Por Enrique Arenz.-

La libertad es una conquista moderna. El ser humano primitivo era libre solamente hasta que se encontraba con una criatura más fuerte. Nunca existió un derecho natural a conservar la propia vida, aunque sí todos los seres vivos han sido dotados de un potente instinto de supervivencia. Y ese instinto llevará a la civilización a defender la vida como el bien más importante.

La moderna doctrina liberal dice claramente que de ese derecho primigenio (y con el objeto de garantizarlo) derivan todos los demás derechos: el de trabajar, producir, comerciar y cooperar con otros, el de expresar sus ideas y opiniones libremente, el de defenderse de la opresión y de la violencia, el de organizarse en sociedad y el de conservar dentro del contrato social una esfera privada de acción en la que los demás no pueden interferir.

Por lo tanto, el liberal tiene que tener permanentemente en su mente el primer derecho humano: el derecho a vivir. Surge entonces la siguiente pregunta: ¿cuándo comienza la vida? Según los recientes estudios científicos, la vida relampaguea en el primer instante de la gestación. El embrión posee desde el comienzo toda la información genética que hará de él un ser único, inigualable e irrepetible.

Todo está ahí, en esas células que se están multiplicando velozmente. Todo, absolutamente todo: el carácter, la estatura, la inteligencia, el talento y hasta el color de los ojos. Esa persona ya está allí, aunque todavía no la podamos ver en su forma definitiva, como tampoco la veremos en muchos años después de nacida, porque el proceso de su desarrollo continuará en el tiempo hasta llegar a ser un hombre o una mujer con todos sus atributos en plenitud.

El aborto implica destruir esa vida. Entiendo que mucha gente no lo vea así, pero me asombra que haya liberales que aprueben este crimen con argumentos inconcebibles, argumentos que coinciden paradojalmente con los que esgrimen los activistas de izquierda que militan en favor del aborto: por ejemplo, que es contra la libertad de la mujer obligarla a ser madre. Un prominente académico liberal sostuvo hace poco que impedirle abortar a una mujer equivalía a esclavizarla con la indeseada maternidad. ¡Esclavizarla! Es absurdo plantear ese pensamiento desde el liberalismo, porque matar al hijo no es opción de libertad frente a la esclavitud. Si una mujer ha quedado embarazada no es esclava de la condición de madre, sino responsable de criar a su hijo o bien darlo en adopción. Lo que ella no tiene el derecho de hacer, es truncar esa vida sagrada.

Creo que el liberalismo puede debatir muchas cosas: el alcance de las funciones del Estado, si el Banco Central debe desaparecer o no como institución monetaria, si la moneda debe ser estatal o privada, si los aportes jubilatorios y previsionales deben ser compulsivos o libres. Todo esto y muchísimo más, es discutible. Pero lo que no se puede discutir sin negarnos a nosotros mismos, es el derecho que da fundamento a nuestra doctrina: el derecho a la vida. Si ponemos en entredicho este derecho, la doctrina liberal pierde su significación. Todo ese magnífico andamiaje doctrinal que empezó con Adam Smith y llegó a su máxima expresión con el austríaco Ludwig von Mises, se desintegra como una estatua de arena bajo la lluvia.

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