Por Hernán Andrés Kruse.-

Según Popper es fundamental encontrar la respuesta al siguiente interrogante: ¿por qué una persona actúa como lo hace y no de otra manera? En relación con Marx cabría preguntar: ¿Por qué Marx, que no pertenecía a la clase obrera, se preocupa por ayudar a sus miembros? Responde Popper: “Si se lo hubiese presionado de este modo, creo que Marx habría expuesto su credo moral en los siguientes términos, que forman la médula de lo que hemos llamado su teoría moral historicista: como investigador social, podría haber dicho, sé que nuestras ideas morales son armas en nuestra lucha de clases. Como hombre de ciencia puedo considerarlas sin adoptarlas. Pero como hombre de ciencia también encuentro que no puedo dejar de tomar partido en esta lucha, que cualquier actitud, aun la indiferencia, significa tomar partido de una u otra manera. Mi problema asume entonces la forma siguiente. ¿Qué partido habré de tomar? Cuando haya escogido un bando adecuado habré decidido también, por supuesto, mi moralidad. Tendré que adoptar el sistema moral necesariamente ligado a los intereses de la clase que he decidido defender” (…) “Como investigador social soy capaz de prever lo que sucederá en el futuro. Soy capaz de advertir que la burguesía, y con ella su sistema moral, está condenada a desaparecer y que el proletariado, y con él un nuevo sistema moral, está destinado a la victoria. Veo que esta transformación es inevitable y sería locura intentar resistirse a ella, así como lo sería tratar de resistirse a la ley de gravedad. He aquí, pues, por qué mi decisión fundamental se inclina a favor del proletariado y su moralidad. Y esta decisión sólo se basa en la predicción científica, en la profecía histórica científica” (…) “En resumen, mi decisión fundamental no es (como podría sospecharse) la resolución científica y racional de no ofrecer una vana resistencia a las leyes evolutivas de la sociedad. Sólo después de haberla adoptado, estoy listo para aceptar y utilizar aquellos sentimientos morales que constituyen otras tantas armas necesarias para la lucha por aquello que, de todos modos, está destinado a suceder. De esta manera, adopto como patrones de moralidad los hechos del futuro cercano y resuelvo, así, la aparente paradoja de que el mundo actual será reemplazado por un mundo más razonable sin que éste haya sido planeado por la razón, pues de acuerdo con mis patrones morales recién adoptados, el mundo futuro debe ser mejor y, por lo tanto, más razonable” (…).

“Esta, que creemos habría sido la respuesta de Marx, representa la forma más importante de lo que hemos llamado “la teoría moral historicista”. Es a ella a la que alude cuando escribe Engels: “Es, por cierto, aquella moralidad que contiene el mayor número de elementos destinados a perdurar, la única que representa, en la actualidad, el derrumbe de nuestros tiempos y el triunfo del futuro: es la moralidad proletaria…De acuerdo con esta concepción, las causas últimas de todos los cambios sociales y revoluciones políticas no se reducen a un mayor conocimiento de la justicia ni deben buscarse en la filosofía, sino en la economía de la época respectiva. La comprensión cada vez más clara de que las instituciones sociales existentes son irracionales e injustas sólo constituye un síntoma”. Es la teoría de la cual expresa un marxista moderno (L. Laurat, “Marxism and Democracy”): “Al fundar las aspiraciones socialistas en una ley económica racional del desarrollo social, en lugar de justificarla sobre un terreno moral, Marx y Engels proclamaron al socialismo como una necesidad histórica” (…).

“En la ética práctica de Marx, categorías tales como la libertad y la igualdad desempeñaron, a no dudarlo, el papel fundamental. Marx fue, después de todo, uno de aquellos que tomaron con toda seriedad los ideales de 1789, y vieron además con cuánta desvergüenza se podía tergiversar un concepto como el de libertad. He aquí, pues, por qué no predicó la libertad con palabras, por qué la predicó en la acción. Quería mejorar la sociedad y para él las mejoras significaban más libertad, más igualdad, más justicia, más seguridad, niveles de vida más altos y, en particular, ese acortamiento de la jornada de trabajo que procura de inmediato cierta libertad a los trabajadores. Fue su aborrecimiento de la hipocresía, su renuencia a hablar de estos “ideales elevados”, junto con su asombroso optimismo, su fe en que todo habría de lograrse en un futuro cercano, lo que le condujo a disimular sus convicciones morales tras el velo de las exposiciones historicistas” (…).

“La teoría moral historicista de Marx sólo es el resultado, por supuesto, de su punto de vista con respecto al método de la ciencia social, su determinismo sociológico, que se ha puesto bastante de moda en nuestros días. Todas nuestras opiniones-afirma-incluyendo nuestros patrones morales, dependen de la sociedad y de su estado histórico; son el producto de la sociedad o de cierta situación de clase. La educación es definida como un proceso especial mediante el cual la comunidad trata de “transmitir” a sus miembros “su cultura, incluyendo los patrones de acuerdo con los cuales quisiera vivir”, y se insiste en la “relatividad de la teoría y práctica educacionales con respecto al orden prevaleciente”. También de la ciencia se dice que depende del estrato social del trabajador científico, etc. A las teorías de este tipo que hacen hincapié en la dependencia sociológica de nuestras opiniones, se las suele encerrar dentro de la denominación general de “sociologismo”; si se hace recaer el peso, en cambio, en la dependencia histórica, dentro de la de “historicismo” (…).

“Veamos este “sociologismo” moral. Que el hombre y sus objetivos son, en cierto sentido, producto de la sociedad, nadie lo duda. Pero no es menos cierto que la sociedad es producto del hombre y de sus objetivos y que cada vez puede serlo en mayor grado. La cuestión principal es ésta: ¿Cuál de estos dos aspectos de las relaciones entre los hombres y la sociedad es más importante? ¿Sobre cuál ha de recaer el acento?”.

“Comprendemos mejor el sociologismo si lo comparamos con la análoga concepción “naturalista” de que el hombre y sus objetivos son producto de la herencia y el medio. Nuevamente debemos admitir que ello es indudable. Pero también es cierto que el medio del hombre es, en grado cada vez mayor, un producto suyo y de sus objetivos” (…) “¿Cuál es el más importante de los dos aspectos, el más fértil? Puede facilitarse la pregunta si le damos una forma más práctica; por ejemplo, nosotros-la generación actual-y nuestras mentes, nuestros pensamientos, somos en gran parte el producto de nuestros ascendientes y de la educación que éstos nos dieron. Pero la generación siguiente será, en grado similar, un producto nuestro, de nuestras acciones y de la forma en que los hemos educado. ¿Cuál de los dos aspectos es el más importante, actualmente, para nosotros? Si consideramos este problema seriamente hallaremos que el punto decisivo es que nuestros espíritus y nuestras ideas dependen sólo en parte de nuestra educación ya que no totalmente. Si dependiesen totalmente de nuestra educación, si fuésemos incapaces de autocrítica o de aprender según nuestra propia manera de ver las cosas, de la experiencia; entonces, ciertamente, sería la forma en que la generación anterior nos había educado la que emplearíamos para educar a la siguiente. Pero no cabe duda de que esto no es así. En consecuencia, podemos concentrar nuestras facultades críticas en el difícil problema de educar a la próxima generación con un método mejor que el que sirvió para educarnos a nosotros” (…).

“La situación en que tanto hincapié hace el sociologismo puede tratarse desde un ángulo análogo. Que nuestros espíritus, nuestras ideas, son de algún modo producto de la “sociedad”, es una verdad trivial. La parte más importante de nuestro medio es la social; el pensamiento, en particular, depende considerablemente del trato social; el lenguaje, el medio de expresión del pensamiento, es un fenómeno social. Pero simplemente no puede negarse que podemos examinar los pensamientos, que podemos criticarlos, mejorarlos y que, además, podemos modificar y mejorar nuestro medio físico de acuerdo con los nuevos pensamientos transformados y perfeccionados. Y lo mismo vale para el medio social”.

“Todas esas consideraciones nada tienen que ver con el problema metafísico del “libre albedrío”. Aun los indeterministas admiten cierto grado de dependencia de la herencia y del medio, particularmente el social. Pero, por otro lado, el determinista debe admitir que nuestras ideas y acciones no se hallan plena y exclusivamente determinadas por la herencia, la educación y las influencias sociales; también existen otros factores, por ejemplo, las experiencias más “accidentales” acumuladas durante la propia vida, que también ejercen su influencia. Ni el determinismo ni el indeterminismo rozan para nada nuestro problema mientras se mantengan dentro de sus límites metafísicos. Pero la cuestión es que pueden trasponer estas fronteras y que el determinismo metafísico puede estimular, por ejemplo, el determinismo sociológico o “sociologismo”. Pero bajo esta forma, la teoría puede ser confrontada con la experiencia. Y la experiencia demuestra ciertamente que es falsa”.

“Beethoven es sin duda, hasta cierto punto, un producto de la educación y la tradición musicales, y los que conozcan su música sabrán cómo impresiona este aspecto de su obra. Pero lo más importante es, sin embargo, que a más de producto es productor de música y, de este modo, de tradición y educación musicales” (…) “Lo importante es que todo el mundo admite que lo que escribió no puede explicarse ni por las obras musicales de sus precursores, ni por el medio social en que vivió, ni por su sordera, ni por la comida que le cocinaba su ama de casa, o, para decirlo con otras palabras, ni por ningún juego definido de influencias o circunstancias ambientales abiertas a la investigación empírica, o por cualquier otro factor de su herencia que nos sea conocido. No niego que existen ciertos aspectos sociológicos de sumo interés en la obra de Beethoven. Es bien sabido, por ejemplo, que el pasaje de una orquesta pequeña a una gran orquesta sinfónica se halla relacionado de algún modo, con un proceso político-social” (…) “Nadie más dispuesto que yo a apreciar toda “explicación” sociológica de este tipo y a reconocer su importancia científica”.

“¿Cuál es, entonces, más precisamente el blanco de mi ataque? Es la exageración y generalización de cualquier aspecto de esta clase. Si “explicamos” la orquesta sinfónica de Beethoven, tal como lo hicimos más arriba, habremos explicado en realidad muy poco. Si describimos a Beethoven como el representante de la burguesía en pleno proceso de emancipación, aun cuando sea cierto, diremos muy poco. La misma función podría hallarse combinada, ciertamente, con la producción de la música mala (como se ve por Wagner). No podemos intentar explicar el genio de Beethoven de esta manera ni de ninguna otra”.

“A mi juicio, podrían utilizarse del mismo modo las propias opiniones de Marx para refutar empíricamente el determinismo sociológico. En efecto, si consideramos desde el punto de vista de esta doctrina ambas teorías, activismo e historicismo, y su lucha por la supremacía en el sistema de Marx, tendremos que decir que el historicismo sería una concepción más adecuada para un apologista conservador que para un revolucionario o un reformador. Y, en realidad, Hegel utilizó ese mismo historicismo en tal dirección. El hecho de que Marx no sólo lo tomó de Hegel sino que, en definitiva, le permitió desalojar su propio activismo nos muestra que la actitud asumida por un hombre en la lucha social no tiene por qué determinar siempre, forzosamente, sus decisiones intelectuales. Estas pueden hallarse determinadas, como en el caso de Marx, no tanto por el verdadero interés de la clase por él defendida, como por factores accidentales, por ejemplo, la influencia de un predecesor o quizá la estrechez de miras. Así, en este caso, el sociologismo puede facilitar nuestra comprensión de Hegel, pero el ejemplo de Marx nos demuestra que sólo se trata de una generalización injustificada. Un caso similar es la subestimación que hace Marx de la significación de sus propias ideas morales, pues es indudable que el secreto de su influencia mística residió en su atracción moral y que su crítica del capitalismo tuvo, ante todo, la eficacia de una crítica moral. Marx demostró que un sistema social puede ser injusto y que si el sistema es malo entonces toda la justicia de los individuos que se aprovechan del mismo es una justicia fingida, una hipocresía. En efecto, nuestra responsabilidad se extiende al sistema, a las instituciones cuya subsistencia permitimos”.

“Es este radicalismo moral de Marx lo que explica su vasta influencia y es, en sí mismo, un hecho altamente alentador. Este radicalismo moral todavía está vivo; nuestra tarea debe consistir en hacerlo perdurar, en evitar que siga el mismo camino que deberá seguir su radicalismo político. El marxismo “científico” ha muerto pero deben sobrevivir su sentido de la responsabilidad social y su amor a la libertad”.

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