliberalismo como Hayek lejos estaba de aborrecer a la planificación como tal.

El economista, cuya misión consiste en analizar cómo proyectan los hombres sus asuntos y cómo podrían hacerlo, no puede hacer caso omiso de la planificación en general. Ahora bien, los entusiastas defensores de la sociedad planificada lejos están de emplear el término “planificación” en este sentido. Según su criterio, para garantizar las metas fundamentales del socialismo no queda más remedio que imponer una dirección centralizada de toda la actividad económica, en función de un único plan encargado de determinar la manera en que deben utilizarse los recursos disponibles de la sociedad para garantizar la consecución de fines particulares. Lo que los defensores a ultranza de la planificación enarbolan es la bandera de la sociedad controlada y conducida desde arriba por una única autoridad central. Dice Hayek: “La disputa entre los planificadores modernos y sus oponentes no es, por consiguiente, una disputa sobre si debemos actuar con previsión y raciocinio al planear nuestros negocios comunes. Es una disputa acerca de cuál sea la mejor manera de hacerlo. La cuestión está en si es mejor para este propósito que el portador del poder coercitivo se limite en general a crear las condiciones bajo las cuales el conocimiento y la iniciativa de los individuos encuentren el mejor campo para que ellos puedan componer de la manera más afortunada sus planes, o si una utilización racional de nuestros recursos requiere la organización y dirección centralizada de todas nuestras actividades, de acuerdo con algún modelo construido expresamente” (Camino de servidumbre, Alianza Editorial, Madrid, 2000, págs. 65/66). La cuestión estriba en determinar si las libertades individuales quedan mejor a resguardo cuando el poder respeta el ámbito de intimidad de las personas o, por el contrario, cuando impone un plan de gobierno o, si se prefiere, un modelo de país al que todos deben sujetarse.

Hayek hace una distinción fundamental entre la oposición a una planificación centralizada que no respeta el ámbito de intimidad de las personas y la defensa dogmática del “laissez faire”. El liberalismo defiende el empleo racional de las fuerzas que compiten en el mercado como herramienta para coordinar los esfuerzos humanos, pero no implica un argumento en defensa del mantenimiento del statu quo. El liberalismo sostiene que cada vez que se crean las condiciones para que exista una real y eficaz competencia, emerge un ambiente propicio para la eficaz conducción de los esfuerzos humanos. Afirma sin titubeos que para garantizar un eficaz sistema de competencia, es fundamental la presencia de una estructura legal bien articulada que regule la conducta de las personas. Para Hayek, si no está vigente el imperio de la ley no hay posibilidad alguna de establecer un eficaz régimen de competencia. Reconocer que la estructura legal es imprescindible para que exista el genuino liberalismo económico no significa proclamar la inmutabilidad de las leyes. Las leyes adolecen frecuentemente de graves defectos y es obligación de los hombres el perfeccionarlos.

El liberalismo tampoco niega que en aquellos lugares donde resulta imposible poner en práctica el régimen de competencia, no queda más remedio que acudir a otros métodos para orientar la actividad económica. Lo que hace el liberalismo es oponerse a que el régimen de competencia sea sustituido por otros métodos (inferiores a aquél) para coordinar los esfuerzos de las personas. Y afirma sin rodeos que el régimen que el régimen de competencia es “el único método que permite a nuestras actividades ajustarse a las de cada uno de los demás sin intervención coercitiva o arbitraria de la autoridad” (pág. 67). Cuando está vigente el principio de la competencia, quedan excluidos algunos tipos de interferencia en la economía que dañan severamente la libertad económica. Pero ello no significa que otros tipos de interferencia coercitiva en la vida económica no sean compatibles con la competencia como principio de organización social. En efecto, hay ciertos tipos de interferencia coercitiva en la economía que ayudan al funcionamiento de la competencia. Hayek sostiene enfáticamente que las interferencias coercitivas dañinas deben ser erradicadas. Los intervinientes en el mercado deben gozar de la más amplia libertad para vender y comprar a cualquier precio, y deben poder producir, vender y comprar cualquier objeto que circule por el mercado. Y es esencial que la ley garantice la igualdad de oportunidades, permita a todos participar libremente en el mercado. Cualquier injerencia en los precios o en las cantidades de cualquier mercancía daña severamente al régimen de competencia. Sin embargo, hay algunas restricciones que son necesarias. Dice Hayek: “Esto no es necesariamente cierto, sin embargo, de las medidas simplemente restrictivas de los métodos de producción admitidos, en tanto que estas restricciones afecten igualmente a todos los productores esenciales y no se utilicen como una forma indirecta de intervenir los precios y las cantidades. Aunque todas estas intervenciones sobre los métodos o la producción imponen sobrecostes, es decir, obligan a emplear más recursos para obtener una determinada producción, pueden merecer la pena” (pág. 68).

Para que el sistema de la competencia funcione adecuadamente, es primordial una adecuada organización de instituciones tales como el dinero, los mercados y los canales de información. Pero también es relevante la existencia de un sistema de normas apto para preservar la competencia entre los actores económicos y permitir a la competencia funcionar de la mejor manera posible. Para Hayek, en suma, el sistema de competencia no es sinónimo de ausencia del Estado. Por el contrario, la actividad estatal es indispensable para garantizar la existencia de dicho sistema.” Crear las condiciones en que la competencia actuará con toda la eficacia posible, complementarla allí donde no pueda ser eficaz (…) son tareas que ofrecen un amplio e indiscutible ámbito para la actividad del Estado. En ningún sistema que pueda ser defendido racionalmente el Estado carecerá de todo quehacer. Un eficaz sistema de competencia necesita, tanto como cualquier otro, una estructura legal inteligentemente trazada y ajustada continuamente. Sólo el requisito más esencial para su buen funcionamiento, la prevención del fraude y el abuso (incluida en éste la explotación de la ignorancia), proporciona un gran objetivo-nunca, sin embargo, plenamente realizado-para la actividad legisladora” (pág. 70).

(*) Artículo publicado en el portal rosarino Ser y Sociedad el 10/9/012

Néstor y Cristina lo hicieron posible

La resolución 125 marcó un punto de inflexión en el último tramo de nuestra historia contemporánea. La decisión del gobierno nacional de incrementar las retenciones a la soja y al girasol, desencadenó una brutal protesta del poder agropecuario. Durante cuatro meses, las calles del país fueron ocupadas por tractores y chacareros, quienes manifestaban su indignación por lo que consideraban era un inadmisible acto de rapiña del kirchnerismo. Les resultaba intolerable que una presidente se hubiera atrevido a meter sus manos en un ámbito que no le compete. La violenta reacción del campo se tradujo en manifestaciones multitudinarias, en constantes ofensas a la investidura presidencial y a Cristina como mujer, en cacerolazos; en la recreación de antiguas épocas cuando la civilidad pedía a gritos la intervención militar. El espíritu destituyente de las patronales agropecuarias fue presentado por La Nación como una sublime manifestación de espíritu patriótico, como la excelsa demostración de amor por la nación Argentina, como la exteriorización de la virtud republicana consagrada por Montesquieu en “El espíritu de las leyes”. La civilización soñada por Sarmiento se había manifestado a pleno para detener el avance del aluvión zoológico, de los morochos del conurbano bonaerense, movilizados como ganado. Cuando Julio Cobos emitió su voto no positivo, los “patriotas” del campo lo catapultaron al estrellato político. Había surgido una nueva esperanza blanca destinada a ocupar el vacío dejado por Carlos Reutemann.

A partir de entonces, la derecha vernácula no le perdonó nada a Cristina, tal era su obsesión por verla afuera del gobierno. El odio que se había manifestado durante la rebelión campestre, continuó incrementándose de manera increíble. Elisa Carrió llegó a manifestar en un programa de televisión que la gente la paraba por la calle rogándole que se diera una “solución final” al kirchnerismo. La feroz antinomia peronismo-antiperonismo amenazaba con renacer. El matrimonio presidencial fue presentado por la prensa conservadora como dos delincuentes que tenían que ser enjuiciados y encarcelados cuanto antes, y sus seguidores fueron catalogados como piaras. El irracional antikirchnerismo alcanzó su máximo esplendor cuando el pueblo se anotició de la muerte de Néstor Kirchner el 27 de octubre de 2010. Cuando caía la noche de esa dramática jornada, varios nos reunimos en el Monumento a la Bandera (Rosario) para expresar nuestra congoja e inmensa preocupación, y en un momento dado algunos autos que circulaban por la Avenida Belgrano comenzaron a hacer sonar sus bocinas en señal de algarabía. Luego me enteré que hubo festejos en varias mansiones de Buenos Aires. El feroz e inclemente “viva el cáncer” había sido reflotado por el orden conservador, en una actitud que atentaba contra la convivencia en democracia.

A mi entender, el kirchnerismo logró algo formidable: obligó al orden conservador a mostrar su verdadero rostro. Aterrado por un gobierno que se atrevió a ejercer el poder como nunca antes lo había hecho un gobierno surgido por el voto popular, el antiguo régimen puso al descubierto su profundo y visceral rechazo por aquellos gobernantes que ejercen el poder en beneficio de las mayorías. El estilo de confrontación permanente, comenzado por Kirchner y continuado por Cristina, hizo que el orden conservador perdiera la compostura, los buenos modales, la pulcritud. Incapaz de controlar al matrimonio presidencial, no se puso colorado de vergüenza cuando apañó todos y cada uno de los intentos destituyentes. Catapultó al estrellato a un ignoto radical mendocino quien, protegido por todo el arco político antikirchnerista y el monopolio mediático, votó en contra de su compañera de fórmula en aquella dramática madrugada. También lo hizo con Alfredo De Angelis, un productor agropecuario incapaz de pronunciar dos frases seguidas pero enceguecido por el odio al kirchnerismo. No trepidó en cubrir de mimos a todo aquél que, habiendo estado en el sector kirchnerista, había decidido saltar el charco luego del durísimo golpe que recibió el oficialismo con el voto no positivo. Su histórico desprecio por la democracia de masas quedó esta vez al descubierto, plenamente en evidencia, gracias a la firme decisión del matrimonio Kirchner de gobernar en beneficio del pueblo y no en función de los intereses del poder económico concentrado.

Perplejo por el accionar de un gobierno irreverente y popular, el orden conservador comenzó a desplegar a partir del conflicto con el “campo” su inmenso arsenal dialéctico en contra del kirchnerismo. Clarín y La Nación encabezaron el ataque as través de sus editoriales y los escritos de sus principales columnistas políticos. El objetivo siempre fue uno solo: barrer definitivamente con “eso” que está ocupando ilegítimamente la Casa Rosada. Porque para la derecha el kirchnerismo es una patología política, un tumor maligno que debe ser extirpado lo antes posible para evitar que se extienda por todo el cuerpo social. No importa si Cristina toma la decisión más acertada del mundo. Para el orden conservador siempre será una calamidad. ¿Se trata de una oposición irracional o, por el contrario, del desprecio por una fuerza política a la que considera una malformación genética? La historia nos enseña que el orden conservador se considera el legítimo dueño del país. El gobernante de turno es tan sólo un empelado suyo. La derecha considera “natural” que el poder político esté a su servicio. Siempre se sintió cómoda cuando reinaba la democracia restringida, cuando las masas estaban al margen de la política. Por la enorme presión de las nuevas y pujantes clases medias, se vio obligada a hacer una importante concesión: permitirles participar en política. La histórica Ley Sáenz Peña no fue más que el fruto de esa concesión. Pero en 1916 se produjo la gran sorpresa: ganó Hipólito Yrigoyen. El orden conservador lo soportó seis años (1916-1922), pero jamás iba a tolerar una segunda presidencia suya. ¿Por qué? Porque no pertenecía al círculo áulico, no era del propio palo. Félix Luna lo analiza muy bien en su libro “Conflictos y armonías”. Atentaba contra la “naturaleza de las cosas” que el “Peludo” estuviera en el gobierno.

El golpe de 1930 fue la lógica consecuencia de ese modo de pensar. Todo volvió a la “normalidad” con el general Justo en el poder. Y todo se desbarrancó el 17 de octubre de 1945. El peronismo se transformó en una maldición. Si la figura de Yrigoyen provocó rechazo, la de Perón provocó repulsión. Para el orden conservador el peronismo siempre fue la peor enfermedad que aquejó al pueblo a partir del 25 de mayo de 1810. Intentó vanamente curarlo entre 1955 y 1973. Lo aguantó como pudo durante tres años (1973-1976). Fue demasiado. En marzo de 1976 asumió el dictador Videla para curar definitivamente a una sociedad desquiciada por el populismo y la demagogia. Su fracaso fue dramáticamente estruendoso. Tragó saliva y soportó a Raúl Alfonsín, a quien maltrató en Palermo en 1988. Con el arribo del metafísico de Anillaco, creyó que el retorno a las viejas y doradas épocas era definitivo. Pese a considerarlo un payaso, aplicó la política económica que debía aplicar. Entonces, lo mimó hasta el hartazgo. En 2001 se produjo la hecatombe y Eduardo Duhalde, otro empelado del orden conservador, buscó desesperadamente al candidato que mejor encajaba con el “orden natural de las cosas”: Carlos Alberto Reutemann. Pero el Lole no quiso saber nada con ser presidente. Ese espacio fue ocupado por Néstor Kirchner, quien asumió el 25 de mayo de 2003 con apenas el 22% de los votos. Claudio Escribano, en un artículo publicado en La Nación, le recordó en aquel entonces que debía gobernar para el orden conservador porque era “natural” que lo hiciera. El patagónico se negó a aceptar la “imposición divina” y gobernó para el pueblo. Cuatro años más tarde, Cristina siguió el camino trazado por su esposo.

Dominado por la ira, el orden conservador se vio obligado a poner el descubierto su verdadero rostro como nunca antes había sucedido desde que se adueñó del país en 1880. Néstor y Cristina lo hicieron posible.

(*) Artículo publicado en el portal Redacción Popular el 20/5/012

Acerca de la banalización de la política

Acaba de aparecer publicado en “Redacción Popular” un artículo firmado por Hugo Presman titulado “La banalización de la política”. Apoyándose en la conocida frase de Hannah Arendt “La banalización del mal”, Presman escribe con pasión sobre el miserable rol que hoy juegan los principales columnistas políticos del monopolio mediático opositor. Como no toleran la presencia de gobernantes que aplican políticas contrarias a los intereses de los grupos dominantes, atacan con munición gruesa cada medida que adoptan. “Si se recuperan los fondos previsionales de la rapiña de las AFJP”, expresa Presman, “eso se traducirá como un manotazo a los fondos de los jubilados. Si se aprueba una ley de medios audiovisuales para acotar monopolios y ampliar las voces, eso no es más que un atentado a la libre expresión y un camino indefectible a la censura. Si se considera de interés público el papel para diario cuya fabricación está en manos de una empresa hegemónica propiedad mayoritaria de los dos diarios dominantes, eso es ir contra el libre mercado (…)”. La prensa dominante encubre la defensa de sus intereses con la defensa del preámbulo de la constitución Nacional. En 2008, durante el lockout de las patronales agropecuarias, en cada manifestación “campestre” flameaban cientos de banderas patrias y tronaba el grito de “¡viva la Patria!”, en una clara y contundente demostración de una concepción ideológica según la cual “el campo” es, lisa y llanamente, “la Argentina”. Toda fuerza política que tome decisiones que socaven el poder del “campo”, se transforma automáticamente en un enemigo del país. Esa prédica no hace más que enarbolar un draconiano maniqueísmo político en virtud del cual el país queda dividido en réprobos y elegidos, en republicanos y demagogos, en demócratas y autoritarios, según se esté con el “campo” o en su contra.

La prensa dominante se valió del fuerte temperamento del matrimonio presidencial para tildarlos de “intolerantes”, “violentos”, “dogmáticos”; de enemigos de la democracia, en suma. El término “crispación” se puso de moda y fue empelado de continuo para esmerilar la autoridad presidencial. La vehemencia de Néstor y Cristina fue presentada como una demostración de “irracionalidad” y “obsesión patológica por el poder”. Pero, como muy bien señala Presman, fue gracias al fuerte temperamento de Moreno, Belgrano y San Martín, que la Argentina se independizó de España en 1810. ¿Qué hubieran dicho Morales Solá, Grondona y compañía de haber sido contemporáneos de estos próceres? Seguramente, afirma Presman con vehemencia, hubieran acusado a Mariano Moreno, que en 1809 había escrito “La representación de los Hacendados” y un año más tarde propuso la ejecución del “Plan Secreto de Operaciones”, de practicar un miserable doble discurso, ya que del liberalismo de 1809 pasó sin inconveniente alguno a practicar “un engendro jacobino de capitalismo de Estado” que hubiera sumido a la naciente Argentina en un feroz aislamiento internacional.

La tan denostada “crispación” estuvo presente a lo largo de nuestra historia. En mayo de 1810 los temperamentos de moreno y Monteagudo se asemejaron a esos oleajes bravíos que arrasan con todo lo que encuentran en su camino. Una decisión como la adoptada por el Cabildo el 25 de mayo de aquel año hubiera sido imposible si sus protagonistas hubiesen actuado con “mesura”, “recato” y “buen educación”. ¿Hubiese sido posible la gesta de Mayo si en lugar de Moreno y Monteagudo hubiesen estado Fernando de la Rúa y Julio Cleto Cobos? Trasladémonos ahora a julio de 1816. En Tucumán un poco más de treinta diputados de las Provincias Unidas del Río de la Plata declararon solemnemente la independencia cuando el suelo patrio estaba desgarrado por las luchas fratricidas y desde el exterior asomaba amenazante el escarmiento de Fernando VII. Gracias a la crispación de esos diputados aquel 9 de julio pasó a la historia. ¿Hubiese sido posible esa gesta si en el Congreso de Tucumán hubiesen estado Carlos Reutemann y Luis juez, por ejemplo? ¿Se hubiera producido la denuncia del comercio de las carnes si Lisandro de la Torre no hubiera estado en aquel decadente Senado, fiel reflejo de la década infame? Fue gracias a la gigantesca personalidad del ilustra rosarino que el humillante pacto Roca-Runcimann fue conocido por el pueblo. Estos ejemplos ponen en evidencia que los grandes acontecimientos de nuestra historia fueron posibles porque hubo caracteres crispados que tuvieron el coraje de protagonizarlos. Gracias a que tales personalidades no banalizaron la política, la Argentina progresó material y espiritualmente. Gracias a que tales dirigentes dignificaron la política, nuestro país se liberó de las cadenas del colonialismo español y de los colmillos del imperio inglés.

Quienes banalizan la política y la historia no conciben la rebeldía, la afirmación de nuevos ideales, la perturbación de las “mentiras vitales”. Quienes banalizan la política y la historia seguramente no leyeron a José Ingenieros, quien en su memorable libro “Las fuerzas morales”, escribió lo siguiente: “Rebelarse es afirmar un nuevo ideal. Tres yugos impone el espíritu quietista a la juventud: rutina en las ideas, hipocresía en la moral, domesticidad en la acción. Todo esfuerzo por liberarse de esas coyundas es una expresión del espíritu de rebeldía (…) todos los que renuevan y crean son subversivos: contra los privilegios políticos, contra las injusticias económicas, contra las supersticiones dogmáticas. Sin ellos sería inconcebible la evolución de las ideas y de las costumbres, no existiría posibilidad de progreso. Los espíritus rebeldes, siempre acusados de herejía, pueden consolarse que también Cristo fue hereje contra la rutina, contra la ley y contra el dogma de su pueblo, como lo fuera antes Sócrates, como después lo fue Bruno (…) El espíritu de rebeldía es la antítesis del dogma de obediencia, que induce a considerar recomendable la sujeción de una voluntad humana a otras humanas voluntades. En ese inverosímil renunciamiento de la personalidad, la obediencia no es a un ser sobrenatural, sino a otro hombre, al Superior (…) Este dogma lleva implícito un renunciamiento a la responsabilidad moral; el hombre se convierte en cosa irresponsable, instrumento pasivo de quien le maneja, sin opinión, sin criterio, sin iniciativa (…) el arte y las letras, la ciencia y la filosofía, la moral y la política, deben todos sus progresos al espíritu de rebeldía. Los domesticados gastan su vida en recorrer las sendas trilladas del pensamiento y de la acción, venerando ídolos y apuntalando ruinas; los rebeldes hacen obra fecunda y creadora, encendiendo sin cesar luces nuevas en los senderos que más tarde recorre la humanidad”.

Al banalizar la política, el orden conservador la reduce a una actividad meramente lucrativa, incapaz de las grandes proezas, de las hazañas sublimes. Al banalizar la política, la derecha la aleja del pueblo, especialmente de los jóvenes, siempre proclives a perseguir ideales. El orden conservador afianza su dominación cuando la mayoría del pueblo cree firmemente que la política es una actividad banal, que sus protagonistas sólo actúan motivados por la satisfacción de espurios intereses. De esa forma, se expande como reguero de pólvora el desinterés por la política, la apatía, el desgano. Y cuando un pueblo deja de interesarse por la política, el poder económico concentrado impone sus códigos. Nada le provoca más alegría a los “mercados” que un pueblo apolítico, descreído, enojado con los políticos. Los dueños del capital festejan con champagne cada vez que la “gente” afirma delante de un micrófono o de una cámara de televisión que el idealismo y la política son como el agua y el aceite, que detrás de cada decisión del gobernante se esconde una ambición desmesurada, un acto de corrupción. Porque cuando son muchos los que se dejan convencer por los banalizadotes de la política, la legitimidad democrática comienza a languidecer.

(*) Artículo publicado en el portal Redacción Popular el 22/5/012.

Cristina ¿es gorila?

Hace unos días el polémico dirigente sindical Luis Barrionuevo sostuvo que la presidenta de la nación era “gorila”, es decir, antiperonista. De Cristina se dijeron muchas cosas pero nunca que esta situada políticamente en la misma vereda que, por ejemplo, el almirante Isaac Francisco Rojas y el general Pedro Eugenio Aramburu, líderes de la Revolución Libertadora que derrocó a Juan Domingo Perón el 16 de septiembre de 1955. Históricamente, “gorilismo” fue sinónimo de “antiperonismo”., el antiperonismo fue la jacobina reacción de aquellos sectores del pueblo que no soportaban a la diarquía gobernante-Perón y Evita-. El antiperonismo se expandió fundamentalmente en los sectores más altos de la estratificación social, en sectores de las fuerzas armadas, en la prensa tradicionalmente conservadora y en la universidad. Concebía a Perón como una desgracia divina, una patología que había que extirpar del cuerpo social argentino, una monstruosidad que amenazaba los derechos y garantías individuales. El antiperonismo alcanzó su máxima virulencia en 1955 a raíz del ataque de Perón a la Iglesia. La tradicional celebración de “Corpus Christi” en junio de ese año se transformó en una impresionante demostración de fuerza del antiperonismo. En esos días comandos navales cometieron la atrocidad de bombardear civiles inocentes en la Plaza de Mayo, lo que provocó la reacción incontrolable de Perón. El país se dividió irremediablemente. Las sedes del Jockey Club y del socialismo (entre otras) sufrieron agresiones, y la propia Catedral fue víctima de ataques arteros. En agosto Perón pronunció uno de los discursos más violentos de la historia y el golpe fue inevitable. Se produjo el 16 de septiembre y al poco tiempo asumió el general Lonardi, ante una enfervorizada multitud que copó la Plaza de Mayo. Fue entonces cuando comenzó a popularizarse el término “gorila” para referirse a los antiperonistas.

Aramburu y Rojas fueron el símbolo del gorilismo. Incapaces de comprender el fenómeno peronista, llegaron a la conclusión de que únicamente prohibiendo todo lo que “oliera” a peronismo el país podría salir del atolladero. Frondizi fue presidente simplemente porque el peronismo estaba proscripto. Pero como fue bastante tibio con el propio Perón y sus seguidores, no logró conseguir el apoyo de unas fuerzas armadas copadas por el gorilismo. Por ese motivo fue derrocado en marzo de 1962. A partir de entonces y hasta 1973, el gorilismo detentó el poder en la Argentina. Cuando Lanusse se hizo cargo del poder en 1971, llegó a la conclusión de que el gorilismo no hacía más que estrellarse contra la pared. En marzo de 1973 las elecciones presidenciales consagraron a Cámpora como nuevo presidente constitucional. Al poco tiempo Perón lo reemplazó y, luego de haber sido abrumadoramente elegido en septiembre de aquel año, se rodeó de la derecha peronista para gobernar. En los actos que encabezó en la Plaza de Mayo a partir de entonces, la juventud peronista lo acusaba de estar rodeado de “gorilas”, en alusión, entre otros, a Isabel y al temible José López Rega. Vale decir que en ese momento la juventud peronista le agregó otro sentido al término “gorilismo”. Ya no aludía exclusivamente a los antiperonistas viscerales sino también a aquellos peronistas que con comulgaban con la ideología de la izquierda peronista. El 1 de julio de 1974 se produjo el fallecimiento de Perón. Desapreció el enemigo del antiperonismo tradicional. A mi entender, al morir Perón, murió el antiperonismo clásico. Al no existir más la figura más odiada, carecía de sentido seguir manifestando ese sentimiento tan nocivo que en la década del cincuenta llevó a alguien a escribir en algunas paredes de buenos aires “viva el cáncer”. Mientras tanto, los otros “gorilas”, los peronistas de derecha, se trenzaron en una lucha a muerte con la izquierda peronista.

Con el tiempo, el término “gorila” entró en el olvido hasta que en 1983, con el retorno a la democracia, fue reflotado por los peronistas para referirse a Raúl Alfonsín, candidato presidencial del radicalismo. Las elecciones presidenciales de aquel año estuvieron marcadas por un fuerte antagonismo peronismo-antiperonismo, que hizo recordar a muchos argentinos lo acontecido en el país en la primera época de Perón. Durante la traumática presidencia de Alfonsín el término “gorila” fue paulatinamente cayendo nuevamente en el olvido y, a partir de la primera presidencia de Menem, pasó a formar parte del contenido del baúl de la historia. Hasta que reapareció durante el kirchnerismo, especialmente a partir de la asunción presidencial de Cristina en diciembre de 2007. La embestida del poder agropecuario contra su gobierno hizo reflotar en ciertos sectores adictos a la presidencia el término “gorila”, que fue utilizado para caracterizar a los furiosos antikirchneristas del campo y de las grandes ciudades. Ser “grila2 en 2012 pasó a significar lo mismo que en los cincuenta del siglo pasado: ser antiperonista, con la única diferencia de que en los lejanos cincuenta estaba Perón y ahora está Cristina.

Con Luis Barrionuevo el término “gorila” adquirió un nuevo sentido. Para el líder de los gastronómicos una presidenta de izquierda como la presidenta es “gorila” porque critica a los dirigentes gremiales tradicionales, enrolados en la derecha peronista. En consecuencia, para Barrionuevo son “gorilas”, entre otros, Agustín Rossi, Carlos Kunkel, Horacio Verbitsky y el fallecido Néstor Kirchner. Según la doctrina “barrionuevista” del peronismo, los montoneros fueron “gorilas”, al igual que los tradicionales “gorilas” antiperonistas. Vale decir que es factible distinguir tres tipos de “gorilismo”: a) el gorilismo tradicional, el que surgió por afuera del peronismo en los momentos previos a la Revolución Libertadora; b) el gorilismo de la derecha peronista en los setenta, según acusaba la izquierda peronista; y c) el gorilismo del cristinismo (peronismo de izquierda), según acusa Luis Barrionuevo. En los setenta, el peronismo de izquierdas acusó al peronismo de derecha de ser “gorila”, es decir, antiperonista. En el 2012, Barrionuevo acaba de acusar a Cristina de ser “gorila”, es decir, antiperonista. El peronismo de izquierda utilizó el término “gorila” para acusar al peronismo de derecha de haber traicionado a Perón. Luis Barrionuevo acaba d emplear la palabra “gorila” para acusar a Cristina de haber traicionado a Perón.

¿Quién es, en definitiva, auténticamente “gorila”? A mi entender, únicamente fueron auténticos “gorilas” los furiosos antiperonistas mientras Perón estuvo con vida, aquellos que nada tuvieron que ver con el peronismo y procuraron por todos los medios hacerlo desaparecer de la faz de la tierra. Perón se llevó el antiperonismo puro a la tumba. En consecuencia, ni los peronistas de derecha fueron “gorilas”, como acusó la izquierda peronista en los setenta, ni Cristina es “gorila”, como acusa ahora un símbolo del peronismo de derecha. Queda por demás evidente que lo único que busca Barrionuevo es embarrar la cancha, valiéndose de un término que sirvió para caracterizar la visceral animadversión que le profesaba a Perón un importante sector del pueblo. Ojalá que la palabra “gorila” deje de ser manipulada políticamente y sirva exclusivamente como fiel testimonio de una época donde la tolerancia, el respeto mutuo y la paz social, estuvieron ausentes.

(*) Artículo publicado en Redacción Popular el 24/5/012

Share