Por Malú Kikuchi.-

En la mañana del 14/6/2018 se votó la media sanción de la controvertida y difícil ley de la “despenalización del aborto”. Salió por 129 votos a favor, 125 en contra y una abstención. La totalidad de los diputados suma 257, estuvieron presentes 255. Un éxito inusual de presentismo.

El tema era ríspido, se votaba a conciencia y con total libertad con respecto a los partidos políticos. Se cumplió a rajatabla, el voto fue transversal. No existió la maldita obediencia debida, los diputados se expresaron de acuerdo a su sentir y entender en todos los partidos.

Fue una clara expresión de democracia respetuosa del pensar del otro. Con mayor o menor conocimiento, con más o menos sabiduría específica sobre el tema, con mejor o peor oratoria, todos los diputados defendieron sus ideas sin agredir al que pensaba distinto.

En la calle, frente al congreso, multitudes de personas, en su gran mayoría mujeres, muchísimas chicas, casi niñas, con pancartas y pañuelos verdes defendieron el aborto legal, libre y gratuito. Del otro lado, el mimo tipo de público con pañuelos celestes, rosarios y altar, bregaban en contra.

No hubo disturbios en la calle, nadie tiró piedras ni intentó entrar al edificio. Nadie insultó a los que estaban del otro lado de la plaza. Todos se expresaron en libertad, equivocados o no, pero la libertad de expresión hizo honor a lo que establece la Constitución Nacional. Y eso es raro.

No se está haciendo la descripción de la votación por el aborto sí o no en un país del norte de Europa. Se habla de la visceral Argentina, acostumbrada a gritar, romper, pegar, destruir. Esta demostración de cultura ciudadana, de respeto por las libertades individuales, honra.

Una, que es ingenua, cree, porque necesita creer (más allá del resultado), que somos rescatables, que tenemos futuro. Que la maldición de la grieta, bien alimentada por los dos lados, para sacar algún rédito político aunque destroce la unidad social, se achica, y todo eso a partir de una votación civilizada.

La discusión fue sobre un tema moral. Un tema de convicciones donde intervienen los valores. Se discutió sobre la vida y la muerte de las personas. No debe existir discusión más seria que aquella donde intervine la muerte voluntaria de alguien o la decisión de que ese alguien, no es tal.

Cuando salió el proyecto de ley de la comisión que dirige Lipovesky, de Cambiemos, Filmus, FPV, pidió un aplauso para su adversario político por lo bien que había coordinado la comisión. Ya en el recinto, el FPV aplaudió a Fernando Iglesias, Cambiemos y Monzó dijo: “esto no se verá otra vez”.

De pronto, la memoria que aparece cuando no se la necesita, me retrotrajo algunas semanas atrás. Fue cuando se discutía en esa misma cámara y en esas mismas calles, el tema del aumento de las tarifas, algo inevitable si pretendemos tener gas en invierno y electricidad en verano.

La situación era diametralmente opuesta. Gritos, insultos, calles cortadas, escraches de todo tipo, una sensación de revuelta permanente, al borde de la disolución social, una situación grave y realmente preocupante. Otro país, con otros representantes y decididamente otra sociedad. Todo feo.

Se discutía en el congreso la suba de tarifas de gas, electricidad y agua, algo que no le corresponde al congreso, es una prerrogativa presidencial, le compete al ejecutivo. Y estábamos al borde de una guerra civil. ¿Por qué? Discutían por precios. Se discutía el tener que pagar más. A nadie le gusta.

Fue de terror. Entonces comprendí. Los valores son menos importantes que los precios. Van a argumentar que los valores son morales y los precios en este caso significaban una disputa entre el gobierno y la oposición. No lo discuto. Pero, ¿la política apasiona más que la moral?

Parece que sí. Y es triste, muy triste. Los argentinos defendemos con más fervor los precios, que los valores. Entre un aborto y el precio del gas, el gas gana por goleada. Así no se construye una nación. Insisto, no es sólo triste, es desolador.

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