Por Hernán Andrés Kruse.-

El mensaje de las urnas

Nadie, ni siquiera el más optimista de los partidarios de Juntos, imaginó semejante resultado. El mensaje de las urnas fue claro y contundente. Para el gobierno fue un mazazo de impredecibles consecuencias. Los números hablan por sí mismos. En todo el país Juntos obtuvo el 41,50% de los votos y el FdT, el 31,80%. En las elecciones presidenciales de 2019 el FdT fue votado por el 48% del electorado mientras que Juntos por el Cambio obtuvo el 41% de los votos. Ello significa que mientras la oposición mantuvo su caudal electoral, el FdT perdió nada más y nada menos que 17 puntos. Tan desastrosa fue su performance electoral que sólo ganó en Santiago del Estero, Tucumán, Salta, Catamarca, La Rioja y San Juan. Lo más llamativo fue, qué duda cabe, la derrota en la provincia de Buenos Aires, histórico bastión del peronismo.

Los grandes derrotados fueron el ex presidente Mauricio Macri, la vicepresidenta Cristina Kirchner y el presidente Alberto Fernández. Macri apoyó en Córdoba a Mario Negri y en Santa Fe a Federico Angelini. Ambos dirigentes fueron derrotados por Luis Juez y Carolina Losada, respectivamente. Cristina y Alberto son, qué duda cabe, los mariscales de la derrota. Cristina fue incapaz de ganar en su feudo, el conurbano, y Alberto fue el responsable del vacunatorio vip y el Olivosgate, las dos gigantescas gotas que hicieron rebasar el vaso.

El pueblo le propinó al gobierno una derrota inmensa, catastrófica. El pueblo no perdonó los horrores cometidos por el gobierno desde que estalló la pandemia. No le perdonó, fundamentalmente, que le haya mentido en la cara. Porque eso fue, precisamente, lo que hizo el presidente cada vez que habló por televisión para explicar “las bondades” del plan de vacunación. Pero hubo varios hechos que sepultaron las chances electorales del FdT. En primer lugar, las mentiras del gobierno sobre el éxito del plan de vacunación. El presidente jugó con la desesperación de la gente, lo cual es absolutamente imperdonable. Pero lo que colmó la paciencia popular fueron el vacunagate y el Olivosgate. Alberto intentó disculparse por ambos escándalos porque no tuvo más remedio. Lo hizo porque tomaron estado público. En caso contrario, hubiera guardado silencio.

¿Y ahora qué?, se deben estar preguntando millones de argentinos. Lo cierto es que nadie sabe qué pasará de aquí en adelante. Alberto Fernández y Cristina Kirchner recibieron un golpe de nocaut, similar a los propinados por Tyson en el ring. Lo lógico sería que ambos reconocieran públicamente los errores y horrores cometidos. Ambos tuvieron una magnífica oportunidad ayer mismo. Lamentablemente, Cristina no habló y Alberto no tuvo mejor idea que limitarse a manifestar “evidentemente, algo hicimos mal”. No presidente, el gobierno no hizo algo mal sino que hizo todo mal, y además le faltó el respeto a los muertos por la pandemia y a sus familiares al celebrar el cumpleaños de su pareja en julio del año pasado.

En estos momentos la autoridad presidencial está hecha añicos. Carece del capital político más relevante de todo presidente: credibilidad. ¿Cómo hará, entonces, para gobernar hasta el 2023? ¿Cómo manejará su relación con su mentora, la vicepresidenta? ¿Se radicalizará o cambiará el rumbo de su gobierno? ¿Habrá un profundo cambio del gabinete? Son todas preguntas que por ahora no tienen una respuesta adecuada.

Hace dos años Alberto y Cristina eran los salvadores de la patria. Hoy, esos salvadores son Larreta y Vidal, los mismos que formaron parte de un gobierno que fue desastroso. Pero Alberto ha sido tan espantoso como presidente que hizo posible lo que hasta el sábado era imposible: transformar a Horacio Rodríguez Larreta, el gran ganador de las PASO, en una síntesis de Winston Churchill y Charles de Gaulle.

Macri juega para el FdT

El ex presidente Mauricio Macri tomó la decisión de jugar para el FdT. Jamás lo expresará públicamente, obvio, pero su deseo es que Horacio Rodríguez Larreta haga una mala elección el próximo domingo. En efecto, el ex presidente de Boca jamás deglutió la derrota que le infligió Cristina en 2019. Retornar a la Casa Rosada en 2023 es su obsesión a partir de la aciaga noche de las PASO de hace dos años. Para lograr lo que hasta hoy parece una misión imposible deben producirse dos hechos: en primer lugar, una presidencia mediocre como la de Alberto Fernández y en segundo lugar, que nadie dentro de su espacio opaque su estrella política.

Alberto Fernández está haciendo todo lo posible para que Macri retorne a la presidencia en 2023. Sus yerros vienen multiplicándose desde que creyó que con la cuarentena eterna tenía asegurada la reelección. En aquel lejano segundo trimestre de 2020 su imagen positiva era altísima y nadie osaba cuestionarlo. Hoy su imagen negativa está en la cima y es criticado por los opositores y por los oficialistas. El problema que se le presentó a Macri fue que quien más rédito político viene sacando de la debacle de Alberto Fernández es su enemigo íntimo Horacio Rodríguez Larreta. Está convencido-y con toda razón-que si en noviembre Larreta logra vencer a Alberto Fernández automáticamente se autoproclamará líder de la oposición y candidato único de Juntos para la presidencia en 2023. Si ello llegara a suceder Mauricio Macri deberá despedirse de su sueño de retorno.

La reacción de Macri fue de manual: intentar desplazar a Larreta del centro del ring. La verdad, cabe reconocerlo, lo viene logrando. Su última declaración apunta en ese sentido. Al exclamar que si el gobierno no cambia se verá obligado a abandonar el poder, sabía muy bien que al segundo todos los dardos del gobierno apuntarían a su figura. Quien primero lo atacó fue Santiago Cafiero, quien lo acusó de ser un golpista. Luego vino el turno de Alberto Fernández quien expresó que con semejantes palabras quedaba en evidencia el espíritu antidemocrático de su antecesor.

El gobierno estaba aguardando ansiosamente la aparición de Macri en el escenario electoral. Seguramente los estrategas del FdT consideran que como aún está fresco el recuerdo de su espantosa presidencia, el protagonismo de Macri en la campaña beneficiará electoralmente al gobierno pese a todos los desastres cometidos por el propio presidente. Lo notable es que Macri es perfectamente consciente de ello y, sin embargo, salió a criticar sin piedad al oficialismo. ¿Por qué lo hizo? Creo que la respuesta se sintetiza en una sola palabra: egoísmo. Macri sabe muy bien que al salir al ruedo es funcional a los intereses electorales del adversario. Pero también es consciente de que al hacerlo perjudica a Larreta y tal es, me parece, su verdadero objetivo.

En definitiva, lo único que persigue el ex presidente es dinamitar la carrera presidencial de Larreta. Si él-el propio Macri-no puede ser presidente en 2023 entonces que el FdT continúe en el poder. Nadie debe sentirse sorprendido por esta actitud de Macri ya que no hace más que imitar a Cristina Kirchner, quien al ver frustrada su reelección en 2015 no dudó en dinamitar las chances de Daniel Scioli.

¿Cuándo la clase política dejará de subestimarnos?

Falta cada vez menos para las PASO. Lo que predomina es un ambiente de apatía, de desgano, de desinterés. Sin embargo, conviene ser cauteloso. No sería de extrañar que el domingo 12 la concurrencia a las urnas se acerque a los porcentajes históricos. No hay que olvidar que según varios analistas de opinión pública la sociedad, por lo menos en su inmensa mayoría, está enojada. Y cuando ello sucede puede hacer tronar el escarmiento.

Lo real y concreto es que, una vez más, emerge en toda su magnitud la brecha que existe entre al gente y la clase política. Todas las encuestas son coincidentes en destacar las principales preocupaciones de la sociedad: la inflación, la desocupación y la inseguridad. Bastante rezagado aparece, aunque cueste creerlo, el Covid-19. Sin embargo, la clase política está en otra cosa. La precandidata a diputada nacional Victoria Tolosa Paz expresó recientemente que en el peronismo el placer sexual era fundamental. Empleó el verbo “garchar” para graficar el concepto en un programa conducido por dos jóvenes. Preocupado por los números que arrojan los estudios de opinión pública, el gobierno tomó la decisión de hacer todo lo que esté a su alcance para conquistar el corazón de los jóvenes, cuyo número puede inclinar la balanza a la hora del conteo de los porotos.

La afirmación de Tolosa Paz demuestra hasta qué punto el oficialismo subestima el coeficiente intelectual de los jóvenes. Porque hablar de esa manera tan ordinaria pone en evidencia que para el FdT los jóvenes carecen de educación, son fácilmente manipulables. Si bien es cierto que muchos jóvenes están dominados por la droga y el alcohol, no estudian ni trabajan, otros sí lo hacen, creen en la meritocracia, en el esfuerzo, en la dedicación. ¿Por qué, entonces, Tolosa Paz empleó esa frase tan vulgar sabiendo las repercusiones que provocaría? Es probable que sus asesores hayan llegado a la conclusión de que hablando de esa forma al gobierno le resultará más sencillo acercarse a aquellos jóvenes que, precisamente por estar fuera del sistema, estarían en principio dispuestos a votar al FdT.

La ministra de Seguridad Sabina Frederic afirmó en sintonía con Tolosa Paz que Suiza era un país más adelantado que el nuestro pero también más aburrido. Cuesta creer que una funcionaria preparada académicamente como la ministra haya expresado semejante estupidez. Suiza es un país del primer mundo. El nivel de vida de sus habitantes es infinitamente superior al nuestro. Efectivamente, es un país donde la vida transcurre sin grandes sobresaltos porque los problemas brillan por su ausencia. No es que se trate del paraíso sino de una sociedad que vive mucho mejor que la nuestra. La ministra dio a entender que, en el fondo, es preferible residir en Argentina porque al vivir todos los días con el corazón en la boca, la gente no tiempo para aburrirse. Seguramente no fue su intención pero Frederic no hizo más que faltarle el respeto a los millones de compatriotas que viven a merced de la delincuencia desde hace muchos años.

Martín Guzmán es un economista con sólida formación académica. Por su cercanía con el premio Nobel Stiglitz y su especialización en la resolución de la deuda externa, Alberto Fernández lo convocó para que trabajara en su gobierno. En poco tiempo adquirió las mañas propias de la clase política. En las últimas horas afirmó sin sonrojarse que la economía está en un franco crecimiento. ¿Tenía alguna necesidad de mentir de esa manera? Porque hasta la más humilde de las amas de casa sabe perfectamente que la planta no alcanza. La economía argentina está estancada desde hace varios años y todo parece indicar que continuará en estado vegetativo durante un buen tiempo.

Estos ejemplos no hacen más que demostrar el desprecio que siente la clase política por el pueblo. No se trata de un problema actual, cabe aclarar. Desde hace mucho tiempo que los gobiernos que hemos sabido conseguir no han hecho otra cosa que insultar nuestra inteligencia. Ahora bien, si ello sucede es porque nosotros se los hemos permitido. Como la clase política sabe muy bien que los argentinos no nos atrevemos a castigarla en las urnas, nos humillan a piacere. ¿Seremos capaces de revelarnos algún día? Este domingo tenemos una gran oportunidad pero no creo que suceda. Pero no hay que perder las esperanzas.

El ejemplo de Menem o el de Cristina

La decisión del gobierno nacional de controlar la compra de dólares desató la ira de ciertos sectores medios altos porteños. La semana pasada retornaron los cacerolazos en algunos barrios pudientes de la CABA, como Barrio norte y Belgrano, como demostración de fuerza frente a un gobierno al que consideran una dictadura. Lamentablemente, hubo hechos de violencia perpetrados por algunos caceroleros contra periodistas y camarógrafos de 6.7.8., a quines acusaron de ser personeros del régimen K. Una vez más el orden conservador demostró que no acepta la presencia en la Casa de Gobierno de un gobernante que no acepta someterse a sus designios.

El orden conservador es enemigo de la democracia popular. Con sólo repasar algunos acontecimientos de nuestra historia bastará para corroborar lo que acabo de afirmar. A fines del siglo XIX las ideas anarquistas se desparramaron por nuestro territorio como reguero de pólvora. La clase dominante entró en pánico y a comienzos del siglo XX sancionó la Ley de Residencia, que facultaba al gobierno a expulsar del país a quienes considerara “subversivos”, perturbadores del orden social. En septiembre de 1930 el orden conservador destituyó a Hipólito Yrigoyen y lo reemplazó por un militar enemigo del voto popular. El plan fascista de Uriburu duró, afortunadamente, lo que un suspiro. Fue reemplazado por Agustín O. Justo, un militar anglófilo que hizo todo lo que estuvo a su alcance para impedir el retorno del radicalismo al poder. El fraude se transformó en el botón de muestra de un régimen elitista, autoritario y violento. En junio de 1943 se produjo un golpe de estado que simpatizaba con las potencias del Eje. Tres años más tarde, asumía la presidencia un militar que se adueñaría del escenario político durante tres décadas. Desesperado e impotente por haber perdido el control del país, el orden conservador legitimó cualquier mecanismo para recuperarlo. Cada golpe de estado que se produjo entre 1930 y 1983 contó con su apoyo entusiasta. Aplaudió todas y cada una de las medidas represivas tomadas por los gobernantes de facto.

Aprobó la doctrina de la seguridad nacional, símbolo de la violencia institucionalizada, y más adelante la aberración de los centros clandestinos de detención. En la etapa de la recuperación democrática, ejerció una presión inaudita sobre Raúl Alfonsín, a quien abucheó en 1988 en Palermo para demostrarle su desagrado por la forma en que gobernaba. En 1989 organizó un golpe de estado económico para obligarlo a renunciar seis meses antes del fin de su período presidencial. Con el metafísico de Anillaco respiró aliviado durante una década y media. En 2001 le bajó el pulgar a De la Rúa y al año siguiente hizo lo propio con Eduardo Duhalde. No esperó a que Kirchner se sentara en el sillón de Rivadavia para hacerle saber que debía gobernar en función del “mercado”. Desilusionado con el patagónico, esperó a que lo reemplazara Cristina para destruir al kirchnerismo. La violencia que ejerció la derecha contra Cristina desde que se hizo cargo del Poder ejecutivo atentó contra los principios fundamentales de la democracia. Los insultos, los cortes de rutas, las presiones mediáticas, formaron parte de un ataque sistemático orquestado por el orden conservador contra un gobierno que había cometido el peor de los pecados: ser nacional y popular.

El orden conservador siempre se valió de la violencia para defender sus intereses de clase. Desde que Bartolomé mitre accedió a la presidencia en 1862, la prepotencia, la coerción y la intolerancia no fueron otra cosa que elementos constitutivos de su “ser”. Mitre, Sarmiento, Avellaneda, Roca, Pellegrini, Figueroa Alcorta y compañía, jamás soportaron la presencia de fuerzas políticas que cuestionaran la legitimidad del orden conservador. Cada desafío a su autoridad fue molido a palos, literalmente. Las montoneras, los indios, los radicales y los anarquistas, fueron algunas de sus víctimas. La historia argentina puede definirse en buena medida como la historia de la violencia utilizada por el orden conservador para conservar su dominación. Es una historia plagada de persecuciones, exterminios, detenciones arbitrarias, violencia clandestina, exilios, intimidaciones, etc. Jamás hubo en la Argentina una genuina democracia, si por tal entendemos un régimen basado en el respeto a la dignidad de la persona y a sus libertades y derechos fundamentales.

El orden conservador avaló torturas, deportaciones, asesinatos, vuelos de la muerte, delaciones, obsecuencia; lo más hediondo de la condición humana, en suma. ¡Cómo no va a apoyar a unos energúmenos que golpean a mansalva a periodistas y camarógrafos de 6.7.8. ! No sólo los apoya, sino que celebra su “hazaña” con champagne. También aplaude el paro decretado por las patronales agropecuarias y, si se producen, los cortes de rutas. Para el orden conservador todo aquello que esmerile a la presidenta de la nación es legítimo. La otra noche escuché a un invitado que asistió a 6.7.8. Se trata del historiador Hernán Brienza. Hizo un sagaz diagnóstico de la situación política actual. Manifestó que para la derecha los kirchneristas son “los otros”, los que no pertenecen, precisamente, al orden conservador. En consecuencia, los considera seres de una inferior calidad humana, que merecen ser considerados como “cosas”. Sus palabras fueron muy crueles pero reflejan perfectamente lo que piensa y siente la derecha del kirchnerismo y de quienes lo apoyamos. Ello explica por qué jamás criticará la golpiza a los que fueron sometidos los trabajadores de 6.7.8. Que cubrieron los cacerolazos de la semana pasada. Ello explica por qué jamás dejará de hostigar a Cristina, a la que considera una “intrusa” que está donde está porque un 54% del electorado es deficiente mental.

Con el orden conservador no se puede dialogar, ni negociar, ni convivir democrática y civilizadamente. El orden conservador sólo acepta al gobernante que le dice “amén”, que acepta sin condicionamientos todas y cada una de sus “sugerencias”. Así de sencillo, así de dramático. Es por ello que el gobernante tiene delante de él una disyuntiva de hierro: o acepta sumisamente ser su empleado o se rebela y gobierna en función de los intereses populares. No hay termino medio que valga. O sigue el ejemplo de Menem, o el de Cristina. Si gobierna como Menem, la derecha lo dejará tranquilo. Le hará creer que es uno de ellos, que es un estadista de excepción, que es un elegido por la providencia. En realidad, no es más que un instrumento suyo. A partir del momento en que deja de serle útil, la derecha se desprende de él sin misericordia. Menem puede dar fe de ello. Si sigue el ejemplo de Cristina, deberá estar dispuesto a pagar el precio, altísimo por cierto. Deberá tener una espalda granítica, capaz de soportar todo tipo de cuestionamientos, agravios, presiones e intentos destituyentes. Está en la naturaleza de la derecha hacerle la vida imposible al gobernante que no acepta “el orden natural de las cosas”. Ahora bien, ¿es posible la convivencia democrática en una sociedad de esta índole? ¿Es posible la tolerancia en el disenso en una sociedad que legitima la relación política amigo-enemigo? La respuesta es por demás evidente.

¿Qué debe hacer, entonces, quien accede a la presidencia en la Argentina? ¿Debe seguir el ejemplo de Menem o el de Cristina? Todo dependerá, esencialmente, de la personalidad de quien pretenda conducir el timón del buque. Si quien accede al poder es pragmático y realista, ejercerá el poder tal como lo hizo el metafísico de Anillaco, quien aceptó sin chistar las reglas de juego impuestas por el orden conservador. Si, por el contrario, es idealista y principista, chocará, al igual que Cristina, contra los intereses creados de una feroz camarilla que no le dejará conciliar el sueño. La disyuntiva es de hierro.

(*) Artículo publicado en el portal Redacción Popular el 6/6/012

La ceguera del orden conservador

El orden conservador no tolera a Cristina. Está enceguecido. Su ira es de tal magnitud que le impide reconocer todo lo bueno que hace su gobierno. En este clima enrarecido, donde lo numico que adquiere relevancia para el poder mediático opositor es la psicosis por el dólar y la iracundia de las corporaciones agromediáticas, pasan a un segundo plano cuestiones de mayor trascendencia, asuntos que repercuten directamente sobre nuestra calidad de vida.

En las últimas horas, la localidad bonaerense de Munro fue escenario de la inauguración de la primera planta, tanto en Argentina como en Sudamérica, dedicada a la elaboración de anticuerpos monoclonales para su empleo farmacológico. Estos anticuerpos, cuyo estudio le valió al científico argentino César Milstein el premio Nobel, sirven para el tratamiento de diversos tipos de cáncer y enfermedades autoinmunes. La existencia de esta planta fue posible gracias a la decisión de la empresa PharmaADN (pertenece al grupo Insud) de construirla y el aporte del ministerio de Ciencia y Tecnología, el INTI y la universidad de Quilmes. Se calcula que dentro de un año, luego de efectuar varios ensayos clínicos y certificaciones, estos productos estarán en condiciones de ingresar en el mercado. Esteban Corley, director de desarrollo de negocios de la empresa, explicó que “estos anticuerpos actúan por una u otra de dos estrategias: la primera es dirigirse directamente a la célula tumoral y, al unirse con ella, dejarla marcada para que una célula “killer” del sistema inmunitario la destruya; la segunda estrategia es inhibir la generación de los vasos sanguíneos que el tumor necesita para nutrirse. Suelen utilizarse en tratamientos combinados, frecuentemente con quimioterapia. En las enfermedades autoinmunes, el anticuerpo monoclonal anula las proteínas por las cuales el organismo ordenaba el ataque a una parte de sí mismo” (fuente: Página/12, 5/6/012).

A su vez, Analía Pesce, directora de calidad y asuntos regulatorios de PharmaADN, explicó que “los anticuerpos monoclonales actuales se producen en células inmortales derivadas de ovario de hamster chino que, mediante ingeniería genética, han sido “humanizados”, es decir que resultan compatibles con la utilización terapéutica en seres humanos. Estas células sirven para producir distintos anticuerpos, según la modificación que, nuevamente por ingeniería genética, se les aplique” (fuente: Página/12, 5/6/012). La presidenta de la nación sostuvo, por teleconferencia, que “la inauguración de esta primera planta de América del Sur es la punta de lanza de un proyecto científico-tecnológico a partir del descubrimiento que le valió a Milstein obtener el Premio Nobel de Medicina” (fuente: Página/12, 5/6/012). La soberanía no se declama, se la conquista diariamente. No es una cuestión de proclamas sino de hechos que la afianzan permanentemente. La soberanía es una empresa que nunca acaba porque siempre están al acecho quienes desean, desde adentro y/o desde afuera, destruirla. Esta inauguración no ha hecho más que fortalecer nuestra soberanía. Lograr el autoabastecimiento de sustancias destinadas al tratamiento del cáncer y enfermedades autoinmunes, nos hace más soberanos, nos hace más independientes y nos hace más respetables ante el mundo.

Sin embargo, para el poder mediático opositor otras noticias merecen ocupar el centro de la escena. Obviamente, las más relevantes son el dólar y la decisión de la Mesa de Enlace de nacionalizar el paro agropecuario bonaerense. El dólar se ha transformado para la corporación mediática antikirchnerista en una “cuestión de Estado”. Pareciera como si el futuro de nuestras libertades individuales estuviera pendiente de la evolución de la divisa de Estados Unidos, como si la decisión del gobierno nacional de restringir la compra de dólares significara un atentado a la dignidad de los argentinos. Hoy todo el mundo habla del dólar: los interesados en comprarlo, los economistas “neoliberales” que desean fervientemente que la hiperinflación devore a Cristina, los oficialistas, los opositores: todos estamos pendientes del dios del sistema financiero transnacional. Frente a los vaivenes del dólar ¡qué importancia puede tener la inauguración de una planta para fabricar sustancias contra el cáncer! ¡A quién le interesa que dentro de un año el país no se verá en la necesidad de importar estos fármacos! Para el monopolio mediático concentrado es más importante la opinión de un “arbolito que el recuerdo de las investigaciones de César Milstein.

Pero al dólar le salió un serio competidor: la Mesa de enlace. Los “cuatro jinetes del Apocalipsis” han reaparecido de manera triunfal pronosticando un duro embate contra la enemiga perfecta: la presidenta de todos los argentinos. Eduardo Buzzi (FA), Hugo Biolcati (SR), Rubén Ferrero (CRA) y Carlos Garito (Coninagro), recuperaron en parte el protagonismo que habían alcanzado en las inolvidables jornadas de 2008, cuando la patria gauchesca amenazó con llevarse puesto al gobierno nacional y popular. La Argentina ha recuperado a cuatro de sus mejores representantes, a cuatro de los más preclaros y genuinos exponentes de lo más puro y excelso de la Patria: el hombre de campo. ¡Cómo no van a ocupar la portada de los diarios de mayor tiraje nacional! ¡Cómo no van a ser entrevistados hasta el hartazgo por las radios antiK! ¡Porque, qué duda cabe, Hugo Biolcati es más importante que Milstein! La soja es más relevante que el tratamiento del cáncer; el trigo y la leche están por encima del avance de la medicina. Si Discépolo viviera se haría un festín…

La ceguera del orden conservador le impide valorar lo bueno del cristinismo. Dominado por un odio patológico, cada día que pasa aumenta su aversión por Cristina. Basta con leer los mensajes anónimos que vuelcan los foristas en algunos diarios de la web, como Perfil y El Informador Público, para darse cuenta del rencor y el resentimiento que anidan en los corazones de los antikirchneristas. No recuerdo tanta bronca, tanta paranoia, tanto desprecio, por un presidente. No recuerdo tanto deseo de que al país le vaya mal si es el precio a pagar por el fin de un gobierno. No recuerdo tanto egoísmo, tanta mala intención, tanta mala leche. La ceguera del orden conservador es de tal magnitud que ya no le importa si es Binner, Macri, Scioli o el que fuere, el presidente a partir de diciembre de 2015. Lo único que quiere es que Cristina se vaya. Y si es antes de 2015, tanto mejor. La derecha está dispuesta a pagar el costo que sea necesario para destruir la plaga del cristinismo. Si hay que cacerolear todas las noches, en buena hora. Si hay que cortar rutas y provocar desabastecimiento, en buena hora. Si hay que insultar, agraviar y aullar, en buena hora. Si hay que organizar piquetes de la abundancia, en buena hora. Si hay que rezar por la muerte súbita de Cristina, en buena hora. Para el orden conservador todo es válido y legítimo, aún las bajezas más abyectas, si ayuda a pulverizar al gobierno nacional. ¡Cuánta será la nostalgia de la derecha por aquellos buenos viejos tiempos, donde bastaba golpear la puerta de los cuarteles para encauzar el rumbo del país! Ayer, los militares se encargaban de hacer el trabajo sucio. Hoy, la derecha se ve obligada a salir a la calle blandiendo las cacerolas en señal de hartazgo, a hacer lo que nunca hizo: dar la cara. y como no está acostumbrada a actuar frontalmente, tiene miedo, mucho miedo. Y es precisamente esa angustia por verse obligada a actuar a la luz del día, la que provoca un aumento exponencial de su peligrosidad.

(*) Artículo publicado en el portal Redacción Popular el 7/6/012

Cristina ¿es el mal absoluto?

Hay quienes en la Argentina consideran a Cristina la reencarnación del mal absoluto. “¡Jamás tuvimos en nuestra historia”, vociferan con alevosía, “un presidente tan abyecto, corrupto y mendaz como Cristina Fernández de Kirchner!” Todo lo que hace la presidenta es para engrosar su cuenta corriente, todo lo que dice es para burlarse de todos los argentinos; su ejercicio del poder es maléfico y satánico, en suma. De ahí la necesidad imperiosa, exclaman los cruzados argentinos, de ponerle fin a tanta maldad, a tanta falta de respeto, a tanta impudicia. Para los cruzados argentinos Cristina es lo peor que nos pasó y el kirchnerismo, una plaga maligna que terminará por destruirnos a todos. Para los cruzados argentinos Cristina es peor que, por ejemplo, María Estela Martínez de Perón, Jorge Rafael Videla, Leopoldo Fortunato Galtieri y Fernando de la Rúa. ¡Increíble, pero cierto!

¿Es Cristina peor que Isabel? El 1 de julio de 1974 murió Perón y nos dejó como herencia política a Isabel en el sillón de Rivadavia. En aquel entonces la “patria peronista” y la “patria socialista” decidían sus diferencias a balazos, mientras el siniestro José López Rega manejaba entre bambalinas los hilos del poder. Los diarios publicaban diariamente noticias de enfrentamientos armados y cuerpos que aparecían por doquier acribillados a balazos. ¿Es Cristina peor que Isabel? En el terreno económico, la inflación se disparó y el gobierno impuso en 1975, a través del ministro de economía Celestino Rodrigo, un fenomenal ajuste que provocó desabastecimiento y más inflación. López Rega perdió el duelo con Lorenzo miguel y abandonó primero el gobierno y luego el país. En el ejército asumió como comandante en jefe Jorge Rafael Videla y el golpe de estado se puso en marcha. El brigadier Capellini quiso hacerlo a fines de 1975, pero las fuerzas armadas lo tenían planeado para marzo de 1976. A los pocos días, la guerrilla fue diezmada en Monte Chingolo, mientras Casildo Herreras había pasado a la historia con su memorable “Me borré”. Desesperada, Isabel propuso adelantar las elecciones presidenciales para el segundo semestre de 1976, pero nadie le hizo caso. El golpe era inevitable. Cuando se produjo, el país estaba devastado por la inflación, el desabastecimiento, la violencia y el miedo. ¿Es Cristina peor que Isabel?

El 24 de marzo de 1976 se produjo el golpe cívico-militar que derrocó a Isabel. La Junta Militar designó como presidente de facto a Videla. Asumió con el propósito de desterrar para siempre el virus de la demagogia populista, antesala inevitable del comunismo. Estaba convencido de que había que refundar la democracia, para lo cual se tornaba indispensable dar de baja a toda la dirigencia política histórica. Pero su obsesión era la violencia subversiva. Temeroso de aplicar la pena capital, impuso el terrorismo de estado como medio para eliminar a los subversivos, paso previo indispensable para disciplinar a la sociedad. ¿Es Cristina peor que Jorge Rafael Videla? El 2 de abril el ministro Martínez de hoz explicó al pueblo los lineamientos fundamentales de su programa. Cuando se fue del gobierno la industria nacional estaba destruida y el país se había transformado en una timba. La mente de los argentinos giraba en torno a la “plata dulce”, mientras se expandían a pasos agigantados la brecha entre ricos y pobres, y la deuda externa. ¿Es Cristina peor que Jorge Rafael Videla?

A fines de 1981 Leopoldo Fortunato Galtieri asumió como nuevo presidente de facto de los argentinos. Colocó en el ministerio de economía al ortodoxo Roberto Alemann y en la cancillería al conservador Nicanor Costa Méndez. El verano de 1982 culminó con una movilización y un paro general decretado por la CGT para protestar por la situación social, económica y política del país. La represión fue durísima y hubo que lamentar un muerto. ¿Es Cristina peor que Leopoldo Fortunato Galtieri? El 2 de abril, Galtieri hizo sacudir las fibras de nuestro nacionalismo con el desembarco militar en las Islas Malvinas. Las calles del país se inundaron de argentinos que enarbolaban banderas nacionales con orgullo y satisfacción. Galtieri creyó que Gran Bretaña no entraría en guerra y que EEUU se mantendría neutral. Gran Bretaña entró en guerra y EEUU no se mantuvo neutral. Las tropas profesionales británicas desembarcaron en Malvinas y tardaron 45 días en obligar a nuestras tropas a rendirse de manera incondicional. Más tarde supimos que la inmensa mayoría de los soldados argentinos no estaban preparados para el combate, que carecían de abrigo y alimentos, y que algunos habían sido maltratados por sus propios superiores. Luego del fatal desenlace, regresaron al país en las sombras, como portadores de alguna maligna enfermedad virósica. ¿Es Cristina peor que Leopoldo Fortunato Galtieri?

El 10 de diciembre de 1999 asumió como presidente Fernando de la Rúa, acompañado por el peronista de izquierda y líder del Frepaso, Carlos Chacho Álvarez. Por primera vez íbamos a ser conducidos por un gobierno de coalición. La primera decisión del ministro de economía José Luis Machinea fue aumentar los impuestos, con lo cual no hizo más que dañar los ya alicaídos bolsillos de los argentinos. En 2000 el gobierno aliancista tambaleó a raíz de supuestas coimas que miembros del gobierno nacional habrían pagado a senadores nacionales del justicialismo para que aprobaran la Leu de Reforma Laboral, exigida por el FMI. El presidente dejó a su vice en la más absoluta soledad, obligándolo a renunciar en octubre. A partir de entonces, De la Rúa gobernó rodeado por sus incondicionales y Domingo Cavallo. ¿Es Cristina peor que De la Rúa? Desesperado por el déficit fiscal, el binomio De la Rúa-Cavallo recortó en un 13% las jubilaciones y los sueldos estatales, para imponer finalmente un corralito que provocó la reacción de los damnificados, quienes expresaron su bronca e impotencia haciendo tronar el escarmiento a través de las cacerolas. El 20 de diciembre de 2001 la Plaza de Mayo se transformó en un dantesco escenario. Las Madres fueron corridas a palos por la caballería, hubo varias detenciones y, lamentablemente, hubo asesinatos a sangre fría. De la Rúa abandonó la Casa Rosada en helicóptero en medio de la peor crisis institucional de la Argentina posrestauración democrática. ¿Es Cristina peor que De la Rúa?

Esta breve reseña de algunos de los períodos más complicados de nuestra historia contemporánea constituye, a mi entender, una prueba contundente de la falsedad de lo que sostienen los caceroleros antikirchneristas. ¿Cómo pueden sostener sin que se les caiga la cara de vergüenza que cristina ha sido más nefasta, perversa, corrupta e ineficiente que Isabel, Videla, Galtieri y De la Rúa? ¿Ha habido con Cristina violencia entre la derecha y la izquierda del peronismo, centros clandestinos de detención, vuelos de la muerte, tumbas NN, postración frente al poder económico transnacional, saqueos y estatización de las deudas de los grupos económicos concentrados del país? ¿Cómo pueden sostener sin que se les caiga la cara de vergüenza que el gobierno de Cristina es una dictadura? Preso de un dogmatismo y un fundamentalismo pétreos e inconmovibles, el orden conservador se ha lanzado a una cruzada para “purificar” a la sociedad, “salvar” a la Argentina de un gobierno depravado e innoble, conducido por una presidenta que es el símbolo de la política de las piaras. Convencido de que Cristina es el mal absoluto, el orden conservador se presenta como la “reserva moral del pueblo argentino”, en una demostración de hipocresía que repugna a la condición humana.

(*) Artículo publicado en el portal Redacción Popular el 9/6/021.

Marx y el carácter inhumano de la industria moderna (primera parte)

Siempre resulta reconfortante volver a la lectura de los pensadores clásicos, de aquéllos que dejaron para la posteridad reflexiones que conservan su vigencia a pesar del paso del tiempo. No digo ninguna novedad si afirmo que uno de esos pensadores clásicos es Carlos Marx. Dejó como herencia intelectual numerosas obras que inauguraron una escuela de pensamiento, el materialismo histórico, que en los días presentes continúa siendo analizada con pasión y devoción. El Capital” fue su obra cumbre, la más impactante y demoledora crítica jamás escrita del capitalismo. Pero fue en el “Manifiesto comunista” donde dejó que aflorara su militancia, su inextinguible deseo de mejorar la calidad de vida de los trabajadores, sometidos a una implacable explotación por parte de los dueños del capital.

Marx comienza por afirmar el carácter conflictivo de la historia. En todas las sociedades que han existido, afirma con vehemencia, la historia no ha sido otra cosa que un conflicto inextinguible entre las clases sociales. Siempre ha habido opresores y oprimidos en lucha permanente, velada en algunas oportunidades, frontal en otras. Esa lucha no hizo más que concluir siempre en un cambio revolucionario de la sociedad en su conjunto o en la defenestración de las clases en conflicto. Marx centra su análisis en la moderna sociedad burguesa, la sociedad en la que el tocó vivir. Pese a que su origen fue el resultado del desmoronamiento de la sociedad feudal, ha sido incapaz de abolir las contradicciones de clase. Sin embargo, cabe reconocerle un gran mérito: el de haber sido capaz de simplificarlas. En efecto, la sociedad moderna se mueve en torno a una confrontación fundamental: la lucha a muerte entre dos grandes clases sociales, los dueños de los factores de producción (los burgueses) y los dueños de la fuerza de trabajo (los proletarios). El antagonismo es profundo, visceral.

Marx presenta a la burguesía como una clase social poderosa y pujante. Da la sensación de que, sin reconocerlo expresamente, la admira. Con el descubrimiento de América y la circunnavegación de África, el mundo le abrió sus puertas a la burguesía. La apertura de los nuevos mercados incrementó la demanda, que terminó por desbordar a la moribunda organización feudal. En lenguaje sistémico, puede decirse que la organización feudal fue incapaz de resistir la sobrecarga de demandas producida por la apertura de los nuevos mercados. Entró en escena la manufactura y los sectores medios reemplazaron a los maestros en los gremios. La antigua división del trabajo se daba en las diferentes corporaciones fue reemplazada por la división del trabajo que emergió en el propio ámbito del taller. Pero las necesidades humanas son ilimitadas. En consecuencia, la manufactura no pudo soportar demasiado tiempo la exigencia de satisfacer una demanda incontrolable. El vapor y la maquinaria surgieron para revolucionar la producción industrial. El cambio revolucionario en la estructura económica de la sociedad tuvo su correlato en el ámbito donde se mueven los actores sociales: la clase media industrial fue sustituida por los industriales repletos de dinero, es decir, por los burgueses modernos. La gran industria, sentencia Marx, hizo posible el surgimiento del mercado mundial, o lo que es lo mismo, la globalización capitalista. Esta globalización trajo efectos benéficos para la humanidad: hizo posible una aceleración increíble del desarrollo del comercio, la navegación y los medios de transporte por tierra. Este desarrollo repercutió sobre la industria, la que creció a pasos agigantados. De esa forma, mientras se desarrollaban la industria, el comercio, la navegación y los ferrocarriles, fue desarrollándose una nueva clase social, la burguesía, cuyos miembros comenzaron a multiplicar sus capitales, configurando una poderosa clase social que relegó definitivamente a las clases sociales que habían florecido durante la Edad Media.

Según Marx, la burguesía desempeñó a lo largo de la historia un rol revolucionario. Siempre que conquistó el poder no hizo más que pulverizar las relaciones feudales, patriarcales. Los lazos feudales que ataban al hombre a sus amos naturales fueron barridos por la burguesía, con lo cual surgió una sociedad basada en el frío interés, en el inhumano pago al contado. La visión de Marx de la burguesía no podía ser más descarnada. El fervor religioso, los vínculos basados en la caballerosidad y el sentimentalismo, fueron sustituidos por el gélido cálculo egoísta. La burguesía hizo de la dignidad del hombre “un simple valor de cambio”. Reemplazó la anterior explotación legitimada por la religión y la política, por una explotación brutal y descarnada, legitimada por el poder de los dueños del capital. Transformó al médico, al abogado, al sacerdote y al sabio en un asalariado más, en un instrumento de la patronal. Marx denunció un fenómeno que se desarrollará geométricamente luego de la expansión universal del neoconservadurismo durante los noventa del siglo pasado: la proletarización de las profesiones liberales. El imperio de la burguesía transformó a la sociedad en una red de relaciones sociales basadas en el poder del dinero.

La burguesía existe porque es capaz de revolucionar de continuo los instrumentos de producción y, en virtud de ello, las relaciones de producción y, en definitiva, todas las relaciones sociales. La aparición de la burguesía fue el fruto de una revolución incesante de la producción, junto con una profunda conmoción de las condiciones sociales y una inseguridad permanente. La burguesía emergió cuando el sistema social y económico vigente hasta entonces se asemejaba a un volcán a punto de estallar. Cuando se partió en mil pedazos la antigua sociedad sustentada en antiguas creencias y pétreas tradiciones, se abrió una grieta donde surgió la burguesía y, con ella, una nueva sociedad donde comenzó a regir de manera implacable el poder del dinero. Obligada a expandirse por doquier, la burguesía otorgó un carácter cosmopolita a la producción de productos y a su consumo en todos los países. Ya en aquel entonces la economía había adquirido un carácter transnacional, al igual que la burguesía como clase social. Las antiguas necesidades satisfechas con productos nacionales, fueron reemplazadas por necesidades cosmopolitas cuya satisfacción quedó a cargo de productos elaborados en los países más recónditos. El mundo se transformó en un sistema de relaciones entre países interdependientes. Lo nacional dejó su paso a los internacional, tanto en el terreno económico como en el cultural. Los libros producidos en Inglaterra dejaron de ser instrumento exclusivo de los ingleses, paras pasar a serlo de la humanidad. La burguesía se presentó como una ola gigantesca que arrastró a todas las naciones del mundo hacia la costa de la civilización, como un inmenso patrón de estancia que obligó a sus subalternos, los países, a adecuarse a las nuevas relaciones económicas. “Se forja un mundo, sentencia Marx, a su imagen y semejanza. Es el triunfo de Occidente”, de un sistema económico, político e ideológico configurado por el nuevo amo del mundo.

La burguesía es sinónimo de concentración económica, social y política. “Ha aglomerado la población, centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia obligada de ello ha sido la centralización política”, expresa Marx a modo de advertencia. Las provincias, acostumbradas a un genuino federalismo, pasaron a formar parte de un solo cuerpo político, de una sola nación, gobernada por una Solka autoridad política y sujeta a una sola ley. El dominio de clase impuesto por la burguesía no podía ser más absoluto.

(*) Artículo publicado en el portal Redacción Popular el 11/6/012.

Marx y el carácter inhumano de la industria moderna (segunda parte)

En un siglo la burguesía fue capaz de crear fuerzas productivas más relevantes que todas las generaciones pasadas consideradas conjuntamente. Tal su pujanza, su fuerza arrolladora. Gracias a la burguesía la humanidad fue testigo del sometimientote la naturaleza, del empleo de las máquinas, de la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, del auge de la navegación a vapor, de la apertura fluvial a la navegación, de la creación del telégrafo eléctrico y del surgimiento de poblaciones enteras como por arte de magia. Los medios de producción y de cambio que hicieron posible el surgimiento de la burguesía, habían sido obra del feudalismo. En un momento determinado, las relaciones feudales de propiedad dejaron de corresponderse con el desarrollo alcanzado por los medios de producción y de cambio. Aquellas relaciones, lejos de impulsar la producción, la frenaban. Las relaciones feudales de propiedad se transformaron en un escollo para el desarrollo productivo de la sociedad, con lo cual se tornó imperioso remover es obstáculo.

Las relaciones feudales de propiedad fueron sustituidas por el principio de la libre concurrencia, apoyado en una constitución social y política que garantizaba su vigencia y bajo la égida del sistema de dominación económica y política implantado por la burguesía. Marx fue consciente de que en el momento de máximo esplendor de la burguesía se estaba produciendo un fenómeno similar. Así como las relaciones feudales de propiedad no lograron adecuarse a la nueva sociedad burguesa, las relaciones burguesas de propiedad comenzaron a no poder controlar el fenomenal poderío productivo de la sociedad burguesa. Desde hace algunos años, sentencia Marx, el desarrollo histórico industrial y comercial comenzó a ser sinónimo “de la historia de la rebelión de las fuerzas productivas contra las actuales relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad que condicionan la existencia de la burguesía y su dominación”. Marx destaca el ejemplo de las periódicas crisis comerciales, que sistemáticamente destruyen no sólo gran parte de los productos elaborados sino también las propias fuerzas productivas ya creadas. Durante la crisis, la sociedad queda a merced de una letal epidemia: “la epidemia de la superproducción”. El hombre retorna a una barbarie momentánea, a un estado de la civilización que creía superado. La industria y el comercio parecieran haber sido aniquilados, mientras el hambre comienza a expandirse por doquier. Según Marx, esto fue posible porque la sociedad burguesa posee demasiada industria, demasiado comercio; “demasiada civilización”, en suma. Las fuerzas productivas de que dispone la sociedad burguesa son demasiado poderosas para las relaciones de propiedad burguesas. Éstas se han transformado en un obstáculo para aquéllas. Y cada vez que las fuerzas productivas logran desembarazarse de ese obstáculo, no hacen más que provocar un gran desorden en la sociedad burguesa, con lo cual llegan a amenazar su propia existencia. Las relaciones burguesas de propiedad ya no están en condiciones para contener el cúmulo de riquezas creadas por las fuerzas productivas de la sociedad burguesa. Semejante crisis es resuelta por la burguesía destruyendo una masa de fuerzas productivas y poniendo en práctica una política colonialista (la conquista de nuevos mercados y la explotación más dura de los mercados que ya poseía). La burguesía vence la crisis preparando el terreno para nuevas crisis más extensas y violentas, y disminuyendo los medios aptos para prevenirlas. La burguesía supera la crisis con más crisis.

La burguesía creó no solamente las armas que la destruirán (y que le sirvieron en su momento para derribar al feudalismo) sino también preparó a quienes las empuñarán: los proletarios. La clase trabajadora, la clase oprimida, será el verdugo de la sociedad burguesa. La burguesía se desarrolla al mismo tiempo que el proletariado, la clase de obreros modernos que sólo sobreviven si trabajan. Obligados a vender su fuerza laboral, son una mercancía como cualquier otra, con lo cual quedan sujetos a los vaivenes de la competencia, de las fluctuaciones del mercado. El imperio de la máquina y la división del trabajo no hacen más que quitarle sustantividad al trabajo, con lo cual el obrero pierde todo incentivo para efectuar correctamente su trabajo. El obrero deja de ser persona para ser una pieza más de la gran maquinaria, un ladrillo más en la pared al que únicamente se le exigen tareas rutinarias y monótonas, que no requieren esfuerzo intelectual alguno. En consecuencia, el costo del obrero se reduce a lo que mínimamente necesita para sobrevivir y garantizar su linaje. El sistema capitalista condena al obrero a la más miserable de las explotaciones. Dice Marx: “Pero el precio del trabajo, como el de toda mercancía, es igual a su costo de producción. Por consiguiente, cuanto más fastidioso resulta el trabajo, más bajan los salarios. Más aún, cuanto más se desenvuelven el maquinismo y la división del trabajo, más aumenta la cantidad de trabajo, bien mediante la prolongación de la jornada, bien por el aumento del trabajo exigido en un tiempo dado, la aceleración del movimiento de las máquinas, etc.”.

Con el advenimiento de la burguesía el pequeño taller fue barrido por la gran fábrica capitalista, donde las masas obreras están hacinadas y sujetas a una disciplina militar. Al igual que los soldados rasos de la milicia, los obreros ejercen sus tareas en condiciones inhumanas, sujetos a un permanente control de sus superiores (oficiales y suboficiales). Los obreros están a merced de la clase burguesa, del propio Estado burgués, de la máquina, del capataz de la fábrica y del patrón, su gran explotador. Y este despotismo, señala Marx a modo de denuncia, es tanto más perverso y siniestro cuanto mayor es la sinceridad del capitalista al proclamar que su único interés es la obtención ilimitada de ganancias. Cuanto más desarrollada es la industria moderna, mayor es la cantidad de mujeres y niños que realizan trabajos en las fábricas. Para el capitalista sólo existen “instrumentos de trabajo”, cuyo costo depende de la edad y el sexo. En este sombrío panorama esbozado por Marx el obrero pierde su dignidad, queda reducido a la categoría de “objeto”. Una vez que el trabajador ha recibido su salario en metálico, pasa a ser víctima de otros “personajes” de la burguesía, como el casero, el tendero y el prestamista. El advenimiento de la sociedad burguesa empuja a los pequeños industriales, los pequeños comerciantes, los rentistas, los artesanos y los campesinos, al mundo del proletariado. Todos pasan a ser proletarios, víctimas de la explotación capitalista. en definitiva, “el proletariado se recluta entre todas las clases de la población”. El sistema de dominación burgués se apoya en un implacable conflicto entre dos clases sociales irreconciliables. La fábrica es la cárcel que alberga a los proletarios durante las larguísimas jornadas laborales, mientras los capitalistas se valen de la explotación a la que los someten para obtener pingües ganancias.

(*) Artículo publicado en el portal Redacción Popular el 13/6/012.

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