Por Hernán Andrés Kruse.-
“Lo que más odia el rebaño es aquel que piensa de modo distinto; no es tanto la opinión en sí, como la osadía de querer pensar por sí mismo, algo que ellos no saben hacer.” Arthur Schopenhauer
El movimiento obrero, a la deriva
Finalmente la Confederación General del Trabajo marchó por las calles de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. La asfixiante situación económica y la presión de las bases obligaron a los caciques sindicales a salir de sus zonas de confort. La fecha elegida de la movilización fue el 17 de agosto, una fecha histórica ya que ese día, hace muchísimo tiempo, nacía uno de nuestros próceres más relevantes: José de San Martín.
La cúpula sindical aclaró que la marcha se hacía contra el flagelo inflacionario, no contra el gobierno nacional. Para Héctor Daer, Pablo Moyano y compañía, los culpables de la inflación son los especuladores y los remarcadores de precios. Estos personajes se mueven con total y absoluta impunidad, causando un daño inconmensurable a los argentinos. Este diagnóstico es compartido, obviamente, por el gobierno nacional. El presidente lo ha manifestado en varias de sus apariciones públicas.
Daer sostuvo que la convocatoria “tiene que ver con la exigencia de reclamarle a la sociedad política, a los actores sociales y empresarios que es necesario encontrar una salida a favor de todo el pueblo”. “No hay que llevar adelante una salida, como la que pretenden los sectores de concentración económica, que presionan permanentemente a favor de un proceso devaluatorio”.
Por su parte, Pablo Moyano expresó: “Esta puede ser la primera marcha que realicemos porque si siguen sacándole el plato de comida a los argentinos, nos vamos a seguir movilizando”. “Que no sea un ultimátum, pero algo tienen que hacer con los que remarcan los precios todos los días, no pueden llevársela de arriba”. Dirigiéndose al presidente exclamó: “Alberto, poné lo que tenés que poner ante los especuladores, los trabajadores te vamos a bancar, No podemos seguir con este nivel de inflación” (fuente; 17/8/022).
La marcha de la CGT quedará muy pronto en el olvido. Los caciques sindicales salieron a la calle por conveniencia, no por convicción. Ellos no son auténticos líderes obreros sino miembros de una aceitada burocracia sindical que desde hace añares se dedica a sus negocios particulares y no a reivindicar la lucha obrera. Además, resulta harto evidente la dobla vara con la que analizan el flagelo de la inflación. Cuando Mauricio Macri era presidente el poder sindical lo señaló como el gran culpable. Ahora, cuando el presidente es del palo los responsables de la inflación son los formadores de precios.
Pero lo más relevante de esta “protesta” es la carencia absoluta de autoridad moral de los caciques sindicales para efectuar reclamos en nombre del pueblo trabajador. Es como si en su momento Alfonso Capone se hubiera quejado por el aumento de la criminalidad en la ciudad de Chicago. Con semejantes personajes enquistados en la CGT los obreros carecen de un líder que los defienda de verdad, como lo hizo en su momento, por ejemplo, Agustín Tosco.
El presidente está en otro mundo
En las últimas horas RePerfilAr se comunicó con Alejandro Gomel, quien se desempeña como periodista acreditado en Casa Rosada. Según Gomel el presidente está en otro mundo. Expresó lo siguiente (fuente: Perfil, 17/8/022): “Es bastante sintomático lo que está sucediendo en el poder en estos días”. Mientras los gremios marchaban, el presidente estaba de visita en La Rioja desarrollando actividades que nada tenían que ver con la grave situación económica que aqueja a los argentinos. Cuando el oficialismo anunciaba la segmentación tarifaria, Alberto estaba en Berisso. Lejos de ser hechos aislados, confirman que se está en presencia de una estrategia del oficialismo tendiente a sacar al presidente del centro del ring. Según Gomel “es uno de los nuevos roles que hay dentro del gobierno, donde la centralidad y la botonera, por lo menos en materia económica, la tiene el ministro de Economía, Sergio Massa”.
Emerge en toda su magnitud el eclipse de Alberto como presidente. Hoy no es más que un presidente formal, un subalterno de quienes detentan el poder: Cristina Kirchner y, en menor medida, Massa. Cabe, entonces, formular la siguiente pregunta: ¿Alberto sigue siendo el presidente de la nación? Según Joaquín Morales Solá, la Argentina ha dejado de tener presidente. Lapidario. En su edición del 14/8 publicó en La Nación lo siguiente “Un país sin presidente”):
“Desde 1983, todos los presidentes, buenos o malos, fueron los jefes de la nación política. Se acaba de abrir un paréntesis: es como si Alberto Fernández hubiera dejado de ser presidente o como si solo fuera un jefe de Estado protocolar. Solo se lo ve en actos menores y nunca está en los anuncios o reuniones importantes. No fue reemplazado por un primer ministro fuerte o por un jefe militar, sino por un simple ministro de Economía, que ni siquiera pudo cumplir hasta ahora con sus promesas más módicas. A veces, al Presidente se lo nota cansado, casi exhausto, seguramente porque sobrelleva ese destino de grisura; otras veces, recurre a datos falsos, describe una realidad que no existe para la gente común o pasa interminables días sin agenda y sin apariciones públicas (…). Cabe preguntarse, entonces, si el Presidente atraviesa un estado de depresión personal o de resignación ante lo inevitable o si, en cambio, solo está esperando el desgaste de Massa. “Cristina especula con el fracaso de Massa, no Alberto”, dice alguien que hace equilibrio entre los dos (…)”.
“El Presidente acaba de ufanarse en el Chaco de que la Argentina se recuperó, tal como él lo había pronosticado. Se recuperó de la parálisis absoluta de la interminable cuarentena de 2020, pero la tendencia cambió durante este año. Ahora ya no hay crecimiento. ¿Es la guerra, como dice el Presidente? Según The New York Times, “es imposible comprender la economía argentina en casi cualquier otra parte del mundo”. No es la guerra, entonces. Él habla de situaciones que la mayoría social no reconoce como ciertas. Por eso, también, muchos encuestadores afirman que nunca vieron a una sociedad tan fastidiada, hasta el nivel del hartazgo, con la dirigencia política en general, y con la dirigencia gobernante en particular (…)”.
“Massa parece no poder hacer mucho más, si es que no está preparando un giro dramático a su gestión. Cristina Kirchner se entusiasma solo con los avatares del juicio que podría condenarla a prisión. Espera que Massa fracase, a pesar de las sutiles actuaciones que indicarían lo contrario. El Presidente está lejos de todo, como alguien que ha perdido hasta las ganas de ser lo que es”.
Qué duda cabe que Alberto Fernández lejos está de ser hoy el presidente con todos los atributos consagrados por la constitución. Nunca antes tuvo lugar algo semejante en la cúspide del poder político. Como bien señala Morales Solá el primer mandatario ha cedido gran parte de su protagonismo a Sergio Massa, quien en estos momentos actúa como si fuera un primer ministro europeo. Lo que cabe preguntarse es lo siguiente: ¿por qué Alberto permitió semejante destrato? Quien mejor podría responder sería un psicólogo. En consecuencia, me limitará a pensar en voz alta como si formara parte de una charla de café. Lo primero que hay que tener en cuenta es que Alberto jamás tuvo intenciones de ser presidente. Consciente de su carencia absoluta de liderazgo, se conformó con ser un eficaz hombre de confianza de su superior. Ello explica la decisión de Néstor Kirchner, un verdadero animal político, de nombrarlo jefe de Gabinete. Lo eligió porque sabía perfectamente que era el hombre adecuado para secundarlo.
Ahora bien, Cristina también lo sabía. Ella conoce a Alberto tan bien como lo conoció su esposo. ¿Por qué, entonces, le ofreció encabezar la fórmula presidencial del FdT en 2019? Precisamente por las cualidades que lo convencieron a Néstor Kirchner para nombrarlo jefe de Gabinete. Cristina lo eligió porque era la persona adecuada para cumplir con la función requerida: garantizar la unidad del peronismo. Cristina quería ganarle a Macri y para logarlo debía sí o sí contar con la ayuda de alguien como Alberto.
Los problemas comenzaron apenas estalló la pandemia. De repente Alberto se dio cuenta de que podía a aspirar a ser un presidente de verdad. Su alta imagen positiva debe haberlo envalentonado. ¿Por qué, entonces, no se decidió a actuar como presidente? Me parece que no lo hizo porque no le dio el piné, como se expresa coloquialmente. Acostumbrado a actuar a la sombra de Kirchner, no pudo situarse en el centro del ring. Desde el momento en que Cristina habló de aquellos funcionarios que no funcionaban, Alberto comenzó a perder la iniciativa. Jamás la recuperó. Hoy no es más que una cáscara vacía, una figura decorativa resignada a su suerte.
Sergio Massa ocupa hoy el vacío dejado por Alberto. Pero no hay que confundirse. El tigrense alcanzó el estrellato porque cuenta con el apoyo, totalmente interesado, de Cristina. El escuerzo que se ha tragado la vicepresidente con el ascenso vertiginoso de Massa es gigantesco. Pero otra no le quedaba. Si no apoyaba a Massa ella se hubiera visto obligada a hacerse cargo del timón del buque, lo que en la práctica hubiera significado hacerse cargo del ajuste que está ejecutando Massa.
Alberto Fernández debe estar pasando por un mal momento. Debe sentirse solo y abatido. Le debe haber causado escozor escuchar al embajador Jorge Argüello, en el Consejo de las Américas, nombrar a Massa como presidente de la nación. ¿Acaso lo traicionó el subconsciente? Pero tampoco hay que sentir lástima por Alberto. Nadie lo obligó a aceptar el convite de Cristina. Él sabía muy bien a lo que se exponía. Ahora, cuando está tendido en la lona, le cabe aquello de “a llorar a la Iglesia”.
Presión devaluadora
La presión devaluadora no cede. En una entrevista concedida a Ambito, el titular de la Cámara Argentina de Comercio, Natalio Mario Grinman, expresó (18/8/022): “No estamos en el mejor momento de la Argentina, hay muchos problemas y para nosotros como empresarios nuestra tarea es generar riqueza y puestos de trabajo. Si alguien señala a los empresarios como los responsables de la decadencia de nuestro país está totalmente equivocado. Los empresarios necesitamos un clima de negocios y previsibilidad para invertir (…) Los empresarios necesitamos reglas de juego claras, entonces basta con estigmatizar a los empresarios. Si hay empresarios malos seguramente hay sindicalistas malos y políticos malos, y la Justicia tiene las herramientas para ir a buscarlos y castigarlos”.
“Obviamente que la inflación es un problema para todos, sobre todo para los que menos tienen. Es un problema la brecha cambiaria, el cepo a las importaciones, a las exportaciones. Hay que buscar medidas que incentiven al empresario, al productor, la producción primaria, la secundaria, la terciaria, para que hagan lo que saben hacer que es generar trabajo”.
“Hay una brecha tremenda, obviamente que está atrasado. Son temas que tiene que manejar el Gobierno porque la devaluación, si bien es necesaria, puede resultar peligrosa si no está hecha con un plan coherente”.
La historia no dejar lugar a dudas: siempre que se devaluó, quien perdió fue el trabajador. Siempre. Grinman expresó, con acierto, que los empresarios malos deben ser castigados por la Justicia. Otra lección de nuestra historia: los malos empresarios jamás fueron castigados por la Justicia por una simple y contundente razón: siempre gozaron de su protección. Expresado en otros términos: los jueces jamás se atrevieron a desafiar al poder económico porque, en última instancia, forman parte del establishment. En consecuencia, están obligados a respetar las reglas de juego, entre la que sobresale fallar siempre a favor de los intereses de las corporaciones.
Anexo
El pensamiento de Adam Smith: La división del trabajo
La división del trabajo
Adam Smith (1723-90) fue uno de los máximos exponentes del liberalismo económico clásico. Dejó para la posteridad “Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones” (FCE, 1994, Libro Primero, Capítulo I), una de las obras más relevantes de todos los tiempos. En el libro primero analiza “las causas del progreso en las facultades productivas del trabajo, y del modo como un producto se distribuye naturalmente entre las diferentes clases del pueblo”.
Smith comienza su análisis con la siguiente sentencia: “el progreso más importante en las facultades productivas del trabajo, y gran parte de la aptitud, destreza y sensatez con que éste se aplica o dirige, por doquier, parecen ser consecuencia de la división del trabajo”. ¿Qué efectos provoca la división del trabajo en los negocios generales de la sociedad? Para que este tema quede perfectamente esclarecido, Smith se esmera por poner en evidencia cómo opera la división del trabajo en la fabricación de alfileres. Un obrero poco adiestrado en ese tipo de trabajo y que no esté familiarizado con el manejo de la maquinaria requerida, por más empeño que ponga y por más esfuerzo que realice, apenas estará en condiciones de fabricar un alfiler por día. La fabricación de alfileres constituye un oficio que está dividido en varios ramos, constituyendo muchos de ellos un oficio autónomo. Ahora bien, la fabricación de alfileres se hace en equipo. Dice Smith: “Un obrero estira el alambre, otro lo endereza, un tercero lo va cortando en trozos iguales, un cuarto hace la punta, un quinto obrero está ocupado en limar el extremo donde se va a colocar la cabeza”. Es así como la fabricación del alfiler pasa a ser una importante tarea, resultando imprescindible la presencia de numerosos trabajadores dispuestos a desempeñar numerosas funciones. El trabajo del alfiler queda dividido en varias funciones específicas que son desempeñadas por trabajadores capacitados para desempeñar una de ellas. La división del trabajo va de la mano de la especialidad técnica de los trabajadores. Varios trabajadores realizan mejor un trabajo que uno solo.
Smith narra lo que observó al visitar una pequeña fábrica de alfileres, que no empleaba más que diez obreros. Pese a no contar con la maquinaria adecuada, podían, si se esforzaban al máximo, fabricar entre todos unas doce libras de alfileres por día. Como cada libra contenía unos cuatro mil alfileres de tamaño mediano, al fin de la jornada los diez obreros estaban en condiciones de fabricar más de cuarenta y ocho mil alfileres. Cada obrero estaba en condiciones de fabricar nada más y nada menos que cuatro mil ochocientos alfileres por día. ¿Qué hubiera sucedido si cada obrero se hubiera visto obligado a trabajar aisladamente y sin la preparación adecuada, en la fabricación de alfileres? Lo más probable, dice Smith, es que no hubiera sido capaz de fabricar un solo alfiler por día o, a lo sumo, no más de veinte. Ahora bien, los efectos de la división del trabajo producen en todas las manufacturas y artes. Siempre que la división del trabajo se aplicas en todo arte u oficio, provoca “un aumento proporcional en las facultades productivas del trabajo”. La división del trabajo se produce generalmente con más amplitud en los países más desarrollados, cuyos habitantes tienen una mayor conciencia de la laboriosidad y el progreso. Mientras en una sociedad atrasada la fabricación de alfileres es obra de uno solo, en una sociedad avanzada es obra de muchos. En consecuencia, en la sociedad atrasada se fabrican pocos alfileres por día mientras que en la sociedad avanzada se fabrican miles y miles de alfileres cada veinticuatro horas.
¿Por qué la división del trabajo eleva la eficiencia de los trabajadores? ¿Por qué la división del trabajo aumenta de manera considerable la cantidad de productos que una misma cantidad de individuos puede elaborar? Según Smith, esto se debe a tres circunstancias diferentes: en primer lugar, a la mayor destreza del obrero; en segundo término, al tiempo que se pierde cada vez que el obrero deja una función para desempeñar otra; y, finalmente, a la invención de una serie de máquinas que, además de abreviar el tiempo que emplean los obreros para trabajar, capacitan a un operario para que desempeñe las funciones de muchos.
Cuando un obrero está más capacitado para ejercer una función determinada, mayor será la cantidad de trabajo que puede efectuar. A raíz de la división del trabajo, el operario realiza una única función, con lo cual aumenta su pericia. Un operario que nunca produjo clavos, por más diestro que sea en el manejo del martillo sólo estará en condiciones de producir no más de trescientos clavos por día. Otro herrero, en cambio, puede saber cómo hacer clavos, pero si su función principal no es ésa, es poco probable que llegue a fabricar mil clavos por día. Smith confiesa haber visto a jóvenes operarios dedicados sólo a fabricar clavos producir cada uno más de dos mil trescientos clavos por día.
La división del trabajo permite al operario ahorrar tiempo ya que le evita el pasar de una clase de operación a otra. Según Smith, el tiempo perdido es mucho mayor de lo que se puede suponer a simple vista. Ningún operario está en condiciones de pasar rápidamente de una tarea a otra, si debe hacerla en otro lugar y emplear herramientas diferentes. Si el cambio de tarea se efectúa en el mismo lugar, el operario perderá menos tiempo. A pesar de ello, el tiempo perdido seguirá siendo considerable. No existe operario que no haga una pausa cuando pasa de una operación a otra. Al comenzar una nueva tarea, el operario se toma su tiempo antes de entrar nuevamente en funcionamiento. Su mente está en otro lado y su predisposición para encarar la nueva tarea es escasa. Como lógica consecuencia de ello, la producción se contrae. Smith tenía un mal concepto del trabajador, fundamentalmente el del campo: “El hábito de remolonear y de proceder con indolencia que, naturalmente, adquiere todo obrero del campo, las más de las veces por necesidad-ya que se ve obligado a mudar de labor y de herramientas cada media hora, y a emplear las manos de veinte maneras distintas al cabo del día-, lo convierte, por lo regular, en lento e indolente, incapaz de una dedicación intensa aun en las ocasiones más urgentes. Con independencia, por lo tanto, de su falta de destreza, esta causa, por sí sola, basta a reducir considerablemente la cantidad de obra que sería capaz de producir”. La producción aumenta considerablemente si los operarios se dedican pura y exclusivamente a una tarea específica. Si durante la jornada laboral deben cambiar de tarea, la producción merma necesariamente.
El empleo de la maquinaria adecuada facilita y abrevia el trabajo. Según Smith, la invención de las máquinas que facilitan y abrevian el trabajo, ha tenido su origen en la división del trabajo. Cuando el hombre presta toda su atención en una sola tarea, es más apto para descubrir cuáles son los métodos más idóneos para ejercer dicha tarea de la mejor manera posible. La división del trabajo le permite concentrarse en una única y simple tarea.
La multiplicación de producciones provocada por la división del trabajo permite que en una sociedad bien organizada las clases inferiores se beneficien de esa opulencia. Smith alude al clásico derrame de riquezas desde la cúspide de la estratificación hacia los sectores más desprotegidos. En este reino de la abundancia soñado por Smith, todo obrero dispone en abundancia de su propia obra; a raíz de ello, y como los demás obreros están en la misma situación, aquél podrá efectuar intercambios de mercancías con éstos. “El uno”, enseña Smith, “provee al otro de lo que necesita, y recíprocamente, con lo cual se difunde una general abundancia en todos los rangos de la sociedad”. La división del trabajo permite a todos los miembros de la sociedad cambiar el producto que posee en exceso por aquellos productos que no posee, garantizando así el bien general.
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