Por Hernán Andrés Kruse.-

Estamos atravesando una situación económica extremadamente grave. Estamos, una vez más, sin moneda. Y tal como sucedió en reiteradas oportunidades en el pasado, el gobierno no reacciona. El ministro de Economía, Sergio Massa, cuenta con un único salvavidas: la “ayuda” del Fondo Monetario Internacional. Se trata de un salvavidas de plomo. En consecuencia, el panorama empeorará con el correr de las semanas. Viviremos momentos de angustia y zozobra.

Una vez más, la historia se repite. Es como si nos provocara placer revivir momentos angustiantes y penosos de nuestro pasado. Uno de esos momentos fue el recordado “Rodrigazo”, el ajuste impuesto por el ministro de Economía de Isabel, Celestino Rodrigo, en junio de 1975, que desembocó en una crisis económica que devastó al pueblo.

Es probable que las nuevas generaciones no sepan qué fue el Rodrigazo. De ahí la importancia de hacerles saber las razones que llevaron a Celestino Rodrigo a operar sin anestesia a un pueblo que en ese momento estaba psíquicamente devastado, no sólo por la crisis económica, sino también por una crisis política que desembocaría en el derrocamiento de Isabel el 24 de marzo de 1976.

El Rodrigazo fue un hecho económico. Mucho se escribió sobre el tema. Quien efectuó un sagaz análisis del ajuste de Rodrigo fue, a mi entender, Manuel A. Solanet, quien el 24 de junio de 2015 disertó en la Academia de Ciencias Morales y Políticas sobre “Historia y causas de la inflación en Argentina”. Respecto al Rodrigazo el académico expresó lo siguiente:

“El período que va desde el 25 de mayo de 1973 hasta el 24 de marzo de 1976 fue uno de los más dramáticos de la historia económica argentina. El presidente Héctor Cámpora designó como ministro de Economía a José Ber Gelbard, un antiguo dirigente empresario cercano al primer gobierno peronista, con una concepción económica proteccionista e intervencionista. Gelbard continuó en su cargo con Perón y luego con su viuda Isabel Perón hasta octubre de 1974. Alfredo Gómez Morales sucedió a Gelbard y en su gestión tuvo la fortuna de no ver desbocarse las variables económicas, como sí le sucedió a Celestino Rodrigo, su sucesor. El control de precios con la consigna de la “inflación cero” fue instaurado en mayo de 1973 y se extendió hasta junio de 1975. Se le dio el carácter de un acuerdo que abarcó a empresarios, sindicatos y gobierno y que en lo efectivo constituyó un sistema duro de control de costos y no solo de precios. En aquel entonces los combustibles formaban parte del ámbito estatal y sus precios eran fijados por el gobierno, así como las tarifas de gas, electricidad, agua, transporte y otros servicios públicos. Los salarios del sector privado estaban determinados por convenciones colectivas a nivel de sector gremial. Sin embargo durante 1973 y 1974 el gobierno los dispuso por decreto y las convenciones solo funcionaron a partir de mayo de 1975 convirtiéndose en el primer detonante del llamado “Rodrigazo”.

Entre mayo de 1973 y mayo de 1975 la inflación cero solo se dio en las tarifas de servicios públicos y los combustibles, que quedaron congeladas. En ese mismo período el costo laboral medio creció un 125% y los precios de los bienes de consumo crecieron un 98% a pesar de que en muchos sectores estaban sujetos a control. Fue así que las tarifas y precios de las empresas públicas se retrasaron notablemente y el déficit fiscal se catapultó. Fue de un 7,5% del Producto Bruto Interno en 1973, 7,0% en 1974 y 14,3% en 1975 (el Gasto Público en la Argentina 1960-1988, FIEL 1989). Aquella experiencia mostró por enésima vez que el control de precios y salarios es escasamente efectivo y que solo sirve para destruir la rentabilidad de los sectores congelados o controlados. Por ello se hizo inevitable el violento ajuste que sobrevino con el Rodrigazo, que a pesar de esa violencia no recuperó sino sólo parcialmente el retraso relativo acumulado. Celestino Rodrigo no hizo más que intentar sincerar la estructura de las tarifas públicas para evitar una debacle fiscal. Su viceministro Ricardo Zinn, un hombre inteligente y valioso, le recomendó hacerlo en el marco de un programa general de ajuste. Sin embargo la bomba la pusieron los dirigentes gremiales que forzaron el sistema de paritarias para acordar aumentos de hasta el 130%. Este porcentaje se asemejaba al de los incrementos en los combustibles y tarifas, pero cuadruplicaba el aumento que hubiera sido necesario sólo para compensar su impacto en el índice general de precios.

La presidente Isabel Perón se resistió a homologar esos aumentos, hasta que un paro general convocado por 48 horas la venció y no tuvo poder para resistirlo. A partir de ahí se produjo una carrera de precios y salarios y un descontrol de las cuentas fiscales y monetarias. El control de cambios no contribuyó en nada a paliar la inflación sino que acentuó la fuga de capitales y agotó las reservas del Banco Central. El ritmo de crecimiento de los precios se volvió vertiginoso y se entró claramente en zona cercana a la hiperinflación. Entre mayo de 1975 y marzo de 1976 los precios minoristas crecieron un 481%. La debacle económica arrasó sucesivamente con los ministros Rodrigo, Bonanni y Cafiero. Le tocó a Emilio Mondelli ser el último ministro de Economía antes de la caída de Isabel Perón en medio de un vacío de poder y del caos signado por el descontrol inflacionario y la violencia de los grupos subversivos. La experiencia Gelbard-Rodrigazo mostró no solo la inutilidad y el efecto destructivo de los controles de precios y de cambios, sino también el riesgo explosivo de la acumulación de distorsiones en los precios relativos. También dejó una lección, aún no aprendida, sobre la capacidad de generar impulsos inflacionarios que tiene el sistema de centralización sindical de las negociaciones salariales. Los aumentos se deciden en clave macroeconómica y política, y no según las posibilidades de cada empresa como sería en una negociación descentralizada a este nivel. También aquella experiencia mostró por primera vez en la Argentina el fenómeno de huida del dinero y su efecto multiplicador de la inflación. Cuando la gente advierte que el dinero pierde valor cada vez más aceleradamente, también se desprende de él más rápidamente. Se apura a gastarlo o a cambiarlo por dólares, oro u otros valores estables. Los billetes permanecen menos tiempo en las billeteras y los depósitos bancarios rotan rápidamente”.

El Rodrigazo se produjo hace 48 años. Sin embargo, lo que escribe Solanet goza de una vigencia aterradora. Ahora bien, es muy importante remarcar lo siguiente: para entender cabalmente al Rodrigazo no queda más remedio que tener conciencia de la tragedia política que estaba azotando al país en aquellos años. Solanet comienza su enfoque del Rodrigazo afirmando que “el período que va desde el 25 de mayo de 1973 hasta el 24 de marzo de 1976 fue uno de los más dramáticos de la historia económica argentina”. También lo fue de la historia política argentina.

La fórmula Héctor Cámpora-Vicente Solano Lima ganó con holgura las elecciones presidenciales celebradas el 11 de marzo de 1973. El 25 de mayo el Tío se hizo cargo de la presidencia. La izquierda peronista había llegado al paraíso. No fue casual que al asumir, Cámpora estuviera flanqueado por el presidente de Chile, el marxista Salvador Allende, y el enviado de Castro, Osvaldo Dorticós. Ese mismo día, al caer la noche, numerosos presos políticos y algunos presos comunes recuperaron la libertad. El proyecto político y cultural de los montoneros se había puesto en marcha.

Pero había un “problema”. Ese “problema” tenía nombre y apellido: Juan Perón. El líder de los descamisados no quería saber nada con el socialismo enarbolado por la juventud maravillosa. Era evidente que al regresar definitivamente al país ardería Troya. Y así sucedió. El 20 de junio de 1973 fue uno de los días más violentos de la Argentina contemporánea. Lo que debió ser una fiesta cívica se convirtió en un escenario dantesco de muerte y destrucción. La izquierda y la derecha del peronismo decidieron zanjar sus diferencias a balazos en los bosques que rodean al Aeropuerto de Ezeiza. La feroz balacera obligó al avión que traía a Perón y una gran comitiva a aterrizar en el aeropuerto de Morón. Al día siguiente pronunció un recordado discurso. Aún resuenan aquellas palabras atemorizantes: “A los enemigos, embozados, encubiertos o disimulados, les aconsejo que cesen en sus intentos, porque cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento”.

Quien hizo tronar el escarmiento no fue el pueblo sino Perón. En julio echó del gobierno al camporismo del gobierno. Para los montoneros fue una declaración de guerra. El 23 de septiembre Perón fue consagrado por tercera vez presidente de la república. Lo votó casi el 62% del electorado. Nunca antes un presidente había sido votado por semejante marea humana. Dos días después un comando montonero acribilló a balazos a Rucci, quien en ese momento era el Secretario General de la CGT y hombre de confianza del flamante presidente. Para Perón se trató, lisa y llanamente, de un desafío intolerable de los montoneros a su autoridad. Fue entonces cuando entró en acción la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) liderada por el ministro de Bienestar Social, José López Rega. Los cadáveres acribillados a balazos, pertenecientes a ambos bandos, aparecieron por doquier. Había estallado una guerra civil encubierta.

Esa guerra finalmente quedó blanqueada el 1 de mayo de 1974 cuando Perón, desde el histórico balcón, insultó a los montoneros. El 12 de junio el presidente se despidió del pueblo. Sabía que sus horas estaban contadas. El 1 de julio falleció. En un desesperado intento por evitar que se siguiera derramando sangre, Ricardo Balbín hizo un histórico llamamiento a la unidad nacional en las exequias de Perón. Lamentablemente, nadie le hizo caso. Ya como presidenta Isabel se rodeó de la derecha del peronismo y dio luz verde a la AAA. La democracia era, a esa altura de los acontecimientos, una cáscara vacía. En poco tiempo el gobierno perdió el monopolio del uso de la fuerza. Fue entonces (junio de 1975) cuando asumió como ministro de Economía Celestino Rodrigo. ¿Qué éxito podía tener el ajuste que aplicó cuando imperaba la ley de la selva? Lo único que logró don Celestino fue echar más leña al fuego.

Al poco tiempo el “Brujo” se fue del gobierno y Lorenzo Miguel se convirtió en el hombre fuerte del gobierno. Mientras tanto el general Alberto Numa Laplane fue reemplazado por el general Jorge Rafael Videla en la jefatura del ejército. El golpe estaba en marcha. Como bien señala Solanet, a don Celestino le siguieron en el cargo Bonanni, Cafiero y Mondelli. La suerte del gobierno de Isabel estaba echada. El Rodrigazo fue la cara visible del fracaso económico del gobierno peronista. Pero el fracaso no se redujo a lo económico. Fue un fracaso fundamentalmente político producto de la feroz interna protagonizada por la izquierda y la derecha del partido gobernante, y que Perón, lamentablemente para el pueblo argentino, fue incapaz de poner en caja.

Share