Por Hernán Andrés Kruse.-

Crónica de una derrota anunciada

El 12 de septiembre las urnas le propinaron al gobierno un golpe durísimo del que aún no ha logrado reponerse. A partir de aquella negra jornada el Fdt no ha parado de dispararse a sus pies, de atentar contra sus de por sí escuetas chances de revertir el resultado el 14 de noviembre. Parafraseando al gran García Márquez, se trata de la crónica de una derrota anunciada.

Apenas consumada la derrota la vicepresidenta de la nación le exigió al presidente una profunda renovación ministerial. Alberto se negó considerando que si en noviembre el gobierno perdía de nuevo, se vería obligado nuevamente a modificar el gabinete. Cristina, fiel a sí misma, dobló la apuesta y con la publicación de la famosa carta doblegó la resistencia presidencial. Los cambios implicaron, en esencia, una derechización del FdT o, si se prefiere, una peronización ortodoxa del oficialismo. El cambio más rimbombante se produjo en la jefatura de Gabinete. Santiago Cafiero cedió su lugar al gobernador tucumano, el cristiano maronita Juan Manzur, de aceitados contactos con el peronismo de derecha y, a nivel internacional, con Estados Unidos e Israel. En la práctica, Manzur pasó a desempeñarse como un primer ministro, al igual que Domingo Cavallo veinte años atrás. Conforme con las modificaciones Cristina decidió abandonar momentáneamente el alto perfil.

Acorralado por la derrota el gobierno se vio en la imperiosa necesidad de apelar a cualquier medio que le permita, en la medida de lo posible, revertir el resultado de las PASO. Para ello apeló a las armas tradicionales del peronismo: populismo y demagogia sin freno. Bajo el lema “cambiar radicalmente el humor social” el FdT se preocupó principalmente por poner dinero en los exhaustos bolsillos de los argentinos y, de manera sorpresiva, por decretar el fin de la pandemia. Para lo primero no dudó en poner en funcionamiento la máquina de crear dinero para brindar a la población la ilusión de la recuperación económica. Para lo segundo, eliminó de un plumazo casi todas las restricciones que venía imponiendo desde hace mucho tiempo por la amenaza de la pandemia. En un abrir y cerrar de ojos se permitió, por ejemplo, al hincha de fútbol a retornar a la cancha. El tiempo dirá si está medida respondió a un profundo estudio del desarrollo del virus en estos momentos o a un miserable cálculo electoral. Seguramente se trató de lo segundo.

La emisión incontrolada de billetes provocó el efecto lógico y no deseado por el FdT: una escalada de los precios, es decir, un aumento de la inflación. La historia ha demostrado que ningún gobierno pudo ganar una elección en medio de una escalada incontrolable de los precios, tal como sucede en estos días. Consciente de ello el presidente decidió el reemplazo de Paula Español, una funcionaria cercana a Kicillof, por el cristinista ortodoxo Roberto Feletti. Este experimentado economista considera que el aumento de los precios es responsabilidad exclusiva de los empresarios y comerciantes inescrupulosos, que no dudan en remarcar de manera alocada el precio de sus productos para beneficiarse y, de paso, perjudicar no solo al gobierno sino también, y fundamentalmente, a la sociedad.

Ello explica su decisión de desempolvar la ley de abastecimiento de 1974 que impone severas penas a aquellos que remarcan los precios de manera irresponsable. Dirigiéndose en tono amenazante a los empresarios Feletti les advirtió que de no haber un acuerdo entre el gobierno y el sector empresarial sobre el congelamiento de los precios por tres meses, el oficialismo actuaría sin contemplaciones. La respuesta empresarial no se hizo esperar: si hay congelamiento habrá desabastecimiento, fue la advertencia. En forma paralela, y no casualmente, el dólar blue comenzó a subir hasta llegar hoy (viernes 22) al valor récord del 23 de octubre del año pasado: 195$.

Mientras se suceden todas estas calamidades, el gobierno tomó algunas decisiones que provocaron la ira de millones de argentinos. En primer lugar, la decisión de abstenerse en la condena a las violaciones de los derechos humanos que comete a diario el gobierno nicaragüense. Luego, su decisión de no enemistarse con los mapuches, cuyo sector violento está atentando contra el estado de derecho en Río Negro. Por si ello no hubiera resultado suficiente, en las últimas horas el presiente le envió a la gobernadora de esa provincia una carta en la que le dice que el gobierno no tiene por qué intervenir en un asunto que le compete a ella. La frutilla del postre la constituye el festejo cristinista del 17 de octubre el domingo pasado. En un momento dado el Monumento a las Victimas del Covid 19 emplazado en la Plaza de Mayo fue profanado por un grupo de forajidos, sin que ese vandálico hecho mereciera condena alguna del FdT.

Lo hecho por el gobierno a partir de la derrota del 12 de septiembre invita, por ende, a formular este interrogante: ¿quiere realmente el FdT ganar la elección en noviembre? A veces daría la sensación que no es esa su intención.

El recuerdo de Herminio Iglesias

Octubre de 1983. La Argentina era un hervidero. El domingo 30 Raúl Alfonsín e Ítalo Luder competirían por la presidencia. Hasta ese momento el peronismo jamás había perdido en las urnas. Para los herederos de Perón la derrota no formaba parte de su vocabulario político. Sin embargo, en aquel recordado año los argentinos intuíamos que el milagro podía producirse, que Raúl Alfonsín podía lograr la hazaña de vencer a Luder. En aquella época la campaña electoral se dirimía fundamentalmente en la calle. El peronismo siempre había sido su dueño indiscutido. Pero con Alfonsín sucedió algo inédito: por primera vez otro partido político, en este caso el radicalismo, se había atrevido a desafiar el dominio callejero del peronismo.

La campaña electoral se tradujo en un apasionante duelo entre la capacidad de movilización del peronismo y la del radicalismo. En la semana previa a las elecciones tuvieron lugar en la Avenida 9 de Julio los actos de cierre de campaña de ambos colosos. Primero fue el turno del radicalismo. Alfonsín pronunció un encendido discurso ante un millón de personas. Fue algo sencillamente apoteótico, épico, inolvidable, histórico. Nunca antes el radicalismo había logrado juntar en un acto político semejante marea humana. El justicialismo sintió el impacto. Herido en su amor propio reunió al día siguiente más de un millón de personas, similar en cantidad a la marea humana que fue a darle la bienvenida a Perón el 20 de junio de 1973 en Ezeiza.

Fue un acto propio del peronismo histórico, del peronismo ortodoxo, idéntico al organizado por la CGT el lunes 18 en pleno centro de CABA. De repente el escenario fue copado por el entonces poderoso dirigente gremial y candidato a la provincia de Buenos Aires, Herminio Iglesias. Portando un ataúd con los colores del radicalismo, no tuvo mejor idea que incendiarlo provocando la algarabía de los asistentes. Muchos creyeron que ese acto de barbarie determinó la histórica derrota del peronismo el 30 de octubre. En realidad, fue la gota que rebalsó el vaso. Se notaba en el ambiente que el país estaba en las vísperas de un suceso histórico que modificaría para siempre la política vernácula. Iglesias no hizo más que darle el empujón final al atribulado Luder, quien asistió impávido a la quema del ataúd.

¿Por qué justo en estos días muchos analistas políticos recordaron la brutalidad de Iglesias? Porque el domingo 17, en la Plaza de Mayo, un grupo de facinerosos no tuvieron mejor idea que ultrajar la memoria de los fallecidos por el Covid 19. Era la celebración cristinista de la fecha patria del peronismo. Se trató de una infamia, de un insulto gratuito a la memoria de las víctimas y a sus familiares. Tal como sucedió al tomar estado público la foto del cumpleaños de la primera dama, la reacción del gobierno nacional se limitó a expresar su disgusto por un hecho totalmente desafortunado.

Una vez más, el FdT se pegó un tiro en uno de sus pies. Una vez más el oficialismo atentó contra sus chances electorales, bastante famélicas luego de la derrota en las PASO. La pregunta que todos nos estamos formulando en estos momentos es la siguiente: ¿por qué el cristinismo permitió semejante salvajismo? Porque nadie duda que repercutió muy negativamente en vastos sectores de la sociedad, incluidos aquéllos cercanos al oficialismo. Los imbéciles que profanaron el recuerdo de los muertos por la pandemia parecen no haber tenido en consideración que seguramente varios miles de las víctimas eran seguramente cristinistas. Aunque sea por un miserable cálculo electoral deberían haber desistido de ese atropello incalificable.

Iglesias quemó el ataúd porque no dudaba de la victoria del peronismo. Hoy el escenario es harto diferente. Lo más probable es que el oficialismo pierda el 14 de noviembre. ¿Por qué, entonces, el cristinismo apañó la profanación siendo consciente de que, como expresé más arriba, no hacía más que dispararse nuevamente en uno de sus pies? Creo sinceramente que, en el fondo, Cristina desea que el FdT pierda en noviembre. Porque si ello llegara a suceder seguramente Juan Manzur, Aníbal Fernández y probablemente el propio presidente resulten ser los chivos expiatorios por la debacle. En otros términos: ellos serán catalogados como los máximos responsables de una nueva y cruel derrota del peronismo en las urnas. Si ello llegara finalmente a suceder no sería extraño que Cristina intente emerger como la gran salvadora del gigante moribundo, como la única capaz de aglutinar en derredor suyo a todos los peronistas. La otra gran pregunta que cabe formular sería la siguiente: ¿tolerará el peronismo ortodoxo la pretensión de Cristina? Lo que se viene luego de las elecciones de noviembre será, qué duda cabe, para alquilar balcones.

El pragmatismo de CFK en su máximo esplendor

Cristina nunca congenió con el peronismo histórico. Siempre intentó despegarse de la influencia de los gobernadores del PJ, los barones y los caciques de la CGT. Para ella estos personajes simbolizan un lastre, una pesada carga que termina resultando insoportable. En casi todos los discursos que pronunció desde que asumió la presidencia en aquel lejano 10 de diciembre de 2017 las referencias al peronismo de Perón fueron muy pocas. Cuando ganaba se sentía dueña de los votos. Pasó en 2007, 2011 y 2019. La victoria era de ella y de nadie más. Ahora el panorama es harto diferente. El 12 de septiembre sufrió una dolorosa derrota, probablemente la que más la afectó. Su futuro político está en juego y, quizás, su libertad.

Ese domingo a la noche comprendió que sin el peronismo ortodoxo, ese peronismo que tanto desprecia, su suerte electoral el 14 de noviembre estará echada. Cristina necesita imperiosamente que el grueso de los votantes peronistas, que son millones, vote por el FdT. Necesita su apoyo por que no sólo ella sino el FdT como fuerza política necesita el triunfo como el agua en el desierto. La vicepresidenta está, pues, en una situación límite. Consciente de ello no dudó. Si hay que alabar públicamente al peronismo, se lo alaba. Si hay que enaltecer las figuras de Perón y Evita, se las enaltece. Si hay que abrazarse con Hugo Moyano, se lo abraza como si fuera Brad Pitt. Presionada por la derrota en las PASO, Cristina sacó a relucir su pragmatismo, su maquiavelismo.

En un acto celebrado en las horas previas a la celebración del 17 de Octubre, la vicepresidente expresó lo siguiente (fuente: Horacio Verbitsky: A ver a ver, quién maneja la batuta”, El Cohete a la Luna, 17/10/021):

«La política económica la decidimos los argentinos y argentinas en elecciones libres, populares y democráticas». «La pandemia ha dejado un mundo que agravó la situación de concentración y desigualdad que había pero incorporó cosas nuevas: incertidumbre y miedo al futuro». «Lo que ahora está en disputa es quién regula. Quién conduce. Quién establece las reglas: ¿el mercado y las corporaciones o el Estado y la política que se decide en las urnas, democráticamente? Esta es hoy la discusión. Quién regula, quién ordena, quién controla, por supuesto respetando la propiedad privada -lo que siempre hizo el peronismo».

«Es necesario que aquellos que se han pasado denostando al peronismo y señalándonos con el dedo y que han fugado al exterior PBIs enteros se hagan cargo alguna vez de lo que han hecho y ayuden a que la Argentina vuelva a reconstruir después de las dos pandemias que pasamos: la del macrismo y la del coronavirus. Necesitamos una reconstrucción nacional que vuelva a ordenar las grandes coordenadas que teníamos y que supimos construir. La de un país donde había movilidad social ascendente, donde los pibes tenían una computadora en el colegio, donde tenían expectativas de una vida mejor donde llegamos a 5,9 de desocupación allá por el 2015. Retomemos la discusión política en serio. Hemos estado más de un año encerrados en nuestras casas donde el interlocutor era la pantalla del televisor. Nada bueno puede salir de ahí».

«Es necesario —agregó— volver a la discusión, a la participación, al debate. Tenemos que hacer el gran esfuerzo y trabajar mucho. No solamente para el 14. No, no, no. Tenemos que trabajar en serio como hicimos siempre los peronistas: para la historia, para lo que viene, lo que vendrá y para lo que sabremos construir. Siempre lo hicimos así. Cuando me sumé a la política, con la edad de ustedes, no había elecciones en la República Argentina. Cuando mañana vayan a la plaza a recordar esa gesta histórica de nuestro movimiento, no vayamos con una actitud sólo recordatoria, casi nostálgica. Pese a tanta diatriba, a tanto análisis injurioso en la TV, el peronismo sigue hoy más vigente que nunca».

«El peronismo es superador. Una alianza del pueblo, una articulación entre el capital y el trabajo, donde el Estado regula y falla a favor de los trabajadores porque en cualquier ecuación donde hay capital y trabajo, la parte más débil es la de los trabajadores».

«La derecha dice que la culpa la tienen los derechos de los laburantes. Minga. No es eso lo que genera la falta de trabajo, es la concentración cada vez más horrorosa del capital. Hoy Francisco habló de la locomotora descontrolada que marcha hacia el abismo».

«Nuestro Gobierno cumplió las tres pruebas del ácido: la incorporación y generación de millones de puestos de trabajo y la movilidad social ascendente, la incorporación de los jóvenes y que Perón nunca permitió el ingreso del FMI a la República Argentina».

«En el ejercicio de la militancia, volvamos a convocar a la sociedad a que participe pero como decía Máximo hoy en Villa Palito: que lo haga por los que nunca les mintieron. Podrán decir cualquier cosa de nosotros, menos caretas y mentirosos».

«Las mayorías se vuelven a reconstruir cuando se hacen cargo de las demandas de la sociedad y las necesidades que tiene el pueblo. Que es la única manera de construir mayorías. Aquí, en Alemania y en China también».

«Por eso quería venir hoy acá a reencontrarnos después de tanto tiempo de aislamiento, de sufrimiento, de gente que no quedó bien porque nadie queda bien después de tanto tiempo encerrado, sobre todo cuando hay carencias no sólo económicas sino también afectivas. Imaginen dónde estaríamos si esos jóvenes no se hubieran incorporado a la política y hubieran obligado a que hubiera elecciones en el país. No fueron gratuitas y por donación: fueron por lucha, como todas las cosas en la vida y en la Argentina más todavía».

Para Cristina los peronistas son los buenos y los antiperonistas son los malos. Éstos son los únicos culpables de todas las desgracias que nos aquejan desde hace mucho tiempo. Los antiperonistas son la antidemocracia, el antipueblo, el cipayismo en su máximo esplendor. Son, en definitiva, el enemigo. Ahora bien ¿se puede dialogar con el enemigo? Es imposible. Las palabras de Cristina están imbuidas de la concepción política de Carl Schmitt. Es el maniqueísmo político elevado a su máxima expresión.

La historia ha demostrado que lo que hoy padece el pueblo es la lógica consecuencia de los desastrosos gobiernos que se sucedieron a lo largo de décadas, tanto antiperonistas como peronistas. Todos son responsables de la tragedia argentina. Pero el máximo responsable es el pueblo, los grandes responsables somos los argentinos que en el cuarto oscuro siempre hemos votado por los mismos que no se han cansado de arruinarnos la vida.

Cristina sabe muy bien que el peronismo es un gran responsable de nuestra decadencia. Pero en noviembre hay que ganar como sea. En consecuencia, si hay que mentir, como lo hizo Cristina este viernes, se miente. Porque al peronismo sólo le interesa una cosa: el poder. Nada más y nada menos que el poder. En este sentido Cristina es una fiel discípula del máximo emblema del maquiavelismo y pragmatismo político en nuestro país: Juan Domingo Perón.

Marx y la relación de valor entre dos mercancías

Las mercancías encierran un doble significado: por un lado, son objetos útiles (valores de uso) y, por el otro, son materializaciones de valor. En consecuencia, únicamente revisten el carácter de mercancías cuando poseen su forma natural o material (valor de uso) y la forma de valor. En el valor objetivado de la mercancía es imposible encontrar ni una partícula de materia corpórea. Como valor, siempre resulta “inaprensible”. Ahora bien, las mercancías adquieren consistencia corpórea, se materializan, al ser expresión de trabajo humano. En consecuencia, tal materialidad presenta un carácter exclusivamente social, lo que significa que la materialidad de la mercancía como valor sólo se revela en el ámbito donde las mercancías entran en relaciones sociales con otras mercancías.

Al comienzo de su análisis de la mercancía, Marx hizo énfasis en la relación de cambio de las mercancías para descubrir su valor. Ello explica por qué en este punto se retrotrae a la manifestación de valor. Todas las mercancías poseen sus respectivos valores de uso. Sin embargo, poseen una forma de valor que les es común: el dinero. “Ahora bien”, remarca Marx, “es menester que consigamos nosotros lo que la economía burguesa no ha intentado siguiera: poner en claro la génesis de la forma dinero, para lo cual tendremos que investigar, remontándonos desde esta forma fascinadora hasta sus manifestaciones más sencillas y más humildes, el desarrollo de la expresión del valor que se encierra en la relación de valor de las mercancías”. Cuando una mercancía se vincula con otra mercancía, surge la relación de valor más simple. Tal es el caso de la relación entre el lienzo y la levita: 20 varas de lienzo son iguales a 1 levita, o lo que es lo mismo, 20 varas de lienzo valen una levita. Entre ambas mercancías surge una relación de valor. Pues bien, dicha relación constituye “la expresión más simple de valor de unas mercancías”.

En toda expresión simple de valor se distinguen la forma de relativa del valor y la forma equivalencial. En la relación de valor destacada precedentemente, el lienzo y la levita juegan roles perfectamente diferenciados. El valor del lienzo se expresa en la levita, mientras que la levita es el material por cuyo intermedio se expresa el valor del lienzo. El valor del lienzo se visualiza a través de “la forma del valor relativo”, es decir, “reviste la forma relativa del valor”; mientras que la levita funciona “como equivalente” del valor del lienzo, es decir, “reviste forma equivalencial”. Ambas formas, la forma relativa del valor y la forma equivalencial, son las dos caras de una misma relación-en este caso, la simple relación entre las veinte varas de lienzo y la levita-. La forma relativa del valor y la forma equivalencial se condicionan mutuamente y son, a su vez, los extremos opuestos y antagónicos de la relación de valor entre el lienzo y la levita. A su vez, “estos dos términos se desdoblan constantemente entre las diversas mercancías relacionadas entre sí por la expresión del valor”.

Marx explica esta afirmación empleando como ejemplo la relación entre el lienzo y la levita. El valor del lienzo se expresa a través de todas las mercancías que circulan en la sociedad, con excepción del lienzo. Relacionar veinte varas de lienzo con otras veinte varas de lienzo no significa expresión de valor alguna, no implica afirmar que veinte varas de lienzo valen veinte varas de lienzo. Sólo significa afirmar que veinte varas de lienzo equivalen a veinte varas de lienzo, es decir, a “una determinada cantidad del objeto útil lienzo”. El valor del lienzo, por ende, únicamente puede expresarse en función de otra mercancía (la levita), lo que significa que el valor de aquél sólo se expresa en términos relativos. “La forma relativa del valor lienzo”, dice Marx, “supone como premisa el que otra mercancía cualquiera desempeñe respecto al lienzo la función de forma equivalencial”. Para que el valor del lienzo se exprese en términos relativos, es fundamental que enfrente suyo esté la levita como equivalente suyo. La mercancía que actúa como equivalente no puede desempeñar al mismo tiempo el rol de forma relativa del valor. La levita no puede al mismo tiempo funcionar como equivalente del valor del lienzo y desempeñar el rol que le toca al lienzo. Cuando se dice que veinte varas de lienzo valen una levita, la levita no expresa su propio valor sino que “se limita a suministrar el material pera la expresión de valor de otra mercancía”, el lienzo en este caso. La forma relativa del valor y la forma equivalencial se excluyen mutuamente, con lo cual las mercancías quedan impedidas de asumir tanto la una como la otra en la misma expresión de valor. Que las mercancías revistan la forma relativa del valor o la forma equivalencial depende pura y exclusivamente del lugar que ocupen dentro de la expresión de valor en un momento determinado. La expresión de valor “20 varas de lienzo valen 1 levita” señala que en un momento determinado el lienzo reviste la forma relativa del valor y la levita reviste la forma equivalencial. En esa expresión, la levita es la mercancía en que se expresa el valor del lienzo, mientras que el lienzo “es la mercancía cuyo valor se expresa”.

A continuación, Marx profundiza el análisis de la forma relativa del valor, haciendo referencia a su contenido y su determinabilidad cuantitativa. Marx procura averiguar dónde está emplazada, en la relación de valor entre dos mercancías, la expresión simple de valor de una de ellas. Para el logro de tal objetivo no queda más remedio que prescindir totalmente del aspecto cuantitativo de la relación. Cuando alguien dice que 20 varas de lienzo equivalen a 1 levita, surge una relación de valor donde las mercancías involucradas, el lienzo y la levita, constituyen, como magnitudes de valor, objetos de una misma naturaleza. La igualdad “lienzo=levita” constituye para Marx la fórmula que sirve de basamento a la relación de valor. Sin embargo, estas mercancías, equiparadas en función de la magnitud del valor, lejos están de desempeñar el mismo rol. La igualdad “lienzo=levita” únicamente expresa el valor del lienzo, vale decir que X cantidades de lienzo valen X cantidades de levita. En esta relación de valor la levita es el equivalente del lienzo, la mercancía permutable por el lienzo. En la relación de valor “lienzo=levita”, “la levita sólo interesa como exteriorización de valor, como valor materializado, pues sólo en función de tal puede decirse que exista identidad entre ella y el lienzo”. La levita sólo interesa como la exteriorización del valor del lienzo. Cuando se procede a equiparar la levita, como valor materializado, con el lienzo, lo que se está haciendo es, en última instancia, equiparar el trabajo que encierra la levita (el trabajo del sastre) con el trabajo que encierra el lienzo (el trabajo del tejedor). Como trabajos concretos, el del sastre es diferente al del tejedor. Pero cuando se procede a equiparar ambos trabajos, lo que se hace es reducir el trabajo del sastre a lo que tiene en común con el trabajo del tejedor: el ser trabajo humano. En consecuencia, el trabajo del tejedor, como trabajo humano abstracto, es igual al trabajo del sastre.

En la expresión de valor del lienzo-“20 varas de lienzo valen 1 levita”-la levita asume el rol de objeto de igual naturaleza que el lienzo. Ello es posible porque la levita es un valor. La levita es un “objeto que representa el valor en su forma natural y tangible”. Pero conviene tener en cuenta que la levita considerada como materialidad de una mercancía-la mercancía levita-, no deja de ser un simple valor de uso. En última instancia, la levita es una mercancía tan poco apta para expresar valor como cualquier vara de lienzo. ¿Esto qué prueba? Que la levita, situada en la relación de valor con el lienzo como forma equivalencial, “adquiere una importancia que tiene fuera de ella, del mismo modo que ciertas personas ganan en categoría al embutirse en una levita galoneada”, dice Marx con fina ironía. La producción de la levita implicó la inversión de fuerza humana de trabajo, en este caso la del sastre. La levita implica, por ende, “representación de valor”. Ahora bien, en la relación de valor del lienzo-“20 varas de lienzo=1 levita”, la levita únicamente adquiere relevancia como “encarnación corpórea de valor”, es decir, como valor materializado. Para que en la relación de valor del lienzo la levita desempeñe, en relación con el lienzo, el papel de valor, es esencial que el valor tenga ante el lienzo la forma de levita. En la relación de valor mencionada, donde la levita es el equivalente del lienzo, “la forma levita es considerada como forma de valor”. El valor del lienzo se expresa a través de la levita, es decir, “que el valor de una mercancía se expresa en el valor de uso de otra”. Como valor de uso, el lienzo es diferente a la levita, pero considerado el lienzo como valor es igual a la levita; el lienzo presenta, pues, la misma fisonomía que la levita. Al identificarse con la levita, queda revelada la verdadera naturaleza del lienzo como valor. En definitiva, “la relación o razón de valor hace que la forma natural de la mercancía B (la levita) se convierta en la forma de valor de la mercancía A (el lienzo) o que la materialidad corpórea de la primera sirva de espejo de valor de la segunda. Al referirse a la mercancía B (la levita) como materialización corpórea de valor, como encarnación material de trabajo humano, la mercancía A (el lienzo) convierte el valor de uso B (la levita) en material de su propia expresión de valor. El valor de la mercancía A (el lienzo) expresado así, es decir, expresado en el valor de uso de la mercancía B (la levita), reviste la forma del valor relativo”.

Marx pasa luego a analizar la determinabilidad cuantitativa de la forma relativa del valor. Cuando alguien expresa el valor de la una mercancía-20 varas de lienzo valen una levita-alude a una determinada cantidad de un objeto de uso. Dicha cantidad encierra una específica cantidad de trabajo humano. En consecuencia, la forma de valor expresa no solamente valor, sino también una cantidad de valor determinada. En la relación de valor del lienzo con la levita, no sólo se equipara cualitativamente la levita con el lienzo “en cuanto representación de valor en general”, sino que también se las equipara cuantitativamente: 20 varas de lienzo es igual a “una determinada cantidad de la representación corpórea del valor equivalente”, a 1 levita, en este caso. En esta relación se supone que la levita y las varas de lienzo cuestan el mismo tiempo de trabajo (*).

(*) En este punto de su reflexión, Marx manifiesta que como el tiempo de trabajo necesario para producir las veinte varas de lienzo o la levita se modifica al compás del cambio que experimenta la capacidad productiva de la industria textil o la sastrería, es necesario investigar con mayor detenimiento de qué manera influyen tales cambios en la expresión relativa de la magnitud de valor. Arriba a la siguiente conclusión: “Como se ve, los cambios efectivos que pueden darse en la magnitud del valor, no se acusan de un modo inequívoco ni completo en su expresión relativa o en la magnitud del valor relativo. El valor relativo de una mercancía puede cambiar aún permaneciendo constante el valor de esta mercancía. Y viceversa, puede ocurrir que su valor relativo permanezca constante aunque cambie su valor. Finalmente, no es necesario que los cambios simultáneos experimentados por la magnitud de valor de las mercancías coincidan con los que afectan a la expresión relativa de esta magnitud de valor”.

(*) Artículo publicado en Redacción Popular el 11/7/012.

Peronismo químicamente puro

La opinión pública observa con estupor la escalada de la tensión entre la presidente de la nación y los flamantes aliados Hugo Moyano, secretario general de la CGT, y Daniel Scioli, gobernador de Buenos Aires. Hugo Moyano comenzó a tomar distancia del gobierno nacional con posterioridad al súbito fallecimiento de Néstor Kirchner. A partir de entonces, quien fuera un beneficiario privilegiado de las políticas kirchneristas comenzó a experimentar en carne propia la frialdad de Cristina. A fines del año pasado, Moyano utilizó el estadio de Huracán para demostrarle a la presidente su poder de convocatoria. Lejos de amilanarse, Cristina dobló la apuesta y cubrió con simpatizantes el estadio de Vélez. Incapaz de soportar el mando femenino, el líder camionero jugó a fondo y convocó recientemente a un paro nacional con movilización a la histórica plaza. El paro fue un fracaso y la movilización fue importante, aunque la inmensa mayoría de quienes se movilizaron pertenecían al gremio de los camioneros. El país se conmovió con este desafío del moyanismo a la autoridad presidencial, siendo muchos los que especularon con una probable crisis institucional que podría haber acorralado a la presidente de todos los argentinos. Sin embargo, lo único que consiguió Moyano fue aislarse en la CGT y rodearse de dirigentes gremiales de la calaña del Momo. Para colmo, el sector antimoyanista anunció que el próximo 3 de octubre el hombre fuerte de los metalúrgicos, Caló, será designado nuevo secretario general de la CGT. Como Moyano será elegido por los suyos este jueves, habrá dos CGT. Mientras tanto, Daniel Scioli, gobernador de la provincia más importante del país, comenzó a tener problemas para pagar el aguinaldo. Desde las usinas del poder bonaerense se culpó de la situación a la presidente por no haber entregado a la provincia todo lo que le correspondía en concepto de coparticipación federal. Para empeorar el panorama, un “barón” del conurbano aseguró haber escuchado a Cristina quejarse de la incapacidad de Scioli para gobernar Buenos Aires. Ni lerdo ni perezoso, el gobernador respondió con una conferencia de prensa donde se presentó como una víctima del gobierno nacional pero que, a pesar de ello, estaba dispuesto a hacer todo lo que estuviera a su alcance para mejorar sus relaciones con Cristina. Presionado al extremo por los paros y las protestas, Scioli aguarda con ansiedad que el congreso bonaerense apruebe la ley de emergencia económica y financiera, presentada por aquél como el último recurso para garantizar el pago, aunque sea fraccionado, del aguinaldo.

Mientras tanto, la oposición se resigna a ser, una vez más, un actor de reparto. Ante el desafío de Moyano, algunos legisladores intentaron forzar el día de la concentración moyanista en Plaza de Mayo una sesión de emergencia en la cámara de Diputados para tratar las demandas de los camioneros. Obviamente, el plan opositor terminó en un estruendoso fracaso. Ahora, cuando el conflicto entre CFK y Scioli amenaza con tensionarse al extremo, referentes de la oposición acaban de manifestar que nunca le hizo bien al país la interna salvaje del peronismo. Cabe reconocer que la historia avala esta sentencia. En 1973, luego de la histórica victoria de Perón, la interna entre la derecha y la izquierda del peronismo comenzó a dirimirse a balazos. No habían transcurrido cuarenta y ocho horas del plebiscito que un grupo guerrillero, presumiblemente los montoneros, acribilló a balazos a José I. Rucci, secretario general de la CGT. A partir de entonces, el país se transformó en un gigantesco escenario donde la interna justicialista impuso sus reglas a sangre y fuego. Años más tarde, cuando expiraba el agonizante gobierno de Raúl Alfonsín, el peronismo organizó unas elecciones internas que fueron un ejemplo de democracia interna. En aquella oportunidad, Carlos Menem derrotó a Antonio Cafiero y a los pocos meses se transformó en el nuevo presidente de todos los argentinos. En 2002, el peronismo fue incapaz de solucionar su interna y en las elecciones presidenciales del año siguiente presentó tres fórmulas, encabezadas por Menem, Kirchner y Saá. Entre las tres obtuvieron más del 60% de los votos. Durante la presidencia de Kirchner y la primera presidencia de Cristina, la interna peronista brilló por su ausencia. La férrea conducción de Kirchner impidió cualquier atisbo de rebeldía. Pero todo cambió con posterioridad al rotundo triunfo de Cristina en octubre de 2011. Pese a ganar por goleada, la presidente no pudo hacer nada para evitar que la interna estallase delante de su cara mucho antes de lo previsto. Los duelos con Moyano y Scioli son manifestaciones de la lucha que se ha desatado en el interior del justicialismo por las presidenciales de 2015. Mientras tanto, los opositores se limitan a efectuar comentarios como si fuesen columnistas políticos contratados por el Grupo Clarín.

Tal como aconteció en la década del setenta y como está sucediendo en estos momentos, la interna peronista conmueve a todo el país. Si existe un fenómeno que pone al descubierto el verdadero rostro del justicialismo, es el efecto que provoca su interna en cada región del país. ¿Cómo es posible que esto suceda? La interna peronistas se asemeja a un tsunami porque el peronismo no es un partido político, sino un movimiento. Perón tenía en mente la idea de la comunidad organizada, de un sistema donde todos sus elementos-la Iglesia, los sindicatos, las fuerzas de seguridad, las fuerzas armadas, los medios de comunicación, los estudiantes, etc.-estuvieran perfectamente ensamblados para seguir los dictados del líder (Perón mismo, obviamente). En consecuencia, el peronismo albergó en su seno a facciones que enarbolaron ideologías antagónicas, como los montoneros y el sindicalismo de derecha, pero que aceptaban la concepción movimientista de Perón. ¿Qué pasó con las otras fuerzas políticas, como el socialismo y el radicalismo? Al ser sólo partidos políticos, se limitaron a representar a partes o sectores del pueblo. El peronismo, en cambio, aspiraba a representar a las grandes mayorías populares y, de haber sido posible, a la nación Argentina en su conjunto. Ello explica las dificultades que encuentran, por ejemplo, los profesores de EEUU para comprender la naturaleza del peronismo. En la república imperial hubiera sido imposible que el pueblo aceptara el movimientismo político. Ahora bien, la concepción movimientista había sido enarbolada antes del advenimiento del peronismo al poder. Hipólito Yrigoyen, símbolo del radicalismo, quería hacer del radicalismo un movimiento político. Décadas más tarde, Raúl Alfonsín llegó a hablar del tercer movimiento histórico: el yrigoyenismo, el justicialismo y el alfonsinismo. Pero fue Perón el que consiguió llevar a la práctica la concepción movimientista.

Al ser el peronismo un movimiento, lógicamente cada convulsión interna hace temblar a toda la sociedad. Lo mismo hubiera acontecido con el yrigoyenismo si finalmente se hubiera constituido en movimiento. En la década del setenta, la feroz balacera que se produjo en el interior del peronismo tiñó de sangre el escenario político del país. Afortunadamente, cuarenta años después la interna peronista se está dirimiendo sin derramamiento de sangre (al menos por ahora). Pero el efecto siempre es el mismo: el país se sacude como si hubiera sufrido un terremoto. Ello explica por qué la Argentina se mueve al compás del peronismo desde el momento en que Perón accedió a la presidencia en febrero de 1946. Todo lo que le pasó políticamente al país a partir de entonces, fue consecuencia directa de lo que le pasó políticamente al peronismo. La inestabilidad política que asoló a la Argentina a partir de 1955 tuvo en el peronismo al actor central. La victoria de Alfonsín en 1983 fue increíble porque por primera vez en la historias un partido político le había ganado a un movimiento político. Esa dura derrota podría haber convencido a los dirigentes peronistas de entonces de transformar al peronismo en un partido político. Lejos de ello, siguieron apostando por la concepción movimientista. Las debacles opositoras de 1989 y 2001 no hicieron Más que fortalecer la creencia popular que sostiene que en el país el peronismo es la única fuerza política capaz de ejercer el poder, que legitimar al peronismo como movimiento político.

En estos días asistimos, una vez más, a la puesta en escena del peronismo químicamente puro, de un movimiento que dirime sus diferencias por la fuerza aunque ello genere zozobra e inquietud en el pueblo, de una fuerza política gigantesca que nació para vencer, para ejercer el poder para siempre, de un coloso político que poco tiene que ver con la constitución de 1853; de un fenómeno político, sociológico y cultural que hace a la esencia de un importante sector de la Argentina, nos guste o no nos guste.

(*) Artículo publicado en Redacción Popular el 12/7/012.

El mitrismo y la unidad nacional

En su edición del 11 de julio, “La Nación” publicó un editorial titulado “¿Unidad nacional?”, destinado, como no podía ser de otra manera, a atacar a la enemiga perfecta del orden conservador: Cristina. El eje del ataque mitrista fue el mensaje dado por la presidente en Tucumán, al cumplirse un nuevo aniversario de la declaración de nuestra independencia. Resulta sorprendente, comienza el editorial, que la presidente de la nación haya invocado la unidad nacional, cuando desde el Poder Ejecutivo que ella detenta no se hace más que dinamitar cualquier posibilidad de concordia entre los argentinos. Y agrega: Las palabras de la Presidenta pueden sonar a esperanzadoras. Sin embargo, su historia más reciente nos lleva a desconfiar de cualquier llamado a la unidad nacional que, lejos de parecer sincero, se asemeja a un reiterado latiguillo vacío de contenido y contradictorio con sus actos diarios”. No es la primera vez, señala el mitrismo, que Cristina convoca a la unidad nacional. Lo hizo, por ejemplo, en la noche del 23 de octubre pasado, cuando el 54% del electorado votó por su continuidad al frente del gobierno nacional. Sin embargo, en el mensaje ante la Asamblea Legislativa del 10 de diciembre, omitió hacer referencia alguna sobre la cuestión. Idéntica postura adoptó el 1 de marzo, cuando inauguró ante la misma asamblea un nuevo período de sesiones ordinarias del congreso. En esta oportunidad, sólo se limitó a manifestar que no valía la pena tanta pelea.

El mitrismo espera poco y nada de la presidenta de la nación y la fuerza política que conduce. “Poco puede esperarse, claro está, de una fuerza gobernante que sistemáticamente recurrió a las divisiones y a la creación artificial de enemigos para la construcción de poder”. Poco puede esperarse de una presidenta, continúa pontificando el mitrismo, que hasta ahora no ha hecho nada por solucionar gravísimos problemas que aquejan al pueblo, como la inseguridad, la inflación galopante y las graves denuncias de corrupción que pesan sobre varios funcionarios gubernamentales. Para colmo, Cristina ejerce el poder en base a un centralismo financiero que ahoga a las provincias y trata a los gobernadores como subalternos del poder central. ¡Cómo puede creerse en las palabras de una presidenta que decidió la confiscación de YPF y que todos los días aplica el sistema de premios y castigos a los gobernantes en función de su mayor o menor alineamiento con el cristinismo! “Cualquier llamado a la unidad y a la concordia”, concluye el editorial, “habrá de sonar hipócrita, por cuanto a lo largo de los últimos nueve años en lugar de vocación oficial por construir consensos que se traduzcan en políticas de estado, tan sólo ha habido una inclinación hacia la consolidación de un insaciable proyecto de poder”.

No es la primera vez que “La Nación” ataca de esta forma a la presidenta. Desde que asumió en aquel lejano 10 de diciembre de 2007, el mitrismo no se ha cansado de acusarla de pretender imponer por la fuerza un modelo económico, social, político y cultural, contrario a los valores consagrados por la constitución de 1853. Cristina, siempre rezongó el mitrismo, no dialoga, monologa; no persuade, impone; no escucha, grita; no es democrática sino autocrática, en suma. El mitrismo, símbolo del orden conservador, no tolera a Cristina sencillamente porque no ha podido domesticarla. Para “los fundadores de la Patria” el término “consenso” es sinónimo de obediencia total al “orden natural de las cosas”. No creen que implique, por el contrario, aceptación del pluralismo ideológico, tolerancia por quien piensa de diferente manera, respeto por el adversario; en definitiva, aceptación de la democracia como filosofía de vida. Para el mitrismo, consenso equivale a rendición incondicional. Cuando le exige a Cristina que dialogue, le está exigiendo que acepte sin chistar las reglas de juego que ha impuesto en nuestro país a partir de 1862. En consecuencia, nada le resultaría más placentero que recibirla en la sede de Palermo con los brazos abiertos y escuchar de su boca un discurso inaugural plagado de alabanzas y genuflexiones a la oligarquía.

Para el mitrismo, la unidad nacional sólo es legítima si se centra en la defensa de los mezquinos intereses de la oligarquía. Por eso “La Nación” defendió con fervor los actos multitudinarios celebrados en Rosario y Palermo durante el conflicto por la 125. Claro, había la unidad de la oligarquía frente a un gobierno democrático al que consideraba una monstruosidad histórica. Cada vez que un gobierno se atreve a tocar los intereses de la clase dominante, “La Nación” invoca la unidad nacional, el consenso, los acuerdos programáticos, para dar comienzo inmediatamente a una “cruzada republicana” tendiente a purificar al país, a hacerle recordar al pueblo cuáles son sus verdaderas tradiciones. Para el mitrismo, el cristinismo es un enemigo, una aberración abominable, un peligroso virus al que hay que extirpar del cuerpo social cuanto antes. De ahí que no cejará en su empeño por lograr lo que se viene proponiendo quizás desde que Claudio Escribano le hizo la histórica advertencia a Néstor Kirchner cuando aún no había recorrido los pasillos de la Casa Rosada: terminar con lo que considera es una maldición bíblica.

El mitrismo acusa a Cristina de ejercer el poder de manera centralizada y discrecional, de ser una dictadora elegida por el pueblo. Sin embargo, no dudó un instante en aplaudir alborozado el derrocamiento de Isabel el 24 de marzo de 1976 y darle la bienvenida a Jorge Rafael Videla, quien décadas más tarde sería varias veces condenado a reclusión perpetua por crímenes de lesas humanidad. También aplaudió la designación de José Alfredo Martínez de Hoz, quien arruinó la industria nacional para implantar en el país la timba financiera. Cuando ataca a Cristina, el mitrismo no defiende la democracia liberal consagrada en la Constitución, sino los intereses de clase. Poco le importan los valores medulares consagrados en la parte dogmática del texto inspirado en Juan B. Alberdi, porque de lo contrario jamás hubiera legitimado el terrorismo de estado. Si el mitrismo fuese genuinamente republicano, le hubiese declarado la guerra al “proceso de reorganización nacional”. Por el contrario, lo cobijó de buen grado para salvaguardar “las más nobles tradiciones del ser nacional”. El mitrismo carece, por ende, de autoridad moral para juzgar y condenar a Cristina de ser enemiga de las instituciones de la república.

Para el mitrismo la unidad nacional es la unidad de la oligarquía. Cuando habla de la necesidad de contar con un presidente dialoguista, dispuesto a consensuar, a negociar, alude en realidad a la necesidad de contar en la Casa Rosada con un empleado, un fiel servidor de los intereses de la clase dominante, un felpudo; una marioneta, en suma. Por eso tanto le irrita la presencia de Cristina en la presidencia. No por su escasa predisposición para dialogar ni por su excesiva tendencia a concentrar el poder en sus manos, sino precisamente por aquellas cualidades que la distinguen nítidamente de muchos de los presidentes precedentes: su rebeldía frente al poder omnímodo de la clase dominante, su escasa predisposición a efectuar concesiones que terminan por perjudicar a la clase trabajadora, su innata tendencia a doblar siempre la apuesta. Al mitrismo le irrita sobremanera la presencia de Cristina en la Casa Rosada no por sus defectos, sino precisamente por sus virtudes, lo que no hace más que poner en evidencia el verdadero rostro de quienes siempre han tenido en la Argentina la sartén por el mango.

(*) Artículo publicado en Redacción Popular el 13/7/012.

La humillación de la Madre Patria

Hace tiempo que España anda a los tumbos. José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero compitieron por ver quién hizo más desastres. Creo que Zapatero fue más nefasto que Aznar. Si bien ambos aplicaron sin chistar las deletéreas políticas de ajuste, al menos el conservador lo hizo convencido. Aznar es un típico exponente del neoliberalismo transnacional. Cree a pie juntillas que los mercados resuelven por sí mismos los problemas de la economía. En consecuencia, desde el poder aplicó con convicción las recetas económicas que consideraba las más adecuadas para el pueblo español. En marzo de 2004 se produjo el gravísimo atentado terrorista de Atocha. Aznar no tuvo mejor idea que culpar de inmediato a la organización guerrillera vasca ETA. A las horas quedó al descubierto su infame mentira. Había sido una rama de Al Qaeda la autora del criminal ataque que costó la vida a centenares de ciudadanos. La mentira le salió muy cara a Aznar. José Luis Rodríguez zapatero, un joven cuadro del socialismo español, se hizo cargo del gobierno. Si bien en varios aspectos se diferenció notoriamente de su antecesor (el vínculo con la Iglesia, por ejemplo), en la cuestión central, la economía, no hizo más que seguir los pasos de Aznar. Aplicó sin hesitar las recetas neoliberales con los resultados previsibles. Durante sus largos ocho años de gestión, Zapatero hundió económicamente a España. En las postrimerías de su gobierno fue humillado por el poder financiero transnacional, obligándolo a profundizar el ajuste económico. Cuando se produjeron las elecciones generales, todo el mundo sabía quién sería el ganador. Mariano Rajoy, el sucesor de Aznar en la conducción del Partido Popular, se hizo cargo del gobierno español para continuar con las políticas de ajuste.

Mientras tanto, Europa continuó tambaleando. La crisis que se había desatado en 2008 llegó para quedarse, seguramente por un tiempo prolongado. Grecia e Italia fueron otros de los países más duramente afectados por la crisis neoliberal, mientras que Angela Merkl se transformó en una suerte de primer ministro europeo, apoyada por el poder financiero transnacional. El poder real quedó en manos de la “troika”, conformada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y la autoridad Bancaria Europea, además del apoyo logístico del FMI. Los países más asfixiados por la crisis se vieron obligados a arrodillarse ante los dueños de Europa en demanda de los ansiados euros que les permitieran hacer revivir sus exangües economías. La tierra de Sócrates, Platón, Aristóteles, Maquiavelo, Leonardo Da Vinci y Federico Fellini, fueron pisoteadas por un poder amoral y corrupto, puesto al servicio de esa troika infame que han hecho de Europa un gigantesco lupanar. Ahora le acaba de tocar el turno a España, la tierra de los valientes republicanos. Mariano Rajoy se vio obligado a aceptar sin chistar una serie de “recomendaciones” de la troika para recibir el dinero necesario para sobrevivir hasta 2014. La reacción obrera no se hizo esperar y las principales centrales sindicales españolas acaban de anunciar una movilización para dentro de unos días.

Lo que está aconteciendo en España sucedió en la Argentina hace poco más de una década. La convertibilidad impuesta por Menem y Cavallo estalló por los aires durante el gobierno de Fernando de la Rúa. El FMI había decidido no prestar más dinero a un gobierno que consideraba desfalleciente. Luego de la celebración dedos asambleas legislativas en diez días, el acuerdo parlamentario entre el peronismo y el alfonsinismo de la provincia de Buenos Aires hizo posible que Eduardo Duhalde asumiera como presidente interino hasta la finalización del mandato de De la Rúa. El FMI jamás confió en Duhalde. Prueba de ello fue el envío a la Argentina de un implacable tecnócrata, toda una reencarnación del actor británico Peter Sellers, quien siempre le exigió a Duhalde más ajuste, más “racionalidad económica”, más austeridad. La presión del FMI fue de tal magnitud que el parlamento se vio obligado a legislar en función de los intereses del poder financiero transnacional. Incluso llegó a barajarse la idea de la constitución de un equipo económico internacional de notables que se encargaría del manejo de nuestra economía. Mientras tanto, miles y miles de argentinos huían despavoridos de la Argentina rumbo a cualquier destino. España fue uno de los más buscados, obviamente por razones históricas y lingüísticas. Era, al fin y al cabo, la Madre Patria. Aznar estaba en el poder y aplicaba con dureza la ortodoxia económica, mientras que a nivel internacional se había transformado en un cachorro del belicoso presidente de EEUU George W. Bush. Una década más tarde, se invirtió el panorama en ambas naciones. Argentina ha resurgido de entre las cenizas, mal que les pese a los agoreros de siempre. Sin negar las enormes dificultades que nos acechan ni los grandes problemas que el gobierno nacional aún debe resolver, el país es otro comparado con el de diez años atrás. Ahora, hasta incluso ha abierto sus puertas para recibir a un buen número de argentinos que literalmente se escapan de una Europa arrasada por la crisis del neoliberalismo planetario.

El panorama en España es sombrío. Cada día que pasa la Madre Patria se asemeja más a la Argentina de la crisis de 2001. Rajoy se parece bastante a Eduardo Duhalde en su obsesión por congraciarse con “los mercados”. Pero a diferencia del bonaerense, Rajoy es un hombre de la derecha franquista, un amigo de los que mandan, un aliado incondicional del neoliberalismo. Sin embargo, la troika lo acaba de humillar como si se tratara de un mendigo. Así como hace diez años la soberanía argentina fue ultrajada por el FMI, ahora ha sido nada menos que la soberanía española la humillada por la usura transnacional. El maltrato es tan evidente que incluso “La Nación” acaba de reconocerlo, al publicar en su edición del 11 de julio un artículo de Adrián Sack que lleva por título “La UE avanza sobre España y le recorta soberanía”. El autor expresa, entre otros conceptos, lo siguiente: “el gobierno español sufrió ayer un histórico traspié de consecuencias aún difíciles de prever; debió aceptar duras condiciones por el rescate financiero que pidió el mes pasado a la Unión Europea y renunciar, sin atenuantes, al control sobre el sistema bancario del país (…) Entre las exigencias aparecen varias medidas drásticas, como el cierre de sucursales bancarias, despidos en las entidades que necesiten acudir al fondo de rescate y la prohibición a los bancos para el reparto de dividendos. Así, el bloque obliga a España a elaborar, en el corto plazo, un plan que también minimice los costos para los contribuyentes (…) el punto que mas controversias generó es el que impone al gobierno popular la transferencia, antes de fin de año, del poder de sanción y de creación de licencias bancarias al Banco de España, a partir de ahora tutelado por Bruselas. Es decir fuera del control de Madrid (…)”.

En 2003 Néstor Kirchner dio el puntapié inicial de un largo y aún inconcluso proceso de liberación del tutelaje oprobioso de la economía nacional por parte del poder financiero transnacional. Durante los nueve años que lleva el kirchnerismo en el poder, el orden conservador ha hecho todo lo que ha estado a su alcance para destituirlo. Qué duda cabe que la razón fundamental fue castigar al gobierno nacional y popular por haber tomado aquella primigenia decisión de cortar el cordón umbilical que nos mantenía unidos al FMI. La derecha está rezando para que la Argentina poskirchnerista sea la España de Rajoy, es decir, una España ultrajada, humillada, sojuzgada por un poder económico impersonal sumamente pernicioso para los pueblos. De ahí la imperiosa necesidad de que el proceso político, social, económico y cultural comenzado en mayo de 2003 no se quiebre en 2015, porque si ello llegara a acontecer quien se siente en el sillón de Rivadavia tendrá como mentor a Mariano Rajoy.

(*) Artículo publicado en Redacción Popular el 14/7/012

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