Por Justo J. Watson.-

Los intervencionistas son, de manera casi invariable, gente que no aprende de sus errores. Y que comete al menos tres grandes yerros: nunca piensan en términos dinámicos sino estáticos, no piensan a escala total sino sectorialmente y lo hacen, además, en función de acciones y no de interacciones; sin prever efectos cascada o mariposa ni daños colaterales de segundo, tercer, cuarto o décimo grado, por más que aseguren lo contrario.

Demás está decir, lo mismo da que esta gente practique sus toqueteos con candidez… o por interés. Intervenir munidos de la clásica soberbia socialista sobre sistemas complejos, usualmente opacos, que carecen de mecanismos unidimensionales de causa y efecto es altamente inconveniente. Génesis directa de innúmeras calamidades y frustraciones socioeconómicas: en la práctica todas las que vemos a nuestro alrededor hoy día, incluyendo al calamitoso coronavirus en virtud del sistemático atraso científico, de infraestructura, de pobreza y estrés generales.

Los que creen que nuestras penurias actuales se arreglarán con más de lo mismo (estatismo intervencionista) no tienen en cuenta, además, otro factor fundamental de la naturaleza humana: carecer del estímulo derivado del riesgo hace a los funcionarios menos propensos a cuidar lo que es “de todos”.

Por caso, si los quebrantos derivados de los sobreprecios en las compras de alimentos descubiertos recientemente por el periodismo tuvieran que ser soportados en primer término con su patrimonio por los burócratas que firmaron la orden, al menos los/nos aleccionaría. Algo que no ocurrirá.

En el ejemplo de máxima, si los errores y horrores de las guerras tuviesen que ser solventados con los patrimonios personales (hasta su extinción) de todos quienes las deciden, rara vez pasarían de la categoría de simples bravatas; eventualmente, pequeñas escaramuzas. Y muy distinto sería el mundo.

En verdad, la “corpo” estatal, en todas partes, es una suma de instituciones regladas a través de las cuales el burócrata resulta convenientemente apartado de las consecuencias, sobre todo económicas, de sus acciones. Puede decidir sobre vidas y haciendas tercerizando los costos: fórmula perfecta para la ruina comunitaria, tal como hoy se la ve.

El hecho de tomar riesgos mantiene a la natural soberbia humana bajo control. Esto ocurre de modo muy visible en la actividad privada y es base conceptual del capitalismo bien entendido, doctrina donde la responsabilidad patrimonial empresarial, personal y hasta familiar por los propios actos se asume sin contemplaciones.

No ocurre así en el planeta estatal. El peronismo filo-feudal o chavista (kirchnerista, por caso) tiene aquí campo libre para plasmar a gran escala sus fútiles relatos e idealismos en reingeniería social y en economía de la coerción entre muchos otros ítems sensibles (mega negociados incluidos), prácticamente sin consecuencias.

Los miles de millones de dólares y euros robados al pueblo y nunca devueltos (más allá de algunas monedas embargadas) por la asociación ilícita que nos gobernó hasta 2015 lo demuestran. Así como la falta de un adecuado castigo penal y civil por el bestial quebranto nacional resultante de sus irresponsables decisiones, por los desfalcos intelectuales y financieros, confiscaciones tributarias inconstitucionales, fuga de inversores y clientelismo aplicado a encubrir (con empleo público, subsidios, planes alimentarios etc.) sus estragos sociales.

Esta falta de feed back es uno de los factores determinantes tanto de la corrosiva (y literalmente mortal) corrupción que sigue hundiéndonos como del retroceso argentino a todo orden que hoy nos descoloca y agobia.

Otro lastre más (la no asunción de riesgos). Aunque sólo uno entre los muy numerosos puntualizados desde estas columnas a lo largo de años de divulgar conclusiones y propuestas de grandes pensadores; mentes contrarias, desde luego, al estatismo y a la actual democracia delegativa de masas, irrespetuosa de los derechos de propiedad.

Se trata, no obstante y para horror de ilusas “almas bellas”, de un proceso natural. La deriva democrática hacia lo autoritario, hacia la elefantiasis del Estado, a su constante gambeta/extorsión/coima/lobby/burla a la división de poderes, su gradual podredumbre y posterior gangrena estructural, no tiene antídoto intra-sistema conocido.

Como tampoco lo tiene su inmensa ineficiencia económica, causante (con el tiempo y la acumulación sedimentaria) de todas y cada una de las crisis que afectaron y afectan a nuestra civilización; la del supuesto mundo libre.

Incluyendo los problemas de deficiencias sanitarias que hoy ahogan al orbe a cuento de la pandemia.

Una deriva que, a caballo del virus y según todo indica, está siendo aprovechada por los coartadores de libertades de siempre para dar otra vuelta de tuerca a su conveniente “más de lo mismo”: más Estado controlador y menos Sociedad libre; más intervencionismo colectivista y menos decisiones personales; más reglamentarismo y menos ideas alternativas al dirigismo, menos inversiones productivas y menos innovación. En definitiva, menos mercado y más “socio bobo” gordo y violento.

Una crisis usada para dar impulso a la insólita idea de que el gobierno puede gastar todo lo que quiera y de que el Banco Central simplemente imprimirá más dinero para pagarlo. Bingo! Según esta moderna teoría monetaria todo puede ser gratis y nadie tendrá que tomar decisiones difíciles nunca más. Genial! Porque además, de este modo nadie tiene que molestarse en encontrar una mejor solución; a nadie debe caérsele (presionado por la metralla de problemas) una idea, a no ser la de aumentar una y otra vez los impuestos sobre los idiotas que aún los pagan.

Si hay una oportunidad de gastar dinero clientelar, el pensamiento mágico termina allí. Punto final.

Ciudadano peronista de clase media, no te preocupes, ya pensarán los brillantes asesinos de Nisman (que has tenido a bien votar, por cierto) en nuevas maneras de perpetuarse en sus privilegios usufructuando tu dinero, tu deuda, tus planes familiares, tu insomnio y el colapso de tu negocio.

Ciudadano peronista de clase baja, no te preocupes, los brillantes cráneos que has tenido a bien votar se están encargando, ya mismo, de atizar la llamarada impositivo-inflacionaria que liquidará definitivamente a tu insensible patrón, elevándote para siempre (como en Cuba o Venezuela) a la categoría de parásito del Estado.

Pobrismo franciscano en acción; todos pobres y racionados pero eso sí, unidos y solidarios combatiendo al vil metal.

No sabemos bien por qué de pronto nos viene a la mente, como cierre, esta ominosa y tantas veces probada máxima:

“Las masas son femeninas y estúpidas; responden a un manejo basado en emociones y violencia”. Adolf Hitler.

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