Por Luis Américo Illuminati.-

Rezamos por Ud., Papa Francisco.

En su nota: “La esperanza en una barricada”, la cual comparto, dice Enrique Avogadro: “El Papa, infelizmente, ya había comparado el gobierno de Cambiemos con la Revolución Libertadora -hubiera sido más justo establecer un parangón entre Cristina Kirchner y Nicolás Maduro- y el viernes, tal como se temía, recibió en una prolongada audiencia a la delincuente Hebe de Bonafini, quien se explayó sobre la «dictadura» de Mauricio Macri. SS Francisco no puede ignorar a esta altura de su pontificado cuánta repercusión política tienen en la Argentina sus gestos vinculados a nuestra realidad y, por ello, presumo su intencionalidad. Entonces, ratifico mi posición: lo obedezco en materia de dogma pero, en todo lo demás, lo veo simplemente como un Jefe de Estado que, como otros extraviados, considera al populismo una virtud”. Hasta aquí lo opinado por el articulista citado.

Desde mi punto de vista deseo añadir lo siguiente. Creo como argentino y como católico que Francisco ha errado el rumbo y ha encarado mal su misión respecto de su relación con el poder temporal de su Patria. Es obvio que su misión es muy clara: ocuparse solamente de las cuestiones religiosas o espirituales y no entrometerse en temas estrictamente políticos de la República Argentina, como lo está haciendo en este momento. Y no se sabe a ciencia cierta adónde apuntan estas actitudes que, a no dudarlo, profundizan la brecha entre los argentinos. Lo moral no debe ser una excusa o justificación para defender un sector y menospreciar a otro. Antes bien, tal actitud es de una grosería imperdonable desde el punto de vista humano.

Claramente, además de haber tomado ciertas posturas políticas equívocas, Francisco envía toda clase de guiños y mensajes que son claras intromisiones en cuestiones ajenas a su alto Ministerio. Su rol no es ser árbitro en temas internos de la Argentina, pues no hay ningún documento oficial que así lo establezca, salvo en caso de guerra entre dos naciones. O, en caso de que en algún país se desatara una guerra civil. En este caso, nadie lo criticaría, antes bien sería aclamado y bendecido por los bandos o sectores enfrentados.

O en caso de que dos naciones estuvieran a punto de entrar en guerra. Así obró Juan Pablo II con relación al conflicto de nuestro país con Chile en 1978, evitando el Papa -a través del Cardenal Antonio Samoré- una guerra entre ambos países cuyas autoridades lo eligieron para que interviniera.

Las noticias dan cuenta que Francisco recibió a Hebe de Bonafini quien le planteó la situación judicial de Cristina. Pero, independientemente de los que lo critican o de los que lo aplauden por haber recibido a este nefasto personaje, Francisco no debió permitir que esta caradura, este nefasto personaje del odio, la mentira y la corrupción, luego de reunirse durante dos horas con él, haga ella su propia declaración y él, como Papa y jefe de la Iglesia Católica y del Vaticano, se quede callado.

Una mujer -si es que se puede hablar de mujer- que es enemiga a muerte de los curas, monjes y obispos, una energúmena que se ha cansado de denostar a la Religión Católica, es algo que supera los límites del buen sentido, la vergüenza y el respeto. Por más que Francisco tenga interés de mostrar una imagen a la sociedad argentina de tolerancia y distensión, no puede permitir semejante manoseo. Me parece que debió imitar un poco la actitud de Nuestro Señor Jesucristo, el Salvador, para con aquella mujer que salvó de ser apedreada, cuando le dijo: “Vete y no peques más”.

Todo se puede perdonar, olvidar y es bueno mirar para adelante, pero lo que no se puede perdonar es que a uno lo tomen por estúpido, imbécil o bobo. ¿Cómo no va a decir una palabra luego de que la cotorra de la Bonafini, cerebro y lengua infernales, dijera muy suelta de cuerpo que le comentó al papa que “la Justicia quiere poner presa a Cristina sin fundamentos” (…) “Con mucha calma hablamos dos horas, le dije que lo necesitábamos, que venga, que hable, nos sentimos desprotegidos”.

Y el colmo de la osadía y el papelón, diga que el Francisco “está muy triste, que lo vio muy preocupado, que el momento actual de la Argentina le hizo acordar al ’55 y que no esperaba que pase nada de esto”. Y, como corolario de la desfachatez, dice esta marisabidilla, amazona de supuestos derechos humanos (los de su facción), que ella le dijo al papa: “La Patria te necesita Francisco”.

En el afán de quedar bien con todo el mundo y aumentar su popularidad al recibir en Santa Marta a la Bonafini, se olvidó Francisco que esta víbora venenosa no es cualquier mujer, lo mismo que CFK, ya que astutamente “lo ha usado para llevar agua a su molino”, un molino no de agua bendita, sino de agua envenenada. Y, justo es decirlo, Francisco ha quedado expuesto, ha quedado en ridículo.

Su Santidad, le pedimos por favor -por el bien de todos los argentinos- no haga más esos papelones. Porque así Santo Padre pasará a la Historia como un burdo personaje de feria, no cometa actos que sólo contribuyen “a arrojar más leña al fuego de la discordia”. Permítame decirle, como hijo de la Iglesia que soy y para no avergonzarme de Ud., que no haga más este tipo de cosas, recapacite, guarde más compostura y circunspección.

Y no olvide el proverbio de los antiguos romanos que dice: “No sólo hay que ser decente sino parecerlo”. Este sabio consejo que Julio César le daba su esposa, es justo el que Ud. SS no debió pasar por alto al recibir justamente a un juez corrupto que tiene en sus manos la posibilidad de meter presa a una ex presidente corrupta a quien frente al cúmulo de pruebas que hay dentro y fuera de la causa, prematuramente la desvinculó mediante sutilezas legales.

La respuesta de Jesucristo a los fariseos: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, no implica que el poder religioso -o espiritual- juegue a las escondidas con el poder temporal de su misma nacionalidad, y menos aún cuando el nuevo mandatario recién ha comenzado a gobernar un país que su antecesora lo dejara prácticamente en ruinas.

Le recuerdo que aún los prisioneros de guerra, militares privados de la libertad por haber cumplido con deberes impuestos, están esperando de Ud. alguna palabra, algún mínimo gesto, el envío de algún rosario, pero nada, parece que para Ud. no existen. Parece que las palabras de Cristo: “Estaba enfermo, y en la cárcel y no me visitasteis” (Mt. 25: 43) no significan nada ni le harán cambiar de actitud. ¿Acaso no son tan hijos de Dios igual que los criminales subversivos y ex dirigentes montoneros que Ud. recibió amablemente?

Por todo eso, rezo por Ud., Papa Francisco, tal como nos lo pidió a todos los fieles -y no fieles- en el primer día de su pontificado. Pido a Dios que le ilumine el camino, pues hay “caminos o sendas del bosque que no llevan a ninguna parte”, según una antigua expresión alemana, que fue tomada por Heidegger en otro sentido. El sentido que le queremos darle nosotros en esta nota es éste: “Cuando uno se interna de noche en el bosque, los peligros son mayores que durante el día”.

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