Por Hernán Andrés Kruse.-

Quedó en claro quién tiene la sartén por el mango

El resultado de las PASO lejos estuvo de ser inocuo para el gobierno nacional. El presidente intentó que todo continuara a partir del lunes 13 como si nada hubiera pasado. De ahí su decisión de no tocar su gabinete, fuertemente cuestionado por el cristinismo. Apenas se consumó la goleada en las urnas Cristina y sus principales alfiles le hicieron saber al presidente que era indispensable una oxigenación de su gobierno, que era lógico que ante semejante revés electoral todos los ministros tenían la obligación de poner a su disposición sus renuncies para que éste las acepte o no. Evidentemente Alberto Fernández consideró que estaba en presencia de una “apretada” de la vicepresidenta de la nación que no podía tolerar. Pasaron las horas y el cristinismo observó con estupor que el gobierno había decidido aplicar el famoso “aquí no ha pasado nada”. Entonces Cristina decidió apretar a fondo el acelerador.

El lunes a la noche Máximo Kirchner y Wado de Pedro le “sugirieron” a Alberto en Olivos que oxigenara su gabinete. Alberto hizo caso omiso de esa “sugerencia”. Horas más tarde el presidente encabezó un acto en el que hizo uso de la palabra Martín Guzmán, en un claro desafío a Cristina. El miércoles todos los ministros que responden a Cristina pusieron sus renuncias a disposición del presidente. El problema fue que el presidente se enteró de la movida cuando visitaba a Mario Ishii, intendente de José C. Paz desde 2015. El gobierno había entrado en una crisis política e institucional de impredecibles consecuencias.

El presidente decidió resistir la embestida del cristinismo. La Casa Rosada, la Residencia de Olivos y el Instituto Patria se transformaron en volcanes en erupción. Las reuniones se sucedieron sin solución de continuidad mientras la tensión crecía de manera insoportable. El jueves por la mañana pareció que el presidente estaba cerca de ganar la pulseada. Fue tan solo un espejismo. Promediando la tarde la vicepresidente dio a conocer una furibunda carta en la que le exigía a Alberto la modificación del gabinete. Además, no se privó de lanzar duras acusaciones contra Juan Pablo Biondi, secretario de Comunicación.

Durante la jornada del viernes 17 El presidente estuvo en la Casa Rosada rodeado por sus más fieles colaboradores. A esa altura había desistido de continuar con su plan de mantener el gabinete hasta después de las elecciones de noviembre. La presión de CFK había dado sus frutos. Pasadas las 22 horas los medios dieron a conocer el nuevo gabinete, que en los hechos implica una victoria de la vicepresidenta. Wado de Pedro, a quien la prensa consideró fuera del gabinete desde el principio, continúa en el cargo, al igual que los otros funcionarios cristinistas que habían presentado sus renuncias el miércoles. Santiago Cafiero dejó el cargo pero no abandonó el gobierno ya que aterrizó en Cancillería. Por su parte, Martín Guzmán continúa en su cargo pero da toda la sensación de que deberá aplicar una política económica más populista de cara a las cruciales elecciones que se avecinan. La nota saliente fue, qué duda cabe, el retorno al gobierno del polémico Aníbal Fernández, quien reemplaza en el ministerio de Seguridad a Sabina Frederic. Por su parte, la jefatura de Gabinete cayó en manos del gobernador tucumano, el médico Juan Manzur, pedido para ese puesto por Cristina en su carta del jueves. Otro triunfo de Cristina fue la designación en Ciencia y Tecnología de Daniel Filmus.

Luego de varios días donde el gobierno estuvo paralizado por la crisis, a partir del lunes 20 habrá otro gabinete que satisface plenamente los deseos de la vicepresidenta. Alberto Fernández fue incapaz de evitar la salida de Juan Pablo Biondi, un político muy cercano a sus afectos, y no se atrevió a aceptar las renuncias de los funcionarios cristinistas, fundamentalmente la de Wado de Pedro. Ha quedado en claro quién tiene la sartén por el mango en el FdT.

La guerra de los Rose

En 1989 se estrenó una inolvidable película interpretada por Kathleen Turner y Michael Douglas titulada “La guerra de los Rose”. Narra la guerra declarada entre ambos cónyuges a raíz de un proceso de divorcio, siendo su propia casa el escenario de la contienda. Treinta años después la Casa Rosada, Olivos y el Instituto Patria es el escenario de la guerra entre el presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Kirchner. Se trata de la versión argentina del film mencionado, pero mucho más dramática y dantesca.

El pueblo está asistiendo incrédulo y perplejo a una lucha a muerte por el poder entre los integrantes del binomio presidencial que, en representación del FdT, ganó cómodamente la elección presidencial en 2019. La espectacular derrota sufrida por el oficialismo en las PASO provocó una feroz implosión en el FdT. Cristina Kirchner dio por sentado que, a raíz de la contundencia del mensaje de las urnas, el presidente reaccionaría de inmediato modificando su gabinete. No sólo no lo hizo sino que no se privó de desafiar a Cristina confirmando a Santiago Cafiero y Martín Guzmán, sentenciados desde hace tiempo por la vicepresidente. Su reacción no se hizo esperar. En un día de furia todos los ministros del gabinete de Alberto que le responden pusieron sus renuncias a su disposición. Siendo fiel a su personalidad, el presidente no actuó en caliente. Dejó que pasaran las horas mientras su leal funcionaria Vilma Ibarra aseguraba que por el momento todos los ministros renunciantes permanecían en sus cargos.

Durante buena parte del jueves reinó una tensa calma hasta que los medios publicaron una extensa carta de la vicepresidenta que fulmina a Alberto Fernández. Su título es “Como siempre…sinceramente” y sus párrafos salientes son, me parece, los siguientes:

1) “Como no soy mentirosa y mucho menos hipócrita (nunca digo en público lo que no sostengo en privado y viceversa), debo mencionar que durante el año 2021 tuve 19 reuniones de trabajo en Olivos con el Presidente de la Nación. Nos vemos allí y no en la Casa Rosada a propuesta mía y con la intención de evitar cualquier tipo de especulación y operación mediática de desgaste institucional. En las primeras 18 reuniones, la última de ellas el 07/09/2021, siempre le plantee al Presidente lo que para mí constituía una delicada situación social y que se traducía, entre otras cosas, en atraso salarial, descontrol de precios -especialmente en alimentos y remedios- y falta de trabajo, sin desconocer, obviamente, el impacto de las dos pandemias: la macrista primero y la sanitaria a los 99 días de haber asumido el gobierno. Igualmente siempre remarqué la falta de efectividad en distintas áreas de gobierno. También señalé que creía que se estaba llevando a cabo una política de ajuste fiscal equivocada que estaba impactando negativamente en la actividad económica y, por lo tanto, en el conjunto de la sociedad y que, indudablemente, esto iba a tener consecuencias electorales. No lo dije una vez… me cansé de decirlo… y no sólo al Presidente de la Nación. La respuesta siempre fue que no era así, que estaba equivocada y que, de acuerdo a las encuestas, íbamos a ganar “muy bien” las elecciones. Mi respuesta, invariablemente, era “no leo encuestas… leo economía y política y trato de ver la realidad”. Una realidad que me indicaba que en el año 2015 perdimos las elecciones presidenciales en segunda vuelta y por escasa diferencia, con el mayor salario en dólares de Latinoamérica -que representaba más del doble del salario actual-, con una inflación que era menos de la mitad que la actual y con un candidato, Mauricio Macri, que decía que no le iba a sacar a nadie lo que ya tenía, sino que sólo iban a cambiar las cosas que estaban mal”.

2) “El domingo 12 de septiembre de este año el peronismo sufrió una derrota electoral en elecciones legislativas sin precedentes. Mientras escribo estas líneas tengo el televisor encendido pero muteado y leo un graph: “Alberto jaqueado por Cristina”. No… no soy yo. Por más que intenten ocultarlo, es el resultado de la elección y la realidad. Es más grave aún: en la Provincia de Buenos Aires, termómetro inexcusable de la temperatura social y económica de nuestro país, el domingo pasado nos abandonaron 440.172 votos de aquellos que obtuvo Unidad Ciudadana en el año 2017 con nuestra candidatura al Senado de la Nación… con el peronismo dividido, sin gobierno nacional ni provincial que apoyara y con el gobierno de Mauricio Macri y su mesa judicial persiguiendo y encarcelando a ex funcionarios y dueños de medios opositores a diestra y siniestra. Recuerdo que, cuando perdimos las elecciones legislativas en la Provincia de Buenos Aires del año 2009, con Néstor como candidato a Diputado Nacional -después de la 125 y de la crisis global del 2008-, quien Alberto considera con justicia el mejor presidente de la democracia, el día lunes siguiente a las elecciones no sólo renunció a la titularidad del Partido Justicialista, sino que yo como Presidenta de la Nación pedí la renuncia de quien fuera mi Jefe de Gabinete, entre otros. Y ¡ojo!… habíamos perdido en la Provincia de Buenos Aires pero habíamos ganado a nivel nacional. A Néstor Kirchner hay que recordarlo en versión completa y no editada. Sin embargo ahora, al día siguiente de semejante catástrofe política, uno escuchaba a algunos funcionarios y parecía que en este país no había pasado nada, fingiendo normalidad y, sobre todo, atornillándose a los sillones. ¿En serio creen que no es necesario, después de semejante derrota, presentar públicamente las renuncias y que se sepa la actitud de los funcionarios y funcionarias de facilitarle al Presidente la reorganización de su gobierno?

3) “Confío, sinceramente, que con la misma fuerza y convicción que enfrentó la pandemia, el Presidente no solamente va a relanzar su gobierno, sino que se va a sentar con su Ministro de Economía para mirar los números del presupuesto. El año pasado, con ocasión de presentarse el mismo, se estableció que el déficit fiscal iba a ser del 4,5% del PBI sin pandemia a partir de marzo del 2021 -situación que no se verificó como es de público y notorio-. Cada punto del PBI en la actualidad es alrededor de $420.000 millones. A agosto de este año, a cuatro meses de terminar el año y faltando apenas unos días para las elecciones, el déficit acumulado ejecutado en este año era del 2,1% del PBI. Faltan ejecutar, según la previsión presupuestaria, 2,4% del PBI… más del doble de lo ejecutado y restando sólo cuatro meses para terminar el año… con pandemia y delicadísima situación social. No estoy proponiendo nada alocado ni radicalizado. Al contrario, simplemente estoy recogiendo lo que en este contexto global de pandemia está sucediendo a lo largo y a lo ancho del mundo, desde Estados Unidos, pasando por Europa y en nuestra región también: el Estado atemperando las consecuencias trágicas de la pandemia (…) Cuando tomé la decisión, y lo hago en la primera persona del singular porque fue realmente así, de proponer a Alberto Fernández como candidato a Presidente de todos los argentinos y las argentinas, lo hice con la convicción de que era lo mejor para mi Patria. Sólo le pido al Presidente que honre aquella decisión… pero por sobre todas las cosas, tomando sus palabras y convicciones también, lo que es más importante que nada: que honre la voluntad del pueblo argentino”.

Me atrevo a afirmar que la carta de Cristina es una versión educada de los dichos de la diputada Fernanda Vallejos, quien en las últimas horas destrató al presidente de la nación. Pues bien, la diputada se limitó a hacer público lo que realmente piensa la vicepresidenta de Alberto. En los párrafos seleccionados de la carta Cristina deja bien en claro que en varias oportunidades le advirtió al presidente del mal manejo que estaba haciendo Martín Guzmán de la economía, lo que inevitablemente conduciría a una derrota en las urnas. Lo que seguramente jamás imaginó la vicepresidente fue la magnitud de la debacle.

Lo notable es que en un momento Cristina conmina al presidente a que relance su gobierno, como si ella no formara parte del mismo. Evidentemente el divorcio es total. Pero lo más grave es cuando al final de la carta le pide a Alberto que honre su decisión de ofrecerle la candidatura presidencial y que honre también la voluntad de los argentinos. Le pide, lisa y llanamente, que no la traicione.

¿Qué pasará de aquí en más? Por de pronto, el presidente se vio obligado a cancelar el viaje que tenía previsto realizar a México y Estados Unidos este fin de semana. Cabal demostración de desconfianza a su poderosa vicepresidenta. ¿Acaso temió que al retornar del periplo se hubiera encontrado con una Cristina atornillada al sillón de Rivadavia? Es probable. Lo que sí es seguro que el presidente está atrapado sin salida, como lo estaba Nicholson en el recordado film de ese nombre. Como lo vienen señalando varios analistas políticos, al presidente le quedan las siguientes opciones: a) baja los brazos y se entrega a Cristina; b) le declara la guerra; c) renuncia. Todas las alternativas son tremendas. Lo único que podría salvar al gobierno del naufragio es una paz negociada entre ambos contendientes, lo que por ahora suena a una misión imposible.

Alberto en el país de las maravillas

El presidente de la nación no es consciente de lo que está sucediendo en el país. Hace un rato publicó un mensaje que lo pone dramáticamente en evidencia.

Dice el presidente: “Nuestro mayor desafío es continuar el proceso de reactivación ya iniciado, promover el empleo y garantizar la educación y la salud de nuestro pueblo”.

¿De qué proceso de reactivación habla el presidente? La cuarentena eterna que impuso a partir del 20 de marzo del año pasado y que se prolongó durante un año destruyó el aparato productivo del país. Son incontables las pymes que cerraron, al igual que los comercios y restaurantes. La industria se derrumbó provocando un aumento sideral de la desocupación. En materia educativa basta con afirmar que cuando culmine este fatídico 2012 la educación en todos los niveles habrá estado paralizada durante dos años. El daño que la cuarentena eterna ha provocado en los niños, adolescentes y jóvenes es incalculable. ¿Cómo lograrán recuperar el tiempo perdido? Nadie lo sabe. En materia de salud basta con tener en cuenta que el número de muertos por la pandemia llegará a los 114.000 en cuestión de horas. Una tragedia, sin duda alguna. Ello demuestra el fracaso del proceso de vacunación implementado primero por González García y luego por Carla Vizzotti. Hoy está vacunado un poco menos del 40% de la población, es decir quienes tuvieron la fortuna de recibir las dos dosis correspondientes. En definitiva, el presidente ha sido incapaz de garantizar tanto la educación como la salud del pueblo.

Dice el presidente: La gestión de gobierno seguirá desarrollándose del modo que yo estime conveniente. Para eso fui elegido. Lo haré llamando siempre al encuentro entre los argentinos. Hay dos modelos de país en pugna que se debaten en estas elecciones: el que descree del trabajo y la producción y solo promueve la especulación financiera y el que cree que con una producción pujante recuperaremos la dignidad del trabajo para todos y todas”.

No presidente, usted fue elegido para cumplir con el programa de gobierno del Frente de Todos, cuya columna vertebral es el cristinismo. Usted está sentado en el sillón de Rivadavia gracias a Cristina Kirchner. El pueblo no lo eligió a usted sino al FdT para impedir la reelección de Macri. Si CFK hubiera elegido como candidato a vicepresidente a Sergio Massa, por ejemplo, hoy Massa sería presidente. Ello no significa que usted sea un okupa, como acaba de afirmar temerariamente la diputada Vallejos, pero cabe reconocer que su autoridad como presidente se esfumó el día que los medios publicaron la foto del festejo de la primera dama en Olivos.

Usted quiere unir a los argentinos. Perfecto. Pero luego reconoce la existencia de dos modelos de país antagónicos. En consecuencia, para que prevalezca un modelo de país debe desaparecer el otro. En otros términos: sin reconocerlo expresamente usted enarbola las banderas de Carl Schmitt, quien definió a la política como la relación amigo-enemigo. La unión de los argentinos sólo será viable cuando el pueblo acepte y considera legítimos valores filosófico-políticos fundamentales, por ejemplo los consagrados en la parte dogmática de nuestra constitución. Por el momento estamos a años luz de que ello suceda. ¿De qué unión nacional estamos hablando, entonces?

La derrota desnudó al Frente de Todos

La derrota en las PASO desnudó al FdT. Quedaron al descubierto todas sus contradicciones, sus miserias, sus peores instintos. Luego de confirmada la goleada la vicepresidenta supuso que el presidente tomaría nota del mensaje de las urnas efectuando profundos cambios en su gabinete. El lunes todo siguió igual lo que hizo encolerizar a CFK. Según narraron los medios Alberto y Cristina se reunieron y ésta le exigió al presidente que echara a algunos funcionarios, entre ellos Martín Guzmán y fundamentalmente Santiago Cafiero. Alberto se negó de manera tajante y Cristina habría amenazado con abandonar el buque. “Sería una pena”, le habría contestado el presidente.

El miércoles Alberto respaldó públicamente a Guzmán y Cafiero. El desafío de Alberto a Cristina fue de tal magnitud que en un acto celebrado en Casa de Gobierno al que asistieron varios gobernadores y funcionarios, el ministro de Economía anunció la nueva ley de hidrocarburos que será enviada por el gobierno al Congreso. Lo increíble fue que mientras Guzmán hablaba la vicepresidenta ordenó a todos los funcionarios cristinistas del gabinete nacional que pongan su renuncia a disposición del presidente. Quien primero lo hizo fue nada más y nada menos que el Ministro del Interior Wado de Pedro. Luego siguieron su ejemplo más de diez funcionarios leales a CFK.

Esta embestida de Cristina, que aparentemente habría tomado por sorpresa al presidente, desató una crisis política e institucional de impredecibles consecuencias. Cristina directamente le vació a Alberto su gabinete aguardando su próxima movida. A partir de las masivas renuncias la temperatura política se elevó peligrosamente. Alberto se reunió en Casa de Gobierno con sus funcionarios fieles y recibió la visita del experimentado Aníbal Fernández, quien al abandonar la Rosada afirmó que no había crisis política. Ay Aníbal, no subestime la inteligencia del pueblo. Al mismo tiempo, Sergio Massa se reunió con su tropa en la sede del Frente Renovador intentando encontrar una solución racional al problema. Hay quienes consideran que sería el hombre ideal para ocupar la jefatura de Gabinete.

Hasta el momento (mañana del jueves 16) el presidente no tomó ninguna decisión, quizá aguardando un acercamiento de Cristina, lo cual es altamente improbable. Por la tarde la Plaza de Mayo será escenario de una manifestación de varias organizaciones sociales en apoyo al presidente. También los capitostes de la CGT apoyaron a Alberto. Mientras tanto, la oposición decidió sentarse a esperar el desenlace de esta tragedia política. Sólo Elisa Carrió afirmó que se trataba de un golpe de palacio orquestado por Cristina contra el presidente.

El vacío de poder que intenta crear la vicepresidenta contra el presidente es la consecuencia final de un proceso de desgaste entre ambos que viene de lejos. Todo comenzó el año pasado cuando en el estadio único de La Plata Cristina manifestó que había funcionarios que no funcionaban, conminándolos a que se dedicaran a otra cosa. El quiebre definitivo se produjo cuando los medios publicaron la foto donde se lo ve al presidente celebrando con otras personas en Olivos el cumpleaños de la primera dama mientras el pueblo estaba encerrado a raíz de la pandemia. La gota que rebalsó el vaso fue la goleada sufrida el domingo pasado. Cuenta el periodista Alberto Beto Valdez que ese mismo día a la noche, luego de abandonar el bunker, el presidente cenó en Olivos con algunos de sus incondicionales y el único tema de conversación habría sido el fútbol. No resulta difícil imaginar la reacción de la vicepresidenta al enterarse.

Lo que está aconteciendo en las más altas esferas del poder es una consecuencia lógica de la génesis del FdT. En un hecho inédito en la historia argentina el candidato a presidente del oficialismo fue designado a dedo por la vicepresidenta. No se trató de un acto de generosidad de Cristina sino una clara demostración de realpolitik. Consciente de que no podía encabezar la fórmula presidencial, CFK eligió a Alberto Fernández como su compañero de fórmula seguramente por su capacidad para negociar el apoyo de los gobernadores del PJ, intendentes del conurbano y los capitostes de la CGT. Desde un principio quedó bien en claro en manos de quién estaba el poder. Alberto había pasado a ser el Héctor Cámpora del FdT. Con el tiempo Alberto intentó cortarse solo. Seguramente pensó en independizarse de CFK cuando se percató de su alta imagen positiva a raíz del éxito inicial de la cuarentena. Tiempo después esa ilusión comenzó a desmoronarse y finalmente fue sepultada por el alud de votos en contra del domingo pasado.

Estamos asistiendo a una dramática lucha por el poder en el interior del gobierno. Si Alberto cede, es decir si le entrega a Cristina la cabeza de Santiago Cafiero, más temprano que tarde se verá obligado a dimitir porque no podría seguir ejerciendo el poder. Ahora bien, si Alberto no cede a la presión de Cristina y no acepta las renuncias de los funcionarios cristinistas, ¿cómo reaccionará CFK? ¿Qué sucede si finalmente esos funcionarios renuncian de manera indeclinable, se van definitivamente del gobierno? Alberto quedaría más aislado que nunca o, tal vez, rodeado por el peronismo histórico. Lo real y concreto es que nadie sabe lo que sucederá desde el punto de vista político e institucional en el país en las próximas horas, lo que pone en evidencia la magnitud de la crisis.

Alberto y la magia

El gobierno nacional está en una situación límite. El golpe que recibió el pasado domingo fue de una dureza inusitada. Sólo el 30% del electorado lo apoyó. De aquella fenomenal victoria obtenida en las PASO de 2019 sólo quedan recuerdos, al igual que del momento de esplendor del presidente cuando, flanqueado por Larreta y Kicillof, había tomado la decisión de ponerse al frente en la lucha contra la pandemia. Hoy Alberto Fernández es apenas una sombra. Carente de poder y de autoridad, está atravesando el momento político más dramático de su vida. Seguramente nunca imaginó vivir semejante pesadilla. Pero el destino lo situó en un escenario harto complicado, similar al que le tocó vivir primero a Raúl Alfonsín y luego a Fernando de la Rúa.

En un acto celebrado el martes 14 en el corazón del conurbano (Almirante Brown) el presidente hizo catarsis. Rodeado exclusivamente por funcionarios de su extrema confianza, exclamó: “En noviembre no interrumpamos la marcha que empezamos, sabemos que tenemos cosas que corregir, lo que no hicimos lo haremos y los errores que cometimos no los volveremos a cometer. Pero por favor no condenemos al país a un retroceso”. “Que ningún militante baje los brazos, con la convicción de siempre. Vamos a golpearle la puerta al vecino que no fue a votar y explicarle lo que está en juego, que está en juego el futuro. No el futuro de este gobierno, es el futuro de ellos. Lo que está en juego es que la Argentina se ponga de pie, que el trabajo vuelva. Está en juego que los empresarios sigan radicando su capital aquí. Eso es lo que está en juego”. “Es la hora de ordenar, de seguir haciendo lo que veníamos haciendo y estaba bien hecho. Tiempo de hacer lo que debimos postergar y no hicimos. Tiempo de corregir las cosas que hicimos mal” “Nosotros valoramos mucho la democracia. La valoramos mucho, porque siempre hemos sido las primeras víctimas cuando la democracia se interrumpió. Es por eso que escuchamos la voz del pueblo. La voz del pueblo es la música más maravillosa. Cómo no escucharla” (fuente: Infobae, 14/9/021).

Alberto Fernández, en Almirante Brown en las primeras horas de la tarde de hoy“Nosotros estamos muy preocupados para que después de todo el dolor que la pandemia causó, la Argentina se levante y recupere orgullosa y una vez más camina la senda de tranquilidad y normalidad. No para unos pocos, sino para todos”, comentó a lo largo de su discurso en Almirante Brown.“Cuando el capitalismo fue más importante, el capitalismo fracasó. Lo que necesita el país en verdad es de emprendedores que arriesgan y den trabajo y no necesita de especuladores financieros, que encuentran en una inversión corta lo que a otros les cuesta muchos años de esfuerzo y sacrificio trabajando. Nosotros, entre la producción y los especuladores, estamos y vamos con los que producen”, explicó a propóstio del escenario económico.“Estoy aquí convencido de que estamos en la senda correcta y yo les pido a los que nos votaron, gracias por acompañarnos y confiar en nosotros. A los que no nos votaron, les pido por favor que piensen que la argentina merece algo mejor que lo que nos pasó hasta el 2019. Definitivamente merece algo mejor”.

Al presidente se lo vio notoriamente desmejorado, de muy mal humor y dio la sensación de que en el fondo estaba enojado con quienes no lo votaron. Igual reacción tuvo Mauricio Macri en 2019 cuando perdió por goleada justamente en las PASO. Se equivoca el presidente si cree que la culpa de la debacle electoral es del pueblo que no lo votó. Perdió por goleada porque desde hace tiempo que no se cansa de cometer errores, de mentirle al pueblo, de reprender a los argentinos como si fuéramos adolescentes. Perdió por goleada porque apañó el vacunatorio vip y el Olivosgate, dos escándalos que deberían haberle costado el cargo. Perdió por goleada porque obligó a la población a estar encerrada un año mientras él y un grupo de privilegiados festejaban algún cumpleaños y el fin del año. Perdió por goleada porque fue incapaz de solucionar los flagelos de la inflación y la inseguridad. Perdió por goleada porque fue incapaz de defender a ministros de su extrema confianza, como Marcela Losardo. Perdió por goleada porque, en definitiva, nunca fue un presidente en serio.

El gobierno cree que se perdió tan estrepitosamente por razones exclusivamente económicas. La gente nos dio la espalda porque no tiene plata en sus bolsillos, razonan en la cima del poder. Es por ello que tiene decidido subir sueldos, jubilaciones y asignaciones por decreto. La historia económica ha demostrado que semejante receta no sirve absolutamente para nada. La emisión descontrolada de moneda sólo provoca más inflación o, lo que es lo mismo, más devaluación del peso. Es una medida demagógica destinada a ganarse el corazón de los peronistas que el domingo pasado le dieron la espalda. Es una medida tendiente a crear la ilusión de mayor riqueza, cuando en realidad se trata de una medida desesperada para llenar los bolsillos de la gente con papel pintado. Que el presidente se apoye en semejante medida pone en evidencia lo desesperado que está. Porque no hay que ser un economista como Stiglitz para percatarse de que el nivel de vida de la gente aumenta de verdad sólo si se apoya en la creación de trabajo genuino. Y para que haya trabajo genuino debe haber reglas de juego claras, instituciones sólidas y confianza en la democracia como filosofía de vida. Lamentablemente, la suba que se viene de los sueldos, jubilaciones y asignaciones por decreto es pura magia. Y la magia puede resultar muy útil para entretenernos, pero jamás para sacar al país de la ciénaga en que se encuentra.

Las consecuencias del tsunami

El domingo 12 de septiembre de 2021 quedará registrado en los futuros libros de historia. Lo que jamás había sucedido, finalmente sucedió. El peronismo unido fue barrido por la oposición en las PASO. La diferencia entre Juntos y el FdT fue, a favor del primero, de diez puntos (41% a 31%). Nunca antes el peronismo había hecho una elección tan pobre. Perdió en bastiones inexpugnables como la provincia de Buenos Aires y en varias provincias norteñas. También perdió en la cuna del kirchnerismo, Santa Cruz. Se trató, qué duda cabe, de una catástrofe electoral que no fue prevista por nadie.

Jamás será olvidado el festejo anticipado de los máximos referentes del oficialismo bonaerense. Convencidos de su victoria por los datos que les suministraba el gobierno nacional, Axel Kicillof, Tolosa Paz y varios más bailaron alocadamente en el bunker. En ese momento todos creíamos que Tolosa Paz ganaba por una diferencia que oscilaba entre los 5 y los 8 puntos. Todo cambió de manera radical cuando hizo uso de la palabra el ministro del Interior Wado de Pedro. Con gesto adusto anunció que ya se había escrutado un importante porcentaje de mesas pero no brindó información sobre los resultados a nivel nacional. Minutos más tarde el misterio fue develado: el oficialismo estaba sufriendo una durísima derrota a lo largo y ancho del país. Diego Santilli, quien antes de las 21 horas estaba convencido de la victoria de Tolosa Paz, no lograba ocultar su sorpresa luego de enterarse de los resultados oficiales. Como por arte de magia, el bunker del FdT se transformó en un velorio y el de Juntos en un carnaval.

Cerca de la medianoche ingresaron al escenario del bunker del oficialismo Alberto Fernández, Cristina, Máximo Kirchner, Sergio Massa, Tolosa Paz y otros. Sólo habló el presidente de la nación. Reconoció que algún error debió cometer el gobierno para ser castigado de esa manera por el pueblo y aseguró que en noviembre el resultado será otro. Al lado suyo estaba la vicepresidenta, cuyo rostro era el símbolo de la frustración y la bronca. No pasaron inadvertidos su gélido saludo a Tolosa Paz y su silencio.

Al día siguiente los mercados se mostraron eufóricos. El dólar blue, por ejemplo, bajó 3$. Mientras tanto, el establishment expresó que el gobierno deberá tomar nota de lo sucedido en las PASO. Se trató de un apriete de los dueños del capital para forzar al presidente a modificar el rumbo económico de su gobierno. En otros términos: lo que el establishment exige es que Alberto Fernández se convenza de que el único plan económico viable en la Argentina es el neoliberal. Que la cotización del blue haya bajado de esa forma el día después de la debacle tampoco es casual. Fue una señal del establishment que se traduce en el siguiente mensaje: “Estimado Alberto, no te queda otro camino que el que señala la ortodoxia económica. ¿Viste lo que pasó con el blue? Ahora vale 3$ menos porque la oposición te ganó por goleada”.

Alberto Fernández quedó sumamente debilitado a raíz de la contundente victoria de Juntos. Su palabra carece de todo valor, al igual que su autoridad como presidente. Sólo le queda el respaldo de sus incondicionales y el de Cristina y La Cámpora. Su primera reacción fue la intentar conservar la calma. En las últimas horas aseguró que el gabinete no se toca, por lo menos hasta después de las elecciones de noviembre. Mientras tanto, la vicepresidenta está al acecho pero consciente de que si Alberto cae las consecuencias institucionales pueden ser impredecibles.

Da toda la sensación de que, al menos en materia económica, no habrá cambio alguno. Leandro Santoro reconoció en las últimas horas que el gobierno debe sí o sí garantizar que la gente tenga plata en sus bolsillos para afrontar la malaria reinante. Como queda tan poco tiempo para las elecciones de noviembre el gobierno dispone de una sola herramienta para ese fin: la emisión de moneda sin respaldo. La historia económica se ha encargado de demostrar hasta el hartazgo que la creación artificial de moneda genera inflación, deprecia su valor. En buen romance: el gobierno garantizará que la gente tenga en sus bolsillos papel pintado. En consecuencia, la inflación seguirá vivita y coleando, al igual que la pobreza.

Santoro dio a entender que la razón fundamental de la debacle es de raíz socioeconómica. La gente votó en contra del gobierno, sentenció, porque no tiene plata. Es una razón de peso pero no la única. El pésimo manejo de la pandemia ha sido un factor fundamental. La gente no perdonó el haber estado encerrada un año. Lo que rebalsó la paciencia colectiva fue, qué duda cabe, la foto del cumpleaños de la primera dama. En un país serio el presidente hubiera sido sometido a juicio político o hubiera renunciado. La gente está muy enojada. También está harta de la pandemia y la incertidumbre. Es por ello que al presidente sólo le cabe hacer todo lo que esté a su alcance para evitar que la derrota en noviembre sea peor que del domingo pasado. Pero como estamos en Argentina todo puede pasar. Aunque es muy improbable que el escenario surgido de las PASO se modifique radicalmente dentro de dos meses.

Así de sencillo, así de dramático

El 14 de junio de 1982 las tropas argentinas se rindieron en Malvinas. Pese a su heroísmo, al final la notoria superioridad tecnológica y profesional de los británicos inclinó la balanza a su favor. Atrás habían quedado cuarenta y cinco días de lucha y la campaña de acción psicológica que había lanzado la dictadura militar, haciéndonos creer-con mucho éxito, a mi entender-que estábamos ganando la guerra. El 14 de junio de 1982 significó no sólo el fin de la guerra sino también el desmoronamiento del régimen militar que había derrocado a Isabel el 24 de marzo de 1976. Inmediatamente Galtieri fue removido, siendo reemplazado por Bignone, quien tuvo a su cargo la difícil tarea de conducir la transición a la democracia.

El comienzo del fin de la dictadura militar fue el ascenso al poder de Viola, un oscuro militar que puso en el ministerio de Economía a Lorenzo Siguat, cuya frase “el que apuesta al dólar, pierde” pasó a la historia. Su presidencia duró lo que un suspiro. En diciembre de 1981 fue sustituido por Leopoldo Fortunato Galtieri, un halcón de la dictadura militar que pronunció otra frase histórica: “las urnas están bien guardadas”. Puso en Economía al ortodoxo Roberto Alemann y en la cancillería a Nicanor costa Méndez, el ideólogo de la guerra de Malvinas. En marzo de 1982 la dictadura había perdido la iniciativa política. Luego de reprimir a los manifestantes que se habían congregado el 30 en la Plaza de Mayo para protestar, el 2 de abril Galtieri anunció con bombos y platillos que habíamos recuperado las islas. Un júbilo espontáneo invadió a los argentinos. Como por arte de magia, las calles del país se inundaron de argentinos y argentinas que, blandiendo la celeste y blanca, daban rienda suelta a u entusiasmo desbordante. La clase política, sindical y empresarial, apoyó la gesta con un fervor inocultable. Galtieri creyó que Gran Bretaña no iba a entrar en guerra y que Estados Unidos se cruzaría de brazos. Su error de cálculo fue monstruoso. Margaret Thatcher, la dura dirigente conservadora que estaba aplicando en Inglaterra a sangre y fuego el modelo económico neoliberal, envió a la zona del Atlántico Sur una poderosa flota que entró en combate cuando mayo despuntaba. Hasta entonces, Alexander Haig, el Secretario de Estado de Ronald Reagan, había tratado infructuosamente de acercar a las partes. Incluso el presidente peruano, Belaúnde Terry, trató de mediar. La intransigencia de Thatcher y Galtieri frenó todo intento de solución negociada. Frente a una enfervorizada multitud en la Plaza de Mayo, Galtieri llegó a decir: “¡si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla!”

Hoy, a treinta años del fin de la guerra, la inmensa mayoría de los argentinos reprueba la decisión de Galtieri de recuperar las Malvinas por la fuerza militar. Pero en aquel entonces, la popularidad del dictador había alcanzado niveles históricos, y sólo un puñado de compatriotas, entre ellos Raúl Alfonsín, se habían pronunciado en contra. Con el apoyo logístico de EEUU y Chile, las tropas británicas reconquistaron las islas poniendo fin a la aventura militar de una dictadura que se estaba desmoronando. Con Bignone en el poder, el único tema en su agenda fue tejer negociaciones con los partidos políticos para planificar el proceso de transición que desembocaría en las elecciones presidenciales. A los pocos meses la dictadura militar sancionó una ley de autoamnistía, la que fue rechazada por la sociedad. 1983 fue el año del retorno a la democracia. El peronismo y el radicalismo abrieron sus puertas para que miles y miles de personas se afiliaran. Desde la centro-izquierda surgió el Partido Intransigente liderado por Oscar Alende y desde la centro-derecha emergió las Unión del Centro Democrático comandada por Alsogaray. El peronismo comenzó a calentar motores, seguro de su triunfo en las elecciones presidenciales del 30 de octubre. Pero hubo un hecho que modificó de cuajo el escenario político de la transición: la postulación de Raúl Alfonsín como candidato presidencial del radicalismo. Su innegable carisma, su atrapante oratoria y su sagacidad para expresar el sentir de millones de argentinos, lo transformaron en un serio candidato para hacer posible lo que hasta entonces había sido imposible: derrotar al peronismo en elecciones libres y cristalinas. En cada campaña electoral, Alfonsín reunió multitudes y marcó un punto de inflexión en la carrera presidencial cuando denunció un pacto entre militares de la dictadura y líderes sindicales. Una habilísima jugada que tomó por sorpresa al justicialismo. En los meses precios al 30 de octubre, el peronismo y el radicalismo compitieron por demostrar cuál fuerza política tenía mayor poder de convocatoria. Alfonsín encabezó tres actos memorables: el primer en Ferrocarril Oeste, el segundo en Rosario y el último en la 9 de Julio, a escasas horas del duelo. El peronismo hizo dos actos impresionantes: el primero en Vélez Sarsfield y el segundo también en la 9 de julio, donde el “inolvidable” Herminio Iglesias quemó un ataúd con la bandera radical, lo que terminó por asegurar el histórico triunfo de Alfonsín el 30 de octubre.

Durante la campaña electoral la clase política en general y los candidatos a presidente en particular, especialmente Alfonsín y Luder, no se cansaron de repetir que el pueblo había sido el protagonista excluyente de la histórica gesta que culminaría el 10 de diciembre de 1983, fecha en que asumiría el primer presidente democrático posdictadura militar. ¿Fue realmente así? ¿Fue la recuperación democrática el resultado de una epopeya popular que hizo temblar a la dictadura militar, obligándola a dar por terminada una época muy dura para los argentinos? A mi entender, no hubo nada que se pareciera a una gesta patriótica del pueblo argentino. La decisión de Galtieri de recuperar por la vía militar las islas del atlántico sur gozó de un amplísimo apoyo popular. Pero creo que no debemos engañarnos. Cuando se desató la guerra, el pueblo estaba más pendiente de la performance de la selección de Menotti en el mundial de España que del destino de las tropas en Malvinas. Hubo quienes llegaron a festejar el hundimiento de algún buque inglés como si Maradona hubiera marcado un gol en España para la celeste y blanca. Creo no equivocarme si afirmo que muchos argentinos tomaron la guerra como si se hubiera tratado de un partido de fútbol. La eficaz propaganda de la dictadura nos hizo creer que íbamos ganando la guerra. Confieso que estaba convencido deque la victoria estaba al alcance de la mano cuando nos enteramos de la rendición incondicional. La alegría desbordante del 2 de abril se transformó en la dura frustración del 14 de junio. Con la derrota militar consumada, a la dictadura militar sólo le quedó un camino: retirarse del poder lo más dignamente posible. A no engañarse: los militares entregaron el poder porque perdieron en Malvinas, no por el clamor de un pueblo ávido de democracia.

Siempre me formulé esta pregunta: ¿qué hubiera pasado si las tropas argentinas vencían a las tropas inglesas? Me parece que el pueblo hubiera consagrado a Galtieri “príncipe vitalicio de la Argentina”. ¿Se imaginan, estimados lectores, a Galtieri asomándose por el histórico balcón para confirmar a la masa enloquecida la victoria argentina en Malvinas? Hubiese sido algo sencillamente apoteótico. El pueblo le hubiera perdonado todo, absolutamente todo. Es cruel decir esto, pero estoy convencido de ello. La dictadura militar cayó porque perdió en Malvinas. Y el pueblo no perdonó semejante afrenta. Si la dictadura militar hubiera ganado, hubiera continuado en el poder vaya uno a saber por cuánto tiempo. Así de sencillo, así de dramático.

(*) Artículo publicado en el portal Redacción Popular el 15/6/012.

Marx y el desarrollo del proletariado

Luego de poner en evidencia el carácter inhumano de la industria moderna, Marx pasa a analizar el desarrollo del proletariado, fruto de su incesante lucha contra la burguesía. En los albores de la contienda, los proletarios carecen de espíritu de cuerpo, están aislados. Cada uno procura por su cuenta dañar a la burguesía con sus propios y limitados medios. Más adelante, la lucha es encarada por los obreros de una misma fábrica. Ahora, la lucha contra la burguesía adquiere carácter grupal. Los obreros dejan de encarar el conflicto por su cuenta y deciden organizarse en el ámbito laboral al que pertenecen. Después, deciden agruparse en función de su oficio. Ahora, es la naturaleza del trabajo que realizan el factor que los aglutina. En este punto del conflicto el proletariado dirige sus ataques no solo contra las relaciones burguesas de producción sino también contra los mismos instrumentos de producción: las mercancías foráneas, las máquinas y las fábricas. En este momento el proletariado está diseminado por todo el país y “disgregado”, enfatiza Marx, “por la competencia”. Si el proletariado se presenta ahora como una masa compacta, ello es consecuencia de la decisión de la burguesía de utilizar al proletariado como instrumento para el logro de sus fines políticos. El proletariado es, pues, utilizado por la burguesía para luchar contra los enemigos de su enemigo, los restos de la monarquía absoluta, los pequeños burgueses, los burgueses no industriales y los propietarios territoriales. El desarrollo histórico se centra, por ende, en la burguesía. Es ella la protagonista central y cada vez que el proletariado la ayuda a vencer a sus enemigos, no hace más que ser funcional a sus intereses.

El desarrollo industrial trae aparejado, inexorablemente, el desarrollo proletario. En efecto, al desarrollarse la industria, crece la conciencia de clase del proletariado y la noción de su fuerza política. Los proletarios dejan de luchar de manera individual para configurar una masa homogénea que les otorga una fuerza inédita en su historia. Sin embargo, ese desarrollo industrial atenta contra los intereses del proletariado, sentencia Marx. Al borrar las diferencias en el trabajo y reducir el salario de manera uniforme en todas partes, la máquina produce la igualación de los intereses y las condiciones de existencia de los proletarios. El desarrollo industrial condena a la clase trabajadora a una vida miserable en todos los ámbitos donde tiene lugar. A raíz de ello, se incrementa la tensión entre el burgués y el trabajador. El desarrollo tecnológico de la fábrica degrada la calidad de su trabajo y el antagonismo entre el burgués y el trabajador se transforma en un antagonismo entre dos clases. Los proletarios toman conciencia de su fuerza de clase y se juntan para defender sus salarios. La lucha se torna inevitable y estallan sublevaciones por doquier. En algunas oportunidades la victoria les sonríe; pero se trata de triunfos pasajeros. La verdadera victoria, proclama Marx, consiste en el afianzamiento definitivo de la unión del proletariado. La globalización de las comunicaciones favorece dicha unión. Gracias al desarrollo industrial, los obreros de diferentes localidades están en condiciones de contactarse para afianzar su coalición. Las luchas proletarias locales pasan a formar parte de una gran lucha de carácter nacional, una genuina lucha de clases.

La lucha del proletariado esclavista y, a su vez, política. Los proletarios forman no sólo una clase social sino también un partido político. Pese a que la organización del proletariado es socavada por luchas intestinas, siempre es capaz de resurgir de entre las cenizas con más ímpetu, vigor y entusiasmo. Es entonces cuando saca provecho de los problemas internos de la burguesía para obligarla a reconocer por ley reclamos históricos del proletariado. La naturaleza conflictiva de la burguesía como clase social no hace más que favorecer el desarrollo del proletariado. La burguesía y la paz son antagónicas. Los burgueses están en un estado de guerra permanente. Siempre encuentran algún enemigo para entrar en combate: los miembros de la aristocracia, las facciones de la propia burguesía que entran en contradicción con el desarrollo industrial y, obviamente, las burguesías foráneas. Para salir airosa, la burguesía se ve impelida a contraer con los recursos del proletariado, lo que provoca necesariamente su politización. El desarrollo del proletariado se ve favorecido por las divisiones que aquejan a la burguesía. Quizás sin proponérselo, es la propia burguesía la culpable de haber hallado a sus futuros victimarios: los proletarios.

Cuando el antagonismo entre la burguesía y el proletariado llega a su desenlace, la desintegración del “antiguo régimen”, la burguesía, es de una violencia inusitada. A raíz de ello, ciertos sectores de la propia burguesía deciden aliarse con los proletarios al percibir que en sus manos está el porvenir. En su momento, un sector de la nobleza pasó a engrosar las filas burguesas: ahora, un sector de la burguesía pasa a engrosar las filas del proletariado. La misma actitud protagonizada por diferentes actores. La burguesía se enfrenta con varios enemigos pero únicamente el proletariado posee un carácter genuinamente revolucionario. El resto de las clases sociales terminan siendo fagocitadas por el desarrollo industrial. No sucede lo mismo con el proletariado, “su producto más peculiar”. A diferencia del proletariado, las demás clases sociales sólo se esfuerzan por salvarse del colapso final. Son, por ende, profundamente conservadoras e, incluso, reaccionarias, ya que se muestran proclives a provocar un profundo proceso de involución política y económica.

La vieja sociedad ha sido abolida por el proletariado. La clase proletaria nada tiene que ver con el pasado. Carece de propiedad; sus vínculos con la mujer y los niños en nada se parecen a los vínculos de antaño; y el trabajo industrial moderno le otorga un carácter transnacional. Todo lo relacionado con la burguesía-las leyes, la moral, la religión-son para el proletariado meros prejuicios que no hacen más que encubrir otros intereses burgueses. La historia se ha encargado de demostrar que cada vez que una clase social se adueñó de un país, obligó a la sociedad a adecuarse a las condiciones de su modo de producción. En la actualidad, los proletarios nada tienen que perder. En consecuencia, están decididos a destruir todo lo que encuentran en su camino, aquello que no ha hecho más que asegurar y legitimar la propiedad privada existente. Hasta ahora, los movimientos revolucionarios han tenido un carácter elitista. El movimiento proletario se caracteriza por representar el deseo de la inmensa mayoría por vivir mejor. El proletariado únicamente podrá levantarse si previamente hace estallar por los aires la superestructura constituida por la burguesía.

La lucha proletaria contra la clase burguesa posee en sus comienzos un carácter nacional. Lo primero que debe hacer cada proletariado nacional es destruir a la burguesía de su propio país. La lucha del proletariado contra la burguesía es una guerra civil que presentó un carácter más o menos oculto en sus comienzos, para adquirir al final el carácter abierto de una revolución, en la que el proletariado implanta su dominio luego de derrocar por la violencia a la clase burguesa. Las sociedades previas a la moderna han reposado sobre el antagonismo entre explotadores y explotados. Ahora bien, el éxito de la opresión descansaba en la decisión de la clase opresora de garantizarle a la clase oprimida determinadas condiciones que le aseguraran mínimamente su supervivencia. En cambio, en la sociedad moderna el obrero está condenado a sumergirse más y más en la miseria. Emerge en toda su magnitud la impotencia de la burguesía para imponer, como clase dominante, las condiciones de existencia propias de su clase. La burguesía es incapaz de asegurar que el obrero no decaiga “hasta el punto de tener que mantenerle, en lugar de ser mantenida por él”. En este punto, la existencia de la burguesía como clase social opresora se torna incompatible con la existencia de la sociedad. El desarrollo de la industria pulverizó los cimientos del sistema de dominación de la burguesía, apropiándose de lo producido por ésta. En definitiva, la burguesía reencargó de producir y cobijar a sus propios enterradores, haciendo inevitable su hundimiento y la victoria final del proletariado.

(*) Artículo publicado en el portal Redacción Popular el 16/6/012.

Marx y la postura del comunismo con respecto al proletariado (primera parte)

En la segunda parte del Manifiesto, Carlos Marx analiza la posición de los comunistas en relación con el proletariado. Lejos están los comunistas, se esmera Marx por dejarlo bien en evidencia, de constituir una fuerza política independiente del proletariado. Sus intereses son los intereses de los proletarios. No enarbolan una ideología especial para que el proletariado les rinda pleitesía. Sin embargo, surge una diferencia entre el comunismo y los restantes partidos proletarios: en el desarrollo de cada lucha nacional del proletariado, el comunismo ha sido la única fuerza política que se ha esforzado por destacar los intereses comunes a los proletarios del mundo, independientemente de su nacionalidad (*), y en cada fase de la lucha proletaria contra la burguesía ha sido el que siempre ha representado los intereses del proletariado en su conjunto. Según Marx, los comunistas siempre han llevado la, iniciativa, tanto práctica como teórica, en esta lucha. El comunismo ha sido el primero en impulsar la embestida obrera contra los explotadores y la única fuerza política capaz de poseer “una clara visión de las condiciones de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario”. Los comunistas coinciden con los proletarios en la necesidad imperiosa de la constitución de éstos en clase social para luego derrocar a la burguesía y conquistar el poder político. Las tesis teóricas de los comunistas lejos están de ser un producto de algún reformador, critica agudamente Marx al socialismo reformista, sino que son “la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos”.

¿Por qué en la Argentina los intereses del comunismo no coincidieron con los intereses del proletariado? Me parece que el peronismo fue una barrera infranqueable para el comunismo. Con la aparición de Perón, los proletarios abrazaron para siempre las banderas de la justicia social, la soberanía política y la independencia económica. Durante el primer período peronista (1946-1955) el comunismo formó parte del gorilismo más radicalizado. Basta con leer el libro de Isidoro Gilbert sobre la historia de la Federación Juvenil comunista para entender por qué el comunismo fue antiperonista. Pero lo más relevante es, me parece, que Perón fue visceralmente anticomunista. Su libro “Conducción Política” y el “Manifiesto” son como el agua y el aceite: incompatibles. Mientras Marx proclamaba la lucha de clases, Perón proclamaba la armonía social. Mientras Marx era partidario de la acción proletaria revolucionaria, Perón proclamaba “de casa al trabajo y del trabajo a casa”. Si la Argentina no fue escenario de la lucha de clases fue porque el marxismo se estrelló contra una estructura de hormigón armado: el peronismo.

Todas las relaciones de propiedad, enseña Marx, han sufrido profundas modificaciones a lo largo de la historia. El proceso revolucionario francés, por ejemplo, hizo posible la sustitución de la propiedad feudal por la propiedad burguesa. Lo que distingue al comunismo, lo que hace a su esencia, es la abolición de la propiedad burguesa, piedra basal de la sociedad capitalista. La propiedad burguesa es la más fiel expresión de un modo de producción basado en la explotación del hombre por el hombre. De ahí que el centro neurálgico del comunismo sea la abolición de la propiedad privada. Marx fue consciente de los reproches que s ele hicieron al comunismo a raíz de esa máxima. ¡Cómo era posible abolir la, propiedad personalmente adquirida con esfuerzo y dedicación, la propiedad que es símbolo de la libertad del hombre, de la capacidad individual para prosperar en la vida! Para Marx, si sus críticos hacían alusión a la propiedad del pequeño burgués, del pequeño labrador, no era necesario abolirla porque el desarrollo de la industria se encargaba de esa tarea. Pero tal vez tales críticos hacían referencia a la propiedad privada burguesa. El trabajo del obrero ¿está en condiciones de crear una propiedad para que la usufructúe el asalariado? Por supuesto que no. Lo único que crea el trabajo asalariado es el capital, o lo que es lo mismo, la propiedad que sólo se acrecienta si produce nuevo trabajo asalariado, con el objetivo de continuar explotándolo. La propiedad es producto del inexorable antagonismo entre el capital y el trabajo asalariado.

Para Marx, el capitalista es aquel que ocupa una posición económica y una posición relevantes. Lejos de ser el resultado de esfuerzos individuales, el capital “es un producto colectivo” que únicamente puede ser dinamizado por el esfuerzo en común de muchos miembros de la sociedad. El capital no es, entonces, una fuerza individual sino una fuerza colectiva, una fuerza social. Ahora bien, si el capital pasa a ser una fuerza colectiva que pertenece a todos los miembros de la sociedad, ¿significa entonces que la propiedad individual se ha transformado en propiedad colectiva? Sólo significa, remarca Marx, que hubo un cambio en el carácter social de la propiedad, que ésta perdió “su carácter de clase”.

¿Cómo examina Marx el trabajo asalariado? “El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es decir, la suma de los medios de subsistencia indispensables al obrero para conservar su vida como tal obrero”. El precio medio del trabajo asalariado es el salario mínimo que garantiza la supervivencia del obrero, la cantidad de dinero que le impide morirse de hambre. Lo que el asalariado recibe como salario es estrictamente lo que necesita para continuar trabajando. El comunismo no pretende de ninguna forma abolir “esta apropiación personal de los productos del trabajo”, este salario mínimo que mantiene con vida al asalariado. Lo que el comunismo pretende abolir es precisamente esa esclavitud a la que se ve sometido el obrero en la fábrica, “el carácter miserable de esa apropiación que hace que el obrero no viva sino para acrecentar el capital y tan sólo en la medida en que el interés de la clase dominante exige que viva”. Más claro, imposible.

Marx efectúa una interesante comparación entre la sociedad burguesa y la sociedad comunista por él soñada respecto al trabajo del asalariado. En la sociedad capitalista el trabajo del obrero sirve exclusivamente para incrementar el trabajo acumulado, es decir, para hacer más rico al dueño de la fábrica. En la sociedad comunista, el trabajo del asalariado pasa a ser el medio más idóneo para garantizar al obrero una vida más digna, dichosa, placentera. En la sociedad burguesa “el pasado domina al presente”; mientras que en la sociedad comunista sucede lo contrario. En la sociedad burguesa el capital tiene su propia personalidad y es independiente. El poder político está sometido al poder económico. Los que mandan realmente son los dueños de los factores reproducción. En consecuencia, el obrero no es más que un ladrillo en la pared, un objeto descartable, un ente sin personalidad no independencia. La burguesía pone el grito en el cielo cuando escucha a alguien proclamar la necesidad de abolir semejante estado de cosas. Para los burgueses, la abolición de la propiedad privada de los medios de producción significa lisa y llanamente la destrucción de la personalidad y la libertad. En este diagnóstico, dice Marx irónicamente, la burguesía tiene toda la razón del mundo ya que lo que pretende el comunismo es, precisamente, abolir para siempre la personalidad, la independencia y la libertad de la burguesía.

(*) Marx enfatiza el carácter internacional de la revolución proletaria.(**) Artículo publicado en el portal Redacción Popular el 17/6/012.

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