Por Justo J. Watson.-

No está mal la rebeldía estudiantil.

Lo que deben hacer los adultos inteligentes, especialmente los que practican la docencia y los padres de alumnos, es encauzarla. ¡Hagan lío! pidió el papa Francisco a los jóvenes del mundo.

Tomar un colegio y levantar pasacalles para conseguir el acondicionamiento de algunos baños y mortadela de mejor calidad en un sándwich subsidiado son paradigmas de mente estrecha.

Podría estimularse su reemplazo, ciertamente, por otros de mente abierta que saltasen hacia adelante con igual fiereza, apuntando a metas más ambiciosas. En busca de un modelo de escuela y de país mucho mejor que el que nos condiciona hoy, que empuja a los egresados a emigrar tras sus sueños de oportunidades y modernidad.

Mente abierta hacia una sociedad mucho más abierta. Hacia una Argentina Potencia cuyo entorno de grandes libertades no sólo estimule a los nuestros a quedarse sino que atraiga mentes y capitales de otras partes del mundo.

¡Qué imagen! Mil colegios estatales de pie gritando basta a los sueldos infames de Baradel para maestros y profesores, a instalaciones obsoletas, a más copas de leche y viandas “gratis” para cada vez más alumnos de padres empobrecidos. ¡Basta! a polvorientos programas obligatorios, adoctrinantes en el atraso y la servidumbre. ¡Basta! a malos docentes y directivos que escalan categorías no por presencia, resultados, mérito o innovación sino por inercia de edad y pérfida burocracia sindicalizada.

Decenas de miles de chicos y chicas de pie exigiendo a sus mayores poner fin a 70 años de decadencia y fracaso educacional público equiparando a todos, en todo el país, en la excelencia y oportunidades que dan los mejores colegios privados. Cambiando ya, con audacia, lo que haya que cambiar para asegurar eso.

Empezando por “privatizar” las escuelas estatales dando a sus cuerpos docentes las más amplias libertades curriculares y administrativas y cambiando en 180 grados el uso del presupuesto educativo de la Nación, pasando a subsidiar la demanda en lugar de seguir haciéndolo con la oferta. Esto es, repartiendo esa inmensa masa de dinero (que representa más por cada alumno estatal registrado de lo que un “privilegiado” paga en un buen colegio privado) en vouchers personalizados para que cada padre elija para cada hijo la escuela de su preferencia, atento a su excelencia a todo orden. ¡Limpia competencia, señoras y señores! Se subsidiaría entonces a las pocas escuelas en las que esto sea imposible por distancia, carencias o falta de escala.

Todo alumno estatal rebelde sabe que en una Argentina Potencia, padres y madres contarían con los medios para pagar por sí mismos no sólo una buena alimentación sino un buen colegio privado para sus hijos, con libre elección de currícula, infraestructura y ubicación.

Y sabe que su rebeldía de estudiante indignado puede servir para hacer que cada vez más padres escalen a esta situación haciendo casi innecesaria, un día, la humillante limosna de una educación pública… del “rico” al “pobre”.

Sepamos que eso se llama capitalismo y que la potencia de su acción es directamente proporcional a la decisión con la que se lo aplica.

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