Por Hernán Andrés Kruse.-

¿Hay un nuevo gobierno?

En su última participación en el programa que conduce Luis Novaresio, Jorge Asís afirmó que los recientes cambios del gabinete no implicaban un relanzamiento del gobierno sino el lanzamiento de un nuevo gobierno. Consideró que la presencia en la jefatura de Gabinete de Manzur justificaba esa apreciación. Semejante diagnóstico fue apoyado por el analista en temas internacionales Jorge Castro, entrevistado por el ex gobernador de Corrientes Romero Feris.

El gabinete que acompañó a Alberto Fernández entre el 10 de diciembre de 2019 y el 17 de septiembre de 2020 fue el resultado de un acuerdo, por llamarlo de alguna manera, entre el presidente y Cristina. Santiago Cafiero, quien ocupaba la jefatura de Gabinete, era el emblema del albertismo, mientras que Wado de Pedro, ministro del Interior, lo era del cristinismo. Con el tiempo la balanza comenzó a inclinarse a favor de la vicepresidenta. Las forzadas renuncias de María Eugenia Bielsa y Marcela Losardo dañaron la autoridad del presidente. Era evidente que el albertismo, si alguna vez existió, no paraba de ceder ante el avance del cristinismo.

Sin embargo, Alberto y Cristina eran conscientes de que una ruptura definitiva sólo beneficiaría a la oposición, especialmente al enemigo perfecto: el ex presidente Mauricio Macri. Su relación se asemejaba a la de aquellos matrimonios que no se soportan pero que deciden no divorciarse para no destruir a sus hijos. En las vísperas de las PASO ambos tragaron saliva y se mostraron juntos en varios actos de campaña para dar la imagen de unidad. Cabe reconocer que en un punto coincidían: estaban seguros del triunfo.

El domingo 12 de septiembre a la noche las urnas le dieron un tremendo golpe al gobierno. La diferencia fue muy grande: 40% contra 30% a favor de Juntos. El apoyo al gobierno había quedado prácticamente reducido al llamado “núcleo duro” del cristinismo. Alberto Fernández consideró que era fundamental mantener el gabinete para demostrar a la sociedad que seguía detentando el poder. Cristina no pensaba lo mismo. Consideraba que era vital para la salud del gobierno oxigenar el gabinete, lo que en la práctica significaba desprenderse de aquellos funcionarios que no funcionaban.

Alberto consideró que semejante exigencia de Cristina atentaba contra su autoridad, lo que era absolutamente cierto. Ello explica su decisión, en las horas posteriores al comicio, de proteger a los funcionarios cuestionados por la vicepresidente, especialmente Santiago Cafiero y en menor medida Martín Guzmán. Semejante postura encolerizó a Cristina. El lunes posterior a la debacle Máximo Kirchner y De Pedro le “sugirieron” al presidente que oxigenara su gabinete. No cedió. Al día siguiente Cristina habló personalmente con Alberto y le exigió cambios en el gabinete. No cedió. El miércoles, mientras Alberto volaba en el helicóptero presidencial rumbo a José C. Paz, se enteró de la renuncia de Wado de Pedro. Consideró dicho gesto un acto de traición. Con el correr de las horas presentaron la renuncia todos los funcionarios cristinistas. Era evidente que Cristina le había vaciado el gabinete a Alberto. Pero el presidente seguía resistiendo. Hasta que el jueves a la tarde la vicepresidente publicó una furibunda carta que derivó en el cambio de gabinete producido el día posterior.

Como era previsible, Santiago Cafiero dejó de ser jefe de Gabinete pero no se fue del gobierno. Por el contrario, Alberto lo protegió designándolo canciller en reemplazo del vapuleado Felipe Solá. Por su parte, Wado de Pedro, dado por ido por todos los medios de comunicación enfrentados con el gobierno, se mantuvo en el cargo. Además, el resto de los funcionarios cristinistas que habían presentado la renuncia permanecieron en sus cargos. Lo más llamativo fue, qué duda cabe, el arribo al gabinete de dos pesos pesados del peronismo: el gobernador tucumano Juan Manzur y el funcionario todoterreno Aníbal Fernández. El primero recaló en la jefatura de Gabinete mientras que el segundo lo hizo en el ministerio de Seguridad.

Con el correr de las horas quedó en evidencia que Juan Manzur pasó a ser el flamante hombre fuerte del gabinete. No hay que olvidar que cuenta con el apoyo de los gobernadores del PJ, los barones del conurbano y la cúpula de la CGT, mientras que Cristina tiene sólo apoyo de La Cámpora y el presidente, apenas el de Fabiola Yáñez. A diferencia de Cafiero, Manzur es un dirigente con experiencia y con amplias conexiones en Estados Unidos e Israel. No sólo eso. Ideológicamente está en las antípodas de La Cámpora. Es un típico exponente de la derecha peronista o, si se prefiere, de la “patria peronista”, para emplear una expresión de los setenta. En la entrevista mencionada Asís dijo que era Menemcito, en clara alusión al ex presidente recientemente fallecido.

Con Manzur en la jefatura de Gabinete el gobierno es otro porque además de su ideología de derecha, Manzur se mueve como un verdadero primer ministro, tal como lo hizo en 2001 Domingo Cavallo al ser nombrado en Economía por el desfalleciente Fernando de la Rúa. Con semejante protagonismo Manzur será el principal responsable de lo que suceda el 14 de noviembre. Si el oficialismo llegara a ganar, algo muy improbable pero posible, el cristiano maronita pasará en los hechos a ser un virtual presidente, relegando a Alberto a un triste papel secundario y obligando a Cristina a atrincherarse con la protección de La Cámpora. Pero si el oficialismo llegara a ser nuevamente goleado por la oposición lo más probable es que caiga Manzur, lo que podría provocar una crisis de gobernabilidad de impredecibles consecuencias.

El retorno de la derecha peronista

El resultado de las PASO golpeó con extrema dureza al gobierno. La primera reacción del presidente fue la de mantener el gabinete. Cristina, en cambio, consideró que era fundamental oxigenarlo. En un país normal hubiera prevalecido la postura presidencial. Pero como Argentina está lejos de serlo, estalló una puja entre ambos que pudo provocar una crisis institucional de impredecibles consecuencias.

Luego de varios días de incertidumbre Cristina logró torcerle el brazo a Alberto. Finalmente, el gabinete se oxigenó. Lo más destacado fueron los ingresos de Aníbal Fernández en el ministerio de Defensa y fundamentalmente el de Juan Manzur en la jefatura de Gabinete. El Gobernador tucumano es un claro exponente del peronismo de derecha, ortodoxo, histórico. Cuenta con el respaldo de los gobernadores del PJ, los barones del conurbano y la cúpula de la CGT. Muy ligado a la Iglesia Católica, posee fluidos contactos con Estados Unidos e Israel, tal como lo informó en las últimas horas el periodista y escritor Jorge Asís.

Para el columnista de A24 lo que aconteció la semana pasada no significó un relanzamiento del gobierno sino del lanzamiento de un nuevo gobierno. ¿Es acertado su diagnóstico? Veamos. Asís considera que llegó el turno de Juan Manzur, el Menemcito. Al calificarlo de esa manera, Asís considera que el gobierno anterior a las PASO dejó de existir. Ahora, enfatizó, hay otro gobierno más cercano al menemismo que al kirchnerismo. Vale decir que en los últimos días tuvo lugar a nivel gubernamental un cambio radical, de naturaleza. Si nos aferramos a lo que piensa Asís, es legítimo afirmar que la autora intelectual de la menemización del gobierno fue Cristina. No hay que olvidar que en su carta propició la llegada de Manzur al gobierno.

Ahora bien ¿por qué la vicepresidenta efectuó una jugada tan audaz? Por una simple y contundente razón: porque consideró que la única manera de evitar el naufragio definitivo del gobierno el 14 de noviembre es contar con la ayuda la ayuda del peronismo ortodoxo. Cristina puso en evidencia, una vez más, su gran pragmatismo y maquiavelismo. Hace unas semanas no dudó en apoyar a Perotti en Santa Fe, pese a que el gobernador fue siempre un declarado enemigo del kirchnerismo. Ahora, no le tembló el pulso en apadrinar el ingreso al gobierno de Manzur, quien más que un jefe de Gabinete es un Primer Ministro en las sombras, como lo fue Cavallo al ingresar al gobierno de De la Rúa en marzo de 2001.

Cristina supone que con Manzur en la jefatura de Gabinete el gobierno contará con el apoyo explícito de los gobernadores del PJ en la crucial elección que se avecina. También supone que con el arribo de Martín Insaurralde en la jefatura de Gabinete del gobierno de Kicillof queda garantizada la activa participación en la campaña de los barones del conurbano. La vicepresidente cree, al igual que el resto de los miembros del gobierno, que el oficialismo perdió por escándalo en la provincia de Buenos Aires porque la inmensa mayoría de quienes no fueron a votar son peronistas. Ahora, razona, con este cambio ministerial y una serie de medidas demagógicas (el aumento del salario mínimo, por ejemplo) el gobierno estará en condiciones de revertir el resultado.

La oposición viene criticando muy duramente lo que está haciendo el gobierno para intentar una proeza electoral: ganar el 14 de noviembre. ¿Pero qué esperaba la oposición? ¿Qué el gobierno se cruzara de brazos? El gobierno reaccionó de la única forma que podía hacerlo: emitiendo a más no poder dinero envilecido para crear la ilusión de un falso y momentáneo bienestar, y regalando electrodomésticos a miles de potenciales votantes. Ello demuestra que el oficialismo está desesperado. Cómo será su desesperación que Cristina y La Cámpora avalaron el ingreso al gobierno de un fundamentalista católico como Juan Manzur. Guste o no guste, es la Realpolitik en su máxima expresión.

El gobierno intenta ponerse de pie

El 12 de septiembre el gobierno se asemejó a uno de los tantos boxeadores que besaron la lona fulminados por un golpe de Mike Tyson. De a poco intenta ponerse de pie aunque no le resulta sencillo dada la violencia de la trompada. Durante la semana posterior a las PASO la vicepresidenta jaqueó a Alberto Fernández provocándole durante varias horas algo muy parecido a lo que se denomina “vacío de poder”. En desacuerdo con la postura del presidente de mantener el gabinete hasta después de los comicios del 14 de noviembre, Cristina ordenó a sus alfiles presentar sus renuncias para que Alberto las considere. Ello sucedió el miércoles mientras Alberto sobrevolaba José C. Paz. Finalmente, el viernes a la noche el gobierno anunció el ingreso al gabinete de algunas figuras de peso, entre las que se destacan Juan Manzur y Aníbal Fernández.

El gobernador tucumano, un fiel exponente de la derecha peronista, reemplazó a un hombre de confianza del presidente, Santiago Cafiero. En consecuencia, a partir de ahora y hasta que se conozca el veredicto de las urnas dentro de dos meses, Manzur será el hombre fuerte del gobierno. Ya dio muestras de ello con su decisión de convocar para hoy, miércoles 22, al gabinete a las 7.30 hs. de la mañana en Casa de Gobierno. Con la presencia del tucumano en la cima del poder el gobierno se garantiza, en principio, el apoyo de los gobernadores del PJ, de los intendentes peronistas del conurbano y de la cúpula de la CGT, es decir el apoyo de la “patria peronista”, para emplear una expresión de la década del setenta. El aterrizaje de Manzur en el gobierno contó con el apoyo del presidente y de Cristina, quien en su dura carta del jueves pasado lo había recomendado para la jefatura de Gabinete.

Otro dirigente de peso que retornó a las grandes ligas es Aníbal Fernández, quien se hizo cargo del delicado ministerio de Seguridad. Su primera y acertada decisión fue recibir inmediatamente después de los juramentos de rigor al atribulado gobernador de Santa Fe Omar Perotti, quien no sabe qué hacer para detener la ola de crímenes que viene azotando a la Bota -y especialmente a Rosario- desde hace tiempo. Todo parece indicar que el flamante ministro ayudará en todo lo que pueda a Perotti, marcando de esta manera una sustancial diferencia con su antecesora Sabina Frederic, quien puso en evidencia una absoluta carencia de idoneidad para el cargo. Pero Aníbal Fernández no será sólo el ministro de Seguridad. Fiel a su estilo, será, qué duda cabe, el Carlos Corach de Alberto Fernández, en alusión al inteligente ministro del menemismo que hacía de vocero del presidente.

Con un Alberto Fernández reducido a su mínima expresión y una vicepresidente en una posición expectante, el poder recae luego del desastre electoral sobre las espaldas de Juan Manzur. Su primera aparición pública fue este martes por la mañana acompañando a la ministra de salud Carla Vizzotti. De manera sorpresiva, ambos funcionarios anunciaron una serie de aperturas, entre las que sobresale el levantamiento de la obligatoriedad del uso del tapaboca al aire libre. Para el gobierno, entonces, no habrá una tercera ola protagonizada por la variante Delta, que está causando estragos en Europa y Estados Unidos. Los números de contagios y muertos parecen darle la razón al presidente. Pero hay un problema. Según el doctor Claudio Zin, no se pueden tomar demasiado en serio las cifras de los contagios porque desde hace un tiempo que no se publica el número de testeos. Lo que da a entender el galeno, claramente enrolado en la oposición, es que el ministerio de Salud está manipulando de manera vil los números de la pandemia con el claro objetivo de torcer en noviembre el resultado electoral de septiembre.

El gobierno, qué duda cabe, está desesperado. Una nueva derrota similar a la de las PASO podría provocar severas consecuencias políticas e institucionales. Como lo han señalado varios encuestadores, el pueblo se valió de las urnas para expresar su enojo con el gobierno por los desastres que viene cometiendo a partir de la asunción de Alberto Fernández. En consecuencia, desde las altas esferas del poder se habría llegado a la conclusión que la única manera de ganar en noviembre es tomando medidas que pongan contenta a la gente. Las aperturas anunciadas hace horas formarían parte de esta estrategia, al igual que la decisión del gobierno de aumentar por decreto el salario mínimo, vital y móvil, con el evidente propósito de llenar con dinero el bolsillo de los argentinos. El presidente y su poderoso jefe de Gabinete, monitoreados por la vicepresidenta de la nación, consideran que sólo de esa manera lograrán algo que hoy por hoy suena a utopía: ganar en noviembre.

¿Podrá el gobierno revertir el resultado catastrófico del 12 de septiembre? La lógica política indica claramente que no…. pero estamos en Argentina.

¿Habla en serio el presidente?

Este lunes por la tarde el presidente tomó juramento a los flamantes ministros del gabinete. Luego del acto hizo uso de la palabra y en un momento expresó lo siguiente: “Quiero entender por qué la gente no nos votó”. Esta frase pone dramáticamente en evidencia que Alberto Fernández está alienado, es decir, no es consciente de la realidad. Es probable que en la intimidad esté muy enojado con el electorado por su decisión de votar en contra del oficialismo. Para colmo, todo parece indicar que perdió en buena medida porque un buen porcentaje de quienes lo votaron en 2019 se quedaron en su casa o votaron en blanco.

El FdT sufrió una estrepitosa derrota el 12 de septiembre por una simple y contundente razón: el gobierno de Alberto Fernández es calamitoso, espantoso, horroroso. Fracasó en todos los aspectos: el sanitario, el educativo, el económico, el internacional, etc. Desde que estalló la pandemia han fallecido por el virus cerca de 115.000 compatriotas. Una cifra sencillamente escandalosa. Sólo el 40% de la población está vacunada, recibió las dos dosis de las vacunas en circulación. La cuarentena que impuso en marzo del año pasado y que se extendió durante casi un año fracasó, por ende, estrepitosamente. Sin embargo, tuvo la osadía de burlarse de países muchísimo más adelantados que el nuestro, como Suecia, que al comienzo de la pandemia presentaba cifras más alarmantes que las nuestras.

La cuarentena eterna destruyó la economía. Las pymes cerraron por miles, al igual que los restaurantes y los comercios. En consecuencia, aumentaron dramáticamente la pobreza y la indigencia. Hoy casi la mitad de los argentinos está sumergida en la pobreza. Estamos hablando de un poco más de 20 millones de personas. Es una cifra sencillamente apocalíptica. En materia educativa el panorama es desolador. Hace dos años que los estudiantes de todos los niveles no asisten a clase. Si se le hicieran a los jóvenes de 16 y 17 años, por ejemplo, las clásicas pruebas de comprensión de textos, los resultados serían catastróficos. La cuarentena ha provocado un daño educativo quizá irreparable a millones de jóvenes que ingresarán a la vida profesional sin saber leer y escribir.

Hoy estamos mucho peor que el 10 de diciembre de 2019, cuando Alberto Fernández asumió la presidencia. Cómo será de espantosa su presidencia que en comparación la de Macri resulta aprobada. Pero lo peor de esta nefata experiencia del FdT en el gobierno es la patológica predisposición del presidente a la mentira. Alberto Fernández no se ha cansado de mentirle al pueblo en la cara. Lo más abyecto fue, qué duda cabe, el ahora denominado Olivosgate. Mientras todos estábamos encerrados por orden presidencial, la pareja de Alberto festejaba impunemente su cumpleaños rodeada de varios amigos. Fue una demostración de impunidad que insultó al pueblo. Y el pueblo no perdonó semejante afrenta.

Por estas razones el gobierno perdió por goleada el 12 de septiembre. Todo el mundo lo sabe. Es por ello que cuesta creer que el presidente no se percate de ello. Pareciera que con esta frase irresponsable pretende minimizar la derrota. En ese caso cometería, de cara a las elecciones que se avecinan, un grosero error táctico. Evidentemente Alberto Fernández sigue con la costumbre de subestimar la inteligencia de los argentinos. Sinceramente no entiendo, a esta altura, por qué lo hace. Probablemente sea un mal perdedor o, lo que sería muchísimo peor, un cínico y un perverso.

Cuando los vicepresidentes patearon el tablero

Durante toda la semana pasada la vicepresidenta de la nación acorraló al presidente, lo tuvo contra las cuerdas. En esas jornadas de extrema tensión algunos analistas políticos recordaron otros casos de vicepresidentes que jaquearon al presidente. El caso más grave fue el de Carlos Chacho Álvarez en 2000. El otro fue el de Julio Cleto Cobos en 2008.

En junio de 2000 el columnista político de La Nación Joaquín Morales Solá publicó un artículo que causó un tsunami que derivó en una crisis institucional que significó el principio del fin de la Alianza. En su columna dominguera Morales Solá afirmó que, según le comentó el entonces senador Antonio Cafiero, importantes funcionarios del gobierno de De la Rúa habían sobornado a relevantes senadores nacionales del PJ para garantizar en la Cámara Alta la aprobación de la ley de reforma laboral. De la Rúa necesitaba imperiosamente la aprobación de dicha ley porque necesitaba demostrarle al FMI que estaba dispuesto a profundizar las reformas estructurales impulsadas por Carlos Menem. La infidencia de don Antonio fracturó la relación, endeble desde el principio, entre De la Rúa y Chacho Álvarez, quien durante la campaña electoral había hecho flamear la bandera de la ética política.

El vicepresidente aprovechó la denuncia de Cafiero para comenzar una cruzada moralizadora de la política. Consciente de que no podía permanecer callado frente a semejante escándalo decidió declararle la guerra a los históricos privilegios de los senadores nacionales. La reacción de estos “prohombres de la patria” fue de manual: se abroquelaron para resistir los embates del vicepresidente. Ante semejante panorama De la Rúa se vio obligado a elegir, es decir, a decidir a quién apoyar, si a su vicepresidente o a los senadores involucrados en la denuncia. Al privilegiar sus relaciones con los senadores el presidente dejó a su vicepresidente en la más absoluta soledad. El 6 de octubre de 2000, en compañía de su señora esposa, el vicepresidente anunció públicamente su renuncia a la vicepresidencia. Su drástica decisión marcó el comienzo del fin del gobierno de coalición. Finalmente, en marzo de 2001, ante la decisión del presidente de incorporar al gobierno a Domingo Cavallo, todos los funcionarios que aún permanecían en el gobierno y que respondían a Álvarez, presentaron su renuncia. La alianza UCR-Frepaso había sido reemplazada por el delarruísmo puro y duro.

En marzo de 2008 el entonces ministro de Economía Martín Lousteau dictó la resolución 125 en virtud de la cual se incrementaban las retenciones a la soja y al girasol. El hecho provocó una virulenta reacción del sector agropecuario que con el paso de los días se transformó en un intento destituyente del orden conservador. Se sucedieron los cortes de rutas, los cacerolazos y los discursos incendiarios del gobierno y del sector agropecuario. Finalmente, la presidenta de la nación decidió que el problema debía zanjarse en el Congreso. Primero fue el turno de la Cámara de Diputados. En una extenuante sesión el oficialismo logró los votos necesarios para aprobar la resolución 125. Luego le tocó el turno a la Cámara de Senadores. En otra extenuante sesión el empate obligó al presidente provisional del Senado, Julio Cobos, a definir. Fue entonces cuando pronunció una frase que pasó a la historia: “mi voto es no positivo”. El gobierno quedó al borde del precipicio. Afortunadamente la presidenta de la nación no renunció y siguió gobernando.

El 12 de septiembre de 2021 tuvieron lugar las PASO. El gobierno sufrió una estrepitosa caída. La vicepresidente consideró que había llegado el momento de efectuar cambios en el gabinete, diagnóstico que no fue compartido por Alberto Fernández, quien había sido jefe de Gabinete de Cristina durante la crisis campestre. Como consecuencia de ello, Cristina ordenó a los funcionarios que le responden que pongan su renuncia a disposición del presidente. En buen romance, Cristina le vació a Alberto su gabinete. Luego de extensas y dramáticas horas, el viernes a la noche Alberto Fernández anunció un nuevo gabinete.

Entre Álvarez y Cobos, por un lado, y Cristina por el otro, existe una diferencia fundamental. Ni el Chacho ni Cobos eligieron a dedo al candidato presidencial. Álvarez obtuvo la candidatura a la vicepresidencia en representación del Frepaso, la fuerza de centro izquierda que decidió aliarse con el radicalismo para derrotar al menemismo en las presidenciales de 1999. Por su parte, Cobos fue designado como candidato a la vicepresidencia por la propia Cristina. El caso de Alberto Fernández es único en la historia argentina. Fue la propia Cristina quien, en mayo de 2019, le propuso ser su candidato a la presidencia, reservándose la candidatura a la vicepresidencia. Se trata, como lo han señalado algunos analistas políticos, de un típico caso de “presidente delegado”. Se trata de una diferencia de naturaleza entre el desafío de Cristina a Alberto, y los desafíos de Chacho y Cobos a De la Rúa y Cristina, respectivamente. Pero los tres desafíos tuvieron algo en común: mantuvieron en vilo a la sociedad, condenada a ser siempre la convidada de piedra cada vez que se producen sacudimientos políticos e institucionales de semejante envergadura.

Marx y la postura del comunismo con respecto al proletariado (última parte)

En la sociedad burguesa la libertad implica exclusivamente la libertad de comprar y vender, la libertad de comercio. Todo lo declarado sobre la libertad tiene sentido si se lo aplica al burgués expoliado del medioevo, pero no lo tiene si se lo vincula con la abolición comunista del chalaneo y la burguesía como sistema social y político. Hay quienes, dice un Marx muy enojado, se horrorizan por la decisión del comunismo de querer abolir la propiedad privada. Sin embargo, en la sociedad burguesa la inmensa mayoría de la población carece de propiedad privada porque sólo una élite, cuyo poder se basa en la explotación del trabajador, la posee. Los críticos de Marx acusan al comunismo de pretender abolir una forma de propiedad que sólo existe porque la inmensa mayoría de los hombres está privada de ella. En definitiva, el comunismo pretende abolir la propiedad burguesa, la propiedad detentada por una minoría opulenta. De ahí la ira de los acusadores de Marx.

Según los opositores a Marx, a partir del momento en que el trabajo no puede ser transformado en dinero, “en que la propiedad personal no puede transformarse en propiedad burguesa”, la personalidad se desvanece. Ello significa que para los críticos del comunismo el término “personalidad” es sinónimo de “propietario burgués”. Pues bien, a esa “personalidad” apunta el comunismo sus cañones. El comunismo no intenta quitarle a ninguna persona la facultad de apropiarse de los productos sociales. Lo que verdaderamente se propone es eliminar el poder de sojuzgar el trabajo del obrero mediante esa expropiación. Se afirma que la abolición de la propiedad privada provoca inexorablemente la cesación de toda actividad y la abulia generalizada. Si ese razonamiento fuese correcto, retruca Marx, hace tiempo que la holgazanería se habría apoderado de la sociedad burguesa, ya que en ella los obreros no adquieren nada y los holgazanes, los dueños de los factores de producción, adquieren todo. Las objeciones dirigidas contra el modo comunista de apropiación y producción de mercancías, también lo fueron contra la apropiación y producción de los productos elaborados por el pensamiento. Para el burgués, la desaparición de la propiedad privada de los medios de producción equivale a la desaparición de toda producción; de igual forma, la desaparición de la cultura clasista implica la desaparición de toda manifestación cultural. Expresado en otros términos: la desaparición de todo lo que le garantiza incrementar sus ganancias, implica para el burgués la desaparición de la civilización.

Es notable como Marx pulveriza el vendaval dialéctico lanzado por los burgueses en contra de los comunistas. Los burgueses acusan a los comunistas de atentar contra la cultura, cuando en realidad de lo que se trata es del adiestramiento al que se ven sometidos los obreros para transformarse en máquinas. El problema radica en que los burgueses emplean su ideología para polemizar con los comunistas. La ideología burguesa es el fruto de las relaciones de producción y de propiedad burguesa, así como el sistema jurídico expresa la voluntad de la clase burguesa erigida en ley. Para legitimar su dominación, la burguesía presenta a las relaciones sociales que surgen del modo de producción y propiedad burguesas como leyes eternas provenientes de la naturaleza y la razón. Las relaciones sociales burguesas son relaciones históricas que tienen su comienzo, su desarrollo y su fin, como ha acontecido con las relaciones sociales del pasado. La burguesía acusa a los comunistas de pretender abolir la familia. Pero la familia actual reposa sobre el lucro privado, es decir, sobre el capital. La familia como institución sólo existe en plenitud para los miembros de la burguesía. La familia burguesa, sentencia Marx, existe porque la familia proletaria ha sido suprimida por la fuerza. Si desaparece el capital, columna vertebral de la burguesía, desaparece la familia burguesa. Los dueños del capital también acusan al comunismo de sustituir la educación doméstica por la educación social. Sin embargo, en el seno de la sociedad burguesa la educación impartida a los jóvenes también es de índole social. En efecto, la educación burguesa, acusa Marx, también está determinada por las condiciones sociales, por la intervención de la sociedad en el proceso educativo de la juventud. La intervención social en la educación no es una proclama inventada por los comunistas, quienes sólo pretenden “cambiar su carácter y arrancar la educación a la influencia de la clase dominante”. El comunismo desea que haya una educación bajo la égida de la clase proletaria, en suma.

Marx denuncia la hipocresía de la burguesía cuando acusa al comunismo de pretender la destrucción de los basamentos fundamentales de la sociedad burguesa: la familia y la educación. No tolera que mientras la burguesía lanza estos dardos venenosos, legitima el accionar deletéreo de la industria sobre la familia proletaria, cuyo efecto más pernicioso es la transformación de los niños en meros artículos de comercio, en simples herramientas laborales. La burguesía también acusa al comunismo de pretender “una comunidad de las mujeres”. Marx contraataca denunciando a los burgueses por considerar a las mujeres meros instrumentos de producción. Si los instrumentos de producción deben ser, tal como pontifican los burgueses, de utilidad común, entonces las mujeres deben tener igual fin. El comunismo, proclama Marx, procura acabar con esta situación de la mujer, francamente oprobiosa e infame. Al desaparecer las relaciones de producción capitalistas, desaparecerá la prostitución oficial y privada, verdaderas lacras provocadas por el capitalismo.

Marx se defiende de otra grave acusación de la burguesía. Los comunistas, acusan los burgueses, pretenden abolir la nacionalidad. Los obreros, retruca Marx, carecen de nacionalidad, no tienen patria. Como el proletariado está obligado a elevarse a la condición de clase nacional, todavía es nacional, pero en un sentido muy diferente al burgués. El desarrollo de la burguesía trae aparejados la libertad comercial, el auge del mercado mundial, la uniformidad de la producción industrial y las condiciones de existencia que les son afines, lo que provoca la paulatina desaparición del aislamiento nacional y los antagonismos entre los pueblos. Esa desaparición será completa cuando el proletariado tomo el poder. El accionar común del proletariado de los países civilizados constituye una primera condición de su emancipación, enfatiza Marx. En la misma medida que sea suprimida la explotación de un hombre por otro hombre, será abolida la explotación de una nación por otra nación. Al desaparecer el antagonismo de clases dentro de las naciones, desaparecerá la hostilidad entre las naciones. El comunismo persigue la modificación radical de las condiciones de vida, de las relaciones sociales, de la existencia social imperante, lo que provocará inexorablemente una radical modificación de las ideas, las concepciones, las creencias, es decir, de la conciencia del hombre. Al transformarse la producción material, se transforma la producción intelectual. “Las ideas dominantes en cualquier época”, sentencia Marx, “no han sido nunca más que las ideas de la clase dominante”. La historia argentina puede dar fe de ello.

Marx culmina su análisis manifestando que el comunismo es la más radical ruptura con las relaciones de propiedad tradicionales; en consecuencia, no debe extrañar que rompa, también de manera radical, con las ideologías consagradas por la tradición. El proletariado es, pues, el actor fundamental de la revolución comunista, cuyo primer paso es la elevación de aquél a la categoría de “clase dominante”, única manera de conquistar la democracia. De esa forma, el proletariado estará en condiciones de arrancar paulatinamente a la burguesía todo su capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en las manos estatales, o lo que es lo mismo, en las manos del proletariado elevado a la categoría de clase social dominante. Al principio, el proletariado no tendrá más remedio que llevar a cabo “una violación despótica del derecho de propiedad y de las relaciones burguesas de producción”, deberá ejecutar una serie de medidas que aparentarán ser insuficientes y contraproducentes, pero que en el desarrollo del proceso revolucionario serán fundamentales para garantizar las transformación radical del sistema económico, social, político y cultural implantado por la burguesía. Las medidas, que variarán de país en país, son las siguientes: “expropiación de la propiedad territorial y empleo de la renta de la tierra para los gastos del Estado; fuerte impuesto progresivo; abolición del derecho de herencia; confiscación de la propiedad de todos los emigrados y sediciosos; centralización del crédito en manos del Estado por medio de un Banco Nacional con capital del Estado y monopolio exclusivo; centralización en manos del Estado de todos los medios de transporte; multiplicación de las empresas fabriles pertenecientes al Estado y de los instrumentos de producción, roturación de los terrenos incultos y mejoramiento de las tierras cultivadas, según plan general; obligación de trabajar para todos; organización de ejércitos industriales, particularmente para la agricultura, educación pública y gratuita de todos los niños; abolición del trabajo de éstos en las fábricas tal como se practica hoy; régimen de educación combinado con la producción material; etcétera”.

Como corolario, Marx parece vislumbrar una sociedad anarquista. El poder público dejará de ser político cuando se hayan esfumado las diferencias de clase y toda la producción haya quedado en manos de los individuos asociados. La lucha del proletariado conduce inevitablemente a una sociedad sin antagonismos de clase y sin Estado. “Dice Marx: “el poder político, hablando propiamente, es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra. Si en la lucha contra la burguesía el proletariado se constituye indefectiblemente en clase; si mediante la revolución se convierte en clase dominante y, en cuanto clase dominante, suprime por la fuerza las viejas relaciones de producción, suprime al mismo tiempo que estas relaciones de producción las condiciones para la existencia del antagonismo de clase y las clases en general y, por tanto, su propia dominación de clase. En sustitución de la antigua sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, surgirá una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos”. Luego de destruir los cimientos de la sociedad burguesa, el proletariado toma el poder por la violencia e instaura una momentánea dictadura para crear las condiciones que permitan el surgimiento y afianzamiento de una sociedad libre de antagonismos de clase, donde cada hombre esté en condiciones de desenvolver sus capacidades en plenitud, en libertad, con total y absoluta autonomía.

(*) Artículo publicado en el portal Redacción Popular el 19/6/012.

Las cacerolas del odio

La decisión del gobierno nacional de restringir la compra de dólares bastó para que nuevamente algunos sectores medios altos y altos de la CABA sacaran a relucir el símbolo de la crisis terminal de 2001: las cacerolas. Desde hace unas semanas, cada jueves por la noche los caceroleros salen a la calle para descargar toda su furia, toda su ira, todo su odio, contra la presidenta. La televisión registró el rostro crispado de algunos de ellos, como así también algunas de sus frases más hirientes y violentas. En nombre de la república, la libertad y las instituciones de la democracia, los caceroleros no tienen otro objetivo que la renuncia de Cristina y la posterior constitución de una “junta de notables” encargada de convocar nuevamente a elecciones presidenciales, esta vez sin la presencia ominosa del cristinismo.

Son, qué duda cabe, las cacerolas del odio. Simbolizan el profundo rencor que las medias altas y altas sienten por la movilidad social, por la posibilidad cierta de ascenso social, por la pérdida de ciertos privilegios y, en última instancia, por la democracia como filosofía de vida. Los caceroleros están convencidos de que el gobierno de Cristina es la reencarnación del mal absoluto, que implica, lisa y llanamente, una malformación genética. No cabe, por ende, contemplación alguna. Las 2genuinas tradiciones argentinas” obligan a los caceroleros a no tener piedad con un gobierno nacional y popular que se atrevió a pisar algunos callos. Protegidos por el monopolio mediático antikirchnerista, despliegan por las calles porteñas su personalidad autoritaria, provocando, agraviando, increpando, golpeando a mansalva. Los caceroleros legitiman todo lo que sea útil para esmerilar a la presidenta: los cortes de rutas, los embates gauchescos contra la legislatura bonaerense, las trompadas a los periodistas de 6.7.8., los pedidos de devaluación; todo lo que atente contra el modelo instaurado en 2003, en suma.

Los caceroleros tienen una peculiar concepción de la democracia. Los resultados electorales son legítimos si el triunfador ejerce el poder “como corresponde”, es decir, en beneficio de los intereses del orden conservador. Ello explica por qué apoyaron sin pudor al metafísico de Anillaco. Aplaudieron a rabiar las privatizaciones, el 1 a 1, las relaciones carnales y el achicamiento del estado. Jamás protestaron por la escandalosa corrupción que implicó el desguace estatal, los crímenes impunes (embajada de Israel y Amia, fundamentalmente), el feroz desempleo y la imposición del más crudo darwinismo social. No salieron a cacerolear cuando voló Río Tercero, ni cuando el metafísico de Anillaco aumentó impúdicamente el número de jueces de la Corte Suprema. Nada de la Casa Rosada hacía irritar a los conservadores. Todo estaba en perfecto orden: Menem gobernaba como debía hacerlo.

En diciembre de 2001 el país estalló por los aires. Hubo saqueos, disturbios y derramamiento de sangre. Sin embargo, las calles del país se poblaron de caceroleros porque el gobierno de De la Rúa había cometido el peor de los pecados: meterse con los ahorros de los sectores medios altos y altos. Eduardo Duhalde se hizo cargo del gobierno el 1de enero de 2002 e inmediatamente puso en claro qué sector del pueblo, pagaría la fenomenal crisis: el sector asalariado. La pesificación asimétrica y la devaluación persiguieron ese innoble objetivo, aceptado sin chistar por el conservadorismo, sólo preocupado por el corralito. La feroz inestabilidad institucional que azotó al país en aquella época comenzó a debilitarse en 2003, cuando Néstor Kirchner asumió como presidente. Para sorpresa de muchos, el patagónico comenzó a ejercer el poder teniendo como objetivo el bienestar de las grandes mayorías populares. En consecuencia, comenzó a desmenemizar el país, a hacer lo contrario a lo hecho por el metafísico de Anillaco en la década pasada. Al principio, el conservadorismo lo miró de reojo. No le causó ninguna gracia el acto que encabezó junto a Aníbal Ibarra en el ex edificio Esma, en marzo de 2004. A mi entender, a partir de entonces la derecha le hizo la cruz. Comenzó a visualizarlo como un presidente que no respondía al orden natural de las cosas, un extraño espécimen político que no estaba dispuesto a tirar sus principios y convicciones en la puerta de acceso a la Rosada. Muy diferente a Carlos Menem, un pragmático por excelencia. Otro hecho imperdonable que cometió Kirchner fue su desafío a George W. Bush en Mar del Plata, a fines de 2005. Para colmo, ahí estaba Hugo Chávez organizando el antiAlca en el estadio mundialista de fútbol. Era demasiado. A partir de entonces, el orden conservador comenzó a odiar al kirchnerismo como régimen de gobierno y a Néstor Kirchner como presidente y, fundamentalmente, como ser humano.

El estilo heterodoxo de Néstor Kirchner sacó de quicio al orden conservador. Sin embargo, no hubo cacerolas en su contra durante sus cuatro años como presidente. A comienzos de 2007, el patagónico designó a su esposa como su sucesora en la Casa Rosada. Cristina ganó holgadamente las elecciones presidenciales en octubre de ese año gracias a Roberto Lavagna, cuya candidatura perjudicó a Elisa Carrió, su verdadera competidora. El odio al kirchnerismo se incrementó geométricamente con Cristina en el poder. A partir del 10de diciembre de 2007, el orden conservador comenzó a hostigarla sin prisa pero sin pausa. El pueblo había votado mal y había que hacer tronar el escarmiento. Aprovechando el malestar que la 125 había causado a la “patria gauchesca”, la derecha se abalanzó sobre el gobierno nacional con el evidente propósito de provocar un vacío de poder. Fue entonces cuando las cacerolas reaparecieron para recrear el escenario de diciembre de 2001, pero con un agregado: los insultos de los caceroleros a Cristina. En un hecho inédito en nuestra historia, los manifestantes se paraban delante de las cámaras de televisión para injuriar gratuitamente a la presidenta y acusarla de ser la reencarnación de Norma Arrostito, la histórica dirigente montonera.

En 2009 el gobierno nacional perdió las elecciones legislativas y todo pareció “retornar a la normalidad”. No hubo ninguna acusación de fraude y quienes votaron, por ejemplo, por De Narváez en la provincia de Buenos aires no fueron denostados ni agraviados por los medios hegemónicos antikirchneristas. Pero el odio sólo desaparecería cuando el kirchnerismo abandonara la Casa Rosada. Todo hacía pensar que algún opositor accedería a la presidencia en octubre de 2011. No importaba sin era Macri, banner o Ricardo Alfonsín. La derecha sólo quería que se fuera Cristina. Pero en agosto de ese año, la presidenta se impuso ampliamente en las PASO y el orden conservador se desesperó. En octubre Cristina incrementó en un 4% el caudal obtenido en agosto y la derecha quedó en estado de coma. ¡Otros cuatro años más de “Kretina” en el poder constituían una afrenta para las genuinas y nobles tradiciones de la Argentina culta, republicana y liberal! Los recientes cacerolazos en la Plaza de Mayo constituyen la manifestación más contundente del hartazgo del orden conservador por un gobierno al que consideran una maldición bíblica. Dominada por un odio irracional, la derecha está convencida de que es fundamental que la Argentina vuelva a ser la del centenario, es decir, una Argentina pujante en lo económico, autoritaria en lo político y elitista en lo cultural.

Para el orden conservador, Cristina es una enemiga mortal. La odia profunda y sinceramente. Desea con todo fervor que su gobierno estalle en mil pedazos, que surja un proceso hiperinflacionario que devore el bolsillo de millones de argentinos, que los trabajadores comiencen a perder sus fuentes laborales, que se vera obligada a renunciar enloquecida por el ruido de las cacerolas; que se produzca un Apocalipsis, en suma. Así de egoísta y perversa es la derecha. El ruido de las cacerolas no es otra cosa que la manifestación sonora de ese egoísmo y esa perversión.

(*) Artículo publicado en el portal Redacción Popular el 21/6/012.

Marx y el materialismo histórico

En 1859 Marx publicó “Contribución a la crítica de la economía política”. En el prefacio, explica su clásica teoría general de la sociedad, conocida como “materialismo histórico”. Se expresa de este modo: “Mis investigaciones dieron este resultado: que las relaciones jurídicas, así como las formas de Estado, no pueden explicarse por sí mismas ni por la llamada evolución general del espíritu humano: que se originan más bien en las condiciones materiales de existencia que Hegel, siguiendo el ejemplo de los ingleses y franceses del siglo XVIII, comprendida bajo el nombre de “sociedad civil”, pero que la anatomía de la sociedad civil que buscarla en la Economía Política” (…) “en la producción social de su existencia, los hombres entran en relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad; estas relaciones de producción corresponden a un grado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales”. Primera idea fundamental de Marx: los hombres entran en relaciones que son independientes de su voluntad, lo que significa que el movimiento histórico debe ser seguido a través del estudio de las estructuras sociales, las fuerzas de producción y las relaciones de producción, y no tomando como referencia el modo de pensamiento de los hombres. Los hombres no son actores protagónicos en la constitución de las relaciones sociales. Por el contrario, las relaciones sociales se imponen a los hombres, desconociendo sus preferencias, sus creencias, sus ideologías; su mundo de representaciones colectivas, en suma. La imposición de las relaciones sociales sobre los hombres no dejó espacio para el libre albedrío. En consecuencia, para comprender cabalmente el proceso histórico no queda otro camino que analizar la naturaleza de estas relaciones supraindividuales.

Continúa Marx: “el conjunto de estas relaciones de producción constituyen la estructura económica de la sociedad, la base real, sobre la cual se eleva una superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, política e intelectual general. No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser; por el contrario, su ser social es lo que determina su conciencia”. En toda sociedad hay una infraestructura y una superestructura. La infraestructura está constituida por las relaciones y fuerzas de producción, mientras que la superestructura está compuesta, por un lado, por las instituciones jurídicas y políticas (la constitución, los partidos políticos, el parlamento, etc.), y por el otro, por las ideologías políticas y los sistemas filosóficos. Las ideologías políticas y los sistemas filosóficos están determinados por el ser social de los hombres.

Continúa Marx: “En una fase determinada de su desarrollo, las fuerzas productivas de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo cual no es más que su expresión jurídica, con las relaciones de propiedad en cuyo interior se habían movido hasta entonces. De formas evolutivas de las fuerzas productivas que eran, estas relaciones se convierten en trabas de estas fuerzas. Entonces se abre una época de revolución social. El cambio que se ha producido en la base económica trastorna más o menos lentamente toda la colosal superestructura. Al considerar tales revoluciones importa siempre distinguir entre la revolución material de las condiciones económicas de producción -que se debe comprobar fielmente con ayuda de las ciencias físicas y naturales- y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas; en una palabra, las formas ideológicas bajo las cuales los hombres adquieren conciencia de este conflicto y lo resuelven. Así como no se juzga a individuo por la idea que él tenga de sí mismo, tampoco se puede juzgar tal época de revolución por la conciencia de sí misma; es preciso, por el contrario, explicar esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto que existe entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción. Una sociedad no desaparece nunca antes de que sean desarrolladas todas las fuerzas productivas que pueda contener, y las relaciones de producción nuevas y superiores no se sustituyen jamás en ella antes de que las condiciones materiales de existencia de esas relaciones hayan sido incubadas en el seno mismo de la vieja sociedad. Por eso la humanidad no se propone nunca más que los problemas que puede resolver, pues, mirando de más cerca, se verá siempre que el problema mismo no se presenta más que cuando las condiciones materiales para resolverlo existen o se encuentran en estado de existir”.

La historia es movilizada por la contradicción que se produce, en algunos momentos del devenir, entre las fuerzas y las relaciones de producción. Para Marx, las fuerzas de producción implican la capacidad de organización de una sociedad para producir, la que está determinada por su capacidad científica, su estructura tecnológica y la organización del trabajo colectivo. Mientras que las relaciones de producción son básicamente las relaciones de propiedad. En un momento determinado de la historia, las fuerzas productivas entran en contradicción con las relaciones de producción. Estalla, por ende, el proceso revolucionario. En esta concepción dialéctica de la historia, las revoluciones lejos están de constituir accidentes políticos. Por el contrario, son la expresión de una necesidad histórica. Cuando las condiciones correspondientes a las revoluciones están dadas (la contradicción entre las fuerzas reproducción y las relaciones reproducción), las revoluciones sobrevienen necesariamente. Las nuevas relaciones de producción capitalistas se desarrollaron durante el feudalismo. Al alcanzar un cierto grado de madurez, tales relaciones de producción entraron en contradicción con las relaciones de propiedad, provocando ese formidable proceso revolucionario que se conoció con el nombre de “revolución Francesa”. Marx anticipa que idéntico proceso tendrá lugar en el capitalismo, lo que provocará el surgimiento del socialismo. Las fuerzas de producción deben desarrollarse en el ámbito de la sociedad capitalista. Las relaciones de producción socialistas deben madurar en ese mismo ámbito, antes de que se produzca el terremoto revolucionario que acabará con la sociedad capitalista, poniendo fin a la prehistoria.

Marx concluye: “esbozados a grandes rasgos, los modos reproducción asiáticos, antiguos, feudales y burgueses modernos pueden ser designados como otras tantas épocas progresivas de la formación social económica. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso de producción social, no en el sentido de un antagonismo individual, sino en el de un antagonismo que nace de las condiciones sociales de existencia de los individuos; las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa crean al mismo tiempo las condiciones materiales para resolver este antagonismo. Con esta formación social termina, pues, la prehistoria de la sociedad humana”. En este párrafo final Marx bosqueja las etapas de la historia del hombre. A diferencia de Comte, que distinguía los períodos históricos según los modos de pensamiento (la ley de los tres estadios), Marx distingue las etapas históricas en función de los regímenes económicos (asiático, antiguo, feudal y burgués). Los tres últimos modos de producción forman parte de la historia de Occidente. En el modo de producción antiguo reina la esclavitud; en el modo de producción feudal reina la servidumbre; y en el modo reproducción burgués reina el trabajo asalariado. Son tres manifestaciones de un mismo hecho: la explotación del hombre por el hombre. El modo reproducción burgués implica el último antagonismo entre clases, porque en el modo de producción socialista no habrá explotación del hombre por el hombre, sino una sociedad libre de antagonismos entre las clases, sin estado y sin propiedad privada (*).

(*) Para el desarrollo de este escrito, además de apoyarme en el propio texto de Marx, lo hice también en el clásico libro de Aron “Las etapas del pensamiento sociológico”, tomo I, Ed. siglo veinte, Bs. As., 1980.

(*) Artículo publicado en Redacción Popular el 22/6/012.

Marx y la finalidad última de “El Capital”

“El Capital” es la obra cumbre de Marx. Comprende tres gruesos volúmenes (*). La primera edición en alemán del tomo I data de 1867; la del tomo II data de 1885; y la del tomo III data de 1894. En el prólogo a la primera edición del 25 de julio de 1867 y en el postfacio a la segunda edición del 24 de enero de 1873, se encuentran las ideas medulares de la dialéctica marxista.

En el prólogo a la primera edición, Marx considera que aquello de que los comienzos siempre presentan las mayores dificultades, es válido también para todas las ciencias. Ello explica por qué el primer capítulo del primer tomo de su magna obra, dedicado al análisis de la mercancía (**), presenta las mayores dificultades para la comprensión del lector. Marx ha procurado explicar lo más didácticamente posible “el análisis de la sustancia y magnitud del valor”. Respecto a “la forma del valor”, que se materializa en “la forma dinero”, Marx considera que se trata de un tema que puede ser comprendido por el lector sin mayores dificultades. A pesar de ello, desde hace dos mil años que el hombre está tratando de aproximarse a una explicación valedera, pese a haber logrado explicar otros temas de mucha mayor envergadura. ¿Por qué, se pregunta Marx, sucedió esto? Porque al hombre le resulta mucho más sencillo estudiar lo general que lo particular, un organismo desarrollado que una simple célula. En el análisis de la economía no prestan utilidad alguna ni el microscopio ni los reactivos químicos, enfatiza. Sólo mediante su capacidad de abstracción el hombre puede adentrarse en la explicación de las formas económicas. Para Marx, “la forma de mercancía que adopta el producto del trabajo o la forma de valor que reviste la mercancía es la célula económica de la sociedad burguesa”.

Los investigadores en ciencias naturales tratan en lo posible de realizar sus experimentos en un ambiente que les garantice una investigación lo más pura y cristalina posible. De igual manera, Marx procura efectuar una investigación lo más pura y cristalina posible del “régimen capitalista de producción y las relaciones de producción y circulación que a él corresponden”. Inglaterra constituye la base empírica de sus investigaciones, el principal ejemplo de sus elucubraciones teóricas. Marx se interesa no por las contradicciones sociales que emergen de las leyes naturales de la producción capitalista, sino por esas leyes naturales que necesariamente se imponen al hombre. Para los países menos desarrollados, sus colegas más desarrollados no hacen más que poner delante de aquéllos el espejo de su porvenir. En otros términos: lo que acontece ahora en los países más desarrollados sucederá inexorablemente en los países menos desarrollados.

“El Capital” es el fruto de una aguda observación de Marx de la realidad social y económica de su época. Si en Inglaterra la situación de los trabajadores era preocupante, en Alemania era mucho peor, reconoce Marx con dolor. “Allí donde en nuestro país la producción capitalista se halla ya plenamente aclimatada, por ejemplo en las verdaderas fábricas, la realidad alemana es mucho, peor todavía que la inglesa, pues falta el contrapeso de las leyes fabriles”. Vale decir que en su país natal reinaba la más absoluta y pura flexibilización laboral. La carencia total de una protección jurídica al trabajador legitimaba la más feroz explotación del hombre por el hombre, base de la acumulación capitalista. Marx agrega: “En todos los demás campos, nuestro país, como el resto de Occidente de la Europa continental, no sólo padece los males que entraña el desarrollo de la producción capitalista, sino también los que supone su falta de desarrollo. Junto a las miserias modernas, nos agobia toda una serie de miserias heredadas, fruto de la supervivencia de tipos de producción antiquísimos y ya caducos, con todo su séquito de relaciones políticas y sociales anacrónicas. No sólo nos atormentan los vivos, sino también los muertos”.

Marx se lamenta por la ausencia en Alemania de un organismo que elabore estadísticas serias y confiables. Alemania, sugiere Marx, debería seguir el ejemplo de Inglaterra. Si el gobierno alemán instituyese periódicamente instituciones encargadas de investigar las condiciones económicas en que se desenvuelve la sociedad alemana, si hubiese peritos intachables e imparciales que pusieran en evidencia lo que acontece en las fábricas, “nos aterraríamos ante nuestra propia realidad”, reconoce con estremecimiento. Los alemanes se tapan sus ojos y sus oídos para no reconocer la existencia de una realidad terrible. Pero no hay que engañarse, sentencia Marx. Así como la guerra de la independencia en los Estados Unidos (siglo XVIII) hizo poner de pie a la clase media europea, la guerra norteamericana de secesión (siglo XIX) está haciendo lo mismo con la clase obrera europea. Y es en Inglaterra donde este proceso revolucionario se palpa con las yemas de los dedos. Cuando alcance su máximo esplendor en el territorio inglés, se expandirá como reguero de pólvora sobre el continente europeo. Y cuando lo haga, será más o menos brutal en función del grado de desarrollo alcanzado por la clase obrera de cada país. De ahí la necesidad de que la clase dominante europea, aunque sea por motivos puramente egoístas, permita el surgimiento de un sistema jurídico que proteja al trabajador de las garras de los opresores. Consciente de la necesidad imperiosa de que la clase dominante europea se percate de la grave situación social existente, Marx dedicó varios capítulos del primer volumen de “El Capital” a la exposición de los antecedentes históricos, el contenido y los resultados de la legislación sobre la condición de los obreros en las fábricas inglesas. “Las naciones”, sentencia”, “pueden y deben escarmentar en cabeza ajena. Aunque una sociedad haya encontrado el rastro de la ley natural con arreglo a la cual se mueve-y la finalidad última de esta obra es, en efecto, descubrir la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna-, jamás podrá saltar ni descartar por decreto las fases naturales de su desarrollo. Podrá únicamente acortar y mitigar los dolores del parto”. El determinismo económico expuesto por Marx de manera cruda y descarnada.

En “El Capital”, aclara Marx, los capitalistas y los terratenientes personifican categorías económicas, representan determinados intereses y relaciones de clase. Al constituir el desarrollo de la formación económica de la sociedad un proceso histórico-natural, el hombre no es responsable de la existencia de relaciones sociales que se le imponen, “aunque subjetivamente se considere muy por encima de ellas”. Por último, Marx reconoce que en el ámbito de la economía política la libre investigación científica está obligada a luchar contra poderosos enemigos, inexistentes en otros ámbitos científicos. En otros términos: la investigación científica de los problemas económicos choca contra duros dogmatismos, feroces intereses creados que legitiman el sistema de dominación imperante. La Iglesia anglicana, por ejemplo, perdona más fácilmente el desconocimiento de sus dogmas que el quite de ayuda económica. “Hoy día, el ateísmo es un pecado venial en comparación con el crimen que supone la pretensión de criticar el régimen de propiedad consagrado por el tiempo”, rezonga Marx. ¡Y cuánta razón tiene! sin embargo, nuevos vientos han comenzado a soplar en Europa. El sistema burgués lejos está de ser una estructura inconmovible. El afán de cambio ha empezado a expandirse. Ello no significa que mañana mismo nacerá una nueva sociedad, más respetuosa de la dignidad del trabajador. Sin embargo, las clases gobernantes han comenzado lentamente a percatarse de que algo está pasando, de que la sociedad capitalista lejos está de ser un algo monolítico e imperturbable, sino un organismo que siempre está sujeto a un proceso constante de cambio.

(*) La edición de “El Capital” que tengo en mi poder es del FCE, su octava reimpresión data de 1973 y consta de tres volúmenes cuya tapa es anaranjada.

(**) Es un resumen de su libro “Contribución a la crítica de la economía política”.

(***) Artículo publicado en Redacción Popular el 24/6/021

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