Por José María Schettino.-

En nuestro país, a raíz de los mandatos constitucionales y otros que se fueron agregando mediante subterfugios como los decretos de necesidad y urgencia (DNU) se ha logrado un verdadero caos, de un tono dictatorial y excluyente. Estos DNU, con una especificidad de fuerte tono, sirven a los designios de quienes los dictan, mientras que muchas normas de carácter constitucional son avasalladas por el poder administrativo. Además, y a todos nos consta, las mayorías legislativas han caído bajo el brulote de infames traidores a la Patria, tal como reza el artículo 29 de la Constitución Nacional, al delegar en el Ejecutivo la suma del poder público. Se pierde así el equilibrio que pretendieron imponer los constituyentes entre los poderes del Estado. La personalidad de la titular del Ejecutivo acentúa esta disparidad, pues al creerse omnisciente desprecia análisis y críticas, imponiendo una voluntad omnímoda que satisface únicamente su ego, convirtiendo el sistema republicano en mera hojarasca. El hecho de disponer a través de la delegación nombrada de los fondos del erario en forma indiscriminada, obliga a genuflexiones varias de quienes ocupan la titularidad de municipios y provincias. Golpean, casi siempre en vano, a las puertas de Balcarce 50, en busca de fondos que se reparten en forma arbitraria e indecorosa. Los favoritismos no son ajenos a la obsecuencia.

Esta descripción somera de la actual situación en que se halla todo el sistema presuntamente democrático lleva a reflexionar sobre un futuro próximo, cuando en el mes de octubre se realicen las elecciones nacionales. Existirá según se observa, una polarización entre dos candidatos que son ahora gobernadores, uno de la provincia y el otro de la ciudad de Buenos Aires. Pensamientos y ópticas disímiles los separan, y hacen aún más atrayente la confrontación. Aunque esa visión es un mero discurrir. Lo que interesa a este análisis es qué ocurriría en el caso de triunfar uno o el otro.

Macri no depararía mayores sorpresas: se conocen sus pensamientos y actitudes lo suficiente. No merece la pena reflexionar sobre una posible victoria suya. Además que interesa a este trabajo imaginar lo que sucedería con su contrincante, de resultar electo, como tema principal.

Mucho se habla del posible condicionamiento que sufriría Scioli de ganar las elecciones y constituirse en presidente de la nación.

Cercado por el legislativo es uno de los argumentos que se esgrimen. Dependerá obviamente de la composición de las cámaras, pero eso es lugar común a cualquier titular del ejecutivo. En el senado presidirá Zannini, sin voz y sin voto. Como excepción votará para desempatar, como lo hizo por última vez histórica Cobos cuando se trató la famosa 125. Los titulares de bloques, al igual que en diputados, tienen mayor influencia en los bloques que presiden. La disciplina puede resquebrajarse y como dice Asís, la garrocha estará disponible para quien quiera usarla. No para saltar al vacío sino para caer en un lugar más cómodo. La voluntad y el compromiso de los legisladores nunca fueron demasiado consistentes.

Volviendo a Zannini, la Constitución le asigna un papel nada relevante en la conducción del país. Su misión es casi protocolar, nada ejecutiva. No comparte las decisiones del presidente ni las condiciona. No cogobierna.

Uno de los logros que merecen respeto de la gestión de ambos Kirchner es la creación de un pequeño ejército de militantes rentados que denominan La Cámpora. Esta agrupación recibió la bendición y el apoyo condicionante de ambos mandatarios. Fueron nombrados para actuar como especie de comisarios políticos en los estamentos del estado que tienen peso institucional. Constituyen una masa crítica, en el sentido de la física nuclear, que es la cantidad necesaria de material fisionable que comienza la reacción en cadena. Ellos, en esos lugares clave, piensan que son en realidad revolucionarios que cambiarán los destinos del país. Son, al igual que las diluidas organizaciones guerrilleras de los 70, meros instrumentos de algunos desquiciados que, salvo muy escasas excepciones, gozan aún hoy de exquisitas prebendas. Los actuales camporistas forman una burocracia cuyo mayor adoctrinamiento consiste en corear consignas libertarias sin ningún sustento. Bastaría la voluntad política necesaria para desmembrarlos. No serían un peligro para la voluntad de Scioli.

El actual gobernador de la provincia manejaría los fondos públicos, tejería alianzas con los gobernadores. Tendría el dinero y la firma de los cheques.

Para no hartar a guisa de insistir, basta recordar que la señora perdería todo el poder. El que tiene ahora es el pertinente al cargo que ocupa. Sirve como ejemplo un general que tiene bajo su mando a todo un cuerpo de ejército. Ese general tropero pierde todo su poder cuando pasa a retiro. Puede decirse lo que se desee. O imaginárselo. Pero perderá el poder. ¿Cuántos, en definitiva, permanecerán fieles a su liderazgo?

Todo depende, en suma, de la verdadera vocación de conductor de Scioli.

Queda una reflexión final, de excesiva dureza: en el supuesto de lograr Scioli, como corresponde, tomar las riendas del poder en plenitud, ¿cómo lograrían controlar sus eventuales oponentes sus acciones? ¿Con un magnicidio?

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