Por Jorge Raventos.-

La visita de Barack Obama, la presentación del Ejecutivo estadounidense ante la Corte de apelaciones de Nueva York calificando el arreglo argentino con los holdouts como un asunto “de interés político” del estado norteamericano y la rotunda aprobación del Congreso argentino a las disposiciones que posibilitan dicho acuerdo son tres hechos de la última semana que señalan la apertura de una nueva etapa política.

La presencia de Obama en el país y el tono más que cordial de esa visita ratifican que Buenos Aires y Washington retoman una relación amistosa que se había afirmado en los años 90 del siglo pasado y que se quebró catastróficamente en noviembre del 2005, cuando el gobierno de Néstor Kirchner, anfitrión de la Cumbre de las Américas de Mar del Plata, contribuyó decisivamente al hostigamiento chavista del entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush.

Aquella circunstancia dio luz verde a un rumbo de paulatino aislamiento político del país, reforzado más tarde con el aislamiento financiero. La parábola se cerró con una performance de estancamiento económico, alta inflación, caída de la inversión y la productividad. Entretanto, el eje chavista en el que se pretendió encontrar refugio ante el aislamiento autoimpuesto se fue desarticulando vertiginosamente: Chávez murió, sus herederos conducen la quiebra del régimen “bolivariano”, Raúl Castro celebra la presencia en La Habana del sucesor de Bush, el boliviano Evo Morales viene de perder el plebiscito en que se jugaba una nueva reelección. Y la señora de Kirchner se ve obligada a contemplar en silencio (público) desde Santa Cruz las consecuencias de la derrota electoral que sufrió su divisa política, el Frente para la Victoria.

Obvio: que el gobierno de Mauricio Macri retome la línea abandonada después de los 90 no significa que repita aquella política puntualmente. Eso no es necesario ni posible. El denominador común de ambas etapas reside en la necesidad de recuperar la confianza internacional después de años de hostilidad.

En los años 90 Estados Unidos emergía como el gran triunfador de la guerra fría y el centro único e incontrastable de un sistema mundial que había perdido “la vereda de enfrente”. Mantener una posición de “desalineamiento automático” como la que había prevalecido en Argentina (inclusive a través de gobiernos de orígenes e ideologías disímiles) habría sido un suicidio.

Un cuarto de siglo más tarde Estados Unidos ha perdido peso relativo, aunque sigue siendo hegemónico, debe asumir la presencia creciente de China (socia y competidora) y admitir otros actores. Aún así, para la Argentina y para toda la región la amistad, las inversiones y la cooperación de Estados Unidos siguen siendo prioritarios.

Macri parece tener claro el paisaje y los objetivos: desde antes de asumir señaló su decisión de reinsertar al país internacionalmente y hasta mencionó la constelación de sus prioridades en materia exterior: Estados Unidos, la Unión Europea, China, Brasil, Chile, los vecinos del Mercosur y de América Latina. La búsqueda de inversión externa (Argentina hace más de tres años que ha quedado marginada de la catarata de inversiones que bañó con decenas de millones a nuestros socios y vecinos) y la apertura a asociaciones comerciales (conclusión del acuerdo con Unión Europea, ingreso al Pacto del Pacífico).

La resolución del diferendo con los holdouts es una pieza de esa estructura y está a punto de concretarse.

Hecho significativo: que pueda llegarse a esa resolución no es un triunfo solitario del oficialismo (que no está en condiciones de vencer en soledad por la relación de fuerzas legislativa) sino de un nuevo consenso que, con eje natural en el gobierno nacional, articula el hecho objetivo de que la gobernabilidad es una necesidad compartida tanto por el poder central como por los poderes provinciales y municipales.

Sobre esa plataforma de cogobernabilidad se apoya la convergencia que aprobó las leyes para solucionar el tema holdouts, constituida por macristas, radicales, seguidores de la señora Carrió, renovadores de Sergio Masa, peronistas que ya no están en el Frente para la Victoria y peronistas que todavía siguen allí, socialistas, etc.

La oposición recalcitrante de quienes se envolvieron en la bandera cristinista y bombardearon las leyes para impedir el acuerdo no puede seducir al peronismo que tiene responsabilidades de gobierno. Frases como la del ex intendente de La Matanza, Fernando Espinosa, advirtiendo que “si estalla el Gran Buenos Aires vuela Macri” espantan a quienes tienen que gobernar.

Es obvio que Espinosa está desesperado, porque se empeña en mantenerse atado a la nave K, que está escorada y camino al naufragio.

Es cierto que Espinosa mantiene el cargo de presidente del PJ bonaerense (si bien lo obtuvo en otras circunstancias políticas y probablemente lo agotará tan pronto el PJ, en las próximas semanas, sea intervenido). Pero sería un error, en cualquier caso, identificar a Espinosa con «el peronismo». Mientras él alentaba a comprar fósforos, el peronismo hacía posible aprobar las leyes que permitirán salir del default. Este hecho es más elocuente que el discurso de un ex intendente y candidato derrotado que sangra por la herida.

Decía Poincaré: «De una proposición en el indicativo no se deduce una conclusión en el imperativo». Probablemente es cierta la premisa de Espinosa (que no es Baruj) según la cual «un conurbano incendiado hace saltar a Macri». De esa observación Espinosa (y los K) extrae una consigna: exhortan a usar encendedores y cerillas a destajo. El peronismo (el que gobierna la mayoría de las provincias y municipios y el que sostiene a buena parte de senadores y diputados), que probablemente coincide en aquella premisa, apuntala en cambio la gobernabilidad.

Sería un error de apreciación ante lo que está a la vista atribuir la actitud de Espinosa al peronismo, como han hecho algunos publicistas próximos al oficialismo . Si el gobierno cayera en esa confusión, haría algo parecido a lo que ahora están haciendo los K: se aislaría políticamente y se volvería impotente. Pero parece claro que los estrategas del oficialismo no comen vidrio.

El arte que está forzado a practicar el gobierno reside en cumplir la tarea económica de bajar la inflación, incrementar la inversión y la productividad, vincularnos al mundo, etc. en las condiciones realmente existentes, es decir, con un peronismo que tiene amplia ventaja en el Senado, es primera minoría en Diputados, cuenta con una legión de gobernadores e intendentes y mantiene en su constelación a la mayoría del gremialismo.

Por supuesto, esto no agota las condiciones: también están la opinión pública, la coalición electoral propia, la doctora Carrió, las empresas, el mundo…La política es un arte combinatoria. Y cada combinación nueva desbarata alguna preexistente.

En la semana que termina pudo observarse que el peronismo no estuvo reflejado en Espinoza, ni en Máximo o Cristina Kirchner, sino más bien en el comportamiento de Pichetto, Urtubey, Massa, Schiaretti, Rodríguez Saa…y hasta el del vituperado gobernador Insfrán, que habló contra el acuerdo con los buitres pero mandó a sus senadores votar a favor.

Pero, ¿es una conducta sin segundas intenciones?, ¿no se allanan todos ellos a apuntalar la gobernabilidad por interés propio, para clavarle más adelante una lanza a Cambiemos? Seguramente no se resignan a un Macri Eterno ni a una larga Era Cambiemos. Esto es política. El arte del gobierno consistirá en que la mejor (eventualmente la única) forma de perseguir las segundas intenciones resida en sostener la gobernabilidad… Que hoy por hoy está encarnada en la presidencia de Mauricio Macri.

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