Por José Luis Milia.-

“The best that can be said about Lenin is that, like Stalin, they were among the few non-Jews who made the October Revolution” (*). Jon Lee Anderson, “Che Guevara: A Revolutionary Life”.

Hace cincuenta años que al chancho le metieron cuatro tiros en la Higuera. Punto de partida para que la izquierda, presta como siempre a la falacia, comenzara a tejer una leyenda de corte épico y sustancia espuria. Una fantasía esterilizada en la que no hay traiciones, ni racismo, ni homofobia y, menos que menos, sangre inocente derramada a destajo. Porque en estos días, cincuentenario del día en que el mundo se convirtió- aunque no por mucho tiempo -en algo un poco mejor, muchos imbéciles acojonados por su estupidez o tilinguería le han dedicado al chancho- ociosa bandera del fracaso y cara de remera repetida hasta el hartazgo- homenajes de las más variadas índoles.

Hasta un funesto ventajero como es Evo Morales tiene para él palabras laudatorias sin pensar que él, Morales, por herencia, encaja fácilmente en aquella graciosa definición que el chancho una vez hizo sobre los hermanos de sangre mexicanos del presidente plurinacional: “la indiada analfabeta».

Ya no importa saber que el chancho era “el carnicero de la Cabaña” ni menos aún repetir algunos otros motes que desnudaban su esencia de psicópata sanguinario. La leyenda se ha construido con más atropello que verdad y hoy a nadie le interesa, aunque en su momento fue ocultado con ahínco, que el chancho se refiriera a Lázaro Peña, Esteban Lazo y a Juan Almeida Bosque- jerarcas negros de la revolución cubana- como “negros de mierda”. Quizás, esta manera de pensar haya justificado que, una vez en el Congo y al no poder matar belgas o mercenarios afrikaans, bien armados y entrenados, se haya dedicado a balear a los negritos de la Gendarmerie Katangaise por pedido de su “amigo” Laurent-Désiré Kabila, el mismo de cual alguna vez el chancho dijo que no le sorprendería que fuera caníbal. La algarada que llevaría la revolución a África terminó siendo un fracaso tal como lo escribió al comenzar su “Diario del Congo”.

No fue éste el primero de los muchos desengaños del chancho que finalmente terminaron en el desastre de Ñancahuazú. Su amor cordobés no correspondido, Chinchina Ferreyra, lo descartó por un santafesino del cual fui amigo y su doctorado en medicina, del cual nadie conoce su analítico podría ser computado, quizás, como un leve infortunio, pero Albert Korda había dado el paso, o el fogonazo, que lo convirtió en remera, en millonarios a los empresarios de Banana Republic y en boludos a los millones que pagaban, y siguen pagando, 20 dólares por cada t shirt con su cara.

Pero la leyenda falaz estaba en marcha y nadie quería perderse de tener, al menos, una hoja de un yuyo genealógico que prometía un poco de fama ajena, y de esta manera, por ambición, vanagloria o simple estupidez, la construcción de esta farsa histórica adquirió de golpe la impronta de una multisectorial del disparate que terminó incorporando a delirantes del diario Maariv y ultramontanos de derecha que decidieron, los primeros, inventarle al chancho, a partir de un desvarío grotesco, un origen judío, algo que los segundos, siempre listos a la pavada celebraron a tambor batiente el guiño que los “malvados de la historia” le hacían.

Así, la madre del chancho, Celia de la Serna y Llosa, hija de Juan Martín de la Serna y Ugalde y de Edelmira de la Llosa y Lacroze pasó a ser, para los trastornados de Maariv, Celia Schenneirman; ya no había nacido en una zona paqueta sino que para darle identidad de ghetto la ubicaron en el Once. A estos, se les agregaron otros perturbados que, con mucha más audacia, le adjudicaron a Celia el apellido Sharón y le atribuyeron al chancho el ser primo del gran Arik. El colmo de la alucinación provino de los eternos descubridores de conspiraciones que decretaron que lo de Scheinerman y Sharón era una burda mentira y que el chancho se llamaba en realidad Efraim Ben Geva Lynch y no Ernesto Guevara Lynch, lo que le daba al personaje un conveniente aire de “Sabio de Sión”.

Que este ficción, hilada a partir de las andanzas de un psicópata que fracasó en todo lo que emprendió, podía dar pingües resultados está dada por la cantidad de estupideces que se han escrito y se seguirán escribiendo para que- por loa o agravio- siga teniendo vigencia. Que por sus apellidos españoles el chancho pueda haber tenido antecesores judíos no sería raro, hay en España mucha más sangre judía de la que en realidad se acepta y, si Francisco Franco y Fidel Castro tenían ancestros judíos nadie podría decir que el chancho era la excepción; lo triste es que casi no hay quien quiera perderse la posibilidad de estar presente de una u otra manera, en la mentira que es el meollo de esta fábula.

Hace cincuenta años que, en La Higuera, al chancho le metieron cuatro tiros. Ya no importa si se lo merecía, como no importa si lloró o no ante la muerte. El mito del “guerrillero heroico” se va convirtiendo, lentamente, en materia de albañal y lo importante es que las nuevas generaciones sepan de su catadura criminal, rechazando la manipulación de la fauna marxista-leninista, que con el socialismo del siglo XXI y el foro de Sao Paulo pretenden engañarnos, en especial a la juventud, con la quimera de la heroica figura del chancho.

Bien decía Borges en su sabiduría sin tiempo: “No hay cosa como la muerte para mejorar a la gente”; así, la muerte -vista desde la doblez con que acostumbramos a manejarnos- le ha provisto un impúdico baño de decencia a aquel que hizo del odio y la matanza la razón de su soberbia por lo que cabría terminar esto con las estrofas de un poema escrito por el que quizás fue el mejor poeta cubano de finales del siglo XX, Reinaldo Arenas, homosexual y opositor perseguido sin piedad por el chancho; víctima de él en las UMAP (Unidades Militares de Apoyo a la Producción) – esas que tenían como lema: “El trabajo los hará hombres” – que fue quien con atroz ironía apodó al chancho el “Mataputos del Malecón” por la saña que éste ponía en el trato que daba a los homosexuales cubanos:

“Todo lo que pudo ser, aunque haya sido,
Jamás ha sido como fue soñado.
El dios de la miseria se ha encargado
De darle a la realidad otro sentido.”

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* “Lo mejor que se puede decir acerca de Lenin es que, al igual que Stalin, es uno de los pocos no judíos que hicieron la revolución de octubre”. Jon Lee Anderson, “Che Guevara: la vida de un revolucionario”.

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