Por Hernán Andrés Kruse.-

Un panorama desolador

El denominado “Olivosgate” ha puesto dramáticamente en evidencia la tragedia que asuela al país desde hace un tiempo. La divulgación periodística del festejo del cumpleaños de la primera dama sacudió con extrema dureza no solo al presidente de la nación sino también al FdT. Puso al descubierto lo que es Alberto Fernández como persona: un ser despreciable, que demuestra una indiferencia atroz por el sufrimiento que viene agobiando al pueblo desde que estalló la pandemia. Apenas tomó estado público el cumpleaños de su pareja, el presidente reaccionó de la peor manera. Primero intentó restar veracidad a la primera foto que circuló por los medios, pero horas más tarde, al ser publicada una segunda foto, no tuvo más remedio que reconocer la existencia del ágape.

El hecho en sí carece de toda relevancia institucional. Todos los presidentes festejan el cumpleaños de su esposa o compañera y no sucede absolutamente nada. En el caso de Fabiola Yáñez la “diferencia” es que su festejo tuvo lugar cuando el presidente había ordenado a través de un DNU unas severas restricciones que incluían las de circular por la calle y de reunión. Para que quede lo más claro y contundente posible: el presidente y la primera dama actuaron al margen de la ley ya que no sólo desconocieron el citado DNU sino también el artículo 205 del Código Penal. La pareja presidencial cometió un delito, en suma. A partir de ahora será función de la Justicia determinar si, a su criterio, la pareja presidencial es o no culpable. Teniendo en consideración la escasa predisposición de los jueces penales de desafiar al presidente de turno, máxime cuando todavía no expiró la primera mitad de su mandato, lo más probable es que se imponga el clásico “aquí no ha pasado nada”.

El asunto es extremadamente grave. Es por ello que cuesta entender que algunos lo minimicen. En su edición del día de la fecha (20/8) el columnista político Fernando González publica lo que expresó un experimentado funcionario sobre el escándalo. Dijo muy suelto de cuerpo que, comparado con la toma del Regimiento de La Tablada por el ERP en enero de 1989 o la rebelión carapintada de diciembre de 1990, el “Olivosgate” es una nimiedad. Se equivoca groseramente el funcionario. Nadie niega lo terribles que fueron los hechos mencionados para la estabilidad de la democracia, pero este escándalo tuvo lugar cuando ya habían fallecido por el coronavirus un buen número de argentinos y la sociedad estaba encerrada y atemorizada. El funcionario parece no darle importancia al hecho de que el presidente y su esposa actuaron como si pertenecieran a una casta privilegiada, a una secta que hace y deshace a su antojo, como si fueran un príncipe y una princesa de la Francia o Inglaterra monárquicas. Afortunadamente, impera en la Argentina una república y uno de sus principios medulares es el principio de igualdad ante la ley. Lamentablemente, la pareja presidencial se mofó de dicho principio al mejor estilo Luis XVI.

Tiene razón Jorge Lanata al afirmar que la palabra presidencial dejó de tener valor. En realidad, Alberto Fernández perdió su capital político principal: la credibilidad. El “Olivosgate” sepultó su autoridad como presidente. Hoy, Alberto Fernández no es más que una caricatura de sí mismo, una marioneta. La forma como Cristina lo destrató en público hace muy poco lo ha puesto en evidencia. La pregunta que todos nos formulamos es la siguiente: ¿está en condiciones Alberto Fernández de recuperar la credibilidad, de restaurar la autoridad presidencial? Me parece que no. ¿Podrá, en ese caso, ejercer el poder hasta el fin de su mandato? Ello dependerá, en buena medida, del resultado electoral de septiembre y noviembre. Si el FdT resulta victorioso, aunque por escaso margen, Alberto Fernández tendrá chances de seguir siendo presidente hasta el 10 de diciembre de 2021. Pero si el gobierno pierde puede surgir una crisis de gobernabilidad de impredecibles consecuencias.

Impacto profundo

El escándalo de la foto o, si se prefiere, el “Olivosgate” impactó con extrema dureza contra el gobierno nacional. La publicación de la foto se asemejó a un golpe de puño de George Foreman sobre la mandíbula de Alberto Fernández. Antes de continuar creo conveniente puntualizar algunas cosas. En primer lugar, la foto registró un hecho que sucedió en la noche del 14 de julio de 2020. La primera dama decidió festejar su cumpleaños rodeada de amigos, algo que hubiera pasado totalmente inadvertido de no haber existido la pandemia. Pero en ese momento estaba vigente una cuarentena estricta impuesta por el presidente el 19 de marzo del año pasado. Sin embargo, la primera dama decidió que el coronavirus no podía ser un impedimento para festejar su cumpleaños. Se situó, por ende, por encima del DNU que el presidente había impuesto en los días previos. Actuó como miembro de una casta privilegiada ignorando olímpicamente el principio de igualdad ante la ley. La primera dama se dio el gusto de actuar al margen de la ley porque contó con la complicidad del presidente de la nación, la única persona con autoridad en el interior de la residencia. El festejo tuvo lugar, en definitiva, porque Alberto Fernández dio su consentimiento.

Ahora bien, hubo una persona que tomó esa foto. Resulta por demás evidente que el presidente jamás imaginó que algún día sería publicada por los medios de comunicación. Creyó que el evento permanecería en el anonimato. Típico accionar del “piola”, del que se las sabe todas, del “vivo”. Un año después esa foto tomó estado público y se desató un escándalo de impredecibles consecuencias. Lo que parecía imposible se hizo realidad. La indignación se desparramó por todo el país como un reguero de pólvora. La pregunta que muchos se formulan es la siguiente: ¿se trató de una operación política tendiente a perjudicar al gobierno? Lo que llama poderosamente la atención es que la foto fue publicada por los medios justo un mes antes de las PASO. Y si algo ha enseñado la dramática historia vernácula es que no existen casualidades. Para los periodistas afines a la oposición se trató de una profunda investigación periodística, mientras que para los periodistas opositores se trató, lisa y llanamente, de un intento de desestabilización. Lo real y concreto es que la foto es verdadera, que el hecho existió.

El presidente reaccionó de la peor manera. En efecto, en un acto proselitista responsabilizó a Fabiola Yáñez por el escándalo. Para emplear el lenguaje típico del barrio “la mandó al frente”. Horas más tarde, en otro acto público, reconoció que toda la responsabilidad caía sobre sus espaldas. Pero el daño estaba hecho. ¿Cuál fue la reacción de la cúpula del FdT? Consecuente con las enseñanzas del general decidió abroquelarse para defender a Alberto Fernández para impedir la victoria de la oposición en septiembre. Ello explica la presencia de Cristina Kirchner, Sergio Massa y Axel Kicillof en el acto proselitista que tuvo lugar en la Isla Maciel. Sin embargo, la vicepresidenta no se privó de retar a Alberto Fernández o, mejor dicho, de ordenarle que ponga las cosas en orden. Semejante gesto de Cristina no hizo más que confirmar que Alberto Fernández es apenas un presidente formal.

La forma de dirigirse de Cristina al presidente en Maciel es un hecho inédito en nuestra ajetreada historia. No recuerdo a otro vicepresidente maltratando de esa forma al presidente. ¿Alguien puede imaginar, por ejemplo, a Isabel Perón dirigiéndose de esa forma a Perón? ¿Alguien puede imaginar a Carlos Ruckauf dándole órdenes en público a Carlos Menem? ¿Alguien puede imaginar a Daniel Scioli dirigiéndose de manera altanera a Néstor Kirchner? Nadie puede imaginarlo porque Perón, Menem y Kirchner eran presidentes en serio, al margen de lo que pensemos de ellos. Tenían autoridad, ejercían el poder. Cuando daban una orden nadie osaba cuestionarla. Cristina Kirchner se encargó, una vez más, de poner en evidencia la nula capacidad de Alberto Fernández para ejercer el poder. Su palabra está completamente devaluada, al igual que su autoridad como presidente. Si tuviera dignidad debería renunciar. Pero pedirle un gesto digno a Alberto Fernández es como pedirle peras al olmo.

Alberto Fernández ¿es pasible de juicio político?

El gobierno sigue conmocionado por la foto del escándalo. El 14 de julio de 2020, en plena cuarentena estricta, la pareja del presidente, Fabiola Yáñez, celebró su trigésimo noveno aniversario junto al presidente y una decena de invitados. Las repercusiones que tuvo la publicación de la foto fueron enormes. Una de las reacciones más virulentas fue la de algunos legisladores de JpC quienes iniciaron el proceso tendiente a destituir a Alberto Fernández. En otros términos: dichos legisladores opositores pretenden iniciarle juicio político al presidente. Como puede observarse el asunto es de extrema gravedad porque destituir a un presidente lejos está de ser una cuestión baladí. El juicio político es una cuestión técnica que ha sido abordada por los expertos en derecho constitucional, pero también es profundamente política porque no es casual que este escándalo haya estallado justo un mes antes de las PASO.

Creo que lo más sensato es comenzar por la cuestión técnica o jurídica del juicio político. Para ello nada mejor que consultar al mejor constitucionalista que tuvo la Argentina, Germán Bidart Campos. En el segundo tomo de su “Tratado elemental de Derecho Constitucional Argentino” (Ed. Ediar Bs. As. 1986), expresa: “El juicio político es el procedimiento de destitución que impide al presidente mantenerse en su cargo hasta el fin del mandato. Se lo denomina juicio “político” no porque en él se acuse la responsabilidad política del presidente ante el congreso sino porque no es un juicio penal; en él no se persigue castigar, sino separar del cargo; no juzgar un hecho como delictuoso, sino una situación de permanencia en el gobierno como inconveniente para el estado”.

Más adelante analiza las causas que hacen viable el juicio político: “a) mal desempeño; b) delito en el ejercicio de sus funciones; c) crímenes comunes”. “Mal desempeño es lo contrario de “buen” desempeño”. La fórmula tiene latitud y flexibilidad amplias. Mientras los delitos en ejercicio de la función o los crímenes comunes circunscriben la causa a una figura penal preexistente en la constitución o en la ley penal, el mal desempeño carece de un marco definitorio previamente establecido. No está descripto el concepto constitucional de mal desempeño”.

Creo que el presidente podría ser sometido a juicio político por delito cometido en el ejercicio de sus funciones. Me refiero a lo que estipula el artículo 205 del Código Penal: “Será reprimido con prisión de seis meses a dos años, el que violare las medidas adoptadas por las autoridades competentes, para impedir la introducción o propagación de una epidemia”. Al momento de la celebración del cumpleaños de la primera dama, estaba vigente un DNU presidencial que prohibía toda reunión social, considerada un foco de expansión del coronavirus. Mientras el pueblo estaba encerrado preso del miedo, el presidente y su pareja festejaban como si nada ocurriera. Mientras un buen número de pymes cerraban y la educación colapsaba, la pareja presidencial se daba el lujo de divertirse en la Residencia de Olivos.

Claro que el juicio político, como expresé precedentemente, excede con creces lo jurídico. Lo político ejerce una influencia determinante, fundamental. Para que el pedido de juicio político formulado por los legisladores opositores prospere debe ingresar a la Cámara de Diputados para que declare “haber lugar a la formación de la causa, después de conocer la razón que se invoca para el juicio político”. Para que ello suceda los legisladores opositores necesitarán contar, tal como lo estipula el art. 45, con el apoyo de las dos terceras partes de los miembros presentes. Se trata de una valla infranqueable, insuperable, para los impulsores del juicio político a Alberto Fernández. ¿Por qué, entonces, dichos legisladores, siendo conscientes de semejante obstáculo, siguen insistiendo con el pedido de juicio político? Por una razón meramente electoral. Pretenden congraciarse con el electorado fuertemente antikirchnerista emplazado en las principales ciudades del país.

En definitiva, el pedido de juicio político al presidente murió al nacer. Sólo hubiera prosperado si la oposición contara con mayorías especiales en ambas cámaras del congreso, lo que constituye toda una utopía. Mientras tanto, el FdT tomó la decisión de avanzar dejando atrás este “desliz”. Cuando se abran las urnas en septiembre se verá qué repercusiones tuvo ese “desliz” en el electorado.

Carta de Sergio Berni

Sergio Berni, ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, acaba de publicar una carta a propósito de la foto que viene conmoviendo a la opinión pública desde hace varios días. Siempre es interesante escuchar al médico y militar porque si escribió la carta que paso a transcribir es porque cuenta con el apoyo explícito de Axel Kicillof y, fundamentalmente, de Cristina Kirchner.

YO NO FUI, FUE ELLA

“El perdón está en la base de toda sociedad. Sin perdón, los agravios se acumularían hasta formar una costra de rencores que harían imposible la vida en común. El perdón es reconocer en el otro nuestra propia naturaleza de fragilidad, y supone un acto de reflexión para no reincidir en el mismo error, en la misma falta. Claro que para que exista el perdón se necesitan dos requisitos: reconocimiento de la falta propia y arrepentimiento. En el caso de la foto de cumpleaños, el Presidente en primer término negó el hecho. Luego no pudo seguir sosteniendo la falsedad de la noticia. Entonces eligió el camino de deslindar la responsabilidad hacia su propia mujer. Nadie pide que el Presidente se flagele en público ni que se arranque los cabellos como acto de automortificación para la obtención del perdón e indulgencia colectiva. No. Se pide algo más elemental y sencillo. Que ponga fin a la práctica de justificar dialécticamente cualquier cosa con cualquier argumento. Que asuma la realidad de un país que necesita como nunca de firmes liderazgos que ofrezcan templanza, capacidad de trabajo, visión estratégica, comprensión del país que se pretende conducir y compromiso y solidaridad con quienes nos eligieron para que resolvamos los problemas de la vida cotidiana.

No se trata de enredarnos en discusiones domésticas infinitas. Se trata de decir que agotamos la paciencia de muchos y que llegó la hora de tomar la responsabilidad de gobernar el país con la seriedad que el asunto merece. No me gusta hacer leña del árbol caído. Pero tampoco podemos encerrarnos en un mutismo complaciente y celebratorio de la insensatez y la irresponsabilidad. Estos episodios debilitan la política, debilitan un proyecto nacional, debilitan la legitimidad presidencial, debilitan la posibilidad de construir consensos sociales para sacar a la Argentina del triste lugar en que se encuentra. Y dan lugar a los discursos más retrógrados que acechan esperando los yerros nuestros para volver a la carga con los designios entreguistas de siempre. Hay quienes dicen que con estos razonamientos podemos poner en peligro la campaña. A esos compañeros les quiero decir que no se equivoquen, que quien esto escribe es un militante. El Pueblo no es tonto y sabe que en esta elección se juegan sus propios intereses. La opción de hierro es defender un proyecto que tiene por horizonte el desarrollo productivo, el trabajo y la inclusión social, o volver a las políticas de ajuste y de entrega. La legislatura necesita legisladores que garanticen leyes en favor del crecimiento, el trabajo, la educación y la construcción de una provincia próspera. Y el Congreso necesita diputados que nos permitan dar fortaleza a un proyecto que espera emerger con una vitalidad renovada tras la pandemia que parece llegar a su fin. Por eso necesitamos trabajar por el triunfo de nuestro Frente.

Señor Presidente: nosotros tenemos que dar el ejemplo, ser mejores que los demás, ser más éticos, trabajar el doble, asumir los errores propios y cuidar a nuestros compañeros. Y a nuestras compañeras, claro. Porque si entregamos a nuestra compañera a la primera de cambio con el solo objeto de salvar nuestro pellejo, es difícil que nos crean capaces de defender los altos intereses de la Patria. Y cuando eso sucede, se resiente la legitimidad política de un proyecto, se horada la base de sustentación propia y sucede lo que Ud. no necesita que yo le narre”.

El mensaje de Sergio Berni es claro y contundente: al responsabilizar a su pareja, Fabiola Yáñez, el presidente puso en evidencia lo poco hombre que es. Pero además, puso en riesgo la victoria electoral, crucial para el futuro del FdT. La carta es muy dura pero lejos está de injuriar a Alberto Fernández. Debemos ser mejores que los opositores, le espeta al primer mandatario. Emerge el recuerdo de lo que decía Alberto Fernández en la campaña electoral de 2019: “volveremos para ser mejores de lo que fuimos”. Lamentablemente, volvieron para ser peores, más indignos, más infames, más amorales.

La reacción del gobierno nacional luego del golpe recibido por la divulgación de la foto fue el que todos esperaban. Por un lado, minimizar el hecho, reducirlo a un error. De esa forma intenta ocultar lo que fue en verdad: un hecho delictivo tipificado en el artículo 205 del Código Penal. Por el otro, mostrarse fuerte y activo, como aquel boxeador que pese a haber caído por un golpe, propinado por su adversario, se levanta de inmediato y le dice al árbitro que desea continuar peleando. La pregunta que todos nos formulamos es la siguiente: ¿en qué medida repercutirá electoralmente, si es que repercute, el escándalo de la foto? Conviene ser muy cautos al respecto porque la historia ha enseñado hasta el hartazgo que el pueblo, a la hora de votar, piensa exclusivamente en la economía. Para no irnos muy atrás en el tiempo, en 2016 estalló el escándalo internacional de los Panamá Papers, una serie de documentos que contenían el nombre de personajes relevantes del mundo que tenían escondidas sus fortunas en cuentas offshore, lo que constituye un delito. Uno de los que figuraban era Mauricio Macri en ese momento presidente de la nación. La revelación fue tan conmocionante que el primer ministro islandés debió dimitir. Macri, por el contrario, continuó gobernando como si nada y al año siguiente el 42% del electorado decidió premiarlo en las urnas. Veremos qué sucede en septiembre y luego en noviembre. Creo que a un mes de las PASO es casi imposible predecir qué fuerza política se alzará con la victoria. Lo que sí es seguro que la lucha se dirimirá en la provincia de Buenos Aires, bastión histórico del peronismo.

Cristina y la envidia femenina

Luego de la asunción de Cristina Kirchner el 10 de diciembre de 2007 el orden conservador comenzó a dispararle innumerables torpedos tendientes a destruirla. El ataque fue constante. Hubo momentos que amainó y otros en que fue furibundo. Durante los cuatro meses que duró el conflicto con las patronales agropecuarias por la resolución 125, la derecha lanzó sobre el gobierno nacional una embestida destituyente que asombró por su obscenidad e impudicia, reflejada en los rostros llenos de ira y resentimiento de quienes se manifestaban en favor del “campo”. Las cámaras de televisión fueron testigos privilegiados de la batería de insultos que el orden conservador descerrajó sobre Cristina. Nunca en la historia argentina contemporánea se ultrajó de manera tan escandalosa a un presidente de la república. Fue una cabal demostración de mala educación, de falta de respeto por la investidura presidencial, de ignorancia supina de los códigos democráticos. Durante esos cuatro interminables meses la derecha se mostró tal cual es: una fuerza social, económica, política y cultural que no tolera los gobiernos que ejercen el poder en beneficio de las mayorías. Raúl Alfonsín lo experimentó en carne propia. En 1988 el presidente radical fuer abucheado e insultado por los “campestres” en Palermo, enojados por la política agropecuaria que don Raúl estaba aplicando. A comienzos de los sesenta, Arturo Illia quedó a merced de un poder mediático que no trepidó en esmerilarlo para provocar su caída. La historia argentina registra, pues, varios ejemplos de presidentes que fueron víctimas del enojo del establishment.

Pero nunca fue tan virulento como ahora. Lo sorprendente es que quienes profirieron los más gruesos epítetos contra la presidenta de la nación durante la protesta del “campo”, fueron las mujeres. “Puta”, “yegua”, “negra de mierda”, “subversiva hija de puta”, “chorra”, fueron algunos de los insultos proferidos por señoras muy bien vestidas, orgullosas de pertenecer a la “verdadera Argentina”, al país de los Mitre, Roca y compañía. Confieso que no lograba salir de mi asombro cuando observaba por televisión los rostros crispados de estas mujeres. Reconozco que no soy médico psiquiatra ni psicólogo, pero desde entonces me pregunté por qué un buen número de mujeres odian de esta manera a la presidenta de la nación. La lectura de “El hombre mediocre” de José Ingenieros me ayudó para hacer algo parecido a un diagnóstico. Dice la figura máxima del positivismo en la Argentina: “Toda culminación es envidiada. En la mujer la belleza. El talento y la fortuna en el hombre. En ambos la fama y la gloria, cualquiera sea su forma. La envidia femenina suele ser afiligranada y perversa; la mujer da su arañazo con uña afilada y lustrosa, muerde con dientecillos orificados, estruja con dedos pálidos y finos. Toda maledicencia le parece escasa para traducir su despecho; en ella debió pensar Apeles cuando representó a la Envidia guiando su mano felina a la Calumnia. La que ha nacido bella-y la Belleza para ser completa requiere, entre otros dones, la gracia, la pasión y la inteligencia-tiene asegurado el culto de la envidia. Sus más nobles superioridades serán adoradas por las envidiosas; en ellas clavarán sus incisivos, como sobre una lima, sin advertir que la pasión las convierte en vestales. Mil lenguas viperinas le quemarán el incienso de sus críticas; las miradas oblicuas de las sufrientes fusilarán su vélelas por la espalda; las almas tristes le elevarán sus plegarias en forma de calumnias, torvas como el remordimiento que las atosiga, pero no las detiene”.

Y sí, las mujeres que no se cansan de injuriar a Cristina sienten por ella una profunda envidia. ¿Qué le envidian a la presidenta de la nación? A mi entender, varias cosas: su belleza, su figura, su inteligencia y, fundamentalmente, su poder. Cristina es una mujer atractiva. No es una “cara bonita”, pero su rostro es muy llamativo. Además, es dueña de una anatomía generosa, con lo cual se fusionan en ella belleza y exuberancia. Si hay algo que no soportan las mujeres es ver la vélelas y la exhuberancia unidas en un solo cuerpo femenino. Pero a Cristina no le perdonan otras cosas. Además de ser atractiva y exuberante, es una brillante oradora, dueña de una memoria asombrosa. Asombra su capacidad para hablar en público sin mirar los papeles. Si a esas cualidades se le agrega su inteligencia, surge un cóctel imposible de tolerar para aquellas mujeres que la miran desde el llano. Para colmo, tiene el máximo poder al que puede aspirar un político. Cristina es la presidenta de los argentinos. Belleza, exuberancia, capacidad intelectual y poder: demasiado para la envidia femenina. Las mujeres de los sectores altos de nuestra sociedad no toleran a Cristina por todas estas razones. Pero falta destacar la más importante y obvia: Cristina es mujer. Aquellas mujeres que jamás lograron deglutir que una mujer de esas características alcance la primera magistratura del país y tenga éxito en su gestión de gobierno. Es por ello que sacaron a relucir ese machismo que portan desde la cuna durante el conflicto por la 125. Esa resolución fue tan sólo un pretexto para dar rienda suelta a una íntima férrea convicción: las mujeres no pueden detentar el máximo poder en la Argentina. Cristina rompió con ese dogma y no se lo perdonaron.

Pero también hay mujeres que la envidian porque desearían estar en su lugar. Tal el caso de Elisa Carrió. La chaqueña odia visceralmente a Cristina porque no soporta que haya llegado a un lugar inaccesible para aquélla. Lo mismo sucede con todas las dirigentes de la oposición, como Patricia Bullrich, Margarita Stolbizer, María Eugenia Vidal, etc. Pero en Elisa Carrió el odio es más profundo y siniestro. Creo que en lo más profundo de su corazón le desea la muerte. Cada vez que aparece en televisión para descargar su furia contra la presidenta, su rostro es el símbolo de la maldad femenina. Cada vez que pienso que podría haber sido presidenta un frío glacial me recorre la columna vertebral. Estoy convencido de que ese odio enfermizo de Carrió es compartido por muchísimas mujeres. Durante estos años he hablado infinidad de veces con mujeres anti K, y puedo asegurar que el odio que sienten por Cristina bordea lo patológico. Ese odio acaba de quedar en evidencia con la agresión que sufrieron los periodistas y camarógrafos de 6.7.8., por haber cometido el “pecado” de cubrir la manifestación macrista en el Palacio de Tribunales porteño. Los rostros de las mujeres que gritaban “¡se va a acabar la dictadura de los K!” como su hubieran estado poseídas por el demonio, eximen de mayores comentarios.

No sé si consciente o inconscientemente, pero lo cierto es que Cristina logró que estos perniciosos sentimientos hayan afloraran a la superficie, hizo posible que estos gigantes del alma que impiden toda genuina convivencia democrática emergieran de entre las tinieblas. Lo cierto es que la presidenta de la nación puso al descubierto una feroz personalidad autoritaria enquistada en importantes sectores de la sociedad. Lo cierto es que la presencia de Cristina en la Casa Rosada puso en evidencia que el “viva el cáncer” está vivito y coleando, y que la envidia femenina magistralmente descripta por Ingenieros está con las garras bien afiladas, esperando el momento propicio para dar el zarpazo definitivo.

(*) Artículo publicado en Redacción Popular el 26/5/012

Nueve años de kirchnerismo

El 25 de mayo de 2003 asumía como presidente de todos los argentinos el por entonces gobernador de Santa Cruz. Néstor Kirchner. El país ardía. Nadie creía en la clase política. Varios de sus más conspicuos representantes ni siquiera podían transitar libremente por la calle, temerosos de las represalias verbales de los atribulados ciudadanos. La pobreza y la indigencia habían alcanzado niveles históricos, fruto del colapso de la convertibilidad. Los partidos políticos tradicionales habían estallado en mil pedazos y las instituciones fundamentales de la república, el Congreso y la Justicia, habían colapsado. El FMI había sometido al país a una innecesaria y feroz humillación durante las postrimerías del gobierno aliancista y, fundamentalmente, durante el interinato de Eduardo Duhalde. El parlamento había llegado a convertirse en una caja de resonancia de las órdenes del poder financiero transnacional y cada vez que Duhalde tomaba una decisión para satisfacer a los burócratas del FMI, sus autoridades manifestaban que no era suficiente, que había que apretar más el cinturón. Los ahorristas seguían exigiendo a los bancos la devolución del dinero confiscado por Domingo Cavallo y la inflación amenazaba con devorar la moneda nacional.

Hace nueve años ningún argentino sabía a ciencia cierta qué iba a suceder no en el corto plazo, sino al día siguiente. La crisis de diciembre de 2001 fue tan profunda que a partir de entonces cada mañana podía ser el comienzo de la hecatombe final. El fantasma de la guerra civil sobrevoló peligrosamente sobre el territorio argentino, provocando angustia y desolación en el pueblo. En ese tétrico contexto, asumió la presidencia Néstor Kirchner. El diario mitrista le dio la bienvenida con un atroz artículo de Claudio Escribano, una obra maestra de la extorsión política. Sin embargo, el flamante presidente no se dejó intimidar. Con coraje y convicción, llevó adelante un plan de gobierno cuyo objetivo último no era otro que cerrar un período negro de nuestra historia reciente, cuya figura central fue Carlos Menem. En efecto, Kirchner se propuso, apenas se sentó en el sillón de Rivadavia, ejecutar el cambio político, económico, social y, fundamentalmente, cultural que el momento demandaba. Se propuso, anda más y nada menos, que desmenemizar el país, sustituir el paradigma de los noventa por otro paradigma sustentado en la inclusión social, la justicia social, el pleno empleo y la expansión económica.

Tamaña empresa, en un ambiente nacional e internacional tan desfavorable, sólo podía llevarla a cabo un presidente dueño de una personalidad granítica. Afortunadamente, Néstor Kirchner lejos estuvo de ser un presidente abúlico y dubitativo, como aquél que se había escapado en helicóptero de la Casa Rosada la fatídica tarde del 20 de diciembre de 2001. Lo primero que hizo el flamante presidente fue demostrarle al pueblo, al poder económico concentrado y a su “mentor”, Eduardo Duhalde, que nadie lo llevaría de las narices. La defenestración de la tristemente célebre “mayoría automática” de la Corte Suprema y el retiro en el Colegio Militar del cuadro del dictador Jorge Rafael Videla, demostraron que al santacruceño no le iba a temblar el pulso para llevar a cabo el proceso de desmenemización. A partir de entonces, los juicios por la verdad histórica se transformaron en una columna vertebral del kirchnerismo y la Corte Suprema dejó de ser un apéndice del Poder Ejecutivo. En política exterior, el presidente enterró las humillantes “relaciones carnales” del menemismo y puso en práctica el multilateralismo internacional, con especial énfasis en Latinoamérica. La Cumbre de las Américas celebrada en Mar del Plata a fines de 2005, junto con la decisión de cortar el cordón umbilical con el FMI, constituyeron dos decisiones a nivel internacional de una trascendencia histórica. Durante su presidencia logró reconstruir la autoridad presidencial, que había maltrecha a raíz del derrumbe del modelo neoconservador. Su volcánica personalidad lo hizo posible. Desde la vereda opositora se lo criticaba por su excesivo personalismo y su propensión a pelear y no dialogar. Pero fue gracias a su capacidad de lucha que fue posible la reconstrucción de la Argentina. Un presidente pusilánime hubiese provocado un desastre de impredecibles consecuencias. Como tantas veces sucedió en nuestro país, los momentos históricos álgidos requieren la presencia en el gobierno de un presidente fuerte, con las espaldas lo suficientemente anchas para resistir a pie firme las embestidas de quienes no soportan que en la Casa Rosada habite alguien no dispuesto a obedecer sus órdenes.

Cuando Néstor Kirchner le puso la banda presidencial a su esposa, Cristina Fernández, el país estaba bastante mejor que en 2003. La pobreza y la indigencia habían bajado ostensiblemente, al igual que el desempleo. La Argentina ya no era aquella nave que navegaba sin rumbo fijo, a la deriva, que podía hundirse en cualquier momento. Sin embargo, el orden conservador no había podido deglutir a Néstor Kirchner. Le parecía inadmisible que los “mercados” hubieran dejado de ejercer el comando de la economía y que Hugo Chávez fuera el amigo preferido del gobierno nacional. El malhumor de la derecha se incrementó geométricamente con la decisión del santacruceño de apadrinar a su esposa como su sucesora política. El triunfo de Cristina en 2007 fue un trago demasiado agridulce para el orden conservador. No fue casualidad que apenas cuarenta y ocho horas después de su asunción, la prensa dominante comenzara a inundar sus primeras páginas con Antonini Wilson, aquel obeso “empresario” que supuestamente introdujo clandestinamente en el país 800 mil dólares como “ayuda financiera” para la campaña presidencial de Cristina. Sin embargo, la presidenta no se dejó amedrentar y comenzó a ejercer el poder en sintonía con su predecesor. Y la derecha no se lo perdonó.

La resolución 125 fue tan sólo el pretexto utilizado por el orden conservador para destituir a Cristina. La rebelión del “campo”, presentada por la prensa dominante como una genuina expresión de disconformismo de la “Argentina republicana” por el “populismo kirchnerista”, buscó el fin del kirchnerismo. Situado en una situación luego del “voto no positivo”, el matrimonio presidencial decidió doblar la apuesta. La reestatización de las AFJP y de Aerolíneas, y la ley de Medios audiovisuales, fueron la contundente respuesta del gobierno nacional a los “mercados”. A partir de entonces, Cristina se fortaleció. Los históricos festejos por el Bicentenario lo confirmaron, pero no impidieron que la derecha continuara con su implacable tarea de esmerilamiento. El parlamento había sido copado por el Grupo A y muchos presagiaron el fin del gobierno nacional. Para colmo, el 27 de octubre de 2010 se produjo el fallecimiento de Néstor Kirchner. El orden conservador festejó ese trágico hecho y, fundamentalmente, lo que visualizaba como un seguro derrumbe del kirchnerismo. Desde la oposición, varios se sintieron “presidenciables”. Las PASO demostraron cuán equivocados habían estado. La mayoría del pueblo votó por la continuidad de Cristina en el poder, lo que se confirmó con creces en las elecciones presidenciales de octubre.

El 54% del electorado decidió que Cristina debía continuar en el poder por los próximos cuatro años. Esta contundente victoria derrumbó el mensaje del orden conservador, que proclamaba la inexorable derrota presidencial como justo castigo a un gobierno corrupto, populista y perverso. Pero tal como sucedió a comienzos de su primera presidencia, su segundo período presidencial lejos ha estado de comenzar en paz y armonía. La trágica muerte del ex gobernador Carlos Soria, la operación presidencial, la tragedia de Once, los problemas que aquejan al vicepresidente y los vaivenes del dólar, indican que los próximos cuatro años al frente del Ejecutivo no serán sencillos para Cristina. Como nunca lo fueron para el kirchnerismo los anteriores nueve años. Porque en la Argentina siempre se paga un precio muy alto cuando se ejerce el poder pisando callos muy gruesos, tocando intereses muy poderosos que más temprano que tarde reaccionarán con dureza, teniendo en mente exclusivamente las demandas populares y no la de minorías corruptas dominadas por la codicia. Porque en la Argentina siempre se paga muy cara la osadía de gobernar para el pueblo.

(*) Publicado en el portal “Redacción popular” el 28/5/012

La dramática y fascinante historia argentina

Lo que nos pasó a partir del 25 de mayo de 1810

La campaña del Alto Perú

El gobierno surgido de la destitución de Cisneros tuvo desde el inicio dos objetivos fundamentales en el terreno militar: por un lado, ejercer el control sobre el Alto Perú y Paraguay y, por el otro, obligar a Montevideo a aceptar el cambio político que acababa de tener lugar en Buenos Aires. Al tener en mente esas metas se produjo lo inevitable: la dispersión de las escasas tropas disponibles. Luego de aplastada la contrarrevolución liderada por Liniers las tropas criollas, al mando de Antonio González Balcarce (era un oficial de carrera), arribaron al límite con el Alto Perú. Fue entonces cuando atacaron a los realistas, que esperaban la ofensiva, en Cotagaita. Los criollos no pudieron perforar la defensa española y Balcarce, con buen tino, retrocedió hasta el río Suipacha atacando por sorpresa a los realistas el 7 de noviembre de 1810. Fue un duro golpe para el enemigo porque en ese combate perdió casi la mitad de sus hombres. Días más tarde Rivero obtuvo una resonante victoria en Aroma y de esa manera los patriotas lograron el control del Alto Perú. A partir de entonces el número de efectivos del ejército patrio se incrementó notablemente pero ello no significó un aumento de su capacidad profesional. Balcarce, por ejemplo, comandaba 6000 hombres pero sólo 2500 estaban preparados para el combate. Ello explica la batalla que pasó a la historia como “el desastre de Huaqui”. Los criollos fueron atacados entre el Río Desaguadero y el lago Titicaca por las tropas comandadas por Goyeneche. Fue una masacre. El precio que pagaron los patriotas por la indisciplina fue tremendo. Como consecuencia de esa batalla el Alto Perú volvió a quedar bajo el dominio español. Quiso la providencia que en ese momento Goyeneche no hubiese tomado la decisión de atacar el norte argentino. De haberlo hecho esa zona hubiese quedado en poder de los realistas (1).

(1) Floria y García Belsunce, Historia de… capítulo 16.

La campaña del Paraguay

De manera simultánea la primera Junta ordenó a Manuel Belgrano, sin preparación militar y al mando de un ejército raquítico, que invadiera Paraguay. Los criollos se equivocaron groseramente al emprender esta invasión. Por un lado, creyeron que la presencia de las tropas criollas provocaría la sublevación del Paraguay y, por el otro, al enfocarse en Paraguay desatendieron un frente más importante como lo era Montevideo. Si las tropas guaraníes acudían en ayuda de Montevideo, para los patriotas hubiera sido mucho más fácil enfrentarlas en la Banda Oriental, cuya fisonomía era similar a la de Argentina, que en el inhóspito territorio paraguayo. Belgrano y los suyos ingresaron a la Mesopotamia por la Bajada del Paraná y se dirigieron hacia el centro de Corrientes utilizando caminos que no les eran familiares. Belgrano tomó esa decisión creyendo que de esa forma lograría evitar una zona que, por su alto nivel de agua, implicaba un serio obstáculo. Belgrano no imaginó que al abandonar los caminos conocidos se encontraría con un paisaje igualmente inhóspito y acuoso. El 19 de diciembre de 1810 las tropas criollas lograron atravesar el Paraná y lograron una fácil victoria en Campichuelo. En realidad, se trató de una trampa tendida por el gobernador guaraní Velazco. La retirada guaraní de Campichuelo hizo que Belgrano y sus tropas quedaran lejos de sus bases, mientras que Velazco se acantonó junto con 6500 hombres a 50 kilómetros de Asunción. No estaban del todo bien equipados pero poseían una artillería respetable. El 19 de enero de 1811 Belgrano y 950 soldados atacaron a los guaraníes en Paraguarí. Al principio Belgrano parecía encaminarse hacia la victoria pero la mala conducción de su columna de ataque lo obligó a retirarse. Los guaraníes tardaron en reaccionar pero luego decidieron ir por los criollos. El 9 de marzo tuvo lugar la batalla de Tacuarí donde las tropas guaraníes al mando del teniente coronel Manuel Anastasio Cabañas derrotaron ampliamente a las diezmadas tropas de Belgrano. La expedición de Belgrano había terminado en un estruendoso fracaso. Sin embargo, Belgrano logró salvar su honor firmando un armisticio que tendría positivas resonancias políticas (1).

(1) Floria y García Belsunce, historia de… capítulo 16.

La campaña de la Banda Oriental

Belgrano había cometido un verdadero sincericidio al tildar de “locura” la campaña al Paraguay. Evidentemente la actitud del prócer no molestó al gobierno criollo ya que no dudó en confiarle la conducción de las tropas que protagonizarían la campaña a la Banda Oriental. Belgrano sentó la base militar en Mercedes y encomendó a Artigas que se sublevara en el centro y el este del territorio. A raíz de ello los realistas retrocedieron y se acantonaron en Montevideo y Colonia. Fue entonces cuando el creador de nuestra insignia patria fue sustituido por el teniente coronel Rondeau. Artigas entró en combate contra los realistas en Las Piedras el 18 de mayo de 1811. El costo sufrido por el enemigo español fue muy duro: sus pérdidas en vidas humanas alcanzaron el 55%. Esta batalla fue el prolegómeno al histórico pero también ineficaz sitio de Montevideo ya que la ciudad estaba en condiciones de abastecerse por agua. Para resolver ese obstáculo los criollos crearon una escuadra naval que fue aniquilada por los realistas.

Mientras tanto, tenía lugar el avance de las tropas comandadas por Goyeneche en la zona norte del territorio uruguayo y fundamentalmente la invasión de 5000 soldados portugueses a la Banda Oriental. El riesgo que tenían las tropas criollas era muy alto pero quiso la providencia que se acordara un armisticio el 21 de octubre con el general Elío, lo que hizo posible la retirada de las tropas criollas del territorio uruguayo. Pero en enero de 1812 la precaria tregua se desmoronó como un castillo de naipes. La sangre no llegó al río porque se firmó un nuevo armisticio con el imperio lusitano el 26 de mayo (1).

(*) Floria y García Belsunce, historia de… capítulo 16.

Bibliografía básica

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-Natalio Botana y Ezequiel Gallo, De la República posible a la República verdadera” (1880/1910), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo III, Ariel, Bs.As., 1997.

-José Carlos Chiaramonte, Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina (1800/1846), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo I, Ariel, Bs. As., 1997.

-Carlos Floria y César García Belsunce, Historia de los argentinos, Ed. Larousse, Buenos Aires, 2004.

-Tulio Halperín Dongui, Vida y muerte de la República verdadera (1910-1930), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo IV, Ariel, Bs. As., 1999.

-Tulio Halperín Donghi, Proyecto y construcción de una nación (1846/1880), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo II, Ariel, Bs. As., 1995.

-Daniel James (director del tomo 9), Nueva historia argentina, Violencia, proscripción y autoritarismo (1955-1976), Ed. Sudamericana, Bs. As., 2003

-John Lynch y otros autores, Historia de la Argentina, Ed. Crítica, Barcelona, 2001.

-Marcos Novaro, historia de la Argentina contemporánea, edhasa, Buenos aires, 2006

-David Rock, Argentina 1516-1987, Universidad de California, Berkeley, Los Angeles, 1987.

-José Luis Romero, Las ideas políticas en Argentina, FCE., Bs. As., 1956.

-Juan José Sebreli, Crítica de las ideas políticas argentina, Ed. Sudamericana, Bs. As., 2003.

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